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jueves, 18 de julio de 2019

El Rebe sobre el aterrizaje lunar y la destreza humana - 50 años de la llegada del hombre a la Luna

El Rebe sobre el aterrizaje lunar y la destreza humana

Nunca es la respuesta que te esperarías.

Por Tzvi Freeman - Chabad.org


El 20 de junio de 1969, tenía la edad suficiente para seguir el aterrizaje en la luna con todos los detalles, pero todavía era demasiado joven para el cinismo. Recopilé todos los artículos de revistas y periódicos que pude encontrar sobre el tema. Pero lo que más se destaca en mi memoria es el estado de ánimo que se vivió entonces, la atmósfera. A pesar de los disturbios civiles en América y la guerra en el Lejano Oriente, era casi imposible escapar del repentino auge de orgullo en este logro magistral de la humanidad.

Ni el mayor cínico habría dicho que el presidente Nixon estaba exagerando cuando denominó a ese viaje de ocho días "la semana más importante en la historia del mundo desde la creación."

El objetivo principal del aterrizaje lunar fue originalmente político. América necesitaba desesperadamente jactarse de su superioridad tecnológica y militar luego de la vergüenza de los impresionantes éxitos rusos de los viajes espaciales con los Sputniks llevando perros, hombres y mujeres sobre sus cabezas. Pero el resultado para gran parte del mundo fue un tremendo impulso de confianza en la capacidad del ser humano.

Desde el primer momento, mucha gente bien informada estaban seguros de que un viaje de este tipo era imposible, sin mencionar el aterrizaje. Y lo estaban... dado el estado de la tecnología cuando JFK anunció la iniciativa menos de una década antes. No había una sola computadora en aquel momento que tuviera aunque sea una cercanía al poder de cómputo del smartphone más simple de la actualidad, y estamos hablando de máquinas gigantescas del tamaño de varios refrigeradores. La NASA y el MIT hicieron grandes avances en muy poco tiempo, creando una computadora lo suficientemente pequeña como para caber a bordo, y operable por aquellos que necesitaban la información, prácticamente un milagro para esos días.

En Inglaterra, la famosa casa de apuestas, William Hill, hicieron apuestas de 1.000 a 1 en 1964 "para cualquier hombre, mujer o niño, de cualquier nación en la Tierra, de llegar a la Luna, o a cualquier otro planeta, estrella o cuerpo celestial a distancia comparable de la Tierra, antes de enero de 1971." La NASA en sí no estaba mucho más optimista. El equipo de arquitectura de sistemas Apollo de la NASA, bajo la dirección de  Joseph Shea (considerado como "uno de los mejores ingenieros de sistemas de nuestro tiempo") estimó que si todo fuera al menos el doble que en las pruebas anteriores, 30 astronautas se perderían antes de que tres pudieran regresar a casa sanos y salvos. Una evaluación de riesgo probabilística posterior realizada por la NASA daba un 5% de probabilidad de éxito.

La administración de la NASA concluyó que si los resultados se hicieran públicos, "las cifras podrían causar un daño irreparable". A partir de ese momento, la NASA se mantuvo alejada de la evaluación de riesgo numérico.

Entonces, cuando ese "pequeño paso para el hombre" realmente dejó su huella, implicó un gran salto de orgullo y confianza para la humanidad, más de lo que cualquier antigua Atenas hubiera imaginado, mucho más allá de lo que incluso la Era de la Razón había tomado "al hombre como la medida de todas las cosas."

Esto no solo consistía en medir y comprender cosas, sino en entrar en una nave espacial y viajar allí. Un diminuto organismo, menos que una mota de polvo de la visión cósmica, construye una nave con la que puede lograr lo que ningún planeta o estrella puede: salir de su capa protectora, viajar a otra órbita celeste y regresar a casa sano y salvo, e incluso con souvenirs de allí.

Para muchos, parecía el apogeo de la idea humanista y la desaparición de la teología. Di-s estaba muerto en un sentido que ni Nietzche se podría haber imaginado, y el hombre lo había reemplazado gloriosamente.

En dos reuniones públicas ("farbrenguens"), una en el Shabat después de la primera órbita lunar tripulada y una el día después del aterrizaje lunar tripulado, el Rebe mencionó explícitamente esta afirmación y la analizó. Como de costumbre, su reacción fue atípica a todos los rabinos o líderes religiosos en general. No negó la importancia del evento, no hubo comentarios sobre la inutilidad de la misión o quejas de que no se hicieron esfuerzos similares respecto al bienestar de la sociedad. No es lo que cualquiera podría haberse esperado, sino más bien un estilo típico de giro talmúdico.

Sí, coincidió, el ser humano había logrado, realizado algo magnífico. Hay mucho de lo que enorgullecerse. ¿Pero eso nos hace tan grandes como para desplazar a Di-s? ¡Todo lo contrario! Sólo conocemos la grandeza del Creador de la grandeza de Sus creaciones. Ahora que vemos que Él ha creado un ser capaz de semejante ingenio creativo, ¡cuánto mayor debe ser el que formó a esta criatura y lo dotó de intelecto!

Al mismo tiempo, continuó el Rebe, también nos hemos otorgado más razones todavía para ser humildes: si tantos científicos brillantes pudieron estar tan equivocados sobre la imposibilidad del viaje espacial y un aterrizaje en la luna, ¿cuántas más de nuestras estimaciones actuales son también incorrectas?


Y luego otra perspectiva: cuando queremos contemplar la grandeza del Creador, elevamos nuestros ojos al cielo, como dice el versículo, "Alcen sus ojos al cielo y verán: ¡Quién creó estos?!"

Si desde abajo en la tierra, mirando hacia arriba podemos alcanzar tal iluminación, cuanto más cuando podemos ver las estrellas y galaxias, e incluso nuestro propio planeta, desde más allá de nuestra atmósfera. Y desde esa visión de una vasta creación, llegamos a un nivel completamente nuevo de concepción de la infinitud de su Creador, así como nuestra propia pequeñez ante Él. Ahora podemos mirarnos a nosotros mismos y percibir cuán pequeños somos dentro de esta extensión inimaginable e inconmensurable de un universo, que en sí mismo es absoluta y totalmente nada ante la realidad de su Creador.

Tal como Maimónides lo escribió en su código 800 años atrás:

¿Cuál es el camino para alcanzar el amor y el temor a Di-s? Cuando una persona contempla Sus maravillas y grandiosas obras y creaciones, y aprecia Su infinita sabiduría que sobrepasa todas las comparaciones, inmediatamente lo amará, alabará y lo glorificará, anhelando con un tremendo deseo conocer el gran nombre de Di-s, como dijo David: "Mi alma tiene sed por Hashem, el Di-s viviente."
Sin embargo, al reflexionar sobre estos mismos asuntos, inmediatamente retrocederá también en temor y sobrecogimiento, apreciando cómo una criatura diminuta, humilde y tenue, se para con su frágil y limitada sabiduría ante Él, que cuenta de un conocimiento perfecto, como dijo David: "Cuando veo Tus cielos, la obra de Tus dedos, me pregunto: '¿Qué [significación tiene] el hombre para que lo menciones?'"

Siendo así, no debe haber generación que aprecie la grandeza del Creador y la pequeñez del ser humano más que la nuestra.


Hay mucho que aprender de la reacción del Rebe. Por un lado, la adopción del avance tecnológico como un camino hacia lo divino es algo que muchas personas con inclinaciones espirituales hoy en día continúan rechazando. Sin embargo, ese fue un tema subyacente no solo de estas dos charlas, sino de muchas otras.

Pero aquí está mi humilde y personal mensaje para llevarse uno consigo: es bueno saber que no hay necesidad de despreciar ni de minimizar los logros propios. Después de todo, no es como si Di-s se volviera más pequeño porque tú te hiciste más grande. Por el contrario, nuestros logros personales, al igual que los logros de la humanidad en su conjunto, nos permiten una mayor comprensión del mundo en el que nos encontramos y, por lo tanto, del Creador que está detrás de ese mundo en cada uno de sus detalles y a cada instante.

El cinismo nunca condujo a la grandeza, como tampoco la falsa humildad.


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