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lunes, 30 de junio de 2025

Maamar Zot Jukat Hatorá 5729 - en español (formato para imprimir)

Maamar Zot Jukat Hatora 5729 -Version Imprenta 

"Estoy siempre sucio" - Anécdota para Guimel Tamuz 5785

Historia muy especial para Guimel Tamuz 5785


Por Reb Zalman Vishetzky


Se llama Najum Litkowski. Llegó a los Estados Unidos desde la Rusia soviética en la década de 1970, a los 9 años, con su madre. Eran los típicos Lubavitchers inquebrantables de la antigua Rusia. Poco después de su Bar Mitzvá, Nojum ya empezó a trabajar aquí y allá para ayudar a su madre a traer el pan a la casa. No se lamentó ni derramó lágrimas; simplemente actuó con determinación, haciendo lo que debía hacerse.

Era Lubavitcher y siempre estaba cerca del Rebe. «No estaba muy metido en el tema de los Maamorim o las Sijot, pero siempre estaba allí, adentro o afuera, siempre cerca de Seven Seventy», refiriéndose, por supuesto, al edificio de ladrillo rojo, el icónico 770 de Eastern Parkway, el Shul del Rebe en Brooklyn, Nueva York.

Cada tanto, pasaba por el Rebe, ya fuera cuando repartía dólares o un Kuntres, o incluso justo cuando entraba en un Farbrenguen o bajaba a Minjá.

Pasaron algunos años, y Nojum se convirtió en contratista de reformas [de departamentos]. El trabajo le ocupaba la mayor parte del día, y su ropa siempre era la de un técnico reparador, manchada de pintura, masilla y demás. "Así no se va al Rebe, así que resultó que ya casi ni aparecía en 770", me dijo.

Pero un día, un amigo suyo se casaba, y Nojum se vistió elegantemente. Y como ya estaba vestido, decidió pasar por el Rebe cuando repartía dólares.

Miles de personas hicieron la fila con él, y cuando llegó su turno, el Rebe le entregó un dólar, pero el Rebe no soltó el billete.

Iba a irme, pero el Rebe seguía con el dólar en mano y no lo soltaba. Me miró fijamente a los ojos y preguntó en idish: «Vu bist du?» (¿Dónde estás?).

Me sobresalté y quedé en silencio. Bajé la mirada como si hubiese olvidado el idish hasta que el secretario, Reb Leibel Groner, me repitió: «El Rebe pregunta: ¿dónde estás?».

Levanté la vista y le dije al Rebe: «Ij bin do» (Aquí estoy).

Pero el Rebe seguía sin soltar el dólar. Me miró fijamente a los ojos y preguntó: "Farvos kumst du nisht?" - «¿Por qué ya no vienes?»

«En ese momento me di cuenta de que hacía mucho que no venía. Respondí de inmediato con una respuesta simple y honesta: «Ij bin ale mol shmutzik» («Siempre estoy sucio»), refiriéndose a su ropa de trabajo manchada como técnico y reparador.

El Rebe seguía sin soltar el dólar. Y mientras ambos lo sostenían, el Rebe dijo: «Kum vi du bist, ober kum» («¡Vení como sea que estés, pero vení!»).

Cuando Nojum me contó esta historia en el Shabat Jof Av, el año pasado, lloré profundamente. Yo también lo deseaba. Quería que el Rebe me dijera: «Kum vi du bist» (Vení tal como estés, como seas).

Ha pasado casi un año, y no ha habido una semana en la que no haya pensado y reflexionado sobre el «¿Vu bist du?» del Rebe, el «Ij bin ale mol shmutzik» de Nojum, y de nuevo el «Kum vi du bist, ober kum» del Rebe.

Cuanto más lo pienso, menos lloro. He empezado a comprender y a creer, cada día más, que el Rebe en realidad nos dice esto a todos, y también a mí.

Sí, nos exige que nos elevemos. Sí, nos exige que hagamos mucho más. Sí, insiste en que nunca nos detengamos ni nos rindamos.

Pero incluso antes de todo eso, él está ahí todo el tiempo, extendiendo un dólar, sin soltarlo, y dice:
"קום ווי דו ביסט, אבער קום!"
 «Kum vi du bist, ober kum».







©JasidiNews

El comentario de Reb Jonie Marosov respecto a la fuerza de los jsidim del Rebe Anterior

Reb Eljonon Dov Marozov, comúnmente conocido como Reb Jonie, fue mazkir (secretario) tanto del Rebe Rashab como de su hijo, el  Frierdiker Rebe.

Durante un farbrenguen en Yud-Beis Tamuz 5693 (1933), Reb Jonie dijo lo siguiente: «Nuestro Rebe [se refería entonces al Frierdiker Rebe] es más grande que su padre y que todos los demás Rebeim». Esto sorprendió a varios de los demás presentes, quienes venían criticando a Reb Jonie, ​​pues creían erróneamente que estaba más mekushor (conectado) con el Rebe Rashab que con su hijo, quien se había convertido en el nuevo Rebe. Reb Jonie explicó que, respecto al Rebe Rashab y a los Rebeim anteriores, sus jasidim se conectaron con ellos ya sea porque los oyeron recitar un maamer jasidut, recibieron guía o una broje de ellos en un Yejidut, o por alguna otra interacción. Pero ahora, entre los jóvenes jasidim que se encuentran entre nosotros (refiriéndose a los jóvenes bojurim presentes), muchos de ellos nunca han visto al Rebe en toda su vida, y ya han pasado seis años desde que el Rebe dejó este país; sin embargo, estos jóvenes jasidim están conectados y entregados al Rebe con todo su corazón y con toda su alma.

Los otros Rebeim no contaron con jsidim tan devotos, que nunca los hubieran visto, escuchado ni tenido algún tipo de interacción con ellos.

*

Lo mismo puede decirse hoy de nuestro Rebe. Todos los bojurim que veo, y un número considerable de los jóvenes casados ​​hace 15 o 20 años, son similares a los bojrim con los que hablaba Reb Jonie.
Han pasado 31 años desde Guimel Tamuz y 33 desde que escuchamos al Rebe hablar en un farbrenguen, así que incluso aquellos de alrededor de 40 años, ¿qué interacción tuvieron con el Rebe? Ni siquiera tenían bar o bat mitzvá. Como mucho, habrán recibido una brajá si sus padres los llevaron al Rebe cuando pasaron por los dólares, y quizás también tuvieron el mérito de recibir un Kuntres o Lekaj del Rebe. Mientras que quienes crecieron fuera de Crown Heights ni siquiera tuvieron esa oportunidad, a menos que sus padres también los hayan llevado al Rebe.

Pero, como se mencionó anteriormente, la gran mayoría de este grupo de edad no tuvo ninguna interacción con el Rebe. Sin embargo, observen su devoción y dedicación incondicionales a todo lo que el Rebe dice y pide.
Si bien esto expresa y demuestra la grandeza del Rebe, al mismo tiempo demuestra la asombrosa belleza y calidad de los bojurim y yunguerlait.

Están conectados con la esencia del Rebe y no necesitan una interacción personal con él.

Puede ser similar a lo que el Rebe escribe en la última entrada del Hayom Yom: «Hubo momentos en que el Alter Rebe estaba en estado de dveikut, cayó al suelo y exclamó: No quiero Tu Olam Haba ni Tu Gan Eden, solo te quiero a Ti mismo». Así también, quienes se encuentran en esta categoría (que nunca conocieron al Rebe), o no lo recuerdan, su conexión es con la esencia misma del Rebe. ¡Ashreijem! ¡Qué afortunados son de tener un vínculo tan profundo y verdadero con el Rebe!


Fuente: Reb Sholom Avtzon

La Brajá del Rebe que curó una ceguera

Esto ocurrió en Johannesburgo, Sudáfrica. Israel Schwimmer, actualmente director de finanzas, residente en Nueva York, era entonces un niño pequeño, que había comenzado a estudiar en la escuela de Jabad de la ciudad.

Y así cuenta:

Poco tiempo después de mudarnos, me llevaron a un análisis de la vista, de rutina. El médico notó algo que no estaba bien, y me derivó a exámenes con especialistas. Visité a más de un especialista, y me diagnosticaron una enfermedad ocular llamada retinitis pigmentosa.

Esta enfermedad causa la degeneración de la retina, ceguera nocturna, disminución progresiva de la visión periférica, y a veces incluso lleva a una ceguera total. Cuanto más temprana es la aparición de la enfermedad, más grave puede ser el daño visual esperado. Hasta ahora no se ha encontrado cura para esta enfermedad.

Mis padres se asustaron mucho al escuchar que su hijo estaba destinado a perder la visión. Se sentían impotentes, hasta que mi tío propuso que, ya que los médicos no tenían nada que ofrecer, viajáramos a visitar al Rebe de Lubavitch en Nueva York y pidiéramos su Brajá.

Mis padres aceptaron la propuesta y nos unimos a un grupo de una docena de personas de Sudáfrica que fueron a celebrar los últimos días de los Jaguim de Tishrei junto al Rebe. Aterrizamos en Nueva York un miércoles, Hoshaná Rabá, 21 de Tishrei del 5744 (1983).

Apenas llegamos, nos formamos en la fila para recibir una porción de Leikaj —un pastel dulce de miel para un año bueno y dulce— de manos del Rebe, quien estaba horas en la entrada de su Sucá bendiciendo a la gran multitud.

Mi tío me presentó ante el Rebe: “Israel Shlomó Schwimmer, de Sudáfrica”. No dijo ni una palabra sobre mi situación, por lo tanto, es comprensible cuán sorprendido quedé cuando el Rebe me dijo en inglés, mientras me entregaba una porción del pastel: “Que Di-s te conceda estudiar Torá con los ojos abiertos”.

Las palabras del Rebe provocaron una gran emoción y alegría en todos. Para ellos, el Rebe había dicho lo suyo, y no cabía duda de que estaría completamente sano.

Antes de nuestro viaje, mi tío había reservado turnos con especialistas en oftalmología en Manhattan para el lunes, después de Simjat Torá. Mis padres llevaron consigo todos los exámenes que me habían hecho, y los especialistas solicitaron repetir todos los estudios, que no fueron para nada agradables.

Al día siguiente, se llevó a cabo en 770 un "rally", un encuentro infantil con la participación del Rebe y me llamaron a subir al escenario para recitar el Pasuk “VeShinantam leVaneja”. Después de aquel evento, fui a encontrarme con mi tío, y él me dijo que acababa de hablar con los especialistas, y le dijeron que todos los exámenes salieron perfectamente normales y que ¡no tengo ningún problema en los ojos!

Los médicos incluso dijeron que no podía ser que hubieran examinado al mismo niño que había sido sometido a los estudios detallados que figuraban en mi historial médico, ya que no había en mí ni indicios de la presencia de la enfermedad de retinitis pigmentosa.

¡Mis padres se alegraron muchísimo! Y, después de nuestro regreso a Sudáfrica, me llevaron nuevamente a los médicos. Estos me examinaron y confirmaron que, en efecto, todos los signos de la enfermedad que habían observado en el pasado —desaparecieron, y que no hay ningún problema médico en mis ojos.

Es importante señalar que ni siquiera tuve que usa anteojos en mi infancia. Comencé a usarlos recién a los dieciocho años, debido a un leve astigmatismo que se desarrolló en uno de mis ojos.

Una vez, cuando fui a un control oftalmológico de rutina para cambiar los anteojos, me horrorizó que el optometrista me pidiera volver para realizar más estudios. Al regresar a casa, ya estaba realmente en pánico. Le dije a mi esposa: “Quizás arruiné la Brajá del Rebe. Él me dijo ‘estudiar Torá con los ojos abiertos’. Tal vez no le dediqué el tiempo suficiente”. Fue una semana muy estresante, hasta que llegaron los resultados de los estudios y se confirmó que no había absolutamente ningún motivo de preocupación. Pero ese episodio me sirvió como recordatorio de lo que pasé de niño, y de cómo el Rebe me salvó.

Y esto me recuerda una historia relacionada con el tema:

Una vez, durante una visita a Israel, fui al Museo de los Niños en Julón, donde se realiza una actividad especial llamada “Diálogo en la oscuridad”. La actividad está destinada tanto a niños como a adultos, y durante ella se recorre en completa oscuridad, para experimentar de forma real la sensación de una persona con ceguera.

Durante la visita, le pregunté al guía que nos acompañaba si había nacido ciego o si había perdido la vista en algún momento de su vida. Me contó que quedó ciego a los veinte años. Le pregunté cómo ocurrió, y su respuesta fue: “Sufrí una enfermedad llamada retinitis pigmentosa”.

En ese momento pensé para mis adentros: “¡Eso podría haberme pasado a mí!”

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*Este es uno de los miles de ejemplos vivos del poder de una palabra del Rebe.*
Cuando los médicos no vieron esperanza, una breve bendición bastó para cambiar el diagnóstico y transformar la oscuridad en luz.

En Guímel Tamuz, el día en que sentimos más profundamente la ausencia física del Rebe, elegimos conectarnos con su presencia eterna a través de las historias que continúan iluminando nuestras vidas.

*El Rebe no solo veía lo que es —veía lo que puede ser— y nos enseñó a hacer lo mismo.*

Que esta historia nos inspire a fortalecer nuestra emuná, nuestra confianza en las Brajot del Rebe, y nuestro compromiso con su misión: llenar el mundo con luz, Torá y Guéula.


Fuente: [La historia contada en persona por su protagonista para JEM:
https://youtu.be/_C4xJYDXL40]

©JasidiNews

Momentos de guerra en Eretz Israel

Antes de la Guerra del Golfo de 1991, el Rebe alentó a los residentes de Israel a permanecer en Eretz Hakodesh, y aconsejó a aquellos que tenían planeado viajar al país que no cancelaran sus viajes.

«No hay absolutamente ninguna razón para preocuparse», dijo el Rebe a una familia. A una mujer anciana que preguntó si era seguro mudarse a Israel, el Rebe le respondió: «Si es seguro en cualquier otro lugar, entonces con más razón lo es en la Tierra de Israel».

A un abuelo que preguntó si sus hijos debían regresar del lugar [la Ieshivá] donde estaban estudiando, el Rebe le dijo: «¡Jas veshalom! Es la capital de Di-s. Si siempre debían estar allí, entonces con más razón ahora».

En Tel Aviv, había un jasid que realmente estaba atemorizado por la situación, y escribió una carta al Rebe. En ese momento, Irak había disparado 42 misiles Scud sobre territorio israelí.

«Todos estamos asustados», escribió el jasid. «¿Qué será de nosotros?»

El Rebe le respondió que al decir “todos estamos asustados” está pensando mal y erróneamente —aunque sin intención— de los tantos yehudim que sí tienen una fe plena en que Hashem los protegerá.

Y a su pregunta de “¿qué será?”, el Rebe le respondió citando el versículo de Tehilim (32:10):
«El que confía en Di-s, estará rodeado de bondades».



Fuente: HasidicArchives

El Mashal de la miel y el oso de Reb Mendel Futerfas

Shabat Mebarjim Jodesh Tamuz - Farbrenguen preparación para Guimel Tamuz

Esto ocurrió en aquellos días confusos, después del 3 de Tamuz de 5754 (1994). Los jasidim estaban desorientados, sin saber bien cómo proceder. Comenzaban a abrirse distintas opiniones, diferentes caminos, y muchos se preguntaban cuál era la forma correcta de actuar en una situación tan nueva y difícil.

También los jasidim que vivían en Londres, Inglaterra, buscaban orientación. Buscaban respuestas. Buscaban aliento, fuerza y claridad. En medio de esta confusión, consideraron correcto acercarse a Reb Mendel Futerfas, para escuchar un consejo: ¿hacia dónde se va en una época tan difícil?

Como era su costumbre, Reb Mendel respondió con un Mashal:

Los habitantes de un pequeño y apartado pueblo vivían de la producción de miel, que luego vendían en las grandes ciudades cercanas. Pero los aldeanos enfrentaban un problema constante: después de semanas y meses de trabajo recolectando la miel de las colmenas y vertiéndola en un gran barril para el envío, cada noche llegaban osos hambrientos y devoraban toda la miel… sin el menor remordimiento por el esfuerzo de los pobres campesinos.

Cada día los aldeanos intentaban una nueva estrategia para evitar que los osos accedieran a la miel. Pero el deseo de los osos siempre superaba la astucia de los campesinos, y al llegar la mañana, el barril aparecía vacío. Finalmente, una mañana, desesperados, reunieron a los sabios del pueblo para idear un plan que los ayudara a vencer al poderoso oso.

Tras una larga noche de reflexión, los sabios idearon una solución especial: colocar el barril de miel en lo alto de un árbol. “¿Y qué?”, decían algunos. “¡Eso ya se intentó antes! ¡Los osos saben trepar árboles!”. Pero esta vez era diferente. Habían ideado una rama fuerte y flexible que, cada vez que el oso intentara trepar, lo golpearía. Si volvía a intentarlo, la rama lo azotaría una y otra vez.

Esa noche, los sabios se escondieron a cierta distancia para observar si su invento funcionaba. Lo que vieron fue asombroso: el oso olió la miel, se acercó al árbol tambaleándose y comenzó a trepar. Pero apenas apoyó una pata sobre la rama, esta le dio un fuerte golpe directamente en su cara peluda. El oso, enfurecido, bajó del árbol y comenzó a pelear con la rama descarada. Y como los sabios habían previsto, la rama, diseñada como un boomerang lo golpeó otra vez. El oso, más furioso aún, redobló su fuerza contra la rama… y recibió otro golpe más fuerte. Así, una y otra vez, hasta que el oso olvidó por completo su deseo por la miel, y concentró todas sus fuerzas en una guerra contra la rama. Pero la rama era más fuerte que él, y finalmente el oso cayó vencido al suelo.

—Exactamente así está ocurriendo ahora —explicó Reb Mendel—.
El Rebe ya nos dio la miel: la noticia de la Gueulá. Pero la Sitra Ajará —el lado de la impureza— sabe que si llegamos a saborear esa miel, si empezamos a vivir con el anuncio de la redención, a mirar el mundo con “los lentes del Rebe”, entonces se le terminó el juego. No tiene más lugar. Por eso, la Sitra Ajará trae una "rama" insolente, molesta, que nos distrae —es decir, toda esa oposición, abierta o disimulada, que surge frente a la difusión del mensaje de la Gueulá y frente al entusiasmo con que se vive el tema del Mashíaj, y el Majloket en general—.
Esa rama nos irrita, nos provoca, nos hace despertar nuestra Midat hanétzaj (la cualidad de la obstinación): nos enojamos, reaccionamos, discutimos… y sin darnos cuenta, ya nos olvidamos de la miel.

Para poder llegar a la miel, hay que dejar el ego de lado. Hay que anularse por completo ante la voluntad superior, sin creerse “algo”. Solo así podemos cumplir la misión y alcanzar la miel, sin caer agotados “en la vejez”, debilitados por tanto ruido, por peleas y políticas innecesarias con la dichosa rama.

¡Querido josid! ¡Ya pasaron 33 años desde que la miel espera allá arriba en el árbol! No hay otra opción. Hay que tragarse el ego, dejar de pelear con la rama, no debatir con ella ni buscar formas de frustrarla o demostrarle que está equivocada. Hay que seguir adelante con las palabras del Rebe. Trabajar con entrega. No permitir que la obstinación nos arrastre a la batalla equivocada.

Centrémonos en la misión que nos dio nuestro Rebe:
“Un kukt nisht oif di zayten” — “No se mira a los costados”,
aunque esos costados nos provoquen y nos toquen justo en los puntos más sensibles de nuestro “yo”.

Dejemos esa obstinación para el Rey Mashíaj, que “vencerá a todas las naciones que lo rodean”, y que ya comenzó a mostrarse ese sabor en algunos aspectos concretos.

Y mientras tanto… nosotros llegaremos a la miel. Y venceremos al Galut.

El simple judío que salvó a toda una comunidad con un inocente "Eini Yodea"

La siguiente historia fue contada por el Joize de Lublin. Muestra la fuerza única del pueblo judío: creer… incluso cuando no entiende absolutamente nada.


En tiempos de los Rishonim era bastante común que sacerdotes católicos organizaran debates religiosos con rabinos. ¿Para qué? Para intentar (pobremente) demostrar que su religión era la verdadera y lograr que algún judío se convirtiera (¡Dios libre!).

Había un obispo que se tomaba este pasatiempo muy en serio. Armaba debates con entusiasmo, pero… no tenía suerte. Nunca ganaba. Incluso cuando afirmaba haber ganado, ningún judío mostraba interés en convertirse por eso.

Cansado de fracasar, el obispo decidió jugarse el todo por el todo. Dijo:
“¡Basta! Esta vez, si yo gano, todos los judíos del pueblo deberán convertirse… o serán quemados”.
Y, para no quedar como el villano de la historia, añadió con dramatismo:
“Y si ustedes ganan, que los jueces me echen a mí al horno”.

La comunidad judía corrió al Shul, no para debatir, sino para pedir y hacer davenen. Estaba claro que sus vidas estaban en peligro y que solo Hashem podía salvarlos.

Ahora bien, ¿quién se ofrecería para representar a los judíos en este debate de vida o muerte? Nadie. Silencio total. Hasta que, tímidamente, levantó la mano un yehudí bien simple, de esos que apenas sabían leer… y ni hablar de debatir.

“Yo iré. Hashem me va a ayudar.”

No había más opciones, así que —con más nervios que confianza— lo enviaron.

Llegó el gran día. Gentiles, judíos, curiosos y chusmas se amontonaron para ver el espectáculo. El obispo, con sonrisa diplomática, le ofreció al simple yehudí hacer la primera pregunta.

El yehudí miró al obispo y preguntó con tono serio:
“¿Qué significa איני יודע ['Eini Yodea']?”

El obispo frunció el ceño y contestó honesta e inmediatamente:
“No lo sé.”

¡Pum! Los jueces se levantaron sin dudar, lo agarraron de los brazos y lo arrojaron directo al horno.

¡Los judíos se habían salvado!

Después del shock y las danzas espontáneas, alguien le preguntó al yehudí sencillo:
“¿Cómo se te ocurrió una pregunta tan brillante?”

Y él respondió, como si fuera lo más obvio del mundo:
“Yo tengo un Jumesh con traducción al Idish. Sobre las palabras de Rashi  איני יודע, el traductor pone: ‘Ij veis nisht’ —‘No lo sé’. Entonces pensé: ¡Si el traductor no lo sabe… seguro que el obispo tampoco!”😆

El Jozé de Lublin dijo que esta historia enseña una gran lección: nuestra Emuná no depende de cuánto entendemos. A veces no sabemos, ni entendemos, ni siquiera sabemos qué no entendemos —pero igual creemos. Porque un yehudí no necesita saber para saber en qué creer.


Fuente: Reb Elimelej Biderman

Cuando el Rebe Anterior no le quiso otorgar la Brajá que pedía

Cuando los nueve bojurim Lubavitchers llegaron a Montreal desde la Europa aún herida por la guerra, no todos los recibieron con entusiasmo. Había quienes dudaban de la viabilidad de establecer una ieshivá en esas condiciones. Pero entonces apareció el jasid y tzadik, Rab Yojanán Twersky, conocido como el Tolner Rebe, quien los acogió con calidez y les abrió las puertas de su hogar con estas palabras: “¡Mi casa es la de ustedes!”.

El rabino Twersky, quien había llegado a Montreal en el año 5694 (1934), era fundador de la congregación Kahal Jasidim Kehilas Dovid. Educado en Estados Unidos, hablaba el idioma del país con soltura, y tenía gran influencia en la comunidad judía local. No escatimaba esfuerzos en ayudarlos: los acompañó personalmente de una oficina gubernamental a otra, gestionaba lo que fuera necesario y, sobre todo, se preocupó de que los bojurim se sintieran acogidos en su nuevo entorno.

“Siempre estuvo a nuestro lado”, recordaba años después el rabino Guerlitzky. “Y no lo hizo por lástima, sino por el profundo respeto que sentía”.

El Rebe Rayatz expresó su aprecio por estos actos de entrega. En una ocasión, durante una audiencia privada (iejidut) con el Rebe en Nueva York, el Rab Twersky pidió una brajá: “Que no tenga dificultades en el servicio a Hashem”.

El Rebe Rayatz no accedió [a darle tal Brajá]. “Para eso fuimos creados —respondió—: para servir a Hashem luchando contra la inclinación al mal, sabiendo que hay recompensa y castigo”.

“Pero, ¿acaso no decimos cada mañana en la Tefilá”, preguntó el Rabino Twersky con humildad, “que no nos traigas a prueba ni desafío?”.
["וְאַל תְּבִיאֵנוּ... לֹא לִידֵי נִסָּיוֹן"]

El Rebe Rayatz explicó con dulzura: “Allí mismo pedimos también[e inmediatamente]: 
"וְלֹא לִידֵי בִזָּיוֹן"
‘Y no nos avergüences ni nos hagas caer en manos del desprecio’. El sentido es que el desafío no debe llevarnos, Jas Veshalom, a la caída o al escarnio. Pero las pruebas son necesarias, y debemos pasarlas. Lo que pedimos es la fuerza para superarlas, y así no ser avergonzados”.

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Moraleja

De aquí aprendemos una enseñanza fundamental en el camino del jasid: no huir de los desafíos, sino enfrentarlos con fuerza interior, sabiendo que cada prueba es una oportunidad de elevarse. “Hashem no nos da una prueba si no nos da también la fuerza para superarla”. Y así, con la ayuda de Hashem, y con la inspiración de los tzadikim, podemos convertir cada oscuridad en luz, y cada obstáculo en un escalón hacia una conexión más profunda con Hashem.

El poder de un tornillo...y de la fuerza de voluntad



Durante los meses de invierno, el Rebe Rashab solía viajar a diferentes centros de salud. Uno de sus destinos era Wiesbaden, Alemania. Un año, estando allí, entró a una fábrica y observó cómo los trabajadores colocaban enormes trozos de madera en una máquina, y de ella salían productos de madera terminados.

Ya sea cuando se iba ese año, o cuando volvió en otro año, volvió a visitar la fábrica. Sin embargo, al llegar al edificio, notó que estaba clausurado, completamente cerrado.

Preguntó a alguien por qué la fábrica estaba cerrada, y le respondieron que un día, en plena producción, un tornillo o perno dentro de la maquinaria se rompió, y no solo el metal de la máquina se hizo pedazos, sino que su explosión destruyó también los productos terminados. Así que no quedó nada para vender.

El Rebe Rashab comentó: "Un tornillo puede transformar un tosco pedazo de madera en algo hermoso y útil. Y cuando ese tornillo o perno falta, incluso un producto terminado puede arruinarse y destruirse."

El Frierdiker Rebe estaba allí con su padre, o cuando su padre le repitió esto, preguntó: "¿Y qué representa ese tornillo/perno en avoide (el servicio a Hashem) de un yehudí?

El Rebe Rashab respondió: "Eso es el “RATZÓN / LA FUERZA DE VOLUNTAD”

Cuando una persona tiene fuerza de voluntad, incluso si su mente es inferior al promedio, su hasmode (constancia) y diligencia pueden convertirlo en alguien con un conocimiento tremendo, capaz de beneficiar a los demás.

Pero si le falta esa voluntad, entonces, incluso si fue bendecido con una cabeza maravillosa, si no se esfuerza, puede perder todo lo que tiene.

Fuente: por el Rabino Sholom DovBer Avtzon.

"Hay quienes adquieren su Olam Habá con una sóla página"

Un joven americano había descubierto su gloriosa herencia [como Yehudi] y decidió llevarla a a la práctica, volviéndose un Baal Teshuvá pleno. Comenzó a estudiar Torá y a cumplir las Mitzvot con entusiasmo. Incluso cuando regresaba a la casa de sus padres, continuaba allí con sus estudios, con profunda dedicación.
Su padre, ya mayor, estaba muy distanciado del judaísmo tradicional y no entendía de qué se trataba todo eso. En ese tiempo ya se había jubilado, y pasaba sus días deambulando por la casa sin mucho que hacer. Observando a su hijo absorto en el estudio de Guemará, el padre quedó impresionado. La vida de su hijo parecía tan plena, tan rica en contenido y valores. Finalmente, un día se le acercó y le dijo:
—Enséñame una página de lo que estás estudiando.
—Será muy difícil para ti —le respondió el hijo con sinceridad—. Para entender la Guemará, primero hay que saber hebreo, y ni siquiera sabes el Alef-Bet. Además, hay un segundo idioma: el arameo.

Pero el padre estaba decidido. A pesar de todos los obstáculos, le pidió a su hijo que le enseñara al menos una página del Talmud. El hijo accedió y comenzaron a estudiar juntos. Sin embargo, como la visita era breve y esporádica, sólo podían avanzar durante sus encuentros ocasionales. Así, les llevó todo un año completar el Daf, esa única página.
Cuando por fin la terminaron, el padre exclamó con alegría:
—¡Quiero hacer una fiesta! ¡He terminado de estudiar una página entera del Talmud!

—Existe la costumbre de celebrar un Sium, una fiesta, al completar un tratado entero del Talmud —le explicó el hijo—, pero no por una sola página...
Pero el padre no cedió. Insistía en hacer su fiesta.

Sin saber qué hacer, el hijo acudió al Rabino Moshe Fainstein para consultarle si se podía llevar a cabo un Sium por una sola página de Talmud.

—Haz el Siyum —dictaminó el Rab Fainstein—. Y añadió con una sonrisa: ¡Avísame cuándo será! ¡Quiero participar en esa alegre ocasión!

Y así fue que se realizó un Sium por una única página del Talmud, estudiada con esfuerzo y devoción por un hombre junto a su hijo durante un año entero. Rab Fainstein asistió de hecho a la celebración y colmó de elogios al anciano padre, quien no dejó que ninguna dificultad se interpusiera en su camino para alcanzar su meta.

A la mañana siguiente, el anciano no despertó de su sueño. Había fallecido durante la noche, con lo que se conoce como מיתת נשיקה “el beso de Di-s”. Rab Fainstein también asistió a su funeral, y en el Hesped —el discurso fúnebre — declaró:
—El Talmud relata que hay quienes adquieren su Olam Habá [Mundo Venidero] en una sola hora. Hoy hemos visto que hay quienes adquieren su Olam Habá con una sola página.



[Adaptado por Ierajmiel Tilles de "Stories my Grandfather told me" (Mesorah), por Zev Greenwald.]
©JasidiNews 

¿Qué pasa con el Ahavat Israel?! - La pregunta del Rebe al Shliaj y Jasid Reb Sh. D. Raichik

Reb Shmuel Dovid Raichik fue un shadar (emisario) del Rebe y el primer Sheliaj en la Costa Oeste de EEUU. Fue un jasid inolvidable, viviendo en un plano superior, mientras dedicó su vida a las campañas (Mivtzoim) del Rebe. Fue un ejemplo viviente de una persona con cualidades refinadas y una naturaleza pura y sutil.
Reb Shmuel Dovid tenía un amigo con quien había estudiado en Tomjei Tmimim en Otvotzk. Mientras Reb Shmuel Dovid fue enviado a California, este colega terminó viviendo en otra ciudad del Medio Oeste de EEUU.
En algún momento, ese otro judío experimentó dificultades con su sustento y consideró mudarse a California. Sabía que tenía un viejo amigo y colega allí, y esperaba que Reb Shmuel Dovid lo podría ayudar con ciertos aspectos de su reubicación y además ayudarlo a establecer conexiones a fin de establecer un negocio allí.
Lo que sucedió, desafortunadamente, fue que Reb Shmuel Dovid no tuvo éxito en satisfacer las solicitudes de su amigo. Sin duda, hizo su mejor esfuerzo, pero simplemente no funcionó. El amigo se sintió decepcionado y decidió echarle la culpa ante su situación al Rabino Raichik. Se lo tomó como algo personal y se distanció de él. Cualquier acercamiento por parte de Reb Shmuel Dovid fue rechazado.
Reb Shmuel Dovid no veía ninguna forma de forzar al otro a ser su amigo, por lo que se alejaron. No es que el Rabino Raichik tuviera algo en contra de su amigo, jas vejalila, [el que lo conoció a Reb Shmuel Raichik sabe que no tenía ni un mínimo hueso vengativo en su cuerpo,] pero con su amigo eligiendo rechazarlo, no veía que hubiera algo más que pudiera hacer.
Pasaron los años, sin que asistieran a las Simjes (celebraciones) uno del otro, ni tuvieran nada que ver entre sí.

Una vez, Reb Shmuel Dovid recibe una llamada del Rabino Jodakov. "El Rebe quiere saber qué está pasando con tal persona", dijo el Rabino Jodakov, preguntando por el bienestar de ese mismo amigo.

Reb Shmuel Dovid se sorprendió por la pregunta. Explicó que no ha habido contacto entre ellos durante años. "No tengo nada en contra de él, jas vejalila", explicó, "pero él está actuando 'beroiguez' (resentimiento) contra mí y no permite ninguna relación".

El Rabino Jodakov escuchó su explicación y terminó la llamada. Poco después, el Rabino Jodakov lo llamó de nuevo, diciendo: "El Rebe preguntó: 'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!' - ¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?'"
No hace falta decir que el Rabino Raichik inmediatamente puso toda su energía en renovar la relación, sin importar cualquier reacción negativa. Por esa época, estaba casando a un hijo, y envió a dos de sus hijos a invitarlo personalmente a este amigo a la celebración y pedirle que participara. Poco a poco, los esfuerzos incansables del Rabino Raichik fueron efectivos, y la conexión se renovó y continuó hasta el fallecimiento del Rabino Raichik.

*
Reflexión:

Cuando lo piensas, la exigencia del Rebe a Reb Shmuel Dovid fue algo realmente notable. Después de todo, Reb Shmuel Dovid no tenía nada en contra de este individuo; no era una persona que pudiera guardar rencor. Los sentimientos negativos eran completamente unilaterales: realmente no había nada que él pudiera haber hecho al respecto.
Pero el Rebe no aceptó esa explicación. El no ser más proactivo, no tomar más iniciativa por su cuenta para reparar la relación (hasta el punto de estar al tanto de lo que sucede en la vida del otro), era una falla, una falta de Ahavat Israel. El Rebe no aceptó la excusa o defensa de que esto fue causado por la otra parte.

Lo que todos tenemos en común, sin embargo, con la historia, es que todos tenemos explicaciones y excusas para nuestro comportamiento. Y para nosotros, es probable que suenen tan aceptables como el razonamiento de Reb Shmuel Dovid suena para cualquiera: no es nuestra culpa; la otra persona es responsable y la otra persona tiene la culpa.
Pero así como en la historia el Rebe se negó a aceptar el razonamiento de Reb Shmuel Dovid, también podemos estar bastante seguros de que no atribuiría ninguna legitimidad a nuestras razones. Por lo tanto, deberíamos prestarle un poco más de atención a ellas nosotros mismos:
¿Por qué, en general, quedamos molestos con las personas? En su mayoría, porque ellos, de una forma u otra, nos han hecho algún daño. Este me humilló, este me engañó, este me socavó, y el otro me miró de una manera medio fea. Hay numerosas quejas reales o imaginarias que creemos que nos han hecho.
Pero, supongamos que tengo razón. Que el comportamiento de la otra persona es el incorrecto, y que tengo una queja legítima contra él o ella. Entonces, alguien realmente me hizo daño. ¿Por qué eso me molesta? ¿Acaso no creo que el Oibershter (Dios) dirige el mundo? ¿Acaso tengo mis dudas, j"v, sobre lo que el Alter Rebe escribe en el Tania que "Al hanizak kvar nigzar min hashamaim" — que lo que me sucedió fue indudablemente predestinado?

[Se cuenta el cuento de un judío que pasó su vida haciendo lo correcto y sirviendo a Hashem con un corazón completo. A medida que envejecía, se dio cuenta de que su fin estaba cerca. Antes de morir, pidió a la Jebre Kadisha que le trajeran un crucifijo. Para su sorpresa, comenzó a besarlo y rezarle...
Ante su pregunta, explicó: "Ahora estoy al final del viaje, y me estoy acercando al próximo mundo. ¿Y si llego allí y descubro que, después de todo, los cristianos tenían razón? ¡Necesito cubrirme por las dudas!🤦‍♂️"]

Estudiamos jasidut, rezamos, cubrimos nuestros ojos y declaramos inequívocamente que Hashem Elokeinu Hashem Ejad. Sabemos, por supuesto, que "Ein od milvado", que Hashem dirige el mundo, y que nada sucede sin Su orquestación. Lo aprendemos en las Sijot, lo repetimos en los Maamarim. Y, en cierto nivel, realmente creemos que ese es el caso.
Hasta que se trata de mi existencia. Hasta que algo sobre lo que alguien más dijo o hizo es insultante o una ofensa para mí. Entonces, de repente, nos volvemos como el tipo de la historia. Tal vez no es realmente el Oibishter, j"v. Tal vez fueron las acciones de esa persona, las que me arruinaron, las que arruinaron mi trabajo o mi familia o mi shiduj o mi cholent. Y, si ese es realmente el caso, entonces es justo que me enoje con él (al menos por el futuro previsible).

Y el Rebe escucha nuestras quejas y razonamientos, y nos pregunta con firmeza:
'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!'
 "¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?"
Nada de esto es novedoso para ninguno de nosotros. Todos conocemos muy bien todas estas ideas y conceptos, y realmente creemos [en ellos]. Pero, de alguna manera, nuestra conducta, especialmente cuando se trata de Ahavat Israel, desmiente nuestra creencia y fe básicas. Sin embargo, a veces, depende de nosotros reevaluar nuestro comportamiento, nuestro bein adam lajavero, y determinar si realmente refleja nuestra filosofía de vida y nuestra fe en Hashem.

Redediquémonos al estudio de Jasidus y a vivir con una palabra de Jasidus, adaptar la mentalidad de Jasidut como nuestra propia mentalidad, y que eso sea lo que maneje nuestra relación con nuestros semejantes, así como nuestra relación con el
Oibershter. Y que el Ahavat Israel y la unidad de Israel sirvan como la preparación adecuada para la llegada del Mashíaj y la nueva Torá que él nos enseñará.


Fuente: Rav Akiva Wagner (Anash.org)

domingo, 18 de mayo de 2025

Recordando al Rab Shwei A"H

Rosh Jodesh Iyar se cumple el Yortzait de Rab Aharon Yaakov Shwei, זצ"ל, rabino principal de Crown Heights durante varios años, quien se destacó por su dedicación y entrega al Rebe. Más allá de su vasto conocimiento de la Torá, Halajá y Jasidut, compartimos algunas anécdotas (contadas por familiares y gente muy cercana) que revelan la profundidad de su conexión con la comunidad y su compromiso con los valores dignos de alguien que se conduce en las sendas de Jasidut.

*

"En la casa de mi abuelo, cada visitante era recibido con una sonrisa cálida y un rostro amable. No importaba quién fueras ni de dónde venías: él se interesaba sinceramente, preguntaba, se preocupaba de corazón.  
Incluso en su último año, cuando su salud ya era frágil, seguía ocupándose de los invitados junto con mi abuela —que tenga larga vida—, y siempre se aseguraba de ofrecer algo para comer o beber.

Recuerdo una ocasión especial —cuenta su nieto, el rabino Mendi Elkaim de Chicago—. Una señora conversa que se había casado y mudado a Crown Heights lo llamó, explicándole que necesitaba que alguien se responsabilizara de ella ante las autoridades para poder tramitar su residencia. Sin dudarlo, el abuelo le dijo que él mismo se encargaría, y escribió una carta oficial apoyándola en el proceso.

En otra oportunidad, después de hablar con uno de los residentes de la comunidad, me comentó: "Sé que no tengo una solución para el problema que me planteó, pero a veces el simple hecho de escuchar ya alivia el peso que lleva una persona. Por eso, escucho a todos."

También fui testigo de un momento profundamente conmovedor. Un joven del barrio, conocido por haberse apartado del buen camino y por su carácter rebelde, esperaba afuera de su casa.  
Cuando llegué, le pregunté qué hacía allí. Él me confesó, con emoción contenida, que venía a disculparse. Durante mucho tiempo había difamado al rabino, y ahora se enteraba de que, a pesar de todo, el rabino había estado ayudándolo en silencio a resolver un grave problema de Shalom Bait (paz conyugal). "Vine —dijo— a pedir perdón desde lo más profundo de mi corazón, por haberme atrevido a actuar así con alguien que solo quiso mi bien."

Otro recuerdo vivo en mi memoria es de hace unos años —comparte el rabino Yossi Kleinman—.  
Una pareja judía de Chicago, que hasta entonces solo estaba casada por civil, decidió finalmente formalizar su matrimonio acorde la ley de Moshé e Israel. Sin embargo, pusieron una condición: que la ceremonia se celebrara en un lugar sagrado. Tras conversar, acordamos realizar la boda en el mítico "770".

Organizamos todo, pero cuando pedimos al rabino Shwei que oficiara la Jupá, al principio se negó.  
No se trataba de terquedad: tenía un principio firme de no casar en el 770 a quienes no observaran Taharat Hamishpajá (la pureza familiar), Kashrut y el Shabat.
  
Después del Kabalat Shabat, me armé de valor y me acerqué a pedirle personalmente que reconsiderara. Le aseguré que la pareja cuidaría Taharat Hamishpajá, que ya respetaban las leyes de Kashrut y que únicamente había una dificultad con respecto al Shabat.

El rabino accedió a encontrarse con ellos.  
Cuando la pareja entró en su oficina, los recibió con una mirada cálida, con paciencia y una sonrisa que irradiaba bondad. Con delicadeza, les preguntó cuál era exactamente su dificultad para observar el Shabat.  
El novio explicó que era fumador y que le sería muy difícil dejar de fumar en Shabat, pero conversando con el Rav, allí mismo prometió que, por el mérito de su boda, dejaría el hábito. La novia, por su parte, se comprometió a no viajar en Shabat [que era lo que le estaba costando].  

Ante su sinceridad, el rabino Shwei accedió, y la boda se celebró ese mismo día, como estaba planeado.  
Hoy, esa pareja vive acorde a la Halajá: el novio cumple Shabat y continúa creciendo en su observancia religiosa. Todo gracias a la bondad, la paciencia y la dulzura del rabino, que supieron tocar sus corazones en el momento preciso.

La furiosa llamada que recibió Reb Moishe Fainstein y su desenlace

Un día, en la Mesivta Tiferes Yerushalaim, la Yeshivá de Rav Moshe Fainstein, זצ"ל,  se estaba llevando a cabo un Din Torá (juicio rabínico). Mientras estaba en su oficina, Rav Moshe emitió un fallo. Más tarde, recibió una llamada telefónica muy enojada de un tal Rav F. quien le dijo con furia que su fallo era incorrecto y tonto, y que iba en contra de una Guemará explícita. 
Rav Moshe escuchó con paciencia, y cuando Rav F. terminó, Rav Moshe le preguntó con voz suave: “¿A qué Guemará te refieres?” Al escuchar la pregunta, Rav F. colgó de inmediato.

Un par de meses después, Rav F. estaba por sacar un Sefer y se dirigió a pedirle una Haskamá (carta de recomendación) de Rav Moshe. Rav Moshe no solo le dio una Haskamá común, sino que le dio una muy especial y contundente.
Cuando estaba por salir de la oficina de Rav Moshe, le preguntó: “Por cierto, ¿a qué Guemará te referías?” Él respondió: “No tengo idea de qué está hablando.” Rav Moshe aclaró: “Cuando llamaste hace unos meses diciendo que mi fallo contradecía una Guemará.”

Él respondió que nunca lo había llamado. Resultó que alguien que no estaba muy contento con el fallo se había molestado y se hizo pasar por Rav F. para irritar y vengarse de Rav Moshe. 

Más tarde, alguien le preguntó a Rav Moshe: “En el momento en que le dio la Haskamá, usted no sabía que quien llamó era un impostor. ¿Cómo pudo dársela así nomás?” Él respondió: "La realidad es que eso no importa (si era él o no). Cuando dije el Kriat Shemá esa noche antes de irme a dormir, lo perdoné completamente. No guardo ningún rencor contra él; incluso si hubiera sido él, no importa.”

Un susurro en el momento justo – Pesaj Sheini


El mensaje de Pesaj Sheini es que nunca es demasiado tarde. Siempre hay una segunda oportunidad y se pueden arreglar las cosas.

La ciudad entera estaba vestida de fiesta. En cada rincón se respiraba una atmósfera de emoción contenida y alegría solemne. No era para menos: el mismísimo Baal Shem Tov había llegado a la ciudad, acompañado por uno de sus nietos cuya boda se celebraría ese día. Era un acontecimiento excepcional, y desde todas las regiones acudían invitados distinguidos, deseosos de ser parte de la ocasión.

La procesión nupcial dio comienzo. El Baal Shem Tov caminaba al frente, con paso firme y pausado, llevando al novio a su lado. Tras ellos, los invitados, los jasidim y los vecinos del pueblo avanzaban con respeto y entusiasmo, luciendo sus mejores galas.

Cuando la comitiva avanzaba por la calle principal, justo al acercarse al sitio donde se levantaría la Jupá, se encontraron con una carreta detenida. En ella viajaba un judío solitario, desconocido para todos los presentes. Su aspecto era sencillo, casi insignificante, y al principio nadie le prestó atención.

Pero entonces ocurrió algo inesperado. El Baal Shem Tov detuvo la procesión. Sin decir palabra, se desvió del camino y se acercó directamente a la carreta. Se inclinó hacia el hombre y le susurró algo al oído. Nadie oyó lo que dijo. Hubo un breve intercambio de palabras, y luego el Baal Shem Tov regresó a su lugar junto al novio, tomándolo nuevamente del brazo. La procesión siguió su curso como si nada hubiera pasado.

Los jasidim quedaron perplejos. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su Rebe, en pleno momento de máxima solemnidad, interrumpió todo para hablarle al oído? Era evidente para muchos que ese judío debía ser un Tzadik oculto. No podía ser otra cosa.

La boda fue una celebración inolvidable. La alegría, la inspiración, la santidad del momento envolvieron a todos como una ola cálida e inabarcable. Era como si los invitados hubieran dejado atrás este mundo y hubieran ascendido a una dimensión más elevada.

Pero al día siguiente, cuando todo se calmó, la curiosidad por aquel suceso extraño renació entre los jasidim. ¿Quién era ese hombre de la carreta? ¿Qué le había dicho el Baal Shem Tov?

Tras algunas averiguaciones, descubrieron en qué posada se alojaba el extraño y corrieron hacia allí, con la esperanza de que accediera a hablar con ellos.

Al entrar, lo saludaron con respeto:

—Shalom Aleijem, Rebe.

El hombre levantó la vista, desconcertado:

—¿Rebe? —preguntó, visiblemente sorprendido—. Yo no soy Rebe, ni hijo de Rebe.

Uno de los jasidim insistió:

—No necesitas ocultarte de nosotros, Rebe. Ya sabemos. Si nuestro maestro detuvo la Jupá para susurrarte algo al oído, es claro que eres un hombre santo.

—Yo no soy ni Tzadik ni hombre santo —replicó el extraño, empezando a incomodarse—. El Rebe me habló de algo personal, algo privado. Lo único que puedo decirles es esto: ¡Dichosos ustedes que tienen un gran maestro! Un verdadero Tzadik.

Pero los jasidim no se conformaban:

—Cuéntanos entonces, ¿qué fue lo que te dijo?

El hombre miró a su alrededor. Parecía atrapado. Después de un momento de vacilación, suspiró profundamente y dijo:

—Está bien. Escuchen.

Y comenzó a contar:

—Vivo en un pequeño pueblo. Mi mejor amigo vive justo enfrente de mi casa. Es vendedor ambulante. Cada tanto sale de viaje por semanas, incluso meses, para vender mercancía en los pueblos de la zona. Cuando vuelve, todos los vecinos lo recibimos con alegría. Nos reunimos en su casa para celebrar su regreso.

Una vez, después de un viaje especialmente largo, crucé a visitarlo. Fui el primero en llegar. La casa estaba tranquila. Sus hijos jugaban afuera, su esposa cocinaba. Me dijeron que él había salido y que volvería en breve.

Mientras esperaba, sentí ganas de fumar mi pipa. Sabía que él guardaba tabaco en un armario. Lo abrí. Allí, frente a mí, estaba su billetera. Rebosaba de billetes. Era evidente que se trataba de todas las ganancias de su viaje, dinero destinado a pagar deudas, mantener a su familia, reabastecer mercancía.

Me sorprendió su descuido. Pensé: “Esto no está bien. Alguien tiene que enseñarle una lección”. Y con esa justificación... la tomé. Metí la billetera en mi bolsillo.

“¡Qué sorpresa se llevará cuando vea que falta!”, pensé. “Así aprenderá a ser más cuidadoso.” Por supuesto —y eso es importante que lo sepan— mi intención no era robarle. Planeaba devolvérsela de inmediato. Solo quería ver la expresión en su rostro. Una pequeña lección. Eso era todo.

Pero no salió como pensaba.

Cuando volvió a casa y descubrió que todo su dinero había desaparecido, se desplomó en llanto desesperado. Su esposa se desmayó. Los hijos corrieron de un lado a otro, buscándola. Empezó a llegar gente, vecinos y amigos, todos confundidos, afligidos, intentando ayudar.

En segundos, el ambiente festivo se volvió una casa de luto.

Y yo... yo me acobardé. No pude confesar. Murmuré palabras de consuelo, fingí sorpresa. Me dije a mí mismo: “Después, en otro momento, cuando todo esté más tranquilo, le devolveré la billetera.”

Pero el momento nunca llegó. Los días pasaron, y luego semanas. Mi amigo vivía angustiado, acosado por acreedores. Devolverle el dinero en ese estado... ¿cómo hacerlo sin que me acusen de ladrón?

Los meses pasaron. La billetera seguía en mi poder. Empecé a considerar las voces de mi Yetzer Hará: “Usa ese dinero. Invierte. Haz un pequeño negocio. Luego se lo devuelves... incluso con ganancia adicional.”

Pero no podía hacerlo en mi ciudad. Todos me conocen. ¿Qué dirían si de repente aparezco con un negocio nuevo? Despertaría sospechas.

Entonces decidí irme. Alquilé una carreta y partí, buscando otro lugar, otra oportunidad. Llegué aquí... justo anoche.

El hombre hizo una pausa. Bajó la mirada, como recordando el instante exacto.

—Y entonces —continuó— su Rebe me vio. Se acercó y me susurró: “No es demasiado tarde para rectificar tu error. Vuelve a casa y devuelve inmediatamente el dinero. Te prometo que tu amigo te creerá y no pensará que pretendías robarle. Si es necesario, iré yo mismo y testificaré por ti. Pero ten cuidado: si te demoras más, puede que ya sea tarde.”

—Cuando me dijo eso... sentí como si me quitaran una montaña del corazón. Pasé la noche aquí. Y ahora... estoy por volver. A casa. A corregir lo que hice.


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*Fuente*: Yerajmiel Tilles
© JasidiNews

Lo que lo 'enciende' a cada uno

El Saraf de Strelisk, זצ"ל, era conocido por sus Tefilot ardientes y entusiastas. Cuando rezaba, gritaba con fuerza y pasión.

Una vez, un huésped procedente de Alemania (un 'Yeke') se alojó en la casa del Rebe. En su ciudad natal, la costumbre era rezar en voz baja y con solemnidad.

Cuando la Rebetzn le preguntó qué le había parecido Strelisk, él respondió:
—Todo me parece muy bien, salvo por un detalle que no logro comprender. ¿Por qué el Rebe grita y hace tanto ruido en el Davenen? ¿Por qué no puede quedarse quieto y rezar en silencio?

La Rebetzn le contestó:
—Su corazón arde dentro suyo, y eso lo lleva a exclamar y gritar.

El huésped replicó:
—Mi corazón también arde por dentro, pero igual rezo en silencio.

La Rebetzn sostuvo su postura: cuando alguien tiene un fuego ardiendo en su interior, es natural que grite. Si no lo hace, es señal de que su corazón está frío. Pero el huésped no lo aceptó. Insistía en que él también posee esa pasión interna, y aun así lograba mantener la compostura. Viendo que no llegarían a un acuerdo, la Rebetzn dejó la discusión allí.

El viernes por la tarde, el huésped le entregó su billetera a la Rebetzn y le pidió que la guardara en un lugar seguro.

Apenas terminó Shabat y y luego de la Havdalá, vino a pedirle que le devolviera el dinero, pero ella actuó como si no supiera nada.

—¿Qué dinero? —le dijo—. No me diste nada.

Por supuesto, el hombre protestó, asegurando que sí le había entregado su billetera antes de Shabat, pero ella continuó diciéndole que debía estar equivocado, que no tenía ningún dinero. Finalmente, el hombre perdió la paciencia y comenzó a gritarle:
—¿¡Por qué me haces esto!?

Entonces ella le dijo:
—¿Por qué gritas? ¿Por qué no hablas con calma y en voz baja?

Él respondió:
—¡Porque me sacaste de quicio! No puedo hablar tranquilo cuando estoy así de alterado, ardiendo de rabia.

Ella entonces le dijo:
—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Acabas de admitir que cuando uno tiene fuego ardiendo dentro, no puede quedarse callado y tranquilo. Mi esposo grita cuando reza porque en ese momento está en llamas. Y vos gritas por dinero… porque eso es lo que a vos te enciende.

Y con eso, le devolvió su billetera, habiéndole enseñado una lección muy valiosa.



©JasidiNews

La Hajlatá Tová de un joven de 16 años - Lag Baomer


Era la primera noche de Shabat después de la terrible tragedia ocurrida en la tumba de Rabí Shimón Bar Iojái en Merón, en la noche de Lag Baomer del año 5781[2021]. En la casa de la familia Zakbaj, en Bnei Brak, reinaba un profundo silencio mientras se sentaban alrededor de la mesa de Shabat, con el corazón desgarrado por la pérdida de su hijo Menajem, de apenas 24 años.

Al llegar el momento de recitar el Birkat Hamazón, todos pensaron lo mismo: en la firme decisión que Menajem había tomado años atrás: recitar siempre el Birkat Hamazón de adentro de un Sidur.

Era una costumbre familiar que, en Rosh Hashaná, cada miembro tomaba una Hajlatá (buena resolución) y la compartía con los demás. A los 16 años, Menajem decidió comprometerse a decir siempre el Birkat Hamazón de un Sidur. "Nos esforzamos en conseguir el Etrog más hermoso y en cumplir las Mitzvot con Hidur (de la mejor manera posible)", solía decir. "Pero el Birkat Hamazón es una Mitzvá de la Torá, y al recitarlo de memoria es fácil olvidar palabras, o perder la concentración. Por eso, hay que hacerlo de un Sidur."

Y así lo cumplió fielmente. “Si no había Sidur, Menajem no se lavaba las manos para comer”, recuerda su padre, el rabino Meir Zakbaj, director espiritual de la Yeshivá Peer Moshe en Petaj Tikvá. Dos semanas antes del desastre, la familia habían ido a un lugar donde no había Sidur. Menajem les dijo que en ocho años jamás había dejado de cumplir con su decisión. Buscó con insistencia, hasta que encontró un Sidur y pudo recitar la Brajá.

Esa misma noche de Shabat, la familia decidió lanzar una iniciativa para fortalecer a todo Am Israel: imprimieron veinte mil ejemplares de *Birkat Hamazón. Muchas personas adoptaron la misma resolución de Menajem: de decir la Brajá siempre desde un Sidur. “Hasta hoy hemos impreso cincuenta mil ejemplares”, cuenta el rabino Zakbaj. “La demanda sigue creciendo. Recientemente imprimimos otros tres mil libritos. Son pequeños, prácticos, y muchísima gente los usa”.

La tragedia de Merón conmovió profundamente a la comunidad judía global. Un yehudi que vive en el exterior decidió reunir donantes para escribir un Sefer Torá en memoria de cada una de las víctimas. Se puso en contacto con la familia Zakbaj para que eligieran al Sofer que escribiría el Sefer y decidieran a qué lugar sería ingresado.

El rabino Zakbaj pensó en un amigo suyo, Sofer Stam, y le pidió que asumiera la tarea en mérito del alma de su hijo. Pero su amigo ya estaba comprometido con otra escritura. Sin embargo, le recomendó a otro colega: Reb Efraim Ginz, quien, según dijo, tenía una hermosa escritura y estaba disponible.

El rabino Zakbaj pidió una muestra de su Ktav y quedó muy impresionado. Llamó entonces al rabino Ginz para confirmar el encargo y contratarlo. La voz del Sofer se quebró del otro lado de la línea. “Debo contarte una historia”, dijo.

Y comenzó su relato:

“Cuando escuché sobre el accidente, fui a visitarlos a la Shivá a vuestra casa. Allí me conmoví profundamente al ver el proyecto del Birkat Hamazón en mérito del alma de vuestro hijo, y decidí también asumir el compromiso de recitarlo solo desde un Sidur.

Dos semanas después, me acerqué a un comerciante de Sofrut y me ofrecí para escribir un Sefer Torá. Le llevé una muestra de mi escritura. A los pocos días me respondió que, aunque mi letra era buena y mi experiencia se notaba, el acabado necesitaba mejorar. ‘Cuando consigas un nivel de acabado adecuado, consideraré darte el encargo’, me dijo.

Volví a la oficina muy abatido. Había soñado con empezar ese trabajo y traer Parnasá a mi hogar, pero se me escapaba de las manos. Estaba hambriento, me lavé las manos y comí un sándwich. Cuando quise recitar el Birkat Hamazón, descubrí que no había ningún Sidur en la oficina. Solo había tinta y pergaminos. Pregunté a mis compañeros si alguno tenía un Sidur, pero nadie tenía.

Estuve a punto de recitarlo de memoria, pero recordé el compromiso que había asumido. No me rendí. Revolví toda la oficina. Abrí cada armario, cada cajón, buscando en vano un Sidur. Hasta que, de repente, vi un pergamino. Sobre él estaba escrito, en escritura de Sofrut, todo el texto del Birkat Hamazón.

Le agradecí a Hashem desde lo más profundo de mi corazón. Mientras recitaba desde ese pergamino, no podía dejar de maravillarme con la belleza de la letra y su acabado. Sentí que del cielo me habían enviado ese 'birkón' para enseñarme cómo mejorar mi escritura.

Tomé una hoja de pergamino para Sefer Torá y comencé a imitar la caligrafía. Trabajé con todas mis fuerzas durante tres días, hasta escribir una hoja entera, con un nivel excelente.

Una hora antes de que me llamaras, terminé esa hoja… y te la envié. Quedaste impresionado con la letra… y enseguida me contrataste y encargaste el Sefer Torá en memoria de tu hijo.”


“Está escrito en los libros que el Birkat Hamazón es una Segulá para la parnasá”, concluye el rabino Zakbaj. “Y aquí lo vemos claramente: quien se cuida de recitarlo como es debido, recibe una buena Parnasá. Tal como ocurrió en esta historia.”


Menajem Zakbaj ע"ה diciendo Birkat Hamazón leyéndolo de un Sidur


El Sefer Torá que se inauguró Rosh Jodesh Kislev 5783 (2023) en Kiriat Herzog, Bnei Brak en su memoria




Fuente: Sijat Hashavua Emor 5785

Maamar Gal Einai 5737 para Lag Baomer

Maamar Gal Einai 5737 

lunes, 21 de abril de 2025

La fuerza de un Nigun

El Jazn y Baal Tfilá Reb Mordejai Ziguelbaum cuenta:

Un cierto Shabat me encontraba en Las Vegas, invitado para oficiar en la inauguración de un nuevo Shul. Después de Minjá, todos nos dirigimos a una de las tantas salas del imponente edificio para compartir la Seudá Shlishit, y me uní al grupo. En un momento, el Sheliaj se acercó discretamente y me preguntó si podía honrar a los presentes cantando alguna melodía para cerrar el Shabat. Acepté con gusto y comencé a entonar el famoso “Nigun Poltava”, una melodía de Jabad.

Al terminar, sentí cómo la música me había calado hasta los huesos, y sin pensarlo demasiado, entoné otro nigún cuyo nombre desconozco, pero que siempre me ha tocado profundamente.

Mientras cantaba, noté que el rostro de uno de los presentes había cambiado. Parecía hipnotizado, completamente absorto, mirándome fijamente durante largo rato. Cuando terminé, el hombre estaba visiblemente emocionado. En cuanto se hizo silencio, se volvió hacia el rabino y le preguntó:  

—¿Puedo compartir una historia?  

—Por supuesto, con mucho gusto —respondió el Sheliaj, el rabino Shanovitz.

El hombre, un miembro habitual de la comunidad, comenzó:  

—Como algunos saben, no estuve aquí el último Pésaj. Fui con mi familia a pasar el Jag en Los Ángeles, donde nos hospedamos con el rabino Cunin, el principal Sheliaj del Rebe en California. Durante los días del Jag, nos contó varias historias fascinantes, pero hubo una en particular que me marcó profundamente.

El rabino Cunin relató:  
—A comienzos de los años 70, siendo un joven emisario del Rebe, solía viajar por distintas universidades del país para dar charlas y clases. Eran los tiempos de los hippies, la contracultura, la rebelión, las drogas y el rock. En los campus abundaban los estudiantes que desafiaban toda autoridad y tradición.

Una vez, llegué a la Universidad Brandeis, en Massachusetts, para dar una serie de charlas que durarían varios días. Como era común, aparecieron los típicos provocadores, con preguntas incómodas y el claro objetivo de ponerme en aprietos. Uno de ellos, en especial, se destacaba por su insistencia. Se declaraba ateo convencido, negaba toda espiritualidad y aseguraba que no existía un Creador. A pesar de mis esfuerzos por dialogar con él, su actitud era claramente hostil.

Tras varios días de intensos debates, se me ocurrió un enfoque distinto. En la siguiente sesión, decidí enseñarles un Nigun de Jabad. Empecé a cantarlo, y luego lo repetí una vez más, y otra. Poco a poco, algunos comenzaron a acompañarme. Observé que el joven ateo estaba quieto, escuchando con atención.

Al terminar, se acercó con la voz entrecortada:  
—Rabino, me destruiste con esa música. No puedo creer lo que está ocurriendo.

—¿Qué pasó? —le pregunté, intrigado.  

—Te contaré una historia —dijo.

—Crecí en una granja aislada en Iowa, en medio de vastos campos. Éramos judíos, pero sin ninguna práctica religiosa. Con nosotros vivía mi abuelo, un judío devoto que había emigrado desde Rusia. Comía kasher, cocinaba lo suyo aparte, y aunque no hablábamos mucho, yo lo quería.

—Una mañana, antes de ir a la escuela, me llamó y me sentó en su regazo:  
“Quiero enseñarte algo”, me dijo. “Una melodía muy antigua. Recuérdala, querido nieto, algún día te va a servir.”  

La cantó varias veces mientras yo escuchaba con atención.  

Esa misma tarde, al volver a casa, mi abuelo había fallecido repentinamente de un infarto.

—Intenté recordar la melodía, pero no pude. La tenía en la punta de la lengua, pero siempre se me escapaba. Con los años, dejé atrás todo vínculo con la fe y la tradición. Y hoy, aquí, cuando cantaste ese nigún... ¡esa es la melodía que mi abuelo me enseñó! Volvió a mí después de tantos años.

El rabino Cunin concluyó:  
—Desde ese momento, el muchacho dejó de interrumpirme. Se volvió mucho más receptivo y participativo en las clases.

Volviendo a Las Vegas, el hombre que contaba esta historia miró a su alrededor, conmovido:  

—Desde aquel Pésaj he intentado, sin éxito, recordar la melodía. Y ahora, cuando la cantaste, volvió a mí.

Se hizo un profundo silencio. Entonces, sin que nadie lo sugiriera, todos comenzamos a cantar juntos esa melodía, una vez más.

PARA ESCUCHAR ESTE NIGUN:

Fuente: col.org.il
©JasidiNews 


Zman Plitateinu!

Había una vez un judío que había alquilado una posada al poretz local, pero no lograba reunir el dinero para pagar la exorbitante renta (qué sorpresa, ¿no?). Le pidió al poretz una prórroga de un año, y aunque a regañadientes, el poretz accedió. Pero el año pasó volando, y la situación no había mejorado: seguía sin poder pagar.

Ya temiendo por su integridad física —y la de sus muebles—, él y su esposa empacaron todo, subieron a los chicos a la carreta y salieron huyendo en plena noche, bien al estilo “operación escape”.

Pero justo al salir del pueblo, se encontraron de frente con el poretz, que regresaba de un viaje.🤦‍♂️

 “¡Moshkeh! ¿A dónde va usted con toda su familia y esa carreta cargada, y a estas horas?”, preguntó, sorprendido.

“Ah, estimado poretz", respondió Moshke con rapidez, "se acerca una festividad judía, y vamos a celebrarla con la familia”.

“¿Una festividad? —replicó el poretz, confundido—. ¡Yo pensaba que conocía todas sus fiestas! ¿Cuál es esta?”

“Esta se llama חַג פְּלִיטָתֵנוּ "Jag Pletateinu" ["la festividad de nuestra huida”].

El poretz frunció el ceño. “¡Pues más vale que regreses pronto con el dinero que me debes!”

A la mañana siguiente, intrigado, el poretz notó que en el shtetl todo transcurría con total normalidad. Llamó a un judío y le preguntó: “¿Por qué no están preparando la festividad que empieza ahora?”

“El honorable poretz debe estar confundido”, respondió el hombre. “No hay ninguna festividad en el calendario”.

“¡Pero anoche Moshkeh me dijo que se iba a celebrar Jag Plitateinu!”, exclamó el poretz.

“Ah, claro, esa festividad —asintió el judío con una sonrisa—. Esa sí la celebramos… pero cada familia elige cuándo es su momento apropiado”.

*

Pésaj es Zman Jeirutenu, el tiempo de nuestra libertad, para todo el pueblo judío. Pero cada uno de nosotros tiene su propio "Mitzraim", sus limitaciones y desafíos personales. Por eso, la verdadera libertad se experimenta de forma única en cada alma y en cada etapa de la vida.

A medida que crecemos y cambiamos, también lo hacen nuestras luchas. Y es precisamente ahí donde la Torá —eterna y viva— nos guía, ofreciéndonos nuevas capas de sentido y redención. Porque la libertad no es un evento, es un viaje constante, y cada quien tiene su propio Jag Plitateinu.

Pesaj Casher Vesameaj!

La consulta halájica que recibió el Beis Halevi (4 copas de leche?) y un mensaje muy actual

Era la víspera de Pésaj, y las calles estaban llenas de movimiento. Las familias corrían de un lado a otro, limpiando sus casas, comprando Matzot, y preparando cada detalle para el Séder.

En medio de ese bullicio, un hombre humilde se acercó a la casa del gran Rav Yosef Dov Soloveitchik, el Beis Halevi. Con pasos vacilantes y una voz baja, le preguntó:

—Rebe, una pregunta halájica. Quería saber si se puede cumplir la Mitzvá de las cuatro copas del Séder con leche en lugar de vino.

El Rav lo miró con atención. En vez de responder de inmediato —como quizás se esperaba para una pregunta tan sencilla—, frunció el ceño, como si meditara algo muy profundo.

—Mmm... Es una buena pregunta —dijo finalmente el Rav—. Tendré que examinar algunos libros y analizar bien la Halajá. Por favor, déjeme su nombre y dirección, y en cuanto tenga una respuesta, lo buscaré.

El hombre asintió, agradeció al Rav y se fue.

Uno de los alumnos del Rav, que había presenciado toda la escena, no pudo contener su sorpresa.

—Rebe... con todo respeto, ¡esa es una pregunta muy simple! Todos sabemos que no se acostumbra usar leche para las cuatro copas, pero tampoco es una gran cuestión halájica... ¿Por qué le dijo que tenía que estudiar sobre eso?

El Beis Halevi le sonrió, se puso su abrigo y se dirigió a la puerta.

—No era una pregunta de Halajá lo que escuché —dijo con voz suave—. Era un grito silencioso de necesidad. Si ese hombre está preguntando si puede usar leche en el Séder, eso significa que ni siquiera tiene dinero para vino. Y si piensa usar leche, entonces tampoco tendrá carne para la comida [porque no se puede mezclar carne con leche en la mesa del Seder].

—¿Y a dónde va ahora, Rebe? —preguntó el alumno, aún más intrigado.

A buscar la respuesta —dijo el Rav con una sonrisa—. En el mercado. Para comprarle vino, carne y todo lo que necesita para su Séder.

Así el Rav fue personalmente a ayudar a ese hombre, sin humillarlo, sin que siquiera tuviera que pedir Tzedaká. Porque a veces, el corazón del sabio entiende lo que la boca no puede decir.

*
Al margen del mensaje que deja esta historia, contiene además una importante enseñanza para la época (y los avances) que estamos viviendo

En tiempos como los nuestros, donde las respuestas están a un clic de distancia y donde la IA (Inteligencia Artificial) puede responder a casi cualquier pregunta en segundos, esta historia nos recuerda algo fundamental:

Un rabino de carne y hueso, con un corazón sensible y una mente atenta, no solo escucha las palabras que se dicen — también percibe lo que no se dice. Entiende el dolor detrás de la pregunta, la necesidad oculta entre líneas, la situación humana que ninguna inteligencia artificial puede captar del todo.
La inteligencia artificial puede dar una respuesta correcta, pero el Rab puede dar una respuesta con alma. Puede ofrecer compasión, apoyo, una sonrisa... o incluso salir corriendo al mercado para resolver un problema que no fue formulado en palabras.

Por eso, aunque vivamos en un mundo moderno, nunca debemos reemplazar el valor del contacto humano, de un líder que conoce a su gente, que siente con ellos, y que entiende que a veces, la verdadera respuesta no está en un libro, sino en el corazón.

La lección que aprendió el sastre

Había una vez un sastre humilde que se ganaba la vida con reparaciones y costuras simples. Un día, un hombre rico se enteró de su existencia y le encargó un traje importante. El sastre trabajó diligentemente y entregó el traje a tiempo, impresionando al hombre rico con su talento.

La noticia del sastre se corrió rápidamente, y pronto se convirtió en un nombre reconocido en su rubro. Un ministro del gobierno se enteró de su fama y lo llamó a su finca para que confeccionara un traje especial con una tela muy valiosa, importada especialmente del extranjero.

"He adquirido esta tela por un precio muy alto", le dijo el ministro al sastre. "Espero que confecciones con ella un traje muy especial."

"Soy un especialista en mi materia", respondió el sastre con confianza. "No tiene de qué preocuparse."

El sastre volvió a su casa y trabajó diligentemente en el traje. Finalmente, lo terminó y se lo llevó al ministro.

El ministro se midió el traje y su rostro se puso rojo de rabia. "¡Qué traje horrible!", exclamó.

Los guardias que oyeron esto agarraron al sastre y lo arrojaron fuera del palacio, sin olvidar arrojarle el traje que había cosido para su amo.

El sastre regresó a su hogar completamente destruido. Su esposa le dijo: "El único consejo que te puedo dar es que vayas del Rab, del Tzadik."

Aceptó la sugerencia de su esposa y fue a ver al Rebe[en ciertas fuentes está citado Reb Elimelej de Lizensk] El sastre le contó al Rebe toda la historia y sus sentimientos antes y después.

El Rab le sugirió un consejo simple: "Ve a tu casa, descose toda la prenda por completo, y vuelve a coserla de inmediato. Lleva la prenda renovada al ministro y pídele que se la vuelva a probar."

El sastre intentó preguntarle una explicación, pero el Rebe le dijo: "No lo pienses dos veces, no tienes nada que perder de todos modos."

El sastre regresó a su casa, deshizo el traje y lo cosió de nuevo. Con el nuevo producto, regresó a la finca del ministro. Para su sorpresa, el ministro aceptó volver a medirse el traje, y para su asombro, el entusiasmo del ministro fue enorme.
"¡Este traje es perfecto!", exclamó el ministro. "¡Gente! ¡Mis felicitaciones al sastre!"

El sastre estaba confundido. "Pero... es exactamente el mismo traje...", pensó para sí.

No pudo evitar regresar a ver a su Rebe para preguntarle qué había detrás de su consejo aparentemente extraño.

"¿Qué pasó?!", preguntó el sastre.

El Rab sonrió. "No fue difícil de entender tu historia", dijo. "La primera vez que cosiste el traje del ministro, lo hiciste con orgullo y pensando en el honor y el dinero que recibirías. El orgullo no cae bien a los ojos de la gente, y por lo tanto, el traje tampoco halló gracia a los ojos del ministro."

"Entiendo...", dijo el sastre.

"Estaba convencido de que si lo cosías de nuevo, la misma prenda, esta vez con esta humildad y modestia, con לב נשבר, hallaría gracia a todo quien lo viese", continuó el Rab. "Y así fue."

El sastre se dio cuenta de la sabiduría de este Tzadik y se sintió agradecido por la lección que había aprendido.

*

La parashá de esta semana comienza con las palabras "Vaikrá el Moshe", donde la letra Alef de la palabra Vaikrá aparece en la Torá como una letra pequeña. Según nuestros Sabios, esto nos enseña la humildad de Moshe, quien a pesar de sus grandes virtudes, se mantuvo humilde.

En contraste, en el libro de Dibrei Haiamim (último libro del Tanaj, la letra Alef del nombre de Adam aparece grande, destacando sus virtudes como creación directa de Di-s. Sin embargo, esto también nos recuerda que el orgullo y la autosuficiencia pueden llevar al pecado, como sucedió con Adam y el árbol del conocimiento.

La Torá nos enseña que las letras deben tener un tamaño medio, ni muy grandes ni muy pequeñas. Esto nos recuerda que debemos conocer nuestras virtudes, pero no enorgullecernos de ellas. Moshe, el profeta más grande y humilde de la tierra, nos enseña que la humildad es fundamental.

Cuando reconocemos que nuestras cualidades y habilidades son un regalo de Hashem para cumplir con nuestro propósito, podemos comportarnos con humildad y merecer el afecto de Hashem. Como se relata en el comienzo de la Parashá, "Vaikrá el Moshe", Hashem llama a Moshe con afecto, destacando su humildad y dedicación.


Fuente: Rab Nejemia Vilhelm. Mamtak Leshabat

Carta del Rebe para todo Bnei Israel 5735 - Publicada en español para Pesaj 5785

Carta Rebe Pesaj 5785-2025 

Maamar en español publicado para Pesaj 5785 - Venaja Alav Ruaj Hashem 5725

Maamar Venaja Alav Ruaj Hashem 5725 

martes, 8 de abril de 2025

11 de Nisan - Maise de Rab Lipsker - Shlijut más allá de la lógica

El Rabino Sholom Ber Lipsker, Sheliaj del Rebe en Bal Harbour, (Florida, Miami) quien estableció magníficas y poderosas instituciones de la Torá, donde miles de yehudim se acercan a la luz de la Torá, cuenta la siguiente historia:

"En nuestra zona vivía un judío muy rico llamado Mordejai (Mel) Landau, que nos apoyaba mucho económicamente.

Un día del año 1974, recibo una llamada del jefe de secretarios del Rebe, el rabino Hodakov. Me preguntaba cómo estaba el señor Landau. Le dije que todo está bien con él y que lo veo a menudo. "¿Se pone Tefilín?" Preguntó el rabino Hodakov y yo respondí que ese era un tema que ya lo había conversado con él varias veces, pero él dijo que no creía en eso y se niega rotundamente a ponerse los Tefilín.

"En ese momento escuché en el teléfono la voz del Rebe: "Zol zen leign mit im Tfilin haint" [preocuparse que le coloquen los Tefilín hoy].

"Salté de la silla. Me puse de pie y estaba realmente temblando. La voz de Rebe... 

"De aquí en adelante, la conversación teléfonicacontinuó de la siguiente manera. El Rebe hablaba con el rabino Hodakov y le indicaba qué decirme, como si yo no hubiera escuchado las palabras, y el rabino Hodakov repetía las palabras y las explicaba con más detalle.

"El rabino Hodakov repitió y dijo que debía ponerle Tefilín, y yo le dije que ya había intentado varias veces influenciarlo para que se los pusiera, pero no está dispuesto de ninguna manera. Ahí el Rebe dijo: "Pravn noj amol, m'fort oifn Ohel" [Intentar una vez más, estamos yendo al Ohel]. Y el rabino Hodakov volvió a repetirlo: "Dile que el Rebe está yendo al Ohel, es un momento oportuno para ponerse los Tefilín."

"Toda esta conversación superaba mi capacidad de entendimiento. Una persona que hasta ahora no se había puesto un Tefilín porque no para él no tenía sentido, ¿se pondría los Tefilín porque le dijeron que el Rebe estará yendo al Ohel y por eso es un momento oportuno?! Ni siquiera conoce la palabra 'Ohel', por supuesto que no tiene idea de lo que significa ir al Ohel, y por qué sería este un momento oportuno...

El Rebe continuó diciendo: "Sheine Tfilín" [Tefilín bellos]. El rabino Hodakov volvió a repetir y explicar que debía llevarle Tefilín hermosos, pero yo le expliqué que no me era posible conseguir Tefilín nuevos y elegantes de un día para el otro. En aquel entonces, no había Tefilín Mehudarot disponibles en nuestra área, ya que la gente aquí no eran observantes y se contentaban con Tefilín más simples. Por lo tanto, tendría que traer Tefilín desde New York, lo que me llevaría unos dos días. A esto el Rebe dijo: "Eigene" [los suyos], y el rabino Hodakov repitió: "Tienes contigo tus propios Tefilín".

"Sheine Sheidlaj" [cajitas elegantes], el Rebe continuó diciendo, y el rabino Hodakov repitió: que las cajas del Tefilín se vean bien, y el Rebe terminó diciendo: "Modia Zain" [que informe luego], y el rabino Hodakov repitió las palabras: "Después de que le coloques Tefilín, notifica acerca de ello."

"Llamé inmediatamente al Sr. Landau, le pregunté cómo estaba y me invitó a ir a saludarlo y tomar algo a su casa.

"Corrí al negocio de Judaica local, dije que necesitaba cajas grandes de Tefilín, pero el vendedor dijo que no vende las cajas por separado, sino solo junto con los Tefilín. Pregunté por el precio de un par de Tefilín, el vendedor me dijo 60 dólares, le pagué y dejé esos Tefilín allí en el mostrados mientras me llevaba solo las cajas... Corrí a la casa de Landau, él estaba de buen humor y dijo que acababa de terminar un partido [juego de deporte] con un amigo.

Le dije: "Escucha, ¿Qué tal si te pones los Tefilín?". "Ya te lo dije, no estoy para eso", respondió, pero no me detuve: "Es un muy buen día para ponerse los Tefilín, el Rebe está viajando al Ohel a rezar en el Tzion (donde se encuentra enterrado) su suegro. "¿Qué es el Ohel?" me preguntó. "Un cementerio", respondí. "¿Y el Rebe va allí?", preguntó de nuevo. "Sí", dije, "y el Rebe desde allí genera y proyecta grandes milagros. El Rebe responde a quienes acuden a él y le piden bendición con las palabras: 'Lo mencionaré en el Tzion', y hoy es el día en que el Rebe va allí."

"Ok", dijo Landau, "vamos, pongamos entonces."

"Cuando salí de su casa, telefoneé inmediatamente a 770. Cuando me presenté, el secretario, el rabino Kvint, me dijo que estaba esperando mi llamada. Le informé que Mordejai se había puesto Tefilín. En ese momento, el Rebe ya estaba en el Tzion, acompañado por el rabino Krinsky. En el automóvil del rabino Krinsky había un dispositivo telefónico, que estaba destinado para cuando el Rebe se dirija al Ohel, a través del cual mantenía  conversaciones durante las horas que permanecía el Rebe en el Ohel, y a veces transmitía instrucciones y respuestas que recibía del Rebe allí mismo durante su permanencia en el Ohel, y también recibía solicitudes y mensajes que la gente pedía darle al Rebe encontrándose allí.

"El rabino Kvint llamó al rabino Krinsky y le transmitió mi mensaje, y luego el rabino Krinsky contó que entró al Ohel y le comunicó al Rebe la noticia de que Mordejai se había puesto Tefilín, en ese momento el rostro del Rebe expresó gran emoción y satisfacción.

"Debemos entender que nuestro intelecto es muy limitado. Cuando andamos con él, nuestras capacidades están limitadas. Nos preguntamos: ¿Cómo podemos llevar a cabo tal tarea? Es demasiado grande para nosotros. El hombre no está dispuesto a ponerse Tefilín, y no parece lógico que lo que lo convenza sea si escucha que el Rebe viaja al Tzion. Pero la verdad es que si el Rebe nos dijo que hagamos algo, ¡es señal de que tenemos el poder para hacerlo y lograrlo! No es nuestro poder. No son nuestras explicaciones acerca de la virtud de ponerse los tefilín las que convencerán a un judío de ponerse un Tefilín, sino el 'empuje y otorgamiento de fuerzas' que otorga el Rebe.

"Hubo muchos casos como este, en los que pensé que de ninguna manera podría llevar a cabo la tarea que se me había puesto sobre los hombros, pero dado que el Rebe me dijo que lo hiciera, fui en contra de mi propia lógica y se hicieron cosas que posiblemente no podría haber llevado a cabo con mis propias fuerzas.

"Debemos saber que se nos han dado poderes inusuales, pero debemos obedecer y no hacer sólo lo que entendemos y sentimos que somos capaces de hacer, y como explica el Frierdiker Rebe:
יַעֲזֹב רָשָׁע דַּרְכּוֹ וְאִישׁ אָוֶן מַחְשְׁבֹתָיו
 "Que el hombre malvado deje su camino y el hombre inicuo sus pensamientos" - así como el hombre malvado debe dejar sus malos caminos, también debe el 'אִישׁ אָוֶן' - el hombre de voluntad fuerte dejar sus pensamientos, "y no decir 'Ij zog azoi', 'Ij halt azoi' [yo digo, yo sostengo, yo opíno], porque todo "Ij" ["yo"] y ego es fuente de mal y causa separación de corazones.

domingo, 30 de marzo de 2025

2 de Nisan - Maise: Una noche de milagros

Durante los días turbulentos de la Revolución Bolchevique en Rusia, el Rebe Rashab, Rabí Shalom-Dovber de Lubavitch, quinto Rebe de Jabad, se había trasladado a Rostov tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. En el invierno de 1920, cuando las sombras del comunismo se cernían sobre la ciudad, el Rebe se recluyó en su hogar y no permitió la entrada de nadie.

Sin embargo, en Purim, la angustia de los jasidim se transformó en esperanza. Se les informó que el Rebe celebraría un breve Farbrenguen, pronunciaría un Maamar de Jasidut y, luego, cada uno regresaría a su casa. Con expectación y reverencia, los jasidim entraron en silencio a su hogar, iniciaron la Seudá y aguardaron ansiosos su llegada.

Cuando el Rebe apareció, su rostro reflejaba una paz especial. Tomó un poco de Mashke y, con voz firme dijo: "Lejaim!". Al instante, los jasidim percibieron un cambio en su expresión. Con palabras llenas de inspiración, los animó a estar Besimjá. Luego, sacó una suma de dinero y ordenó traer abundante Mashke. Invitó a todos los presentes a levantar sus copas, decir "Lejaim" y cantar con alegría desbordante.

En aquellos tiempos, las restricciones eran severas: salir de casa más de tres horas por la noche estaba prohibido, al igual que cualquier tipo de reunión. Beber en grupo y recolectar donaciones se consideraban delitos graves. Sin embargo, en aquella noche de Purim, en la casa del Rebe, la luz de la alegría y la fe desafiaban la oscuridad de la opresión.

Todos sintieron la magnitud de aquel momento y la cercanía única con el Rebe. Con entusiasmo desbordante, elevaron sus voces en un canto poderoso que resonaba incluso en la calle. En aquel instante, era como si hubieran olvidado dónde estaban. El Mashke fluía como agua, la alegría se desbordaba y el Rebe dirigía la atmósfera con una intensidad espiritual inigualable.

Su rostro reflejaba una conexión con otro mundo, y sus palabras ardían como llamaradas de fuego. Esa noche, los jasidim fueron bendecidos con un torrente de enseñanzas jasídicas y revelaciones como nunca antes habían experimentado.

De repente, en medio de la euforia, un jasid irrumpió en la sala con noticias realmente preocupantes: los bolcheviques estaban haciendo inspecciones por la ciudad y pronto llegarían a la casa del Rebe. Un escalofrío recorrió a los presentes, pero el Rebe permaneció impasible. Sin vacilar, continuó pronunciando sus santas palabras y ordenó que nadie se moviera. "Cuando canten, sigan cantando en voz alta", instruyó con determinación.

El miedo se apoderó de los familiares del Rebe. La Rebetzn intentó hacer que los jasidim bajaran la voz. Su hijo, Rabí Yosef-Itzjak (el futuro Rebe Rayatz), también estaba profundamente preocupado por lo que pudiera ocurrir. Pero el Rebe disipó todas las inquietudes con su inquebrantable serenidad.

Entonces, comenzó a recitar un profundo Maamar jasídico. En plena recitación, se escucharon golpes estruendosos en la puerta. Sin interrumpirse, el Rebe indicó que la abrieran y, sin voltear siquiera, continuó con su Maamer. A pesar del pánico, un jasid se dirigió a los bolcheviques y les informó con naturalidad: "En este momento, el Rebe está hablando". Los soldados preguntaron cuándo podían volver, y les respondieron: "En unas horas, cuando termine sus asuntos."

En un giro milagroso, los bolcheviques aceptaron la respuesta, se dieron la vuelta y abandonaron la casa, dejando tras de sí una atmósfera cargada de asombro y gratitud.

Pasaron algunas horas y, de repente, alguien volvió a golpear la puerta. Esta vez, los jasidim comprendieron que los bolcheviques regresarían para registrar la casa. No necesitarían buscar demasiado: sobre la mesa estaban las botellas de Mashke y una bandeja con el dinero recolectado para la recaudación de fondos organizada por el Rebe, pruebas innegables de "delitos penales" según el régimen.

El pánico se apoderó de los presentes. Con rapidez, Rabí Yosef-Itzjak cubrió la bandeja con una servilleta, pero el Rebe la apartó con determinación. Mirándolo fijamente, le dijo: "Yosef-Itzjok, ¡no tengo miedo! La paz estará con nosotros. No hablo de una paz oculta o encubierta, sino de una paz íntegra y abierta."

Los bolcheviques irrumpieron en la casa e inspeccionaron cada habitación. Cuando intentaron entrar en la sala de Yejidut, Rabí Yosef-Itzjak sintió un escalofrío de temor, pero el Rebe lo tranquilizó con palabras firmes: "Allí se anularán por completo." Luego añadió: "Hay que decir Jasidut para disipar la Klipá." Sin dudarlo, comenzó a recitar el profundo Maamar "Reshit Goim Amalek".

Mientras hablaba, repitió en varias ocasiones que era crucial prestar atención, pues estaba tratando un asunto Pnimi, algo que rara vez se revelaba. Los jasidim, sintiendo la gravedad del momento, agudizaron su concentración y absorbieron cada palabra con reverencia.

Durante la inspección en la sala de Yejidut, uno de los soldados bolcheviques aprovechó el caos para robar una pequeña caja de tabaco que estaba destinada para el Rebe para Pésaj. Reb Yaakov Landau, quien más tarde sería el rabino de Bnei Brak, notó el robo y no pudo quedarse en silencio. Con valentía, se dirigió al comandante del grupo y denunció el acto, exigiendo que la caja fuera devuelta. Como jasid leal, no podía permitir que un objeto sagrado del Rebe quedara en manos impuras.

El soldado ladrón, sorprendido al ser descubierto, no tuvo más opción que devolver la caja. Pero cuando la sacó de su regazo, ya estaba rota e inutilizable.

Milagrosamente, a pesar de haberlo tenido todo ante sus ojos, los bolcheviques ignoraron la reunión de los jasidim y los objetos sobre la mesa. Sin más, salieron y se dirigieron a la casa vecina. A través de una ventana, algunos jasidim observaron con atención sus movimientos.

De repente, vieron al soldado que había robado la caja sacar su pistola y examinar la boca del cañón. En ese instante, un disparo accidental resonó en la noche. La bala le atravesó el cuerpo, y cayó muerto en el acto. Sus compañeros, conmocionados, se vieron obligados a cargar con su cuerpo y retirarse.

Dos semanas después, el 2 de Nisán, el Rebe Rashab dejó este mundo y fue enterrado en Rostov, marcando el final de una era y el comienzo de un legado eterno.


Fuente: Otzar Hajasidim, Sijat Hashabua #1995