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martes, 25 de julio de 2023

La fuerza del ceder

El Din Torá comenzó. Se llevó a cabo una primera audiencia y la segunda audiencia se programó para después de Tisha Beav, exactamente el día en que se suponía que abriría la tienda.



"Aquí tiene las llaves del apartamento. ¡Mazal Tov!" La mujer había estado esperando este momento durante varios meses. Un sueño de años comenzaba a hacerse realidad.

Todo comenzó cuando un día su hija pequeña llegó a casa con una noticia: "El supermercado del barrio cerró." Durante mucho tiempo, ella y su esposo pensaban lanzar un nuevo emprendimiento, pero cada vez que lo intentaban la idea no se concretaba. Ahora tenían la oportunidad de abrir un almacén grande, en lugar del que acababa de cerrar.

La pareja comenzó a buscar un lugar adecuado para su local. En un principio pensaron alquilar ese antiguo supermercado, pero su dueño ya había alquilado el edificio a otra persona. Unas semanas más tarde, encontraron un lugar que cumplía con todos los requisitos: un área espaciosa, un precio razonable y una ubicación perfecta: en la planta baja de su propio departamento.

Se firmó el contrato y la feliz pareja comenzó a instalar estantes y acondicionar el lugar para ser utilizado como almacén. La apertura se fijó para después de Tisha Beav.

Fue el 28 de Tamuz, la hija de la pareja irrumpió alarmada en la casa y contó que vio que la puerta del negocio estaba abierta; ellá pensó que sus padres estaban allí, pero para su asombro vio a un desconocido allí dentro.

La mujer bajó y entró en el local. "Hola", le dijo al hombre que estaba allí de pie, examinando los estantes, "¿puedo ayudarlo?"

"¡No entiendo qué está pasando acá!", respondió el hombre, quien no entendía el significado de la pregunta. "Yo alquilé este lugar y ya pagué el alquiler de un año por adelantado. ¡¿Quién instaló  estos estantes y colocó estos productos aquí?!".

La mujer se puso pálida. Una breve averiguación reveló que el dueño de la propiedad había firmado por error el contrato con el hombre. La verdad fue aún más dolorosa cuando resultó que este huésped era el primero en firmar el contrato, por lo que tenía el derecho a quedarse con el inmueble.

La inmobiliaria (y el agente inmobiliario) expresó su pesar y le pidió perdón a la pareja. "No entiendo cómo sucedió un error así", se disculpó. La pareja trató de hablarle de corazón al primer inquilino, que les ceda el local, ya que esto les permitiría abrir el almacén debajo de su casa y además ya habían invertido muchísimo dinero en la instalación de las estanterías, etc. Pero el inquilino no accedió. Exigió que vacíen el local rápidamente, porque después de Tisha BeAv se dispone a entrar.

La pareja entró en una verdadera crisis. Fueron a buscar con la esperanza de encontrar algún otro lugar para su negocio, en vano.

Como resultado, decidieron demandar al agente inmobiliario a un Din Torá. “El error del que habla nos causó grandes pérdidas”, le dijo la mujer a su esposo. "Tal vez la indemnización que recibamos alivie un poco el dolor."

El de la inmobiliaria les rogó a la pareja que no lo demandara. "Incluso si el dictamen sea que tenga que indemnizarlos, no puedo pagarlo", afirmó. Pero la pareja se mantuvieron en su postura. En un momento, el esposo pensó en dejarlo y listo, pero la esposa se mantuvo firme y afirmó que no podían ceder al dinero de compensación.

"No es sólo el dinero", argumentó acaloradamente. "No tenemos por qué pagar el precio de sus errores" Era evidente que un deseo de venganza ardía también en ella y la guiaba a su obstinada posición.

El Din Torá comenzó. Se llevó a cabo una primera audiencia y la segunda audiencia se programó para después de Tisha Beav, exactamente el día en que se suponía que abriría la tienda. Mientras tanto, la pareja encontró un lugar pequeño e incómodo, con muchas desventajas, para abrir su almacén. Reinstalaron las góndolas y comenzaron a llenar la tienda de mercadería, pero con falta de ganas e ilusión.

Durante el ayuno de Tishá Beav, la mujer quiso descansar un poco. "Por favor, jueguen en silencio", les pidió a sus chicos, pero los niños continuaron jugando ruidosamente, gritando y peleándose. "¡Nu, chicos, ya basta!", gritó enojada cuando tuvo que levantarse y salir de su habitación. "Hagan Vitur (aprendan a compartir y ceder) entre ustedes, ayuden así a construir el Beit Hamikdash. Ahora, hagan silencio. A mami le duele la cabeza y quiere descansar"

La casa efectivamente quedó en silencio, pero la mujer no pudo conciliar el sueño. Algo la inquietaba. De repente entendió: la frase que les acababa de decir a sus propios hijos - "Hagan Vitur (ceder) y ayuden a construir el Beit Hamikdash" - resonó en su mente. "Mis hijos," pensó para sí misma, "cedieron entre ellos, con tal de que sea para que se construiya el Beit Hamikdash, y ¿qué hice yo para que se construya? ¿Dónde está mi Vitur?"

Ahí mismo tomó una decisión en su corazón. Se levantó rápidamente para no arrepentirse y llamó al Beit Din. "Cancelen la demanda", le ordenó a la secretaria. Ahora volvió a su cama más tranquila, sabiendo que había contribuido con su parte a la reconstrucción del Beit Hamikdash.

Pasó Tisha Beav y la pareja abrió su almacén en esa ubicación menos exitosa. No obstante, el éxito resplandeció. La gente acudía en masa a su supermercadito y se ganó un muy buen nombre en toda la zona. El negocio prosperó.

Pasó un año y se hizo necesario ampliar el local. Una breve averiguación reveló que el inquilino que había alquilado el apartamento que inicialmente querían, lo había dejado. La pareja firmó un nuevo contrato y, hasta el día de hoy, la tienda continúa prosperando y generando muchas ganancias. “Creo que el éxito nos acompaña precisamente porque cedimos y cancelamos la demanda”, concluye la mujer su relato.

(Relatado por Rav Tzvi Nakar en su libro 'Emuná Shlomo') Sijat Hashabua #1907, Devarim 5783. 

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