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lunes, 1 de agosto de 2022

La celebración vergonzosa

Halájicamente, se necesita una celebración notable y justificada como para anular la prohibición de comer carne y beber vino durante los Nueve Días (del comienzo del mes de Av). Durante este período, el final de las Tres Semanas de Duelo anuales que comienzan con el ayuno del 17 de Tamuz, y culminan con el ayuno del 9 de Av, el aniversario de la destrucción del Beit Hamikdash (ambos Templos). Una celebración notable podría ser un Brit Milá o [según algunas opiniones] la conclusión del estudio de un Tratado Talmúdico completo.

Era costumbre del Rab Isajar Ber de Radoshitz completar el estudio de un Tratado de Guemara y celebrar la ocasión con una Seudat Mitzvá completa con carne y vino todos los años el cinco de Av, ya que esta fecha marca el aniversario del fallecimiento del gigante entre los Kabalistas, Rabi Itzjak Luria, el Arizal. Y cada año, en medio de la oscuridad de los Nueve Días, el Saba Kaddisha (“Santo Abuelo”) de Radoshitz solía contar la misma historia a todos los jasidim y estudiantes que se habían congregado para esta comida festiva. Aquí la historia.

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En un pueblo lejano vivía un hombre que dormía tanto que lo apodaron “el Dormilón”. El mes de Elul llegó en todo su esplendor. Al asomarse ya los Yamim Noraim, todos los judíos se movilizaban y se despertaban en arrepentimiento. Pero este hombre dormía. Llegó Rosh HaShana; su esposa se levantó temprano para sumarse a la congregación en la Tefilá, pero él siguió durmiendo. Mientras el servicio de la mañana estaba en marcha, ella fue a su casa a amamantar a su bebé. Mientras estaba allí, trató de despertar a su esposo, pero él ni se inmutó.

Varias veces a lo largo de la mañana ella interrumpió su Tefilá y salía del Shul apurada por despertarlo. Nada ayudó. Pero cuando la congregación comenzó la lectura de la Torá, y el tiempo se estaba agotando antes del punto culminante del servicio del día, ella corrió a casa llorando y gritó a todo pulmón: “¡Están por tocar el shofar!!”

En ese momento saltó de la cama, agarró algunas prendas andrajosas cubiertas de plumas y se las echó sobre los hombros, corrió todo el camino hasta el Shul y entró de golpe, resoplando y jadeando, con los párpados dormidos. Los serios Mitpalelim se quedaron boquiabiertos ante el espectáculo cómico. Algunos, y no solo los niños, incluso se rieron. El pobre hombre se sintió tan deshonrado y humillado que su vergüenza ardiente voló y apareció ante la Corte Celestial. El veredicto fue pronunciado inmediatamente: habiendo sido humillado y limpiado por su vergüenza, este humilde judío ahora tenía todos sus pecados perdonados.

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“Así también con nosotros”, concluyó el Saba Kadisha. “Aquí estamos, en lo más profundo de este período de duelo por la destrucción del Beit Hamikdash, sentados para una comida festiva. ¡Por qué, esto es una cosa tan vergonzosa que por esto el Misericordioso debería perdonar los pecados de todo Am Israel!”

Y con esta súplica del corazón, el Tzadik lloró tan profusamente que sus lágrimas cayeron en la copa de vino sobre la cual, en preparación para el Birkat Hamazon, estaba a punto de recitar el Perek Tehilim que lamenta el Exilio: “Sobre las aguas de Babilonia nos sentamos, sí, lloramos, cuando nos acordamos de Tzion…”.

Fuente: Adaptado por Yerajmiel Tiles de "Tesoro de Historias Jasídicas" (Artscroll), Sipurei Jasidim de Rab Zevin

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