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domingo, 31 de agosto de 2025

La señora que rezaba las Brajot del "Sidur Im Daj"

El jasid Reb Dovid Leib Jen ע"ה contó el siguiente relato:

Uno de los jsidim distinguidos, en su camino a Lubavitch, se detuvo en una posada para recuperar fuerzas antes de continuar el viaje. Allí vio a una señora anciana judía rezando de un Sidur muy especial que había sido impreso por el Míteler Rebe: el famoso “Sidur Im Daj”, un sidur rodeado de explicaciones y Maamarim jasídicos en sus márgenes.

En aquellos años, aquel Sidur era algo muy raro y valioso. El josid se acercó entonces a la anciana y le pidió que le dé ese viejo Sidur; a cambio, él le obsequiaría un Sidur nuevo, con letras grandes y claras. Pero la mujer no aceptó de ninguna manera.

El jasid insistió, ofreciéndole además una buena suma de dinero junto con el Sidur nuevo, pero tampoco eso sirvió de nada.

El josid no comprendía la obstinación de la mujer: ciertamente ella no entendía los profundos discursos jasídicos que rodeaban el texto.
Finalmente, la anciana se dirigió a él y le explicó:
—Es que no entiendes: Si rezo todas las mañanas con un Sidur común, con el uso constante el Sidur se va gastando, los bordes de las páginas se rompen y con ellos también se desprenden algunas palabras de la Tefilá. En este Sidur, en cambio, aunque se rompen los bordes, solo se dañan las letras pequeñas que rodean las palabras de la Tefilá; pero las palabras de la Tefilá mismas quedan intactas.

De aquí aprendió el josid una enseñanza en el servicio a Hashem:
Quien no estudia Jasidut y cumple las Mitzvot de manera seca, al sufrir alguna falla, el daño repercute directamente en su Torá y en sus Mitzvot —en su propio judaísmo. Pero aquel que estudia Jasidut y sirve a Hashem siguiendo aquellas sendas, incluso si, jas veshalom, sufre una caída o un defecto, lo que se ve afectado son solamente los detalles, los Hidurim, las añadiduras, el "Jsidus" que la rodea, mientras que la Torá y las Mitzvot mismas permanecerán intactas y enteras.

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Enseñanza práctica: #1. Así como las notas jasídicas en el sidur “absorbían” el desgaste en lugar de la Tefilá misma, el estudio de Jasidut y la vida en su espíritu actúan como un “escudo” en la vida del yehudí: incluso si hay tropiezos, estos no afectan el núcleo de la conexión con Hashem.

#2. A veces uno piensa que los 'comentarios' o los Hidurim agregados son innecesarios, pero justamente ellos protegen lo esencial. En la vida espiritual, los detalles, las costumbres y los Hidurim cumplen ese rol: rodean y cuidan lo central.

20 de Av - Yortzait (Yom Hilula) de Rab Levi Itzjak Schneerson ZTz"L



El gobierno comunista soviético estaba decidido a eliminar todo rastro de religión y creencia en Dios, Dios libre.

Así, perseguían y arrestaban a cualquiera que consideraran un obstáculo. Mediante el miedo y una red de espías, cualquiera lo suficientemente valiente como para permanecer fiel a su religión era "culpable" de propaganda antisoviética y era arrestado, exiliado o fusilado. Les preocupaban especialmente los "Schneerson", cualquiera vinculado a Jabad, sabiendo perfectamente que no podían influir en ellos para que siguieran su odiosa doctrina. Tras la partida del Rebe Anterior de Lubavitch de la Rusia Soviética en 1927, Rab Levi Itzjak Schneerson, conocido cariñosamente como Reb Leivik, descendiente directo del tercer Rebe de Lubavitch, el Tzemaj Tzedek, y padre del Rebe, continuó con valentía y abnegación guiando al pueblo judío.

Durante mucho tiempo, el gobierno soviético había estado vigilando minuciosamente las acciones del rabino Levi Itzjak Schneerson, rabino jefe de la ciudad de Yekatrinoslav. Una red de espías se había infiltrado en su sinagoga y vigilaba cada paso. De hecho, ya se había recopilado un amplio expediente de sus "delitos".

Hasta el momento, el rabino había logrado evitar sus garras. En cierta ocasión, el gobierno decidió realizar un censo en el que se preguntó a todos los ciudadanos soviéticos si creían en Dios. Debido al gran peligro que implicaba responder con sinceridad, muchos judíos, incluso los más observantes, habían planeado responder negativamente. Sin embargo, Reb Leivik no quería ni oír hablar de semejante cosa. Un judío no puede separarse de Dios ni por un instante, observó. Habló pública y apasionadamente sobre el tema en su sinagoga y animó a todos a responder honestamente que creían en Dios.

Cuando lo citaron a comparecer ante las autoridades y le preguntaron por qué actuaba contra el gobierno de esa manera, respondió inocentemente diciendo: “Cuando me enteré de que algunos judíos tenían la intención de mentir en el censo, simplemente hice mi trabajo como ciudadano soviético y los insté a decir la verdad”. Fue liberado.

Llegó el día en que Reb Leivik fue citado a juicio una vez más, acusado de realizar actividades judías en su casa. Esto estaba estrictamente prohibido y, de ser declarado culpable, el castigo era severo.

La aprensión del rabino no hizo más que aumentar al ver a los dos principales testigos de cargo. Se trataba del director de la unidad habitacional donde vivía, un joven judío, comunista declarado. Las autoridades le habían encomendado la tarea de vigilar las entradas y salidas de los residentes. Reb Leivik comprendió que él era la principal persona a la que querían espiar. El otro testigo era su vecina, cuyo marido era el jefe regional del partido comunista, encargado del transporte.

En realidad, el rabino Levi Itzjak tenía mucho lo que temer de estos dos testigos. Poco antes, una joven pareja judía, ambos empleados gubernamentales de alto rango, había aparecido repentinamente en su puerta en medio de la noche de incógnito y le había pedido que los casara acorde a la ley judía. Era una propuesta muy peligrosa. El rabino no solo no los conocía personalmente, sino que para celebrar una ceremonia judía bajo una  jupá, tendrían que estar presentes diez hombres judíos de confianza. En poco tiempo, nueve judíos se reunieron apresuradamente en la casa del rabino Levi Itzjak. Pero ¿dónde encontrar a un décimo? Sin otra opción, el rabino envió un mensajero para llamar al director del edificio. Cuando llegó, el rabino le dijo que lo necesitaban para servir como el décimo hombre para Minian en una ceremonia de matrimonio judía.

“¿Yo?” preguntó el hombre incrédulo.

"Sí, tú", respondió el rabino Levi Itzjak con seriedad. Sorprendentemente, el director accedió, y la boda clandestina se celebró.

El segundo testigo también había estado involucrado recientemente en una actividad que posiblemente lo implicaría. Un día, un mensajero secreto llegó a la casa del rabino y le informó que al día siguiente, el esposo de la mujer, un comunista de alto rango, estaría fuera por negocios desde la mañana hasta la noche. Sin embargo, el verdadero motivo de su ausencia era permitir que el rabino organizara un brit mila  para su hijo recién nacido. El rabino Levi Itzjak no sabía si estaba cayendo en una trampa, pero al día siguiente, el bebé fue ingresado en el Pacto de Abraham. Por la noche, el padre regresó a casa y armó un gran alboroto por el "terrible" acto cometido sin su conocimiento. Por lo tanto, era difícil predecir cómo declararían la vecina y el director de la vivienda ante el tribunal.

La tensión era grande al comenzar el juicio. El director del complejo de viviendas fue el primero en declarar:

“Como todos saben”, comenzó, “sé muy bien quién entra y sale del apartamento del rabino Schneerson. Pero las únicas visitas inusuales que he notado son dos parientes mayores que vienen de vez en cuando”.

Ahora era el turno del segundo testigo. «Como vecina del rabino Schneerson», testificó la mujer, «siempre supuse que, como líder espiritual, intentaría establecer contacto con miembros de su fe; por eso me sorprende no haber observado ninguna actividad ilegal en todo el tiempo que ha vivido al lado de mi casa».

De este incidente en particular, el rabino Levi Itzjak Schneerson salió ileso.


Desafortunadamente, las pruebas en su contra siguieron acumulándose hasta que en 1940, poco antes de Pésaj, fue encarcelado bajo cargos falsos de "enemigo del pueblo" y, tras sufrir torturas y sufrimientos en prisión, fue exiliado a Chili, Kazajistán, durante cinco años. Era una aldea muy primitiva donde era casi imposible conseguir las provisiones más básicas. Su leal esposa, la Rabanit Jana, se unió a él allí e hizo todo lo posible por hacerle la vida un poco más agradable. Gracias a sus esfuerzos, su noble esposo pudo escribir sus innovaciones en Torá al margen de los pocos libros sagrados que tenía. Estos fueron sacados clandestinamente de Rusia cuando la Rebetzin Jana se fue y fueron publicados por el Rebe. Los estudiosos de la Kábala los estudian y explican hasta el día de hoy.

Tras una larga y debilitante enfermedad, Reb Leivik devolvió su alma santa y pura a su Creador el 20 de  Menajem Av de 5704 – 1944. Fue enterrado en Alma-Ata (Almaty), donde, hasta el día de hoy, acuden cientos de Jasidim para rezar en su lugar de sepultura.



Adaptado de L'Chaim #1682

La respuesta del Rebe al Mashpia que iba a juntar fondos - Tzedaká cuando cuesta

Reb Nissan Nemenov era el mashpía de Tomjei Tmimim en Brunoy, Francia. Además, también se desempeñó como Menahel de la Ieshivá y, en consecuencia, tuvo que asumir también la responsabilidad financiera. Por lo tanto, cuando viajaba al Rebe para Iud-Tet Kislev, se quedaba todo el mes de Kislev y visitaba distintas ciudades en EEUU y Canadá para recaudar fondos para la ieshivá.

En un Yejidut, le dijo al Rebe que a veces sucede que llega a la casa de una persona y le pide una donación para la ieshivá, pero percibe que la persona se está forzando a dar, y siente, o intuye, que al menos en ese momento, la persona está ajustada y realmente no dispone de ello. Entonces se siente mal, ya que está presionando a alguien para que done dinero a Tzedaká, mientras que esa persona quizá no cuenta con dinero extra.

En esencia, estaba preguntando qué debía hacer la próxima vez que se encontrara en esa situación: debía pedirle a la persona que apoye económicamente a la ieshivá o no.

El Rebe respondió: “Ober, fundestvegn, Ir Tut Im a Toibo" Pero, de todos modos, le estás haciendo un favor a la persona” \[es decir, que debía seguir pidiendo].

Cuando escuché esto en un farbrenguen, se dio un debate respecto a cuál era exactamente el favor que se le estaba haciendo a la persona.

En conclusión, puede explicarse de diversas maneras. Aquí mencionaré dos, que en realidad pueden ser una sola.

En Parshat Vaikrá, el pasuk dice: 
"וְנֶפֶשׁ כִּי תַקְרִיב קָרְבַּן מִנְחָה לַה'..."
“Y cuando un alma ofrezca una ofrenda Minjá de harina…”. Rashí señala que únicamente en la ofrenda de harina dice el Pasuk que “un alma” la trae, pero no cuando una persona trae un ave (paloma o tórtola), ni siquiera cuando trae un animal. Y explica que, dado que le es difícil a la persona pobre traer incluso una ofrenda de harina, la Torá lo considera como si hubiera ofrecido su Nefesh, su propia vida.

Lo mismo aplica aquí: cuando una persona que está pasando necesidades, pero aun así da Tzedaká, Hashem lo considera como si hubiera dado mucho más que dinero; ha dado su vida, y por ello es recompensado en consecuencia.

Hay otra manera de explicarlo: Nuestros Sabios nos enseñan que Hashem nos paga “medida por medida”. Por lo tanto, la manera en que uno actúa con los demás es la manera en que Hashem actuará con uno.

Así, cuando una persona va más allá de sus posibilidades, Hashem también le dará más de lo que merece. En terminología jasídica, esto se llama “por encima de la naturaleza”, ¡Lemala Mimedidá Vehagbala!

15 de Av - Fenomenal historia de Reb Yom Tev Erlij, el Rebe y un Shiduj desde el Cielo

Reb Yom Tov Ehrlij, un jasid Karliner, fue un renombrado músico jasídico, compositor, letrista y artista discográfico, conocido especialmente por sus álbumes de música en idish.

Nacido en 1914, en el año 1950 todavía no estaba casado y seguía teniendo dificultades para encontrar shiduj (su pareja).

Ese año, alguien le sugirió que fuera al Rebe de Lubavitch en busca de consejo. “¿Para qué?”, respondió, “el Rebe falleció recientemente [refiriéndose al Rebe Anterior]; ¿cómo se supone que voy a hablar con él?”

Le sugirieron que fuera en su lugar al yerno del Rebe, Rabí Menajem Mendel Schneerson (conocido entonces por el acrónimo de su nombre, Ramash, pues todavía no había aceptado formalmente la responsabilidad de ser el séptimo Rebe, aunque muchos ya se relacionaban con él de esa manera).

Él llegó, golpeó la puerta de la oficina del Ramash y entró—como era la costumbre en ese momento en 5710 [1950], cuando todavía no había tantas personas buscando al nuevo y reciente Rebe — y le explicó su problema. “Rebe, me estoy haciendo grande, pasa el tiempo pero no logro encontrar esposa, aunque muchas personas han intentado ayudarme. ¿Qué debo hacer?”

El Ramash escuchó atentamente. Luego le dijo: “Bai unz, der minheg is tzu shraib di bakosho in a Tzetl" Entre nosotros la costumbre es escribir el pedido, [plasmarlo en tinta sobre papel]. Deme una lapicera, y yo se lo escribiré.”

Reb Yom Tev palpó su saco, buscó en todos los bolsillos de sus pantalones y revisó el bolsillo de su camisa. No tenía consigo una birome, aunque pensaba que quizá había traído una.

“No hay problema,” dijo el Rebe con una sonrisa. “Simplemente salga afuera, pídale a alguien una y luego regrese, y yo escribiré la bakosho.”

Así que Reb Yom Tev fue al Zal [el Shul principal], miró alrededor y le pidió a una persona que parecía adecuada una lapicera. Luego regresó al Rebe, quien escribió el Tzetl y le devolvió la lapicera.

Reb Yom Tov volvió entonces al Shul y le devolvió la lapicera a su dueño. Pero éste—un anciano de Polonia—no lo dejó ahí. Tenía bastante curiosidad. Habiendo notado que Reb Yom Tov venía de la oficina del Rebe, le preguntó: “¿Qué pasó ahí dentro? ¿Por qué necesitaste pedirme prestada una lapicera?”

Reb Yom Tov le respondió: “Estuve en lo del Rebe, y allí no había lapicera, así que te pedí una prestada.”

El hombre se mostró confundido. Sus cejas se alzaron con asombro. “El Ramash está sentado  escribiendo pensamientos de Torá, comentarios y respuestas a cartas durante todo el día. ¿Cómo es posible que no tenga una lapicera? ¡Algo más profundo debe estar pasando! ¿Qué le pediste?”

Aunque sintiéndose un poco avergonzado, Reb Yom Tov compartió su dificultad: ya tenía 36 años, pero seguía experimentando grandes problemas para encontrar una pareja apropiada.

De pronto la expresión del anciano cambió. Sus ojos se iluminaron con reconocimiento, como si piezas de un rompecabezas se acomodaran delante de sus propios ojos. Lentamente dijo: “Quizá todo este asunto de la lapicera no fue solo una coincidencia—¡creo que el Rebe sabía exactamente lo que estaba haciendo! Yo tengo mi hija mayor soltera, y también he estado luchándola bastante para encontrarle pareja. Ya vengo bastante preocupado desde hace tiempo. ¡Seguramente este Shiduj es precisamente lo que el Rebe tenía en mente!”

Y, efectivamente, Reb Yom Tov Ehrlij terminó casándose con Jana, la hija de este hombre.

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Fuente: Yerajmiel Tilles. Contado por Reb Sholom Dov-Ber Gurkow, Rosh Yeshivá de la Yeshivá Beis Shalom en Postville, Iowa, quien también atestiguó que Rab Shalom-Leib Eisenbaj de Montreal viajó especialmente a Williamsburg para preguntarle a la familia, y ellos confirmaron la historia.

*

Una de las enseñanzas que se pueden aprender de esta historia:

Una y otra vez vemos que el mejor casamentero no siempre es un shadjan profesional o una aplicación de citas, sino la Hashgaja Pratit.
A veces, cuando algo aparentemente “falta” o no sale como planeamos —como la lapicera que no tenía — en realidad es parte exacta de la guía de Hashem para conducirnos al lugar y momento precisos donde debemos estar.

En Jabad se enseña que no hay detalle que sea casualidad: incluso la falta de una simple lapicera es Hashgajá Pratit exacta, diseñada para unir dos almas que desde la creación fueron destinadas una para la otra; el Rebe actúa como canal de esta unión, aun sin palabras explícitas

Tisha Beav y el mensaje de Reb Shmuel Munkes

Reb Shmuel Munkes, uno de los jasidim más cercanos al Alter Rebe, era famoso por su carácter alegre y por sus bromas… pero también por su corazón puro y su devoción sincera.

En una ocasión, durante la lectura de Meguilat Eijá en Tishá Beav, Reb Shmuel comenzó a arrojar behrelaj —unas pequeñas semillas espinosas— a los abrigos y barbas de los jasidim. Estos se removían incómodos y algunos reprimían sonrisas, mientras otros estaban molestos por la aparente falta de seriedad en un momento tan solemne.

Quien más se indignó fue nada menos que Rab Shlomo Karliner, colega del Alter Rebe en su juventud y un gran tzadik y líder jasídico [quien resultó estar aquel año en Tisha Beav en lo del Alter Rebe, y resultó que le cayó uno de estos berelaj en su barba]. Molesto, se acercó al Alter Rebe y le dijo:
—Rebe, ¡por gente como esta (señalando al jasid y discípulo del Alter Rebe) fue que se destruyó el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe no respondió nada en el momento. A la mañana siguiente, en pleno Tishá Beav, invitó a Rab Shlomo a salir con él a las afueras de la ciudad. Al llegar al bosque, divisaron a lo lejos a un jasid sentado en el suelo, de espaldas, sumido en una profunda congoja, lamentándose con sincera amargura por la destrucción del Beit Hamikdash.

Conmovido por la escena, Rab Shlomo exclamó:
—¡Por jasidim como este se reconstruirá el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe se acercó y le dijo:
—Ven, acércate…

Al acercarse, Rab Shlomo descubrió que aquel jasid acongojado no era otro que Reb Shmuel Munkes, el mismo que la noche anterior había estado tirando behrelaj...

El Alter Rebe comentó:
—Es la misma persona. El que sabe hacer reír para elevar el ánimo, sabe también llorar desde lo más profundo de su corazón por la destrucción.

*

En esto está el secreto jasídico: el duelo sincero por lo que falta no contradice la alegría que nos sostiene. El josid llora de verdad en Tishá Beav, y baila con la misma verdad en Simjat Torá. Porque ambas vienen del mismo lugar: un corazón vivo, conectado a Hashem y esperando la Gueulá.

Una segunda enseñanza:
En Tishá Beav el duelo no debe llevarnos a una tristeza que nos hunda, sino a una tristeza que nos eleve. Por eso Reb Shmuel tiraba behrelaj, para recordar que incluso en el dolor hay que mantenerse en pie y con fuerza.

La alegría y la tristeza no se contradicen. El jasid puede llorar por la destrucción y al mismo tiempo evitar que la tristeza lo derrumbe.

Especial para Motzaei Shabat - El Baal Shem Tov moviendo "las fichas"


En una ocasión, Rab Mendel Futerfas compartió con sus alumnos la explicación jasídica sobre las tres bendiciones fundamentales que se piden del Cielo:
בני, חיי ומזוני
 *hijos, vida y sustento*. Contó [la conocida historia] que había un judío al que se le concedieron dos de ellas: salud y riqueza, pero deseaba intensamente tener hijos. El Baal Shem Tov le dijo que, si estaba dispuesto a ceder a toda su fortuna, podría recibir la bendición de tener descendencia. El hombre aceptó, y así comenzó a cumplirse la palabra del tzadik.

Entonces Rab Mendel pasó a relatar la historia completa:

Este judío se había hecho rico comerciando con madera. Poseía bosques, empleados que talaban árboles, los marcaban y amontonaban en un río congelado. Cuando llegaba el deshielo, los troncos flotaban hasta un sitio lejano, donde eran recogidos y trasladados a una fábrica de muebles.

Deseando con todo su corazón tener hijos, acudió al Baal Shem Tov, quien le dijo:
—Puedes tener hijos, si estás dispuesto a perder tu riqueza.
El hombre aceptó. El Baal Shem Tov le sugirió:
—Quizás deberías preguntarle a tu esposa primero.
El hombre regresó diciendo que su esposa también estaba de acuerdo. Entonces el Baal Shem Tov lo bendijo.

De regreso a casa, a mitad del camino, se detuvo en una posada y escuchó a dos judíos hablando [y sin conocerlo]:
—¿Oíste lo que le pasó a tal y tal, aquel hombre rico? Puso sus maderas en el río helado, pero anoche, de forma insólita, hubo un calor repentino, el hielo se derritió ¡y todo fue arrastrado! Perdió toda su madera.

El hombre, al oír esto, saltó de alegría y se puso a bailar. Los presentes lo miraban asombrados:
—¿Cómo puede alegrarse por la ruina de otro?

Más adelante, al seguir viaje, en otra posada, escuchó que su fábrica también había sido destruida por un incendio. Solo quedaron las máquinas de hierro, inservibles. Una vez más, bailó de felicidad.

Finalmente llegó a su casa, donde su esposa lo recibió con profundo dolor:
—¡Perdimos todo!
Pero él, con una sonrisa, le respondió:
— ¡Baruj Hashem! El Baal Shem Tov nos bendijo con hijos, y esta es la señal.

El tiempo pasó, y la pareja cayó en una pobreza extrema. Perdieron su hogar y se mudaron a la orilla del río, donde construyeron una choza con troncos abandonados. Sin embargo, un año después, nació su primer hijo. Luego vinieron más: uno, dos, gemelos… hasta que en diez años tuvieron diez hijos. Cada vez que la familia crecía, el hombre añadía un cuarto más con maderas viejas.

Para mantenerlos, el hombre salía a pedir limosna. Un día, el Baal Shem Tov llegó al pueblo. El hombre, avergonzado de su situación, fue al Shul y se escondió detrás de todos, cubriéndose la cara. Pero el Baal Shem Tov lo reconoció y lo mandó llamar.
—¿Cómo están tus hijos? —le preguntó.
—Gracias a su Broje, tengo diez hijos. ¡No tengo palabras para agradecerle!

—¿Tienes alguna otra necesidad?
—Baruj Hashem, estoy conforme… aunque a veces no tenemos ni para comer durante la semana, ni para Shabat.

El Baal Shem Tov le aconsejó:
—Deja un poco de dinero a tu esposa y viaja a Minsk, donde nadie te conozca. Quizás allí se abra para ti un nuevo canal de bendición.

El hombre obedeció. Viajó a Minsk y llegó en vísperas de Shabat. Fue al Shul, y allí un hombre rico lo invitó a su lujosa casa. Alfombras, vajilla elegante, comida abundante… pero los rostros del dueño, su esposa y su hija mostraban tristeza.

Durante la cena, el pobre hombre preguntó:
—¿Por qué están tan abatidos?
—Nuestra única hija, no logra casarse —respondió el anfitrión—. Tres shidujim (compromisos) fallidos. El primero fue reclutado y nunca regresó. Otro falleció. El último, perdió la cordura. Nadie quiere saber de ella.

El pobre le contó su historia:
—Yo era muy rico. El Baal Shem Tov me ofreció hijos a cambio de mis bienes. Hoy, vivo de limosnas, pero tengo diez hijos. Mi consejo: ve al Baal Shem Tov y pídele una Brajá.

Ambos partieron al día siguiente. El rico le relató al Baal Shem Tov su historia. El Tzadik respondió:
—Cuando vuelvas a casa, tu hija ya tendrá su Shiduj. Y quiero que le entregues al pobre el dinero que sea necesario para su casamiento.

Así fue. Al regresar, su esposa lo recibió emocionada:
—¡El primer novio volvió! Fue dado de baja del ejército.  Sigue siendoun buen judío y supo mantenerse durante todo este tiempo como observante y yere Shamaim, ¡ya fijamos la fecha de la boda!

En la boda, donde estaban invitados ricos y pobres, el hombre vio al Baal Shem Tov y le agradeció de corazón.
—¿Le diste al pobre el dinero?
—Sí, le di mil rublos.
—No es suficiente.
—Entonces le doy diez mil.
—Tampoco.
—¡Cincuenta mil!
—Aún no.
—¡Cien mil!
—No es suficiente. ¿Cuánto valen todas tus propiedades?
—Unos cinco millones de rublos.
—Dale la mitad.

El rico quedó atónito.
—¡Eso es una fortuna! Tendría que vender gran parte de mis bienes.

El Baal Shem Tov le preguntó:
— Cuéntame, ¿Cómo te hiciste rico?

El hombre contó:
—En realidad fui toda la vida un hombre muy pobre; un buen día estaba deprimido, sin haber recogido limosnas. Caminaba junto al río, vi una viga flotando. La saqué, la vendí. Luego aparecieron más, las vendí también. Hice un buen dinero con las ventas. Me enteré de una fábrica quemada, compré las máquinas y comencé a producir muebles. Así es que me enriquecí y es que hoy cuento con toda esta fortuna.

El Baal Shem Tov le dijo:
— Toda tu riqueza te llegó gracias a este hombre. Él perdió su madera y tú la recogiste. Le compraste sus máquinas cuando ya no podía usarlas. Dale la mitad de tu fortuna. Seguirás siendo rico, él también prosperará nuevamente, y así todo quedará restaurado.

*

Así es como los Tzadikim "manejan y mueven los hilos" en el mundo, concluyó Rab Mendel.



Fuente: Contado por Rav Tuvia Bolton. Impreso en "Hatomim", Tamuz 5785
©JasidiNews

lunes, 21 de julio de 2025

La Brajá del Rebe al abuelo del bebé

Mi hijo Iojanán 'שי es Mohel en Florida.
El día Jueves 21 de Tamuz (17/07/2025) fue a realizar un Brit Milá, de una familia no jaredí (no religiosa).
Durante la ceremonia, el abuelo del bebé entabló conversación con él. Mi hijo le preguntó de dónde era.
—De Newark, Nueva Jersey —respondió el hombre.

—¡Mi tío solía ser el Rabino allí! —exclamó mi hijo.
—¿El rabino Gordon? —preguntó el abuelo.
—Sí, el rabino Sholom DovBer Gordon —confirmó mi hijo.

Entonces el hombre le dijo, con emoción en la voz:
—El rabino Gordon, a través de Rabbi Schneerson —refiriéndose al Rebe—, ¡me salvó la vida!

Y contó su historia:

—Cuando era niño, jugando al béisbol, recibí un fuerte golpe en la cabeza con un bate. Perdí el conocimiento y terminé conectado a un respirador.
Los médicos les dijeron a mis padres que las chances de que sobreviviera eran mínimas.

El rabino Gordon, que en ese momento era el capellán del hospital, le pidió a mi padre mi nombre hebreo junto con el de mi madre. Apenas los recibió, llamó a la Secretaría del Rebe para pedir una Broje.

Horas más tarde, volvió a comunicarse y le informaron que el Rebe había dado una bendición para una recuperación completa y rápida.

Pasaron dos días sin señales en absoluto de mejora. El rabino Gordon volvió a llamar para decir que no había ningún cambio.

Una hora después, volvió a comunicarse. Esta vez, el secretario le transmitió el mensaje del Rebe:
—“No puede ser. Debe haber un error en el nombre que enviaron.”

El rabino Gordon fue de inmediato a ver a mi padre y le contó lo que había dicho el Rebe.

Mi padre reflexionó unos instantes y luego exclamó:
—¡Es verdad! Me equivoqué de nombre... No estamos acostumbrados a nuestro nombre hebreo.
Y le dio el correcto: Dov.

El rabino Gordon le pasó el nombre correcto a los secretarios. Poco después, el Rebe dio una nueva Brajá: que tenga una larga vida.

Dos horas más tarde... me desperté.

Le debo mi vida al Rebe —gracias al rabino Gordon.

Mi hijo, profundamente emocionado, le dijo:

— Usted está a punto de ser el Sandak… ¡y el tío que le salvó la vida a usted a través del Rebe fue el Sandak en mi Brit Milá!



Fuente: Contado directamente por Reb Moshe Klein. Su hijo Yojanan vive en Florida y entre otras cosas es Mohel de la comunidad allí. 

El mensaje justo a tiempo: no avergonzarse de expresar mi Yahadut

Rav Daniel Agalar contó una historia impactante:

Un gerente de banco no datí (observante) en Eretz Israel había tomado una decisión monumental: comenzar a vivir acorde a la Torá y las mitzvot. Pero ya en su primer día, se topó con la dura prueba de mantenerse fiel a ese compromiso.

Cada mañana, el banco servía café y torta para todos los empleados. Aquella mañana no fue diferente. Él se acercó, tomó un pedazo, y justo cuando iba a dar el primer bocado… algo lo frenó.
"¡Debo decir la Brajá!", pensó.
Sabía que no podíar recitarla sin cubrirse la cabeza, pero no tenía puesta la kipá. Dudó. ¿Y si alguien lo veía poniéndosela? Le invadió un temor absurdo pero paralizante: “¿Y si me despiden?”

Mientras esta tormenta interna lo consumía, algo extraordinario ocurrió.

A través de las cámaras de seguridad vio entrar a un conocido filántropo, que venía a depositar algo en su caja fuerte. Pero de repente la bolsa que traía en la mano se rompió… y un montón de piedras preciosas —de valor incalculable— rodaron por todo el piso del banco.

En un instante, todo el personal y los clientes comenzaron a agacharse para juntar las joyas. Un verdadero caos. Nadie sabía qué hacer, y el riesgo era enorme. ¿Quién podía garantizar que no aprovecharían la oportunidad para quedarse con alguna?

El gerente reaccionó al instante: corrió a presionar el botón de emergencia que sellaba todas las puertas del banco. Nadie podría salir, al menos hasta que se controlara la situación.

Volvió a mirar las cámaras, y allí lo vio: el filántropo mismo, un hombre siempre elegante y digno, estaba en el suelo, en manos y rodillas, juntando desesperadamente sus joyas.
El gerente se quedó perplejo.
“¿Él? ¿Así? ¿Sin pudor, arrastrándose por el suelo?”

Y entonces algo hizo clic dentro de él.

Claro.
Cuando hay diamantes en juego, la vergüenza desaparece. No importa lo que piensen los demás. Uno se tira al piso si es necesario.
Porque cuando lo valioso está en riesgo, no hay lugar para el orgullo.

Y en ese instante, entendió.

Hashem le estaba hablando.
Él también tenía diamantes. No de los que brillan en vitrinas, sino eternos: su Neshamá, su Emuná, sus mitzvot.
¿Iba a poner en juego todo eso por miedo? ¿Por vergüenza?
¡No más!

Respiró hondo, sacó su Kipá, se la colocó con firmeza en la cabeza… y con los ojos cerrados y el corazón lleno, recitó la berajá.
Con orgullo.
Con convicción.
*Con la dignidad de un iehudí que acaba de recuperar su tesoro más preciado.*


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©JasidiNews 

La famosa historia de Rab Baumgarten - Milagro que vivenció en Yud Beis Tamuz

El 12 de Tamuz de 5687 (1927), el sexto Rebe de Lubavitch, Rab Yosef‑Itzjak (“HaRayatz”) Schneersohn fue liberado de la prisión en la Rusia estalinista. Desde entonces, esta fecha se celebra como un Yom Teb entre los jasidim de Jabad‑Lubavitch.

Rab Berel Baumgarten siempre valoró mucho esta ocasión. Él mismo mantuvo una relación muy estrecha con el Rebe Rayatz y, en la década de 1940, cumplió numerosas misiones conforme a las indicaciones del Rebe.

En 1955, el yerno y sucesor del Rebe Rayatz, el Lubavitcher Rebe lo envió al rabino Baumgarten para ser el primer representante de Jabad en la Argentina. Durante sus 23 años allí, viajaba con frecuencia a Estados Unidos específicamente para pasar el 12‑13 de Tamuz en 770 (la sede mundial de Lubavitch). El punto culminante era siempre formar parte de la multitud abarrotada de miles de personas que participaban en el farbrenguen especial del Rebe por Yud‑Beis Tamuz. En aquellos años en que no pudo viajar, aprovechó el día para difundir Jasidut entre sus hermanos judíos de la Argentina.

Sin embargo, un año se vio obligado a viajar de Argentina a Brasil y se dio cuenta de que en Yud‑Beis Tamuz estaría en pleno trayecto. Inquieto ante la perspectiva de pasar esta fecha tan auspiciosa lejos de cualquiera con quien pudiera compartir sus sentimientos, envió un telegrama a la oficina del 770 antes de partir, pidiendo ser recordado por el Rebe en esa fecha.

Mientras estaba en Brasil, para llegar a su destino el rabino Baumgarten tuvo que cruzar el río Iguazú en un transbordador: una balsa con cubierta abierta y un toldo, compuesta por varias balsas resistentes atadas entre sí para transportar autos y carga. Junto con otras personas, el rabino siguió las instrucciones y condujo su auto sobre la balsa.

En cuanto los autos quedaron estacionados, él y los demás bajaron de los vehículos para disfrutar del aire fresco bajo el toldo. Se alegró al comprobar que dos de sus compañeros de viaje eran judíos. Pero pronto su alegría se tornó consternación cuando descubrió que aquellos dos estaban totalmente alejados de su herencia y no deseaban oír nada sobre prácticas o ideas judías. Uno de ellos, con descaro, exhibió un sándwich de jamón ante él, dejando claro cuán poco significaba el judaísmo para él.

Sintiendo que continuar la conversación sería inútil y ofendido por sus acciones, Reb Berel regresó a su auto y abrió sus libros para estudiar.

De repente, se produjo un sacudón poderoso: ¡un barco bananero había chocado contra la balsa! Enormes vigas apiladas en un rincón de la balsa comenzaron a derrumbarse, empujando los autos al río Iguazú. Para su horror, su propio auto también empezó a moverse. Pisó el freno con fuerza, pero fue incapaz de detener el avance del vehículo. ¡También él se precipitó a las aguas y comenzó a hundirse!

Reb Berel Baumgarten era un hombre grande, de más de un metro noventa y más de 115 kilos. Aun así, por grande y fuerte que fuera, no lograba abrir la puerta del auto: la presión del agua era simplemente demasiada. De pronto, la puerta se abrió —¿cómo? no pudo explicarlo— y se encontró fuera del auto, en el agua, ascendiendo lentamente.

Sus problemas, sin embargo, estaban lejos de terminar. Sí, había escapado del vehículo que se hundía, pero Rab Baumgarten nunca había aprendido a nadar. Pateando frenéticamente y agitando los brazos durante lo que pareció una eternidad, estaba al borde de sus fuerzas cuando, de pronto, su cabeza emergió a la superficie.

Agotado, solo podía bambolearse impotente; no entendía qué lo mantenía a flote, pero allí estaba. Entre las olas veía la balsa cerca, mas no tenía fuerzas para acercarse a ella.

Para colmo de males, escuchó un estruendo de trueno a lo lejos y comprendió, horrorizado, que la poderosa corriente del río empezaba a arrastrarlo lejos de la balsa y hacia una catarata.

Mientras el agua espumosa se abatía sobre él y dudaba de su supervivencia, la imagen del Rebe apareció ante sus ojos. Entonces miró hacia la orilla y, con la ayuda de Di‑s, vio a un hombre dispuesto a lanzarle un salvavidas. Este cayó al agua justo a su alcance.

Agarró el salvavidas y lo acercó. Intentó pasarlo sobre su torso, pero no pudo: era demasiado corpulento. Aunque sus fuerzas se agotaban, comprendió que no había alternativa; tendría que aferrarse con las manos.

Cuando lo arrastraron de nuevo a la balsa y pudo recuperar la compostura, los dos judíos que había conocido antes se le acercaron, totalmente abrumados por el remordimiento. Reconocieron que, por su culpa, el rabino había vuelto a su auto. Se disculparon por su conducta previa. No solo eso: el que había exhibido el sándwich prometió incluso cuidar el Kashrut a partir de entonces.

Tras llegar a la otra orilla, el rabino Baumgarten comenzó a reflexionar sobre su situación. No encontraba explicación a los milagros que le habían salvado la vida.

Días más tarde obtuvo claridad. Alguien le contó que, durante el farbrenguen de ese Yud‑Beis Tamuz, el Rebe se volvió hacia Mendel, el hermano de Reb Berel, y le preguntó: «¿Dónde está Berel?» Además, le indicó que diga «¡Lejaim!».

Cuando Rab Berel oyó esto, se apresuró a preguntarle a su hermano a qué hora había ocurrido. Calculando la diferencia de husos horarios, se dio cuenta de que el Rebe debía de estar leyendo su telegrama precisamente en el momento en que su auto fue desalojado de la balsa y él estaba bajo el agua.

Todos aquellos cálculos, sin embargo, vinieron después; en el momento, vivo pero varado, tenía preocupaciones más inmediatas. Sus pertenencias personales se habían perdido con el auto y estaba lejos de cualquier comunidad judía. ¿Dónde encontraría un Talit y Tefilín para rezar?

En Brasil (y en todo el hemisferio sur), el mes de Tamuz cae en invierno y los días son cortos. El rabino Baumgarten averiguó que había un pequeño aeropuerto cercano, pero no había vuelos programados hasta última hora de la tarde; no podría llegar a otra ciudad antes de la puesta de sol. No sabía qué hacer: no podía concebir dejar pasar el día sin ponerse Tefilín.

Preguntó por la posibilidad de contratar un avión privado. Aunque el costo era exorbitante, logró encontrar un piloto que pudiera llevarlo a otra ciudad antes de la puesta del sol. Envió un telegrama a los dirigentes de la comunidad judía de allí, pidiéndoles que lo esperaran en el aeropuerto con Tefilín.

Sin embargo, hubo una confusión en las comunicaciones y nadie recibió al desesperado rabino en el aeropuerto. Faltando menos de una hora para la noche, tomó un taxi y ordenó que fuera rápidamente a la sinagoga más cercana. Desgraciadamente, cayó la noche antes de que pudiera llegar. Descorazonado, detuvo el taxi, se sentó en un banco del parque y lloró.

En su siguiente Yejidut (audiencia privada), le preguntó al Rebe cómo podía expiar el no haberse puesto Tefilín ese día. Antes de contestar, el Rebe lo miró y le preguntó: «Bueno, ¿pensé en vos, o no pensé en vos?»

Luego le indicó estudiar las Halajot de Tefilín del Shulján Aruj del Alter Rebe y los Maamarim (discursos jasídicos) que hablan de la sumisión del corazón y la mente, el mensaje espiritual asociado con la Mitzvá de los Tefilín.

Rab Baumgarten lamentó que un Sidur y un Tania de bolsillo que el Rebe le había regalado yacieran ahora en el fondo del río Iguazú. «¿Podría el Rebe reemplazarlos?», preguntó.

«¿Por qué? ¿Acaso es culpa mía?», respondió el Rebe con una suave sonrisa.

«¿Y la culpa es mía?», replicó Reb Berel.

Ante esto, el Rebe sonrió ampliamente, sacó de un cajón de su escritorio un Sidur y un Tania y se los entregó al Rab Baumgarten.



Fuente: Adaptado por Yerajmiel Tilles de “To Know and to Care”, de Eliyahu Touger, Vol. 2, y ampliado con dos párrafos de un artículo de la revista Derher. 


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Yud Beis Tamuz - El Rebe pensando en sus Jsidim

Un día antes del arresto del Frierdiker Rebe, en el año 5687 (1927), se acercó a él un jasid con un Pa”n (פדיון נפש), pidiendo una brajá por su esposa. Ella había tenido un parto muy difícil de mellizos, quedando en estado muy delicado, y también los bebés estaban extremadamente débiles y en peligro.

El Rebe fue arrestado al día siguiente y pasó 18 días en la temida prisión de Shpalerna, sufriendo interrogatorios crueles, condiciones inhumanas y torturas físicas y psicológicas. El día 3 de Tamuz fue finalmente liberado, aunque le informaron que sería enviado al exilio en la lejana ciudad de Kostrama, un lugar alejado y desolado.

Ese mismo día, al salir de la cárcel y mientras esperaba el tren que lo llevaría al exilio, el Rebe se volvió hacia uno de los jasidim que habían venido a despedirlo y le preguntó: “¿Cómo está la mujer? ¿Y los bebés?”. Baruj Hashem, le informaron que tanto la madre como los mellizos ya habían salido de peligro.

Este detalle aparentemente “pequeño” revela una grandeza extraordinaria: incluso después de haber soportado semanas de sufrimiento insoportable, con su propio destino aún incierto, el Rebe no dejó de pensar en cada uno de sus jasidim. Tenía presente a cada uno de ellos en su corazón, con todo su dolor y necesidad, como si no hubiera pasado por nada. Así era el Rebe: completamente entregado a su pueblo, en todo momento, sin dejarse vencer por ninguna circunstancia.


Fuente: "Likutei Sipurim", R. Perlov, pág. 386
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La carta que recibió el Rabino Jacobson durante la guerra con Irán

Estimado Rabino Jacobson:

Mi nombre es [....], soy músico y resido en el norte del estado de Nueva York. Me dedico a tocar música (secular), particularmente el rock. El jueves pasado me encontraba tocando en un bar en Poughkeepsie.

En ese mismo momento, las noticias informaban que Israel había comenzado a atacar y neutralizar instalaciones nucleares en Irán. Aunque el ambiente del lugar no reflejaba ninguna conexión visible con lo judío, sentí en lo profundo de mi alma que debía hacer algo. Interrumpí la música, tomé el micrófono y compartí con los presentes lo que estaba ocurriendo en la Tierra Santa. Les pedí a todos que pidieran, cada uno a su modo, por la paz, y que asumieran el compromiso de hacer un acto de bondad para mejorar el mundo.

A continuación, interpreté la melodía de Hevenu Shalom Aleijem, explicando su profundo mensaje: un anhelo de paz verdadera, tanto a nivel individual como colectivo.

La noche siguiente (viernes por la noche), tuve un sueño muy particular. Se me apareció el Rabino Groner, el histórico secretario del Rebe, y me transmitió que el Rebe quería agradecerme. Me dijo que mis palabras en aquel bar habían tocado el corazón de una mujer judía que estaba allí presente, y que gracias a esa inspiración, ella decidió encender las velas de Shabat. Ese acto, aparentemente sencillo, atrajo una abundancia de bendiciones al mundo, protegiendo al pueblo de Israel y contribuyendo al éxito de su fuerza aérea.

Al despertar en la mañana del Shabat, el sueño seguía fresco en mi mente, pero mi inclinación natural fue restarle importancia. Me dije: “Fue un sueño hermoso… pero ¿quién soy yo para recibir un mensaje del Rebe en sueños?”

Sin embargo, esta mañana, domingo, recibo un correo electrónico que me estremeció: una mujer de Poughkeepsie me había estado buscando a través de las redes sociales. Me contó que mis palabras la conmovieron profundamente, y que, por primera vez desde su Bat Mitzvá —hace cincuenta años— había encendido una vela de Shabat, en mérito de Am Israel.




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lunes, 30 de junio de 2025

Maamar Zot Jukat Hatorá 5729 - en español (formato para imprimir)

Maamar Zot Jukat Hatora 5729 -Version Imprenta 

"Estoy siempre sucio" - Anécdota para Guimel Tamuz 5785

Historia muy especial para Guimel Tamuz 5785


Por Reb Zalman Vishetzky


Se llama Najum Litkowski. Llegó a los Estados Unidos desde la Rusia soviética en la década de 1970, a los 9 años, con su madre. Eran los típicos Lubavitchers inquebrantables de la antigua Rusia. Poco después de su Bar Mitzvá, Nojum ya empezó a trabajar aquí y allá para ayudar a su madre a traer el pan a la casa. No se lamentó ni derramó lágrimas; simplemente actuó con determinación, haciendo lo que debía hacerse.

Era Lubavitcher y siempre estaba cerca del Rebe. «No estaba muy metido en el tema de los Maamorim o las Sijot, pero siempre estaba allí, adentro o afuera, siempre cerca de Seven Seventy», refiriéndose, por supuesto, al edificio de ladrillo rojo, el icónico 770 de Eastern Parkway, el Shul del Rebe en Brooklyn, Nueva York.

Cada tanto, pasaba por el Rebe, ya fuera cuando repartía dólares o un Kuntres, o incluso justo cuando entraba en un Farbrenguen o bajaba a Minjá.

Pasaron algunos años, y Nojum se convirtió en contratista de reformas [de departamentos]. El trabajo le ocupaba la mayor parte del día, y su ropa siempre era la de un técnico reparador, manchada de pintura, masilla y demás. "Así no se va al Rebe, así que resultó que ya casi ni aparecía en 770", me dijo.

Pero un día, un amigo suyo se casaba, y Nojum se vistió elegantemente. Y como ya estaba vestido, decidió pasar por el Rebe cuando repartía dólares.

Miles de personas hicieron la fila con él, y cuando llegó su turno, el Rebe le entregó un dólar, pero el Rebe no soltó el billete.

Iba a irme, pero el Rebe seguía con el dólar en mano y no lo soltaba. Me miró fijamente a los ojos y preguntó en idish: «Vu bist du?» (¿Dónde estás?).

Me sobresalté y quedé en silencio. Bajé la mirada como si hubiese olvidado el idish hasta que el secretario, Reb Leibel Groner, me repitió: «El Rebe pregunta: ¿dónde estás?».

Levanté la vista y le dije al Rebe: «Ij bin do» (Aquí estoy).

Pero el Rebe seguía sin soltar el dólar. Me miró fijamente a los ojos y preguntó: "Farvos kumst du nisht?" - «¿Por qué ya no vienes?»

«En ese momento me di cuenta de que hacía mucho que no venía. Respondí de inmediato con una respuesta simple y honesta: «Ij bin ale mol shmutzik» («Siempre estoy sucio»), refiriéndose a su ropa de trabajo manchada como técnico y reparador.

El Rebe seguía sin soltar el dólar. Y mientras ambos lo sostenían, el Rebe dijo: «Kum vi du bist, ober kum» («¡Vení como sea que estés, pero vení!»).

Cuando Nojum me contó esta historia en el Shabat Jof Av, el año pasado, lloré profundamente. Yo también lo deseaba. Quería que el Rebe me dijera: «Kum vi du bist» (Vení tal como estés, como seas).

Ha pasado casi un año, y no ha habido una semana en la que no haya pensado y reflexionado sobre el «¿Vu bist du?» del Rebe, el «Ij bin ale mol shmutzik» de Nojum, y de nuevo el «Kum vi du bist, ober kum» del Rebe.

Cuanto más lo pienso, menos lloro. He empezado a comprender y a creer, cada día más, que el Rebe en realidad nos dice esto a todos, y también a mí.

Sí, nos exige que nos elevemos. Sí, nos exige que hagamos mucho más. Sí, insiste en que nunca nos detengamos ni nos rindamos.

Pero incluso antes de todo eso, él está ahí todo el tiempo, extendiendo un dólar, sin soltarlo, y dice:
"קום ווי דו ביסט, אבער קום!"
 «Kum vi du bist, ober kum».







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El comentario de Reb Jonie Marosov respecto a la fuerza de los jsidim del Rebe Anterior

Reb Eljonon Dov Marozov, comúnmente conocido como Reb Jonie, fue mazkir (secretario) tanto del Rebe Rashab como de su hijo, el  Frierdiker Rebe.

Durante un farbrenguen en Yud-Beis Tamuz 5693 (1933), Reb Jonie dijo lo siguiente: «Nuestro Rebe [se refería entonces al Frierdiker Rebe] es más grande que su padre y que todos los demás Rebeim». Esto sorprendió a varios de los demás presentes, quienes venían criticando a Reb Jonie, ​​pues creían erróneamente que estaba más mekushor (conectado) con el Rebe Rashab que con su hijo, quien se había convertido en el nuevo Rebe. Reb Jonie explicó que, respecto al Rebe Rashab y a los Rebeim anteriores, sus jasidim se conectaron con ellos ya sea porque los oyeron recitar un maamer jasidut, recibieron guía o una broje de ellos en un Yejidut, o por alguna otra interacción. Pero ahora, entre los jóvenes jasidim que se encuentran entre nosotros (refiriéndose a los jóvenes bojurim presentes), muchos de ellos nunca han visto al Rebe en toda su vida, y ya han pasado seis años desde que el Rebe dejó este país; sin embargo, estos jóvenes jasidim están conectados y entregados al Rebe con todo su corazón y con toda su alma.

Los otros Rebeim no contaron con jsidim tan devotos, que nunca los hubieran visto, escuchado ni tenido algún tipo de interacción con ellos.

*

Lo mismo puede decirse hoy de nuestro Rebe. Todos los bojurim que veo, y un número considerable de los jóvenes casados ​​hace 15 o 20 años, son similares a los bojrim con los que hablaba Reb Jonie.
Han pasado 31 años desde Guimel Tamuz y 33 desde que escuchamos al Rebe hablar en un farbrenguen, así que incluso aquellos de alrededor de 40 años, ¿qué interacción tuvieron con el Rebe? Ni siquiera tenían bar o bat mitzvá. Como mucho, habrán recibido una brajá si sus padres los llevaron al Rebe cuando pasaron por los dólares, y quizás también tuvieron el mérito de recibir un Kuntres o Lekaj del Rebe. Mientras que quienes crecieron fuera de Crown Heights ni siquiera tuvieron esa oportunidad, a menos que sus padres también los hayan llevado al Rebe.

Pero, como se mencionó anteriormente, la gran mayoría de este grupo de edad no tuvo ninguna interacción con el Rebe. Sin embargo, observen su devoción y dedicación incondicionales a todo lo que el Rebe dice y pide.
Si bien esto expresa y demuestra la grandeza del Rebe, al mismo tiempo demuestra la asombrosa belleza y calidad de los bojurim y yunguerlait.

Están conectados con la esencia del Rebe y no necesitan una interacción personal con él.

Puede ser similar a lo que el Rebe escribe en la última entrada del Hayom Yom: «Hubo momentos en que el Alter Rebe estaba en estado de dveikut, cayó al suelo y exclamó: No quiero Tu Olam Haba ni Tu Gan Eden, solo te quiero a Ti mismo». Así también, quienes se encuentran en esta categoría (que nunca conocieron al Rebe), o no lo recuerdan, su conexión es con la esencia misma del Rebe. ¡Ashreijem! ¡Qué afortunados son de tener un vínculo tan profundo y verdadero con el Rebe!


Fuente: Reb Sholom Avtzon

La Brajá del Rebe que curó una ceguera

Esto ocurrió en Johannesburgo, Sudáfrica. Israel Schwimmer, actualmente director de finanzas, residente en Nueva York, era entonces un niño pequeño, que había comenzado a estudiar en la escuela de Jabad de la ciudad.

Y así cuenta:

Poco tiempo después de mudarnos, me llevaron a un análisis de la vista, de rutina. El médico notó algo que no estaba bien, y me derivó a exámenes con especialistas. Visité a más de un especialista, y me diagnosticaron una enfermedad ocular llamada retinitis pigmentosa.

Esta enfermedad causa la degeneración de la retina, ceguera nocturna, disminución progresiva de la visión periférica, y a veces incluso lleva a una ceguera total. Cuanto más temprana es la aparición de la enfermedad, más grave puede ser el daño visual esperado. Hasta ahora no se ha encontrado cura para esta enfermedad.

Mis padres se asustaron mucho al escuchar que su hijo estaba destinado a perder la visión. Se sentían impotentes, hasta que mi tío propuso que, ya que los médicos no tenían nada que ofrecer, viajáramos a visitar al Rebe de Lubavitch en Nueva York y pidiéramos su Brajá.

Mis padres aceptaron la propuesta y nos unimos a un grupo de una docena de personas de Sudáfrica que fueron a celebrar los últimos días de los Jaguim de Tishrei junto al Rebe. Aterrizamos en Nueva York un miércoles, Hoshaná Rabá, 21 de Tishrei del 5744 (1983).

Apenas llegamos, nos formamos en la fila para recibir una porción de Leikaj —un pastel dulce de miel para un año bueno y dulce— de manos del Rebe, quien estaba horas en la entrada de su Sucá bendiciendo a la gran multitud.

Mi tío me presentó ante el Rebe: “Israel Shlomó Schwimmer, de Sudáfrica”. No dijo ni una palabra sobre mi situación, por lo tanto, es comprensible cuán sorprendido quedé cuando el Rebe me dijo en inglés, mientras me entregaba una porción del pastel: “Que Di-s te conceda estudiar Torá con los ojos abiertos”.

Las palabras del Rebe provocaron una gran emoción y alegría en todos. Para ellos, el Rebe había dicho lo suyo, y no cabía duda de que estaría completamente sano.

Antes de nuestro viaje, mi tío había reservado turnos con especialistas en oftalmología en Manhattan para el lunes, después de Simjat Torá. Mis padres llevaron consigo todos los exámenes que me habían hecho, y los especialistas solicitaron repetir todos los estudios, que no fueron para nada agradables.

Al día siguiente, se llevó a cabo en 770 un "rally", un encuentro infantil con la participación del Rebe y me llamaron a subir al escenario para recitar el Pasuk “VeShinantam leVaneja”. Después de aquel evento, fui a encontrarme con mi tío, y él me dijo que acababa de hablar con los especialistas, y le dijeron que todos los exámenes salieron perfectamente normales y que ¡no tengo ningún problema en los ojos!

Los médicos incluso dijeron que no podía ser que hubieran examinado al mismo niño que había sido sometido a los estudios detallados que figuraban en mi historial médico, ya que no había en mí ni indicios de la presencia de la enfermedad de retinitis pigmentosa.

¡Mis padres se alegraron muchísimo! Y, después de nuestro regreso a Sudáfrica, me llevaron nuevamente a los médicos. Estos me examinaron y confirmaron que, en efecto, todos los signos de la enfermedad que habían observado en el pasado —desaparecieron, y que no hay ningún problema médico en mis ojos.

Es importante señalar que ni siquiera tuve que usa anteojos en mi infancia. Comencé a usarlos recién a los dieciocho años, debido a un leve astigmatismo que se desarrolló en uno de mis ojos.

Una vez, cuando fui a un control oftalmológico de rutina para cambiar los anteojos, me horrorizó que el optometrista me pidiera volver para realizar más estudios. Al regresar a casa, ya estaba realmente en pánico. Le dije a mi esposa: “Quizás arruiné la Brajá del Rebe. Él me dijo ‘estudiar Torá con los ojos abiertos’. Tal vez no le dediqué el tiempo suficiente”. Fue una semana muy estresante, hasta que llegaron los resultados de los estudios y se confirmó que no había absolutamente ningún motivo de preocupación. Pero ese episodio me sirvió como recordatorio de lo que pasé de niño, y de cómo el Rebe me salvó.

Y esto me recuerda una historia relacionada con el tema:

Una vez, durante una visita a Israel, fui al Museo de los Niños en Julón, donde se realiza una actividad especial llamada “Diálogo en la oscuridad”. La actividad está destinada tanto a niños como a adultos, y durante ella se recorre en completa oscuridad, para experimentar de forma real la sensación de una persona con ceguera.

Durante la visita, le pregunté al guía que nos acompañaba si había nacido ciego o si había perdido la vista en algún momento de su vida. Me contó que quedó ciego a los veinte años. Le pregunté cómo ocurrió, y su respuesta fue: “Sufrí una enfermedad llamada retinitis pigmentosa”.

En ese momento pensé para mis adentros: “¡Eso podría haberme pasado a mí!”

---

*Este es uno de los miles de ejemplos vivos del poder de una palabra del Rebe.*
Cuando los médicos no vieron esperanza, una breve bendición bastó para cambiar el diagnóstico y transformar la oscuridad en luz.

En Guímel Tamuz, el día en que sentimos más profundamente la ausencia física del Rebe, elegimos conectarnos con su presencia eterna a través de las historias que continúan iluminando nuestras vidas.

*El Rebe no solo veía lo que es —veía lo que puede ser— y nos enseñó a hacer lo mismo.*

Que esta historia nos inspire a fortalecer nuestra emuná, nuestra confianza en las Brajot del Rebe, y nuestro compromiso con su misión: llenar el mundo con luz, Torá y Guéula.


Fuente: [La historia contada en persona por su protagonista para JEM:
https://youtu.be/_C4xJYDXL40]

©JasidiNews

Momentos de guerra en Eretz Israel

Antes de la Guerra del Golfo de 1991, el Rebe alentó a los residentes de Israel a permanecer en Eretz Hakodesh, y aconsejó a aquellos que tenían planeado viajar al país que no cancelaran sus viajes.

«No hay absolutamente ninguna razón para preocuparse», dijo el Rebe a una familia. A una mujer anciana que preguntó si era seguro mudarse a Israel, el Rebe le respondió: «Si es seguro en cualquier otro lugar, entonces con más razón lo es en la Tierra de Israel».

A un abuelo que preguntó si sus hijos debían regresar del lugar [la Ieshivá] donde estaban estudiando, el Rebe le dijo: «¡Jas veshalom! Es la capital de Di-s. Si siempre debían estar allí, entonces con más razón ahora».

En Tel Aviv, había un jasid que realmente estaba atemorizado por la situación, y escribió una carta al Rebe. En ese momento, Irak había disparado 42 misiles Scud sobre territorio israelí.

«Todos estamos asustados», escribió el jasid. «¿Qué será de nosotros?»

El Rebe le respondió que al decir “todos estamos asustados” está pensando mal y erróneamente —aunque sin intención— de los tantos yehudim que sí tienen una fe plena en que Hashem los protegerá.

Y a su pregunta de “¿qué será?”, el Rebe le respondió citando el versículo de Tehilim (32:10):
«El que confía en Di-s, estará rodeado de bondades».



Fuente: HasidicArchives

El Mashal de la miel y el oso de Reb Mendel Futerfas

Shabat Mebarjim Jodesh Tamuz - Farbrenguen preparación para Guimel Tamuz

Esto ocurrió en aquellos días confusos, después del 3 de Tamuz de 5754 (1994). Los jasidim estaban desorientados, sin saber bien cómo proceder. Comenzaban a abrirse distintas opiniones, diferentes caminos, y muchos se preguntaban cuál era la forma correcta de actuar en una situación tan nueva y difícil.

También los jasidim que vivían en Londres, Inglaterra, buscaban orientación. Buscaban respuestas. Buscaban aliento, fuerza y claridad. En medio de esta confusión, consideraron correcto acercarse a Reb Mendel Futerfas, para escuchar un consejo: ¿hacia dónde se va en una época tan difícil?

Como era su costumbre, Reb Mendel respondió con un Mashal:

Los habitantes de un pequeño y apartado pueblo vivían de la producción de miel, que luego vendían en las grandes ciudades cercanas. Pero los aldeanos enfrentaban un problema constante: después de semanas y meses de trabajo recolectando la miel de las colmenas y vertiéndola en un gran barril para el envío, cada noche llegaban osos hambrientos y devoraban toda la miel… sin el menor remordimiento por el esfuerzo de los pobres campesinos.

Cada día los aldeanos intentaban una nueva estrategia para evitar que los osos accedieran a la miel. Pero el deseo de los osos siempre superaba la astucia de los campesinos, y al llegar la mañana, el barril aparecía vacío. Finalmente, una mañana, desesperados, reunieron a los sabios del pueblo para idear un plan que los ayudara a vencer al poderoso oso.

Tras una larga noche de reflexión, los sabios idearon una solución especial: colocar el barril de miel en lo alto de un árbol. “¿Y qué?”, decían algunos. “¡Eso ya se intentó antes! ¡Los osos saben trepar árboles!”. Pero esta vez era diferente. Habían ideado una rama fuerte y flexible que, cada vez que el oso intentara trepar, lo golpearía. Si volvía a intentarlo, la rama lo azotaría una y otra vez.

Esa noche, los sabios se escondieron a cierta distancia para observar si su invento funcionaba. Lo que vieron fue asombroso: el oso olió la miel, se acercó al árbol tambaleándose y comenzó a trepar. Pero apenas apoyó una pata sobre la rama, esta le dio un fuerte golpe directamente en su cara peluda. El oso, enfurecido, bajó del árbol y comenzó a pelear con la rama descarada. Y como los sabios habían previsto, la rama, diseñada como un boomerang lo golpeó otra vez. El oso, más furioso aún, redobló su fuerza contra la rama… y recibió otro golpe más fuerte. Así, una y otra vez, hasta que el oso olvidó por completo su deseo por la miel, y concentró todas sus fuerzas en una guerra contra la rama. Pero la rama era más fuerte que él, y finalmente el oso cayó vencido al suelo.

—Exactamente así está ocurriendo ahora —explicó Reb Mendel—.
El Rebe ya nos dio la miel: la noticia de la Gueulá. Pero la Sitra Ajará —el lado de la impureza— sabe que si llegamos a saborear esa miel, si empezamos a vivir con el anuncio de la redención, a mirar el mundo con “los lentes del Rebe”, entonces se le terminó el juego. No tiene más lugar. Por eso, la Sitra Ajará trae una "rama" insolente, molesta, que nos distrae —es decir, toda esa oposición, abierta o disimulada, que surge frente a la difusión del mensaje de la Gueulá y frente al entusiasmo con que se vive el tema del Mashíaj, y el Majloket en general—.
Esa rama nos irrita, nos provoca, nos hace despertar nuestra Midat hanétzaj (la cualidad de la obstinación): nos enojamos, reaccionamos, discutimos… y sin darnos cuenta, ya nos olvidamos de la miel.

Para poder llegar a la miel, hay que dejar el ego de lado. Hay que anularse por completo ante la voluntad superior, sin creerse “algo”. Solo así podemos cumplir la misión y alcanzar la miel, sin caer agotados “en la vejez”, debilitados por tanto ruido, por peleas y políticas innecesarias con la dichosa rama.

¡Querido josid! ¡Ya pasaron 33 años desde que la miel espera allá arriba en el árbol! No hay otra opción. Hay que tragarse el ego, dejar de pelear con la rama, no debatir con ella ni buscar formas de frustrarla o demostrarle que está equivocada. Hay que seguir adelante con las palabras del Rebe. Trabajar con entrega. No permitir que la obstinación nos arrastre a la batalla equivocada.

Centrémonos en la misión que nos dio nuestro Rebe:
“Un kukt nisht oif di zayten” — “No se mira a los costados”,
aunque esos costados nos provoquen y nos toquen justo en los puntos más sensibles de nuestro “yo”.

Dejemos esa obstinación para el Rey Mashíaj, que “vencerá a todas las naciones que lo rodean”, y que ya comenzó a mostrarse ese sabor en algunos aspectos concretos.

Y mientras tanto… nosotros llegaremos a la miel. Y venceremos al Galut.

El simple judío que salvó a toda una comunidad con un inocente "Eini Yodea"

La siguiente historia fue contada por el Joize de Lublin. Muestra la fuerza única del pueblo judío: creer… incluso cuando no entiende absolutamente nada.


En tiempos de los Rishonim era bastante común que sacerdotes católicos organizaran debates religiosos con rabinos. ¿Para qué? Para intentar (pobremente) demostrar que su religión era la verdadera y lograr que algún judío se convirtiera (¡Dios libre!).

Había un obispo que se tomaba este pasatiempo muy en serio. Armaba debates con entusiasmo, pero… no tenía suerte. Nunca ganaba. Incluso cuando afirmaba haber ganado, ningún judío mostraba interés en convertirse por eso.

Cansado de fracasar, el obispo decidió jugarse el todo por el todo. Dijo:
“¡Basta! Esta vez, si yo gano, todos los judíos del pueblo deberán convertirse… o serán quemados”.
Y, para no quedar como el villano de la historia, añadió con dramatismo:
“Y si ustedes ganan, que los jueces me echen a mí al horno”.

La comunidad judía corrió al Shul, no para debatir, sino para pedir y hacer davenen. Estaba claro que sus vidas estaban en peligro y que solo Hashem podía salvarlos.

Ahora bien, ¿quién se ofrecería para representar a los judíos en este debate de vida o muerte? Nadie. Silencio total. Hasta que, tímidamente, levantó la mano un yehudí bien simple, de esos que apenas sabían leer… y ni hablar de debatir.

“Yo iré. Hashem me va a ayudar.”

No había más opciones, así que —con más nervios que confianza— lo enviaron.

Llegó el gran día. Gentiles, judíos, curiosos y chusmas se amontonaron para ver el espectáculo. El obispo, con sonrisa diplomática, le ofreció al simple yehudí hacer la primera pregunta.

El yehudí miró al obispo y preguntó con tono serio:
“¿Qué significa איני יודע ['Eini Yodea']?”

El obispo frunció el ceño y contestó honesta e inmediatamente:
“No lo sé.”

¡Pum! Los jueces se levantaron sin dudar, lo agarraron de los brazos y lo arrojaron directo al horno.

¡Los judíos se habían salvado!

Después del shock y las danzas espontáneas, alguien le preguntó al yehudí sencillo:
“¿Cómo se te ocurrió una pregunta tan brillante?”

Y él respondió, como si fuera lo más obvio del mundo:
“Yo tengo un Jumesh con traducción al Idish. Sobre las palabras de Rashi  איני יודע, el traductor pone: ‘Ij veis nisht’ —‘No lo sé’. Entonces pensé: ¡Si el traductor no lo sabe… seguro que el obispo tampoco!”😆

El Jozé de Lublin dijo que esta historia enseña una gran lección: nuestra Emuná no depende de cuánto entendemos. A veces no sabemos, ni entendemos, ni siquiera sabemos qué no entendemos —pero igual creemos. Porque un yehudí no necesita saber para saber en qué creer.


Fuente: Reb Elimelej Biderman

Cuando el Rebe Anterior no le quiso otorgar la Brajá que pedía

Cuando los nueve bojurim Lubavitchers llegaron a Montreal desde la Europa aún herida por la guerra, no todos los recibieron con entusiasmo. Había quienes dudaban de la viabilidad de establecer una ieshivá en esas condiciones. Pero entonces apareció el jasid y tzadik, Rab Yojanán Twersky, conocido como el Tolner Rebe, quien los acogió con calidez y les abrió las puertas de su hogar con estas palabras: “¡Mi casa es la de ustedes!”.

El rabino Twersky, quien había llegado a Montreal en el año 5694 (1934), era fundador de la congregación Kahal Jasidim Kehilas Dovid. Educado en Estados Unidos, hablaba el idioma del país con soltura, y tenía gran influencia en la comunidad judía local. No escatimaba esfuerzos en ayudarlos: los acompañó personalmente de una oficina gubernamental a otra, gestionaba lo que fuera necesario y, sobre todo, se preocupó de que los bojurim se sintieran acogidos en su nuevo entorno.

“Siempre estuvo a nuestro lado”, recordaba años después el rabino Guerlitzky. “Y no lo hizo por lástima, sino por el profundo respeto que sentía”.

El Rebe Rayatz expresó su aprecio por estos actos de entrega. En una ocasión, durante una audiencia privada (iejidut) con el Rebe en Nueva York, el Rab Twersky pidió una brajá: “Que no tenga dificultades en el servicio a Hashem”.

El Rebe Rayatz no accedió [a darle tal Brajá]. “Para eso fuimos creados —respondió—: para servir a Hashem luchando contra la inclinación al mal, sabiendo que hay recompensa y castigo”.

“Pero, ¿acaso no decimos cada mañana en la Tefilá”, preguntó el Rabino Twersky con humildad, “que no nos traigas a prueba ni desafío?”.
["וְאַל תְּבִיאֵנוּ... לֹא לִידֵי נִסָּיוֹן"]

El Rebe Rayatz explicó con dulzura: “Allí mismo pedimos también[e inmediatamente]: 
"וְלֹא לִידֵי בִזָּיוֹן"
‘Y no nos avergüences ni nos hagas caer en manos del desprecio’. El sentido es que el desafío no debe llevarnos, Jas Veshalom, a la caída o al escarnio. Pero las pruebas son necesarias, y debemos pasarlas. Lo que pedimos es la fuerza para superarlas, y así no ser avergonzados”.

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Moraleja

De aquí aprendemos una enseñanza fundamental en el camino del jasid: no huir de los desafíos, sino enfrentarlos con fuerza interior, sabiendo que cada prueba es una oportunidad de elevarse. “Hashem no nos da una prueba si no nos da también la fuerza para superarla”. Y así, con la ayuda de Hashem, y con la inspiración de los tzadikim, podemos convertir cada oscuridad en luz, y cada obstáculo en un escalón hacia una conexión más profunda con Hashem.

El poder de un tornillo...y de la fuerza de voluntad



Durante los meses de invierno, el Rebe Rashab solía viajar a diferentes centros de salud. Uno de sus destinos era Wiesbaden, Alemania. Un año, estando allí, entró a una fábrica y observó cómo los trabajadores colocaban enormes trozos de madera en una máquina, y de ella salían productos de madera terminados.

Ya sea cuando se iba ese año, o cuando volvió en otro año, volvió a visitar la fábrica. Sin embargo, al llegar al edificio, notó que estaba clausurado, completamente cerrado.

Preguntó a alguien por qué la fábrica estaba cerrada, y le respondieron que un día, en plena producción, un tornillo o perno dentro de la maquinaria se rompió, y no solo el metal de la máquina se hizo pedazos, sino que su explosión destruyó también los productos terminados. Así que no quedó nada para vender.

El Rebe Rashab comentó: "Un tornillo puede transformar un tosco pedazo de madera en algo hermoso y útil. Y cuando ese tornillo o perno falta, incluso un producto terminado puede arruinarse y destruirse."

El Frierdiker Rebe estaba allí con su padre, o cuando su padre le repitió esto, preguntó: "¿Y qué representa ese tornillo/perno en avoide (el servicio a Hashem) de un yehudí?

El Rebe Rashab respondió: "Eso es el “RATZÓN / LA FUERZA DE VOLUNTAD”

Cuando una persona tiene fuerza de voluntad, incluso si su mente es inferior al promedio, su hasmode (constancia) y diligencia pueden convertirlo en alguien con un conocimiento tremendo, capaz de beneficiar a los demás.

Pero si le falta esa voluntad, entonces, incluso si fue bendecido con una cabeza maravillosa, si no se esfuerza, puede perder todo lo que tiene.

Fuente: por el Rabino Sholom DovBer Avtzon.

"Hay quienes adquieren su Olam Habá con una sóla página"

Un joven americano había descubierto su gloriosa herencia [como Yehudi] y decidió llevarla a a la práctica, volviéndose un Baal Teshuvá pleno. Comenzó a estudiar Torá y a cumplir las Mitzvot con entusiasmo. Incluso cuando regresaba a la casa de sus padres, continuaba allí con sus estudios, con profunda dedicación.
Su padre, ya mayor, estaba muy distanciado del judaísmo tradicional y no entendía de qué se trataba todo eso. En ese tiempo ya se había jubilado, y pasaba sus días deambulando por la casa sin mucho que hacer. Observando a su hijo absorto en el estudio de Guemará, el padre quedó impresionado. La vida de su hijo parecía tan plena, tan rica en contenido y valores. Finalmente, un día se le acercó y le dijo:
—Enséñame una página de lo que estás estudiando.
—Será muy difícil para ti —le respondió el hijo con sinceridad—. Para entender la Guemará, primero hay que saber hebreo, y ni siquiera sabes el Alef-Bet. Además, hay un segundo idioma: el arameo.

Pero el padre estaba decidido. A pesar de todos los obstáculos, le pidió a su hijo que le enseñara al menos una página del Talmud. El hijo accedió y comenzaron a estudiar juntos. Sin embargo, como la visita era breve y esporádica, sólo podían avanzar durante sus encuentros ocasionales. Así, les llevó todo un año completar el Daf, esa única página.
Cuando por fin la terminaron, el padre exclamó con alegría:
—¡Quiero hacer una fiesta! ¡He terminado de estudiar una página entera del Talmud!

—Existe la costumbre de celebrar un Sium, una fiesta, al completar un tratado entero del Talmud —le explicó el hijo—, pero no por una sola página...
Pero el padre no cedió. Insistía en hacer su fiesta.

Sin saber qué hacer, el hijo acudió al Rabino Moshe Fainstein para consultarle si se podía llevar a cabo un Sium por una sola página de Talmud.

—Haz el Siyum —dictaminó el Rab Fainstein—. Y añadió con una sonrisa: ¡Avísame cuándo será! ¡Quiero participar en esa alegre ocasión!

Y así fue que se realizó un Sium por una única página del Talmud, estudiada con esfuerzo y devoción por un hombre junto a su hijo durante un año entero. Rab Fainstein asistió de hecho a la celebración y colmó de elogios al anciano padre, quien no dejó que ninguna dificultad se interpusiera en su camino para alcanzar su meta.

A la mañana siguiente, el anciano no despertó de su sueño. Había fallecido durante la noche, con lo que se conoce como מיתת נשיקה “el beso de Di-s”. Rab Fainstein también asistió a su funeral, y en el Hesped —el discurso fúnebre — declaró:
—El Talmud relata que hay quienes adquieren su Olam Habá [Mundo Venidero] en una sola hora. Hoy hemos visto que hay quienes adquieren su Olam Habá con una sola página.



[Adaptado por Ierajmiel Tilles de "Stories my Grandfather told me" (Mesorah), por Zev Greenwald.]
©JasidiNews 

¿Qué pasa con el Ahavat Israel?! - La pregunta del Rebe al Shliaj y Jasid Reb Sh. D. Raichik

Reb Shmuel Dovid Raichik fue un shadar (emisario) del Rebe y el primer Sheliaj en la Costa Oeste de EEUU. Fue un jasid inolvidable, viviendo en un plano superior, mientras dedicó su vida a las campañas (Mivtzoim) del Rebe. Fue un ejemplo viviente de una persona con cualidades refinadas y una naturaleza pura y sutil.
Reb Shmuel Dovid tenía un amigo con quien había estudiado en Tomjei Tmimim en Otvotzk. Mientras Reb Shmuel Dovid fue enviado a California, este colega terminó viviendo en otra ciudad del Medio Oeste de EEUU.
En algún momento, ese otro judío experimentó dificultades con su sustento y consideró mudarse a California. Sabía que tenía un viejo amigo y colega allí, y esperaba que Reb Shmuel Dovid lo podría ayudar con ciertos aspectos de su reubicación y además ayudarlo a establecer conexiones a fin de establecer un negocio allí.
Lo que sucedió, desafortunadamente, fue que Reb Shmuel Dovid no tuvo éxito en satisfacer las solicitudes de su amigo. Sin duda, hizo su mejor esfuerzo, pero simplemente no funcionó. El amigo se sintió decepcionado y decidió echarle la culpa ante su situación al Rabino Raichik. Se lo tomó como algo personal y se distanció de él. Cualquier acercamiento por parte de Reb Shmuel Dovid fue rechazado.
Reb Shmuel Dovid no veía ninguna forma de forzar al otro a ser su amigo, por lo que se alejaron. No es que el Rabino Raichik tuviera algo en contra de su amigo, jas vejalila, [el que lo conoció a Reb Shmuel Raichik sabe que no tenía ni un mínimo hueso vengativo en su cuerpo,] pero con su amigo eligiendo rechazarlo, no veía que hubiera algo más que pudiera hacer.
Pasaron los años, sin que asistieran a las Simjes (celebraciones) uno del otro, ni tuvieran nada que ver entre sí.

Una vez, Reb Shmuel Dovid recibe una llamada del Rabino Jodakov. "El Rebe quiere saber qué está pasando con tal persona", dijo el Rabino Jodakov, preguntando por el bienestar de ese mismo amigo.

Reb Shmuel Dovid se sorprendió por la pregunta. Explicó que no ha habido contacto entre ellos durante años. "No tengo nada en contra de él, jas vejalila", explicó, "pero él está actuando 'beroiguez' (resentimiento) contra mí y no permite ninguna relación".

El Rabino Jodakov escuchó su explicación y terminó la llamada. Poco después, el Rabino Jodakov lo llamó de nuevo, diciendo: "El Rebe preguntó: 'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!' - ¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?'"
No hace falta decir que el Rabino Raichik inmediatamente puso toda su energía en renovar la relación, sin importar cualquier reacción negativa. Por esa época, estaba casando a un hijo, y envió a dos de sus hijos a invitarlo personalmente a este amigo a la celebración y pedirle que participara. Poco a poco, los esfuerzos incansables del Rabino Raichik fueron efectivos, y la conexión se renovó y continuó hasta el fallecimiento del Rabino Raichik.

*
Reflexión:

Cuando lo piensas, la exigencia del Rebe a Reb Shmuel Dovid fue algo realmente notable. Después de todo, Reb Shmuel Dovid no tenía nada en contra de este individuo; no era una persona que pudiera guardar rencor. Los sentimientos negativos eran completamente unilaterales: realmente no había nada que él pudiera haber hecho al respecto.
Pero el Rebe no aceptó esa explicación. El no ser más proactivo, no tomar más iniciativa por su cuenta para reparar la relación (hasta el punto de estar al tanto de lo que sucede en la vida del otro), era una falla, una falta de Ahavat Israel. El Rebe no aceptó la excusa o defensa de que esto fue causado por la otra parte.

Lo que todos tenemos en común, sin embargo, con la historia, es que todos tenemos explicaciones y excusas para nuestro comportamiento. Y para nosotros, es probable que suenen tan aceptables como el razonamiento de Reb Shmuel Dovid suena para cualquiera: no es nuestra culpa; la otra persona es responsable y la otra persona tiene la culpa.
Pero así como en la historia el Rebe se negó a aceptar el razonamiento de Reb Shmuel Dovid, también podemos estar bastante seguros de que no atribuiría ninguna legitimidad a nuestras razones. Por lo tanto, deberíamos prestarle un poco más de atención a ellas nosotros mismos:
¿Por qué, en general, quedamos molestos con las personas? En su mayoría, porque ellos, de una forma u otra, nos han hecho algún daño. Este me humilló, este me engañó, este me socavó, y el otro me miró de una manera medio fea. Hay numerosas quejas reales o imaginarias que creemos que nos han hecho.
Pero, supongamos que tengo razón. Que el comportamiento de la otra persona es el incorrecto, y que tengo una queja legítima contra él o ella. Entonces, alguien realmente me hizo daño. ¿Por qué eso me molesta? ¿Acaso no creo que el Oibershter (Dios) dirige el mundo? ¿Acaso tengo mis dudas, j"v, sobre lo que el Alter Rebe escribe en el Tania que "Al hanizak kvar nigzar min hashamaim" — que lo que me sucedió fue indudablemente predestinado?

[Se cuenta el cuento de un judío que pasó su vida haciendo lo correcto y sirviendo a Hashem con un corazón completo. A medida que envejecía, se dio cuenta de que su fin estaba cerca. Antes de morir, pidió a la Jebre Kadisha que le trajeran un crucifijo. Para su sorpresa, comenzó a besarlo y rezarle...
Ante su pregunta, explicó: "Ahora estoy al final del viaje, y me estoy acercando al próximo mundo. ¿Y si llego allí y descubro que, después de todo, los cristianos tenían razón? ¡Necesito cubrirme por las dudas!🤦‍♂️"]

Estudiamos jasidut, rezamos, cubrimos nuestros ojos y declaramos inequívocamente que Hashem Elokeinu Hashem Ejad. Sabemos, por supuesto, que "Ein od milvado", que Hashem dirige el mundo, y que nada sucede sin Su orquestación. Lo aprendemos en las Sijot, lo repetimos en los Maamarim. Y, en cierto nivel, realmente creemos que ese es el caso.
Hasta que se trata de mi existencia. Hasta que algo sobre lo que alguien más dijo o hizo es insultante o una ofensa para mí. Entonces, de repente, nos volvemos como el tipo de la historia. Tal vez no es realmente el Oibishter, j"v. Tal vez fueron las acciones de esa persona, las que me arruinaron, las que arruinaron mi trabajo o mi familia o mi shiduj o mi cholent. Y, si ese es realmente el caso, entonces es justo que me enoje con él (al menos por el futuro previsible).

Y el Rebe escucha nuestras quejas y razonamientos, y nos pregunta con firmeza:
'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!'
 "¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?"
Nada de esto es novedoso para ninguno de nosotros. Todos conocemos muy bien todas estas ideas y conceptos, y realmente creemos [en ellos]. Pero, de alguna manera, nuestra conducta, especialmente cuando se trata de Ahavat Israel, desmiente nuestra creencia y fe básicas. Sin embargo, a veces, depende de nosotros reevaluar nuestro comportamiento, nuestro bein adam lajavero, y determinar si realmente refleja nuestra filosofía de vida y nuestra fe en Hashem.

Redediquémonos al estudio de Jasidus y a vivir con una palabra de Jasidus, adaptar la mentalidad de Jasidut como nuestra propia mentalidad, y que eso sea lo que maneje nuestra relación con nuestros semejantes, así como nuestra relación con el
Oibershter. Y que el Ahavat Israel y la unidad de Israel sirvan como la preparación adecuada para la llegada del Mashíaj y la nueva Torá que él nos enseñará.


Fuente: Rav Akiva Wagner (Anash.org)

domingo, 18 de mayo de 2025

Recordando al Rab Shwei A"H

Rosh Jodesh Iyar se cumple el Yortzait de Rab Aharon Yaakov Shwei, זצ"ל, rabino principal de Crown Heights durante varios años, quien se destacó por su dedicación y entrega al Rebe. Más allá de su vasto conocimiento de la Torá, Halajá y Jasidut, compartimos algunas anécdotas (contadas por familiares y gente muy cercana) que revelan la profundidad de su conexión con la comunidad y su compromiso con los valores dignos de alguien que se conduce en las sendas de Jasidut.

*

"En la casa de mi abuelo, cada visitante era recibido con una sonrisa cálida y un rostro amable. No importaba quién fueras ni de dónde venías: él se interesaba sinceramente, preguntaba, se preocupaba de corazón.  
Incluso en su último año, cuando su salud ya era frágil, seguía ocupándose de los invitados junto con mi abuela —que tenga larga vida—, y siempre se aseguraba de ofrecer algo para comer o beber.

Recuerdo una ocasión especial —cuenta su nieto, el rabino Mendi Elkaim de Chicago—. Una señora conversa que se había casado y mudado a Crown Heights lo llamó, explicándole que necesitaba que alguien se responsabilizara de ella ante las autoridades para poder tramitar su residencia. Sin dudarlo, el abuelo le dijo que él mismo se encargaría, y escribió una carta oficial apoyándola en el proceso.

En otra oportunidad, después de hablar con uno de los residentes de la comunidad, me comentó: "Sé que no tengo una solución para el problema que me planteó, pero a veces el simple hecho de escuchar ya alivia el peso que lleva una persona. Por eso, escucho a todos."

También fui testigo de un momento profundamente conmovedor. Un joven del barrio, conocido por haberse apartado del buen camino y por su carácter rebelde, esperaba afuera de su casa.  
Cuando llegué, le pregunté qué hacía allí. Él me confesó, con emoción contenida, que venía a disculparse. Durante mucho tiempo había difamado al rabino, y ahora se enteraba de que, a pesar de todo, el rabino había estado ayudándolo en silencio a resolver un grave problema de Shalom Bait (paz conyugal). "Vine —dijo— a pedir perdón desde lo más profundo de mi corazón, por haberme atrevido a actuar así con alguien que solo quiso mi bien."

Otro recuerdo vivo en mi memoria es de hace unos años —comparte el rabino Yossi Kleinman—.  
Una pareja judía de Chicago, que hasta entonces solo estaba casada por civil, decidió finalmente formalizar su matrimonio acorde la ley de Moshé e Israel. Sin embargo, pusieron una condición: que la ceremonia se celebrara en un lugar sagrado. Tras conversar, acordamos realizar la boda en el mítico "770".

Organizamos todo, pero cuando pedimos al rabino Shwei que oficiara la Jupá, al principio se negó.  
No se trataba de terquedad: tenía un principio firme de no casar en el 770 a quienes no observaran Taharat Hamishpajá (la pureza familiar), Kashrut y el Shabat.
  
Después del Kabalat Shabat, me armé de valor y me acerqué a pedirle personalmente que reconsiderara. Le aseguré que la pareja cuidaría Taharat Hamishpajá, que ya respetaban las leyes de Kashrut y que únicamente había una dificultad con respecto al Shabat.

El rabino accedió a encontrarse con ellos.  
Cuando la pareja entró en su oficina, los recibió con una mirada cálida, con paciencia y una sonrisa que irradiaba bondad. Con delicadeza, les preguntó cuál era exactamente su dificultad para observar el Shabat.  
El novio explicó que era fumador y que le sería muy difícil dejar de fumar en Shabat, pero conversando con el Rav, allí mismo prometió que, por el mérito de su boda, dejaría el hábito. La novia, por su parte, se comprometió a no viajar en Shabat [que era lo que le estaba costando].  

Ante su sinceridad, el rabino Shwei accedió, y la boda se celebró ese mismo día, como estaba planeado.  
Hoy, esa pareja vive acorde a la Halajá: el novio cumple Shabat y continúa creciendo en su observancia religiosa. Todo gracias a la bondad, la paciencia y la dulzura del rabino, que supieron tocar sus corazones en el momento preciso.

La furiosa llamada que recibió Reb Moishe Fainstein y su desenlace

Un día, en la Mesivta Tiferes Yerushalaim, la Yeshivá de Rav Moshe Fainstein, זצ"ל,  se estaba llevando a cabo un Din Torá (juicio rabínico). Mientras estaba en su oficina, Rav Moshe emitió un fallo. Más tarde, recibió una llamada telefónica muy enojada de un tal Rav F. quien le dijo con furia que su fallo era incorrecto y tonto, y que iba en contra de una Guemará explícita. 
Rav Moshe escuchó con paciencia, y cuando Rav F. terminó, Rav Moshe le preguntó con voz suave: “¿A qué Guemará te refieres?” Al escuchar la pregunta, Rav F. colgó de inmediato.

Un par de meses después, Rav F. estaba por sacar un Sefer y se dirigió a pedirle una Haskamá (carta de recomendación) de Rav Moshe. Rav Moshe no solo le dio una Haskamá común, sino que le dio una muy especial y contundente.
Cuando estaba por salir de la oficina de Rav Moshe, le preguntó: “Por cierto, ¿a qué Guemará te referías?” Él respondió: “No tengo idea de qué está hablando.” Rav Moshe aclaró: “Cuando llamaste hace unos meses diciendo que mi fallo contradecía una Guemará.”

Él respondió que nunca lo había llamado. Resultó que alguien que no estaba muy contento con el fallo se había molestado y se hizo pasar por Rav F. para irritar y vengarse de Rav Moshe. 

Más tarde, alguien le preguntó a Rav Moshe: “En el momento en que le dio la Haskamá, usted no sabía que quien llamó era un impostor. ¿Cómo pudo dársela así nomás?” Él respondió: "La realidad es que eso no importa (si era él o no). Cuando dije el Kriat Shemá esa noche antes de irme a dormir, lo perdoné completamente. No guardo ningún rencor contra él; incluso si hubiera sido él, no importa.”

Un susurro en el momento justo – Pesaj Sheini


El mensaje de Pesaj Sheini es que nunca es demasiado tarde. Siempre hay una segunda oportunidad y se pueden arreglar las cosas.

La ciudad entera estaba vestida de fiesta. En cada rincón se respiraba una atmósfera de emoción contenida y alegría solemne. No era para menos: el mismísimo Baal Shem Tov había llegado a la ciudad, acompañado por uno de sus nietos cuya boda se celebraría ese día. Era un acontecimiento excepcional, y desde todas las regiones acudían invitados distinguidos, deseosos de ser parte de la ocasión.

La procesión nupcial dio comienzo. El Baal Shem Tov caminaba al frente, con paso firme y pausado, llevando al novio a su lado. Tras ellos, los invitados, los jasidim y los vecinos del pueblo avanzaban con respeto y entusiasmo, luciendo sus mejores galas.

Cuando la comitiva avanzaba por la calle principal, justo al acercarse al sitio donde se levantaría la Jupá, se encontraron con una carreta detenida. En ella viajaba un judío solitario, desconocido para todos los presentes. Su aspecto era sencillo, casi insignificante, y al principio nadie le prestó atención.

Pero entonces ocurrió algo inesperado. El Baal Shem Tov detuvo la procesión. Sin decir palabra, se desvió del camino y se acercó directamente a la carreta. Se inclinó hacia el hombre y le susurró algo al oído. Nadie oyó lo que dijo. Hubo un breve intercambio de palabras, y luego el Baal Shem Tov regresó a su lugar junto al novio, tomándolo nuevamente del brazo. La procesión siguió su curso como si nada hubiera pasado.

Los jasidim quedaron perplejos. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su Rebe, en pleno momento de máxima solemnidad, interrumpió todo para hablarle al oído? Era evidente para muchos que ese judío debía ser un Tzadik oculto. No podía ser otra cosa.

La boda fue una celebración inolvidable. La alegría, la inspiración, la santidad del momento envolvieron a todos como una ola cálida e inabarcable. Era como si los invitados hubieran dejado atrás este mundo y hubieran ascendido a una dimensión más elevada.

Pero al día siguiente, cuando todo se calmó, la curiosidad por aquel suceso extraño renació entre los jasidim. ¿Quién era ese hombre de la carreta? ¿Qué le había dicho el Baal Shem Tov?

Tras algunas averiguaciones, descubrieron en qué posada se alojaba el extraño y corrieron hacia allí, con la esperanza de que accediera a hablar con ellos.

Al entrar, lo saludaron con respeto:

—Shalom Aleijem, Rebe.

El hombre levantó la vista, desconcertado:

—¿Rebe? —preguntó, visiblemente sorprendido—. Yo no soy Rebe, ni hijo de Rebe.

Uno de los jasidim insistió:

—No necesitas ocultarte de nosotros, Rebe. Ya sabemos. Si nuestro maestro detuvo la Jupá para susurrarte algo al oído, es claro que eres un hombre santo.

—Yo no soy ni Tzadik ni hombre santo —replicó el extraño, empezando a incomodarse—. El Rebe me habló de algo personal, algo privado. Lo único que puedo decirles es esto: ¡Dichosos ustedes que tienen un gran maestro! Un verdadero Tzadik.

Pero los jasidim no se conformaban:

—Cuéntanos entonces, ¿qué fue lo que te dijo?

El hombre miró a su alrededor. Parecía atrapado. Después de un momento de vacilación, suspiró profundamente y dijo:

—Está bien. Escuchen.

Y comenzó a contar:

—Vivo en un pequeño pueblo. Mi mejor amigo vive justo enfrente de mi casa. Es vendedor ambulante. Cada tanto sale de viaje por semanas, incluso meses, para vender mercancía en los pueblos de la zona. Cuando vuelve, todos los vecinos lo recibimos con alegría. Nos reunimos en su casa para celebrar su regreso.

Una vez, después de un viaje especialmente largo, crucé a visitarlo. Fui el primero en llegar. La casa estaba tranquila. Sus hijos jugaban afuera, su esposa cocinaba. Me dijeron que él había salido y que volvería en breve.

Mientras esperaba, sentí ganas de fumar mi pipa. Sabía que él guardaba tabaco en un armario. Lo abrí. Allí, frente a mí, estaba su billetera. Rebosaba de billetes. Era evidente que se trataba de todas las ganancias de su viaje, dinero destinado a pagar deudas, mantener a su familia, reabastecer mercancía.

Me sorprendió su descuido. Pensé: “Esto no está bien. Alguien tiene que enseñarle una lección”. Y con esa justificación... la tomé. Metí la billetera en mi bolsillo.

“¡Qué sorpresa se llevará cuando vea que falta!”, pensé. “Así aprenderá a ser más cuidadoso.” Por supuesto —y eso es importante que lo sepan— mi intención no era robarle. Planeaba devolvérsela de inmediato. Solo quería ver la expresión en su rostro. Una pequeña lección. Eso era todo.

Pero no salió como pensaba.

Cuando volvió a casa y descubrió que todo su dinero había desaparecido, se desplomó en llanto desesperado. Su esposa se desmayó. Los hijos corrieron de un lado a otro, buscándola. Empezó a llegar gente, vecinos y amigos, todos confundidos, afligidos, intentando ayudar.

En segundos, el ambiente festivo se volvió una casa de luto.

Y yo... yo me acobardé. No pude confesar. Murmuré palabras de consuelo, fingí sorpresa. Me dije a mí mismo: “Después, en otro momento, cuando todo esté más tranquilo, le devolveré la billetera.”

Pero el momento nunca llegó. Los días pasaron, y luego semanas. Mi amigo vivía angustiado, acosado por acreedores. Devolverle el dinero en ese estado... ¿cómo hacerlo sin que me acusen de ladrón?

Los meses pasaron. La billetera seguía en mi poder. Empecé a considerar las voces de mi Yetzer Hará: “Usa ese dinero. Invierte. Haz un pequeño negocio. Luego se lo devuelves... incluso con ganancia adicional.”

Pero no podía hacerlo en mi ciudad. Todos me conocen. ¿Qué dirían si de repente aparezco con un negocio nuevo? Despertaría sospechas.

Entonces decidí irme. Alquilé una carreta y partí, buscando otro lugar, otra oportunidad. Llegué aquí... justo anoche.

El hombre hizo una pausa. Bajó la mirada, como recordando el instante exacto.

—Y entonces —continuó— su Rebe me vio. Se acercó y me susurró: “No es demasiado tarde para rectificar tu error. Vuelve a casa y devuelve inmediatamente el dinero. Te prometo que tu amigo te creerá y no pensará que pretendías robarle. Si es necesario, iré yo mismo y testificaré por ti. Pero ten cuidado: si te demoras más, puede que ya sea tarde.”

—Cuando me dijo eso... sentí como si me quitaran una montaña del corazón. Pasé la noche aquí. Y ahora... estoy por volver. A casa. A corregir lo que hice.


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*Fuente*: Yerajmiel Tilles
© JasidiNews