En un Farbrenguen oí el siguiente Mashal:
Se cuenta que el castor, cuando regresa a su madriguera, tiene una costumbre fija: nunca busca un nuevo trayecto, sino que vuelve exactamente por las huellas por las que vino. Los cazadores conocen bien este instinto. Colocan la trampa justo en ese sendero marcado.
Y así ocurre: el castor, al aproximarse, percibe el peligro. Comienza a gemir y llorar, porque sabe qué lo espera. Sin embargo, a pesar del llanto, no cambia su rumbo: sigue caminando exactamente por la misma senda, hasta caer en la trampa que lo atrapa.
Así también sucede con una persona que reconoce sus faltas, incluso llora por ellas, siente amargura y se apena por su situación… pero, al llegar el momento de actuar, vuelve a andar por el mismo camino de siempre. ¿De qué sirve el llanto si no va acompañado de un cambio real?
El llanto sincero tiene sentido solo si lleva a la Teshuvá práctica: alterar el sendero, tomar una resolución distinta, cambiar la conducta. De lo contrario, es como las lágrimas del castor: conmovedoras, pero sin fuerza para salvarlo de la trampa.
💪Bepoel Mamash:
1. El llanto es el comienzo, no el final.
Sentir dolor por una falta es positivo: es señal de que la Neshamá está despierta. Pero debe ser el motor para un paso nuevo, no un círculo cerrado de sentimientos.
2. Romper la costumbre.
Igual que el castor, nuestra fuerza más grande y también más peligrosa es la costumbre. La teshuvá empieza cuando me atrevo a dar un paso distinto al de “siempre”.
3. Pequeños desvíos cambian destinos.
No hace falta transformar toda la vida de un día para otro. Basta cambiar un detalle en la rutina: hacer la Tefilá con un sidur en vez de de memoria, decir un capítulo de Tehilim antes de dormir, frenar la lengua en un comentario… Eso ya es salirse de la “huella” que lleva a la trampa.
[Fuente: Mashal citado en Sforim en nombre del Beis Avrohom de Slonim. Beis Avrohom Parshat Beshalaj, pág, 78]
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