Rabí Shneur Zalman, el fundador del jasidismo Jabad —conocido como el Alter Rebe— tenía miles de jasidim. Cuando alguno enfrentaba un problema serio, viajaba a Liozna, el pequeño poblado de Rusia Blanca donde residía el Rebe (y más tarde a Liadí), para pedirle consejo y bendición.
Así ocurrió que un jasid de una aldea cercana llegó un día al Alter Rebe, con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado.
Le contó al Rebe que tenía un hijo adolescente, al que había educado en el camino de la Torá y las mitzvot. Era un buen muchacho, aplicado en sus estudios y cuidadoso en la observancia. Pero de pronto, algo lo había sacado de ese camino: empezó a desviarse y a apartarse de lo que había recibido en su hogar. El padre temía, con profundo dolor, que su hijo se pierda por completo. Suplicó al Rebe que lo aconseje qué hacer para encaminarlo de nuevo.
—¿Crees que podrías persuadir a tu hijo para que venga a verme? —preguntó el Alter Rebe.
—Me temo que en su estado actual no aceptará venir al Rebe —respondió el aldeano con tristeza.
—Entonces busca algún pretexto para traerlo —sugirió el Alter Rebe—. Envíalo al pueblo con algún encargo; una vez que esté aquí, se hallará la manera de que entre a verme.
El jasid regresó a casa y, pensando cómo cumplir el consejo del Rebe, se le ocurrió una idea: su hijo adoraba montar a caballo. En aquellos tiempos, no se veía con buenos ojos que un joven judío observante cabalgara solo hasta el pueblo; pero a su hijo poco le importaban las miradas ajenas, y aprovechaba cualquier ocasión para hacerlo.
Así, el padre le encargó un recado al hijo.
—¿Puedo ir a caballo? —preguntó el joven.
El padre asintió.
El muchacho salió galopando hacia la ciudad. No sabía que aquel recado era en realidad un ardid de su padre, que ya había dispuesto que lo llevaran a la casa del Rebe. Al poco tiempo se halló frente al Alter Rebe, que lo recibió con calidez.
—Dime —preguntó el Rebe—, ¿por qué elegiste venir montado a caballo en vez de viajar en una carreta?
—Porque me encanta cabalgar —respondió el joven—. Mi caballo es un animal magnífico, ¿por qué no aprovecharlo?
—¿Y cuál es la ventaja de un caballo así? —inquirió el Rebe.
—Un buen caballo corre rápido. Uno galopa y llega mucho antes a destino —dijo el muchacho con entusiasmo.
—Eso está muy bien… si vas por el camino correcto —replicó el Alter Rebe—. Pero si tomaste el camino equivocado, lo único que lograrás será alejarte con más rapidez [lo que aparentemente reduce y aminora su valor!]
El joven, todavía obstinado, contestó:
—Aun así, el caballo también puede ayudarte a regresar pronto al camino correcto, si te das cuenta de que te equivocaste…
El Rebe repitió lentamente, con énfasis en cada palabra:
—Si te das cuenta de que tomaste el camino equivocado… Sí, hijo mío, si uno logra detenerse a tiempo, y reconoce que se ha apartado de la senda recta, entonces puede retornar velozmente.
Las palabras del Alter Rebe, pronunciadas con tanta claridad y verdad, cayeron como un trueno en el corazón del joven. La mirada penetrante del Rebe lo atravesó hasta lo más profundo. El muchacho se desplomó desvanecido.
Al recobrar el sentido, con voz apagada pidió al Rebe permiso para quedarse en Liozna, a fin de retomar el estudio de la Torá y poder regresar luego a su familia como un judío observante.
Moraleja
El “caballo” representa las fuerzas interiores del hombre: la energía, las pasiones, la velocidad de la juventud, las cualidades que Hashem nos dio. No son negativas en sí mismas; al contrario, un caballo bueno y veloz puede llevar muy lejos. La cuestión es hacia dónde se dirige.
Si uno canaliza esas fuerzas hacia el camino correcto —Torá, mitzvot, avodá y jasidut—, llegará más rápido, más alto, más profundo. Pero si esas mismas fuerzas se orientan en dirección equivocada, entonces cuanto más veloz sea el caballo, más lejos lo alejará del propósito.
Y aquí está la enseñanza central del Alter Rebe: aunque uno haya tomado un rumbo equivocado, si se da cuenta a tiempo y “tira de las riendas”, puede usar esa misma energía para volver con rapidez y reencontrarse con el camino correcto.
En otras palabras: no hay que apagar ni anular las fuerzas de la persona, sino domarlas y orientarlas. El josid no destruye el caballo —lo convierte en su aliado para servir a Hashem.
Fuente: L'chaim Weekly #936
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