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lunes, 30 de junio de 2025

El poder de un tornillo...y de la fuerza de voluntad



Durante los meses de invierno, el Rebe Rashab solía viajar a diferentes centros de salud. Uno de sus destinos era Wiesbaden, Alemania. Un año, estando allí, entró a una fábrica y observó cómo los trabajadores colocaban enormes trozos de madera en una máquina, y de ella salían productos de madera terminados.

Ya sea cuando se iba ese año, o cuando volvió en otro año, volvió a visitar la fábrica. Sin embargo, al llegar al edificio, notó que estaba clausurado, completamente cerrado.

Preguntó a alguien por qué la fábrica estaba cerrada, y le respondieron que un día, en plena producción, un tornillo o perno dentro de la maquinaria se rompió, y no solo el metal de la máquina se hizo pedazos, sino que su explosión destruyó también los productos terminados. Así que no quedó nada para vender.

El Rebe Rashab comentó: "Un tornillo puede transformar un tosco pedazo de madera en algo hermoso y útil. Y cuando ese tornillo o perno falta, incluso un producto terminado puede arruinarse y destruirse."

El Frierdiker Rebe estaba allí con su padre, o cuando su padre le repitió esto, preguntó: "¿Y qué representa ese tornillo/perno en avoide (el servicio a Hashem) de un yehudí?

El Rebe Rashab respondió: "Eso es el “RATZÓN / LA FUERZA DE VOLUNTAD”

Cuando una persona tiene fuerza de voluntad, incluso si su mente es inferior al promedio, su hasmode (constancia) y diligencia pueden convertirlo en alguien con un conocimiento tremendo, capaz de beneficiar a los demás.

Pero si le falta esa voluntad, entonces, incluso si fue bendecido con una cabeza maravillosa, si no se esfuerza, puede perder todo lo que tiene.

Fuente: por el Rabino Sholom DovBer Avtzon.

"Hay quienes adquieren su Olam Habá con una sóla página"

Un joven americano había descubierto su gloriosa herencia [como Yehudi] y decidió llevarla a a la práctica, volviéndose un Baal Teshuvá pleno. Comenzó a estudiar Torá y a cumplir las Mitzvot con entusiasmo. Incluso cuando regresaba a la casa de sus padres, continuaba allí con sus estudios, con profunda dedicación.
Su padre, ya mayor, estaba muy distanciado del judaísmo tradicional y no entendía de qué se trataba todo eso. En ese tiempo ya se había jubilado, y pasaba sus días deambulando por la casa sin mucho que hacer. Observando a su hijo absorto en el estudio de Guemará, el padre quedó impresionado. La vida de su hijo parecía tan plena, tan rica en contenido y valores. Finalmente, un día se le acercó y le dijo:
—Enséñame una página de lo que estás estudiando.
—Será muy difícil para ti —le respondió el hijo con sinceridad—. Para entender la Guemará, primero hay que saber hebreo, y ni siquiera sabes el Alef-Bet. Además, hay un segundo idioma: el arameo.

Pero el padre estaba decidido. A pesar de todos los obstáculos, le pidió a su hijo que le enseñara al menos una página del Talmud. El hijo accedió y comenzaron a estudiar juntos. Sin embargo, como la visita era breve y esporádica, sólo podían avanzar durante sus encuentros ocasionales. Así, les llevó todo un año completar el Daf, esa única página.
Cuando por fin la terminaron, el padre exclamó con alegría:
—¡Quiero hacer una fiesta! ¡He terminado de estudiar una página entera del Talmud!

—Existe la costumbre de celebrar un Sium, una fiesta, al completar un tratado entero del Talmud —le explicó el hijo—, pero no por una sola página...
Pero el padre no cedió. Insistía en hacer su fiesta.

Sin saber qué hacer, el hijo acudió al Rabino Moshe Fainstein para consultarle si se podía llevar a cabo un Sium por una sola página de Talmud.

—Haz el Siyum —dictaminó el Rab Fainstein—. Y añadió con una sonrisa: ¡Avísame cuándo será! ¡Quiero participar en esa alegre ocasión!

Y así fue que se realizó un Sium por una única página del Talmud, estudiada con esfuerzo y devoción por un hombre junto a su hijo durante un año entero. Rab Fainstein asistió de hecho a la celebración y colmó de elogios al anciano padre, quien no dejó que ninguna dificultad se interpusiera en su camino para alcanzar su meta.

A la mañana siguiente, el anciano no despertó de su sueño. Había fallecido durante la noche, con lo que se conoce como מיתת נשיקה “el beso de Di-s”. Rab Fainstein también asistió a su funeral, y en el Hesped —el discurso fúnebre — declaró:
—El Talmud relata que hay quienes adquieren su Olam Habá [Mundo Venidero] en una sola hora. Hoy hemos visto que hay quienes adquieren su Olam Habá con una sola página.



[Adaptado por Ierajmiel Tilles de "Stories my Grandfather told me" (Mesorah), por Zev Greenwald.]
©JasidiNews 

¿Qué pasa con el Ahavat Israel?! - La pregunta del Rebe al Shliaj y Jasid Reb Sh. D. Raichik

Reb Shmuel Dovid Raichik fue un shadar (emisario) del Rebe y el primer Sheliaj en la Costa Oeste de EEUU. Fue un jasid inolvidable, viviendo en un plano superior, mientras dedicó su vida a las campañas (Mivtzoim) del Rebe. Fue un ejemplo viviente de una persona con cualidades refinadas y una naturaleza pura y sutil.
Reb Shmuel Dovid tenía un amigo con quien había estudiado en Tomjei Tmimim en Otvotzk. Mientras Reb Shmuel Dovid fue enviado a California, este colega terminó viviendo en otra ciudad del Medio Oeste de EEUU.
En algún momento, ese otro judío experimentó dificultades con su sustento y consideró mudarse a California. Sabía que tenía un viejo amigo y colega allí, y esperaba que Reb Shmuel Dovid lo podría ayudar con ciertos aspectos de su reubicación y además ayudarlo a establecer conexiones a fin de establecer un negocio allí.
Lo que sucedió, desafortunadamente, fue que Reb Shmuel Dovid no tuvo éxito en satisfacer las solicitudes de su amigo. Sin duda, hizo su mejor esfuerzo, pero simplemente no funcionó. El amigo se sintió decepcionado y decidió echarle la culpa ante su situación al Rabino Raichik. Se lo tomó como algo personal y se distanció de él. Cualquier acercamiento por parte de Reb Shmuel Dovid fue rechazado.
Reb Shmuel Dovid no veía ninguna forma de forzar al otro a ser su amigo, por lo que se alejaron. No es que el Rabino Raichik tuviera algo en contra de su amigo, jas vejalila, [el que lo conoció a Reb Shmuel Raichik sabe que no tenía ni un mínimo hueso vengativo en su cuerpo,] pero con su amigo eligiendo rechazarlo, no veía que hubiera algo más que pudiera hacer.
Pasaron los años, sin que asistieran a las Simjes (celebraciones) uno del otro, ni tuvieran nada que ver entre sí.

Una vez, Reb Shmuel Dovid recibe una llamada del Rabino Jodakov. "El Rebe quiere saber qué está pasando con tal persona", dijo el Rabino Jodakov, preguntando por el bienestar de ese mismo amigo.

Reb Shmuel Dovid se sorprendió por la pregunta. Explicó que no ha habido contacto entre ellos durante años. "No tengo nada en contra de él, jas vejalila", explicó, "pero él está actuando 'beroiguez' (resentimiento) contra mí y no permite ninguna relación".

El Rabino Jodakov escuchó su explicación y terminó la llamada. Poco después, el Rabino Jodakov lo llamó de nuevo, diciendo: "El Rebe preguntó: 'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!' - ¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?'"
No hace falta decir que el Rabino Raichik inmediatamente puso toda su energía en renovar la relación, sin importar cualquier reacción negativa. Por esa época, estaba casando a un hijo, y envió a dos de sus hijos a invitarlo personalmente a este amigo a la celebración y pedirle que participara. Poco a poco, los esfuerzos incansables del Rabino Raichik fueron efectivos, y la conexión se renovó y continuó hasta el fallecimiento del Rabino Raichik.

*
Reflexión:

Cuando lo piensas, la exigencia del Rebe a Reb Shmuel Dovid fue algo realmente notable. Después de todo, Reb Shmuel Dovid no tenía nada en contra de este individuo; no era una persona que pudiera guardar rencor. Los sentimientos negativos eran completamente unilaterales: realmente no había nada que él pudiera haber hecho al respecto.
Pero el Rebe no aceptó esa explicación. El no ser más proactivo, no tomar más iniciativa por su cuenta para reparar la relación (hasta el punto de estar al tanto de lo que sucede en la vida del otro), era una falla, una falta de Ahavat Israel. El Rebe no aceptó la excusa o defensa de que esto fue causado por la otra parte.

Lo que todos tenemos en común, sin embargo, con la historia, es que todos tenemos explicaciones y excusas para nuestro comportamiento. Y para nosotros, es probable que suenen tan aceptables como el razonamiento de Reb Shmuel Dovid suena para cualquiera: no es nuestra culpa; la otra persona es responsable y la otra persona tiene la culpa.
Pero así como en la historia el Rebe se negó a aceptar el razonamiento de Reb Shmuel Dovid, también podemos estar bastante seguros de que no atribuiría ninguna legitimidad a nuestras razones. Por lo tanto, deberíamos prestarle un poco más de atención a ellas nosotros mismos:
¿Por qué, en general, quedamos molestos con las personas? En su mayoría, porque ellos, de una forma u otra, nos han hecho algún daño. Este me humilló, este me engañó, este me socavó, y el otro me miró de una manera medio fea. Hay numerosas quejas reales o imaginarias que creemos que nos han hecho.
Pero, supongamos que tengo razón. Que el comportamiento de la otra persona es el incorrecto, y que tengo una queja legítima contra él o ella. Entonces, alguien realmente me hizo daño. ¿Por qué eso me molesta? ¿Acaso no creo que el Oibershter (Dios) dirige el mundo? ¿Acaso tengo mis dudas, j"v, sobre lo que el Alter Rebe escribe en el Tania que "Al hanizak kvar nigzar min hashamaim" — que lo que me sucedió fue indudablemente predestinado?

[Se cuenta el cuento de un judío que pasó su vida haciendo lo correcto y sirviendo a Hashem con un corazón completo. A medida que envejecía, se dio cuenta de que su fin estaba cerca. Antes de morir, pidió a la Jebre Kadisha que le trajeran un crucifijo. Para su sorpresa, comenzó a besarlo y rezarle...
Ante su pregunta, explicó: "Ahora estoy al final del viaje, y me estoy acercando al próximo mundo. ¿Y si llego allí y descubro que, después de todo, los cristianos tenían razón? ¡Necesito cubrirme por las dudas!🤦‍♂️"]

Estudiamos jasidut, rezamos, cubrimos nuestros ojos y declaramos inequívocamente que Hashem Elokeinu Hashem Ejad. Sabemos, por supuesto, que "Ein od milvado", que Hashem dirige el mundo, y que nada sucede sin Su orquestación. Lo aprendemos en las Sijot, lo repetimos en los Maamarim. Y, en cierto nivel, realmente creemos que ese es el caso.
Hasta que se trata de mi existencia. Hasta que algo sobre lo que alguien más dijo o hizo es insultante o una ofensa para mí. Entonces, de repente, nos volvemos como el tipo de la historia. Tal vez no es realmente el Oibishter, j"v. Tal vez fueron las acciones de esa persona, las que me arruinaron, las que arruinaron mi trabajo o mi familia o mi shiduj o mi cholent. Y, si ese es realmente el caso, entonces es justo que me enoje con él (al menos por el futuro previsible).

Y el Rebe escucha nuestras quejas y razonamientos, y nos pregunta con firmeza:
'Ober voz tut zij mit Ahavas Isroel?!'
 "¿¡Pero qué pasa con el Ahavat Israel!?"
Nada de esto es novedoso para ninguno de nosotros. Todos conocemos muy bien todas estas ideas y conceptos, y realmente creemos [en ellos]. Pero, de alguna manera, nuestra conducta, especialmente cuando se trata de Ahavat Israel, desmiente nuestra creencia y fe básicas. Sin embargo, a veces, depende de nosotros reevaluar nuestro comportamiento, nuestro bein adam lajavero, y determinar si realmente refleja nuestra filosofía de vida y nuestra fe en Hashem.

Redediquémonos al estudio de Jasidus y a vivir con una palabra de Jasidus, adaptar la mentalidad de Jasidut como nuestra propia mentalidad, y que eso sea lo que maneje nuestra relación con nuestros semejantes, así como nuestra relación con el
Oibershter. Y que el Ahavat Israel y la unidad de Israel sirvan como la preparación adecuada para la llegada del Mashíaj y la nueva Torá que él nos enseñará.


Fuente: Rav Akiva Wagner (Anash.org)

domingo, 18 de mayo de 2025

Recordando al Rab Shwei A"H

Rosh Jodesh Iyar se cumple el Yortzait de Rab Aharon Yaakov Shwei, זצ"ל, rabino principal de Crown Heights durante varios años, quien se destacó por su dedicación y entrega al Rebe. Más allá de su vasto conocimiento de la Torá, Halajá y Jasidut, compartimos algunas anécdotas (contadas por familiares y gente muy cercana) que revelan la profundidad de su conexión con la comunidad y su compromiso con los valores dignos de alguien que se conduce en las sendas de Jasidut.

*

"En la casa de mi abuelo, cada visitante era recibido con una sonrisa cálida y un rostro amable. No importaba quién fueras ni de dónde venías: él se interesaba sinceramente, preguntaba, se preocupaba de corazón.  
Incluso en su último año, cuando su salud ya era frágil, seguía ocupándose de los invitados junto con mi abuela —que tenga larga vida—, y siempre se aseguraba de ofrecer algo para comer o beber.

Recuerdo una ocasión especial —cuenta su nieto, el rabino Mendi Elkaim de Chicago—. Una señora conversa que se había casado y mudado a Crown Heights lo llamó, explicándole que necesitaba que alguien se responsabilizara de ella ante las autoridades para poder tramitar su residencia. Sin dudarlo, el abuelo le dijo que él mismo se encargaría, y escribió una carta oficial apoyándola en el proceso.

En otra oportunidad, después de hablar con uno de los residentes de la comunidad, me comentó: "Sé que no tengo una solución para el problema que me planteó, pero a veces el simple hecho de escuchar ya alivia el peso que lleva una persona. Por eso, escucho a todos."

También fui testigo de un momento profundamente conmovedor. Un joven del barrio, conocido por haberse apartado del buen camino y por su carácter rebelde, esperaba afuera de su casa.  
Cuando llegué, le pregunté qué hacía allí. Él me confesó, con emoción contenida, que venía a disculparse. Durante mucho tiempo había difamado al rabino, y ahora se enteraba de que, a pesar de todo, el rabino había estado ayudándolo en silencio a resolver un grave problema de Shalom Bait (paz conyugal). "Vine —dijo— a pedir perdón desde lo más profundo de mi corazón, por haberme atrevido a actuar así con alguien que solo quiso mi bien."

Otro recuerdo vivo en mi memoria es de hace unos años —comparte el rabino Yossi Kleinman—.  
Una pareja judía de Chicago, que hasta entonces solo estaba casada por civil, decidió finalmente formalizar su matrimonio acorde la ley de Moshé e Israel. Sin embargo, pusieron una condición: que la ceremonia se celebrara en un lugar sagrado. Tras conversar, acordamos realizar la boda en el mítico "770".

Organizamos todo, pero cuando pedimos al rabino Shwei que oficiara la Jupá, al principio se negó.  
No se trataba de terquedad: tenía un principio firme de no casar en el 770 a quienes no observaran Taharat Hamishpajá (la pureza familiar), Kashrut y el Shabat.
  
Después del Kabalat Shabat, me armé de valor y me acerqué a pedirle personalmente que reconsiderara. Le aseguré que la pareja cuidaría Taharat Hamishpajá, que ya respetaban las leyes de Kashrut y que únicamente había una dificultad con respecto al Shabat.

El rabino accedió a encontrarse con ellos.  
Cuando la pareja entró en su oficina, los recibió con una mirada cálida, con paciencia y una sonrisa que irradiaba bondad. Con delicadeza, les preguntó cuál era exactamente su dificultad para observar el Shabat.  
El novio explicó que era fumador y que le sería muy difícil dejar de fumar en Shabat, pero conversando con el Rav, allí mismo prometió que, por el mérito de su boda, dejaría el hábito. La novia, por su parte, se comprometió a no viajar en Shabat [que era lo que le estaba costando].  

Ante su sinceridad, el rabino Shwei accedió, y la boda se celebró ese mismo día, como estaba planeado.  
Hoy, esa pareja vive acorde a la Halajá: el novio cumple Shabat y continúa creciendo en su observancia religiosa. Todo gracias a la bondad, la paciencia y la dulzura del rabino, que supieron tocar sus corazones en el momento preciso.

La furiosa llamada que recibió Reb Moishe Fainstein y su desenlace

Un día, en la Mesivta Tiferes Yerushalaim, la Yeshivá de Rav Moshe Fainstein, זצ"ל,  se estaba llevando a cabo un Din Torá (juicio rabínico). Mientras estaba en su oficina, Rav Moshe emitió un fallo. Más tarde, recibió una llamada telefónica muy enojada de un tal Rav F. quien le dijo con furia que su fallo era incorrecto y tonto, y que iba en contra de una Guemará explícita. 
Rav Moshe escuchó con paciencia, y cuando Rav F. terminó, Rav Moshe le preguntó con voz suave: “¿A qué Guemará te refieres?” Al escuchar la pregunta, Rav F. colgó de inmediato.

Un par de meses después, Rav F. estaba por sacar un Sefer y se dirigió a pedirle una Haskamá (carta de recomendación) de Rav Moshe. Rav Moshe no solo le dio una Haskamá común, sino que le dio una muy especial y contundente.
Cuando estaba por salir de la oficina de Rav Moshe, le preguntó: “Por cierto, ¿a qué Guemará te referías?” Él respondió: “No tengo idea de qué está hablando.” Rav Moshe aclaró: “Cuando llamaste hace unos meses diciendo que mi fallo contradecía una Guemará.”

Él respondió que nunca lo había llamado. Resultó que alguien que no estaba muy contento con el fallo se había molestado y se hizo pasar por Rav F. para irritar y vengarse de Rav Moshe. 

Más tarde, alguien le preguntó a Rav Moshe: “En el momento en que le dio la Haskamá, usted no sabía que quien llamó era un impostor. ¿Cómo pudo dársela así nomás?” Él respondió: "La realidad es que eso no importa (si era él o no). Cuando dije el Kriat Shemá esa noche antes de irme a dormir, lo perdoné completamente. No guardo ningún rencor contra él; incluso si hubiera sido él, no importa.”

Un susurro en el momento justo – Pesaj Sheini


El mensaje de Pesaj Sheini es que nunca es demasiado tarde. Siempre hay una segunda oportunidad y se pueden arreglar las cosas.

La ciudad entera estaba vestida de fiesta. En cada rincón se respiraba una atmósfera de emoción contenida y alegría solemne. No era para menos: el mismísimo Baal Shem Tov había llegado a la ciudad, acompañado por uno de sus nietos cuya boda se celebraría ese día. Era un acontecimiento excepcional, y desde todas las regiones acudían invitados distinguidos, deseosos de ser parte de la ocasión.

La procesión nupcial dio comienzo. El Baal Shem Tov caminaba al frente, con paso firme y pausado, llevando al novio a su lado. Tras ellos, los invitados, los jasidim y los vecinos del pueblo avanzaban con respeto y entusiasmo, luciendo sus mejores galas.

Cuando la comitiva avanzaba por la calle principal, justo al acercarse al sitio donde se levantaría la Jupá, se encontraron con una carreta detenida. En ella viajaba un judío solitario, desconocido para todos los presentes. Su aspecto era sencillo, casi insignificante, y al principio nadie le prestó atención.

Pero entonces ocurrió algo inesperado. El Baal Shem Tov detuvo la procesión. Sin decir palabra, se desvió del camino y se acercó directamente a la carreta. Se inclinó hacia el hombre y le susurró algo al oído. Nadie oyó lo que dijo. Hubo un breve intercambio de palabras, y luego el Baal Shem Tov regresó a su lugar junto al novio, tomándolo nuevamente del brazo. La procesión siguió su curso como si nada hubiera pasado.

Los jasidim quedaron perplejos. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su Rebe, en pleno momento de máxima solemnidad, interrumpió todo para hablarle al oído? Era evidente para muchos que ese judío debía ser un Tzadik oculto. No podía ser otra cosa.

La boda fue una celebración inolvidable. La alegría, la inspiración, la santidad del momento envolvieron a todos como una ola cálida e inabarcable. Era como si los invitados hubieran dejado atrás este mundo y hubieran ascendido a una dimensión más elevada.

Pero al día siguiente, cuando todo se calmó, la curiosidad por aquel suceso extraño renació entre los jasidim. ¿Quién era ese hombre de la carreta? ¿Qué le había dicho el Baal Shem Tov?

Tras algunas averiguaciones, descubrieron en qué posada se alojaba el extraño y corrieron hacia allí, con la esperanza de que accediera a hablar con ellos.

Al entrar, lo saludaron con respeto:

—Shalom Aleijem, Rebe.

El hombre levantó la vista, desconcertado:

—¿Rebe? —preguntó, visiblemente sorprendido—. Yo no soy Rebe, ni hijo de Rebe.

Uno de los jasidim insistió:

—No necesitas ocultarte de nosotros, Rebe. Ya sabemos. Si nuestro maestro detuvo la Jupá para susurrarte algo al oído, es claro que eres un hombre santo.

—Yo no soy ni Tzadik ni hombre santo —replicó el extraño, empezando a incomodarse—. El Rebe me habló de algo personal, algo privado. Lo único que puedo decirles es esto: ¡Dichosos ustedes que tienen un gran maestro! Un verdadero Tzadik.

Pero los jasidim no se conformaban:

—Cuéntanos entonces, ¿qué fue lo que te dijo?

El hombre miró a su alrededor. Parecía atrapado. Después de un momento de vacilación, suspiró profundamente y dijo:

—Está bien. Escuchen.

Y comenzó a contar:

—Vivo en un pequeño pueblo. Mi mejor amigo vive justo enfrente de mi casa. Es vendedor ambulante. Cada tanto sale de viaje por semanas, incluso meses, para vender mercancía en los pueblos de la zona. Cuando vuelve, todos los vecinos lo recibimos con alegría. Nos reunimos en su casa para celebrar su regreso.

Una vez, después de un viaje especialmente largo, crucé a visitarlo. Fui el primero en llegar. La casa estaba tranquila. Sus hijos jugaban afuera, su esposa cocinaba. Me dijeron que él había salido y que volvería en breve.

Mientras esperaba, sentí ganas de fumar mi pipa. Sabía que él guardaba tabaco en un armario. Lo abrí. Allí, frente a mí, estaba su billetera. Rebosaba de billetes. Era evidente que se trataba de todas las ganancias de su viaje, dinero destinado a pagar deudas, mantener a su familia, reabastecer mercancía.

Me sorprendió su descuido. Pensé: “Esto no está bien. Alguien tiene que enseñarle una lección”. Y con esa justificación... la tomé. Metí la billetera en mi bolsillo.

“¡Qué sorpresa se llevará cuando vea que falta!”, pensé. “Así aprenderá a ser más cuidadoso.” Por supuesto —y eso es importante que lo sepan— mi intención no era robarle. Planeaba devolvérsela de inmediato. Solo quería ver la expresión en su rostro. Una pequeña lección. Eso era todo.

Pero no salió como pensaba.

Cuando volvió a casa y descubrió que todo su dinero había desaparecido, se desplomó en llanto desesperado. Su esposa se desmayó. Los hijos corrieron de un lado a otro, buscándola. Empezó a llegar gente, vecinos y amigos, todos confundidos, afligidos, intentando ayudar.

En segundos, el ambiente festivo se volvió una casa de luto.

Y yo... yo me acobardé. No pude confesar. Murmuré palabras de consuelo, fingí sorpresa. Me dije a mí mismo: “Después, en otro momento, cuando todo esté más tranquilo, le devolveré la billetera.”

Pero el momento nunca llegó. Los días pasaron, y luego semanas. Mi amigo vivía angustiado, acosado por acreedores. Devolverle el dinero en ese estado... ¿cómo hacerlo sin que me acusen de ladrón?

Los meses pasaron. La billetera seguía en mi poder. Empecé a considerar las voces de mi Yetzer Hará: “Usa ese dinero. Invierte. Haz un pequeño negocio. Luego se lo devuelves... incluso con ganancia adicional.”

Pero no podía hacerlo en mi ciudad. Todos me conocen. ¿Qué dirían si de repente aparezco con un negocio nuevo? Despertaría sospechas.

Entonces decidí irme. Alquilé una carreta y partí, buscando otro lugar, otra oportunidad. Llegué aquí... justo anoche.

El hombre hizo una pausa. Bajó la mirada, como recordando el instante exacto.

—Y entonces —continuó— su Rebe me vio. Se acercó y me susurró: “No es demasiado tarde para rectificar tu error. Vuelve a casa y devuelve inmediatamente el dinero. Te prometo que tu amigo te creerá y no pensará que pretendías robarle. Si es necesario, iré yo mismo y testificaré por ti. Pero ten cuidado: si te demoras más, puede que ya sea tarde.”

—Cuando me dijo eso... sentí como si me quitaran una montaña del corazón. Pasé la noche aquí. Y ahora... estoy por volver. A casa. A corregir lo que hice.


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*Fuente*: Yerajmiel Tilles
© JasidiNews

Lo que lo 'enciende' a cada uno

El Saraf de Strelisk, זצ"ל, era conocido por sus Tefilot ardientes y entusiastas. Cuando rezaba, gritaba con fuerza y pasión.

Una vez, un huésped procedente de Alemania (un 'Yeke') se alojó en la casa del Rebe. En su ciudad natal, la costumbre era rezar en voz baja y con solemnidad.

Cuando la Rebetzn le preguntó qué le había parecido Strelisk, él respondió:
—Todo me parece muy bien, salvo por un detalle que no logro comprender. ¿Por qué el Rebe grita y hace tanto ruido en el Davenen? ¿Por qué no puede quedarse quieto y rezar en silencio?

La Rebetzn le contestó:
—Su corazón arde dentro suyo, y eso lo lleva a exclamar y gritar.

El huésped replicó:
—Mi corazón también arde por dentro, pero igual rezo en silencio.

La Rebetzn sostuvo su postura: cuando alguien tiene un fuego ardiendo en su interior, es natural que grite. Si no lo hace, es señal de que su corazón está frío. Pero el huésped no lo aceptó. Insistía en que él también posee esa pasión interna, y aun así lograba mantener la compostura. Viendo que no llegarían a un acuerdo, la Rebetzn dejó la discusión allí.

El viernes por la tarde, el huésped le entregó su billetera a la Rebetzn y le pidió que la guardara en un lugar seguro.

Apenas terminó Shabat y y luego de la Havdalá, vino a pedirle que le devolviera el dinero, pero ella actuó como si no supiera nada.

—¿Qué dinero? —le dijo—. No me diste nada.

Por supuesto, el hombre protestó, asegurando que sí le había entregado su billetera antes de Shabat, pero ella continuó diciéndole que debía estar equivocado, que no tenía ningún dinero. Finalmente, el hombre perdió la paciencia y comenzó a gritarle:
—¿¡Por qué me haces esto!?

Entonces ella le dijo:
—¿Por qué gritas? ¿Por qué no hablas con calma y en voz baja?

Él respondió:
—¡Porque me sacaste de quicio! No puedo hablar tranquilo cuando estoy así de alterado, ardiendo de rabia.

Ella entonces le dijo:
—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Acabas de admitir que cuando uno tiene fuego ardiendo dentro, no puede quedarse callado y tranquilo. Mi esposo grita cuando reza porque en ese momento está en llamas. Y vos gritas por dinero… porque eso es lo que a vos te enciende.

Y con eso, le devolvió su billetera, habiéndole enseñado una lección muy valiosa.



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