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lunes, 30 de junio de 2025
"Estoy siempre sucio" - Anécdota para Guimel Tamuz 5785
Historia muy especial para Guimel Tamuz 5785
Por Reb Zalman Vishetzky
Se llama Najum Litkowski. Llegó a los Estados Unidos desde la Rusia soviética en la década de 1970, a los 9 años, con su madre. Eran los típicos Lubavitchers inquebrantables de la antigua Rusia. Poco después de su Bar Mitzvá, Nojum ya empezó a trabajar aquí y allá para ayudar a su madre a traer el pan a la casa. No se lamentó ni derramó lágrimas; simplemente actuó con determinación, haciendo lo que debía hacerse.
Era Lubavitcher y siempre estaba cerca del Rebe. «No estaba muy metido en el tema de los Maamorim o las Sijot, pero siempre estaba allí, adentro o afuera, siempre cerca de Seven Seventy», refiriéndose, por supuesto, al edificio de ladrillo rojo, el icónico 770 de Eastern Parkway, el Shul del Rebe en Brooklyn, Nueva York.
Cada tanto, pasaba por el Rebe, ya fuera cuando repartía dólares o un Kuntres, o incluso justo cuando entraba en un Farbrenguen o bajaba a Minjá.
Pasaron algunos años, y Nojum se convirtió en contratista de reformas [de departamentos]. El trabajo le ocupaba la mayor parte del día, y su ropa siempre era la de un técnico reparador, manchada de pintura, masilla y demás. "Así no se va al Rebe, así que resultó que ya casi ni aparecía en 770", me dijo.
Pero un día, un amigo suyo se casaba, y Nojum se vistió elegantemente. Y como ya estaba vestido, decidió pasar por el Rebe cuando repartía dólares.
Miles de personas hicieron la fila con él, y cuando llegó su turno, el Rebe le entregó un dólar, pero el Rebe no soltó el billete.
Iba a irme, pero el Rebe seguía con el dólar en mano y no lo soltaba. Me miró fijamente a los ojos y preguntó en idish: «Vu bist du?» (¿Dónde estás?).
Me sobresalté y quedé en silencio. Bajé la mirada como si hubiese olvidado el idish hasta que el secretario, Reb Leibel Groner, me repitió: «El Rebe pregunta: ¿dónde estás?».
Levanté la vista y le dije al Rebe: «Ij bin do» (Aquí estoy).
Pero el Rebe seguía sin soltar el dólar. Me miró fijamente a los ojos y preguntó: "Farvos kumst du nisht?" - «¿Por qué ya no vienes?»
«En ese momento me di cuenta de que hacía mucho que no venía. Respondí de inmediato con una respuesta simple y honesta: «Ij bin ale mol shmutzik» («Siempre estoy sucio»), refiriéndose a su ropa de trabajo manchada como técnico y reparador.
El Rebe seguía sin soltar el dólar. Y mientras ambos lo sostenían, el Rebe dijo: «Kum vi du bist, ober kum» («¡Vení como sea que estés, pero vení!»).
Cuando Nojum me contó esta historia en el Shabat Jof Av, el año pasado, lloré profundamente. Yo también lo deseaba. Quería que el Rebe me dijera: «Kum vi du bist» (Vení tal como estés, como seas).
Ha pasado casi un año, y no ha habido una semana en la que no haya pensado y reflexionado sobre el «¿Vu bist du?» del Rebe, el «Ij bin ale mol shmutzik» de Nojum, y de nuevo el «Kum vi du bist, ober kum» del Rebe.
Cuanto más lo pienso, menos lloro. He empezado a comprender y a creer, cada día más, que el Rebe en realidad nos dice esto a todos, y también a mí.
Sí, nos exige que nos elevemos. Sí, nos exige que hagamos mucho más. Sí, insiste en que nunca nos detengamos ni nos rindamos.
Pero incluso antes de todo eso, él está ahí todo el tiempo, extendiendo un dólar, sin soltarlo, y dice:
"קום ווי דו ביסט, אבער קום!"
«Kum vi du bist, ober kum».
©JasidiNews
El comentario de Reb Jonie Marosov respecto a la fuerza de los jsidim del Rebe Anterior
Reb Eljonon Dov Marozov, comúnmente conocido como Reb Jonie, fue mazkir (secretario) tanto del Rebe Rashab como de su hijo, el Frierdiker Rebe.
Durante un farbrenguen en Yud-Beis Tamuz 5693 (1933), Reb Jonie dijo lo siguiente: «Nuestro Rebe [se refería entonces al Frierdiker Rebe] es más grande que su padre y que todos los demás Rebeim». Esto sorprendió a varios de los demás presentes, quienes venían criticando a Reb Jonie, pues creían erróneamente que estaba más mekushor (conectado) con el Rebe Rashab que con su hijo, quien se había convertido en el nuevo Rebe. Reb Jonie explicó que, respecto al Rebe Rashab y a los Rebeim anteriores, sus jasidim se conectaron con ellos ya sea porque los oyeron recitar un maamer jasidut, recibieron guía o una broje de ellos en un Yejidut, o por alguna otra interacción. Pero ahora, entre los jóvenes jasidim que se encuentran entre nosotros (refiriéndose a los jóvenes bojurim presentes), muchos de ellos nunca han visto al Rebe en toda su vida, y ya han pasado seis años desde que el Rebe dejó este país; sin embargo, estos jóvenes jasidim están conectados y entregados al Rebe con todo su corazón y con toda su alma.
Los otros Rebeim no contaron con jsidim tan devotos, que nunca los hubieran visto, escuchado ni tenido algún tipo de interacción con ellos.
*
Lo mismo puede decirse hoy de nuestro Rebe. Todos los bojurim que veo, y un número considerable de los jóvenes casados hace 15 o 20 años, son similares a los bojrim con los que hablaba Reb Jonie.
Han pasado 31 años desde Guimel Tamuz y 33 desde que escuchamos al Rebe hablar en un farbrenguen, así que incluso aquellos de alrededor de 40 años, ¿qué interacción tuvieron con el Rebe? Ni siquiera tenían bar o bat mitzvá. Como mucho, habrán recibido una brajá si sus padres los llevaron al Rebe cuando pasaron por los dólares, y quizás también tuvieron el mérito de recibir un Kuntres o Lekaj del Rebe. Mientras que quienes crecieron fuera de Crown Heights ni siquiera tuvieron esa oportunidad, a menos que sus padres también los hayan llevado al Rebe.
Pero, como se mencionó anteriormente, la gran mayoría de este grupo de edad no tuvo ninguna interacción con el Rebe. Sin embargo, observen su devoción y dedicación incondicionales a todo lo que el Rebe dice y pide.
Si bien esto expresa y demuestra la grandeza del Rebe, al mismo tiempo demuestra la asombrosa belleza y calidad de los bojurim y yunguerlait.
Están conectados con la esencia del Rebe y no necesitan una interacción personal con él.
Puede ser similar a lo que el Rebe escribe en la última entrada del Hayom Yom: «Hubo momentos en que el Alter Rebe estaba en estado de dveikut, cayó al suelo y exclamó: No quiero Tu Olam Haba ni Tu Gan Eden, solo te quiero a Ti mismo». Así también, quienes se encuentran en esta categoría (que nunca conocieron al Rebe), o no lo recuerdan, su conexión es con la esencia misma del Rebe. ¡Ashreijem! ¡Qué afortunados son de tener un vínculo tan profundo y verdadero con el Rebe!
Fuente: Reb Sholom Avtzon
La Brajá del Rebe que curó una ceguera
Esto ocurrió en Johannesburgo, Sudáfrica. Israel Schwimmer, actualmente director de finanzas, residente en Nueva York, era entonces un niño pequeño, que había comenzado a estudiar en la escuela de Jabad de la ciudad.
Y así cuenta:
Poco tiempo después de mudarnos, me llevaron a un análisis de la vista, de rutina. El médico notó algo que no estaba bien, y me derivó a exámenes con especialistas. Visité a más de un especialista, y me diagnosticaron una enfermedad ocular llamada retinitis pigmentosa.
Esta enfermedad causa la degeneración de la retina, ceguera nocturna, disminución progresiva de la visión periférica, y a veces incluso lleva a una ceguera total. Cuanto más temprana es la aparición de la enfermedad, más grave puede ser el daño visual esperado. Hasta ahora no se ha encontrado cura para esta enfermedad.
Mis padres se asustaron mucho al escuchar que su hijo estaba destinado a perder la visión. Se sentían impotentes, hasta que mi tío propuso que, ya que los médicos no tenían nada que ofrecer, viajáramos a visitar al Rebe de Lubavitch en Nueva York y pidiéramos su Brajá.
Mis padres aceptaron la propuesta y nos unimos a un grupo de una docena de personas de Sudáfrica que fueron a celebrar los últimos días de los Jaguim de Tishrei junto al Rebe. Aterrizamos en Nueva York un miércoles, Hoshaná Rabá, 21 de Tishrei del 5744 (1983).
Apenas llegamos, nos formamos en la fila para recibir una porción de Leikaj —un pastel dulce de miel para un año bueno y dulce— de manos del Rebe, quien estaba horas en la entrada de su Sucá bendiciendo a la gran multitud.
Mi tío me presentó ante el Rebe: “Israel Shlomó Schwimmer, de Sudáfrica”. No dijo ni una palabra sobre mi situación, por lo tanto, es comprensible cuán sorprendido quedé cuando el Rebe me dijo en inglés, mientras me entregaba una porción del pastel: “Que Di-s te conceda estudiar Torá con los ojos abiertos”.
Las palabras del Rebe provocaron una gran emoción y alegría en todos. Para ellos, el Rebe había dicho lo suyo, y no cabía duda de que estaría completamente sano.
Antes de nuestro viaje, mi tío había reservado turnos con especialistas en oftalmología en Manhattan para el lunes, después de Simjat Torá. Mis padres llevaron consigo todos los exámenes que me habían hecho, y los especialistas solicitaron repetir todos los estudios, que no fueron para nada agradables.
Al día siguiente, se llevó a cabo en 770 un "rally", un encuentro infantil con la participación del Rebe y me llamaron a subir al escenario para recitar el Pasuk “VeShinantam leVaneja”. Después de aquel evento, fui a encontrarme con mi tío, y él me dijo que acababa de hablar con los especialistas, y le dijeron que todos los exámenes salieron perfectamente normales y que ¡no tengo ningún problema en los ojos!
Los médicos incluso dijeron que no podía ser que hubieran examinado al mismo niño que había sido sometido a los estudios detallados que figuraban en mi historial médico, ya que no había en mí ni indicios de la presencia de la enfermedad de retinitis pigmentosa.
¡Mis padres se alegraron muchísimo! Y, después de nuestro regreso a Sudáfrica, me llevaron nuevamente a los médicos. Estos me examinaron y confirmaron que, en efecto, todos los signos de la enfermedad que habían observado en el pasado —desaparecieron, y que no hay ningún problema médico en mis ojos.
Es importante señalar que ni siquiera tuve que usa anteojos en mi infancia. Comencé a usarlos recién a los dieciocho años, debido a un leve astigmatismo que se desarrolló en uno de mis ojos.
Una vez, cuando fui a un control oftalmológico de rutina para cambiar los anteojos, me horrorizó que el optometrista me pidiera volver para realizar más estudios. Al regresar a casa, ya estaba realmente en pánico. Le dije a mi esposa: “Quizás arruiné la Brajá del Rebe. Él me dijo ‘estudiar Torá con los ojos abiertos’. Tal vez no le dediqué el tiempo suficiente”. Fue una semana muy estresante, hasta que llegaron los resultados de los estudios y se confirmó que no había absolutamente ningún motivo de preocupación. Pero ese episodio me sirvió como recordatorio de lo que pasé de niño, y de cómo el Rebe me salvó.
Y esto me recuerda una historia relacionada con el tema:
Una vez, durante una visita a Israel, fui al Museo de los Niños en Julón, donde se realiza una actividad especial llamada “Diálogo en la oscuridad”. La actividad está destinada tanto a niños como a adultos, y durante ella se recorre en completa oscuridad, para experimentar de forma real la sensación de una persona con ceguera.
Durante la visita, le pregunté al guía que nos acompañaba si había nacido ciego o si había perdido la vista en algún momento de su vida. Me contó que quedó ciego a los veinte años. Le pregunté cómo ocurrió, y su respuesta fue: “Sufrí una enfermedad llamada retinitis pigmentosa”.
En ese momento pensé para mis adentros: “¡Eso podría haberme pasado a mí!”
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*Este es uno de los miles de ejemplos vivos del poder de una palabra del Rebe.*
Cuando los médicos no vieron esperanza, una breve bendición bastó para cambiar el diagnóstico y transformar la oscuridad en luz.
En Guímel Tamuz, el día en que sentimos más profundamente la ausencia física del Rebe, elegimos conectarnos con su presencia eterna a través de las historias que continúan iluminando nuestras vidas.
*El Rebe no solo veía lo que es —veía lo que puede ser— y nos enseñó a hacer lo mismo.*
Que esta historia nos inspire a fortalecer nuestra emuná, nuestra confianza en las Brajot del Rebe, y nuestro compromiso con su misión: llenar el mundo con luz, Torá y Guéula.
Fuente: [La historia contada en persona por su protagonista para JEM:
https://youtu.be/_C4xJYDXL40]
©JasidiNews
Momentos de guerra en Eretz Israel
Antes de la Guerra del Golfo de 1991, el Rebe alentó a los residentes de Israel a permanecer en Eretz Hakodesh, y aconsejó a aquellos que tenían planeado viajar al país que no cancelaran sus viajes.
«No hay absolutamente ninguna razón para preocuparse», dijo el Rebe a una familia. A una mujer anciana que preguntó si era seguro mudarse a Israel, el Rebe le respondió: «Si es seguro en cualquier otro lugar, entonces con más razón lo es en la Tierra de Israel».
A un abuelo que preguntó si sus hijos debían regresar del lugar [la Ieshivá] donde estaban estudiando, el Rebe le dijo: «¡Jas veshalom! Es la capital de Di-s. Si siempre debían estar allí, entonces con más razón ahora».
En Tel Aviv, había un jasid que realmente estaba atemorizado por la situación, y escribió una carta al Rebe. En ese momento, Irak había disparado 42 misiles Scud sobre territorio israelí.
«Todos estamos asustados», escribió el jasid. «¿Qué será de nosotros?»
El Rebe le respondió que al decir “todos estamos asustados” está pensando mal y erróneamente —aunque sin intención— de los tantos yehudim que sí tienen una fe plena en que Hashem los protegerá.
Y a su pregunta de “¿qué será?”, el Rebe le respondió citando el versículo de Tehilim (32:10):
«El que confía en Di-s, estará rodeado de bondades».
Fuente: HasidicArchives
El Mashal de la miel y el oso de Reb Mendel Futerfas
Shabat Mebarjim Jodesh Tamuz - Farbrenguen preparación para Guimel Tamuz
Esto ocurrió en aquellos días confusos, después del 3 de Tamuz de 5754 (1994). Los jasidim estaban desorientados, sin saber bien cómo proceder. Comenzaban a abrirse distintas opiniones, diferentes caminos, y muchos se preguntaban cuál era la forma correcta de actuar en una situación tan nueva y difícil.
También los jasidim que vivían en Londres, Inglaterra, buscaban orientación. Buscaban respuestas. Buscaban aliento, fuerza y claridad. En medio de esta confusión, consideraron correcto acercarse a Reb Mendel Futerfas, para escuchar un consejo: ¿hacia dónde se va en una época tan difícil?
Como era su costumbre, Reb Mendel respondió con un Mashal:
Los habitantes de un pequeño y apartado pueblo vivían de la producción de miel, que luego vendían en las grandes ciudades cercanas. Pero los aldeanos enfrentaban un problema constante: después de semanas y meses de trabajo recolectando la miel de las colmenas y vertiéndola en un gran barril para el envío, cada noche llegaban osos hambrientos y devoraban toda la miel… sin el menor remordimiento por el esfuerzo de los pobres campesinos.
Cada día los aldeanos intentaban una nueva estrategia para evitar que los osos accedieran a la miel. Pero el deseo de los osos siempre superaba la astucia de los campesinos, y al llegar la mañana, el barril aparecía vacío. Finalmente, una mañana, desesperados, reunieron a los sabios del pueblo para idear un plan que los ayudara a vencer al poderoso oso.
Tras una larga noche de reflexión, los sabios idearon una solución especial: colocar el barril de miel en lo alto de un árbol. “¿Y qué?”, decían algunos. “¡Eso ya se intentó antes! ¡Los osos saben trepar árboles!”. Pero esta vez era diferente. Habían ideado una rama fuerte y flexible que, cada vez que el oso intentara trepar, lo golpearía. Si volvía a intentarlo, la rama lo azotaría una y otra vez.
Esa noche, los sabios se escondieron a cierta distancia para observar si su invento funcionaba. Lo que vieron fue asombroso: el oso olió la miel, se acercó al árbol tambaleándose y comenzó a trepar. Pero apenas apoyó una pata sobre la rama, esta le dio un fuerte golpe directamente en su cara peluda. El oso, enfurecido, bajó del árbol y comenzó a pelear con la rama descarada. Y como los sabios habían previsto, la rama, diseñada como un boomerang lo golpeó otra vez. El oso, más furioso aún, redobló su fuerza contra la rama… y recibió otro golpe más fuerte. Así, una y otra vez, hasta que el oso olvidó por completo su deseo por la miel, y concentró todas sus fuerzas en una guerra contra la rama. Pero la rama era más fuerte que él, y finalmente el oso cayó vencido al suelo.
—Exactamente así está ocurriendo ahora —explicó Reb Mendel—.
El Rebe ya nos dio la miel: la noticia de la Gueulá. Pero la Sitra Ajará —el lado de la impureza— sabe que si llegamos a saborear esa miel, si empezamos a vivir con el anuncio de la redención, a mirar el mundo con “los lentes del Rebe”, entonces se le terminó el juego. No tiene más lugar. Por eso, la Sitra Ajará trae una "rama" insolente, molesta, que nos distrae —es decir, toda esa oposición, abierta o disimulada, que surge frente a la difusión del mensaje de la Gueulá y frente al entusiasmo con que se vive el tema del Mashíaj, y el Majloket en general—.
Esa rama nos irrita, nos provoca, nos hace despertar nuestra Midat hanétzaj (la cualidad de la obstinación): nos enojamos, reaccionamos, discutimos… y sin darnos cuenta, ya nos olvidamos de la miel.
Para poder llegar a la miel, hay que dejar el ego de lado. Hay que anularse por completo ante la voluntad superior, sin creerse “algo”. Solo así podemos cumplir la misión y alcanzar la miel, sin caer agotados “en la vejez”, debilitados por tanto ruido, por peleas y políticas innecesarias con la dichosa rama.
¡Querido josid! ¡Ya pasaron 33 años desde que la miel espera allá arriba en el árbol! No hay otra opción. Hay que tragarse el ego, dejar de pelear con la rama, no debatir con ella ni buscar formas de frustrarla o demostrarle que está equivocada. Hay que seguir adelante con las palabras del Rebe. Trabajar con entrega. No permitir que la obstinación nos arrastre a la batalla equivocada.
Centrémonos en la misión que nos dio nuestro Rebe:
“Un kukt nisht oif di zayten” — “No se mira a los costados”,
aunque esos costados nos provoquen y nos toquen justo en los puntos más sensibles de nuestro “yo”.
Dejemos esa obstinación para el Rey Mashíaj, que “vencerá a todas las naciones que lo rodean”, y que ya comenzó a mostrarse ese sabor en algunos aspectos concretos.
Y mientras tanto… nosotros llegaremos a la miel. Y venceremos al Galut.
El simple judío que salvó a toda una comunidad con un inocente "Eini Yodea"
La siguiente historia fue contada por el Joize de Lublin. Muestra la fuerza única del pueblo judío: creer… incluso cuando no entiende absolutamente nada.
En tiempos de los Rishonim era bastante común que sacerdotes católicos organizaran debates religiosos con rabinos. ¿Para qué? Para intentar (pobremente) demostrar que su religión era la verdadera y lograr que algún judío se convirtiera (¡Dios libre!).
Había un obispo que se tomaba este pasatiempo muy en serio. Armaba debates con entusiasmo, pero… no tenía suerte. Nunca ganaba. Incluso cuando afirmaba haber ganado, ningún judío mostraba interés en convertirse por eso.
Cansado de fracasar, el obispo decidió jugarse el todo por el todo. Dijo:
“¡Basta! Esta vez, si yo gano, todos los judíos del pueblo deberán convertirse… o serán quemados”.
Y, para no quedar como el villano de la historia, añadió con dramatismo:
“Y si ustedes ganan, que los jueces me echen a mí al horno”.
La comunidad judía corrió al Shul, no para debatir, sino para pedir y hacer davenen. Estaba claro que sus vidas estaban en peligro y que solo Hashem podía salvarlos.
Ahora bien, ¿quién se ofrecería para representar a los judíos en este debate de vida o muerte? Nadie. Silencio total. Hasta que, tímidamente, levantó la mano un yehudí bien simple, de esos que apenas sabían leer… y ni hablar de debatir.
“Yo iré. Hashem me va a ayudar.”
No había más opciones, así que —con más nervios que confianza— lo enviaron.
Llegó el gran día. Gentiles, judíos, curiosos y chusmas se amontonaron para ver el espectáculo. El obispo, con sonrisa diplomática, le ofreció al simple yehudí hacer la primera pregunta.
El yehudí miró al obispo y preguntó con tono serio:
“¿Qué significa איני יודע ['Eini Yodea']?”
El obispo frunció el ceño y contestó honesta e inmediatamente:
“No lo sé.”
¡Pum! Los jueces se levantaron sin dudar, lo agarraron de los brazos y lo arrojaron directo al horno.
¡Los judíos se habían salvado!
Después del shock y las danzas espontáneas, alguien le preguntó al yehudí sencillo:
“¿Cómo se te ocurrió una pregunta tan brillante?”
Y él respondió, como si fuera lo más obvio del mundo:
“Yo tengo un Jumesh con traducción al Idish. Sobre las palabras de Rashi איני יודע, el traductor pone: ‘Ij veis nisht’ —‘No lo sé’. Entonces pensé: ¡Si el traductor no lo sabe… seguro que el obispo tampoco!”😆
El Jozé de Lublin dijo que esta historia enseña una gran lección: nuestra Emuná no depende de cuánto entendemos. A veces no sabemos, ni entendemos, ni siquiera sabemos qué no entendemos —pero igual creemos. Porque un yehudí no necesita saber para saber en qué creer.
Fuente: Reb Elimelej Biderman
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