Esto ocurrió en Johannesburgo, Sudáfrica. Israel Schwimmer, actualmente director de finanzas, residente en Nueva York, era entonces un niño pequeño, que había comenzado a estudiar en la escuela de Jabad de la ciudad.
Y así cuenta:
Poco tiempo después de mudarnos, me llevaron a un análisis de la vista, de rutina. El médico notó algo que no estaba bien, y me derivó a exámenes con especialistas. Visité a más de un especialista, y me diagnosticaron una enfermedad ocular llamada retinitis pigmentosa.
Esta enfermedad causa la degeneración de la retina, ceguera nocturna, disminución progresiva de la visión periférica, y a veces incluso lleva a una ceguera total. Cuanto más temprana es la aparición de la enfermedad, más grave puede ser el daño visual esperado. Hasta ahora no se ha encontrado cura para esta enfermedad.
Mis padres se asustaron mucho al escuchar que su hijo estaba destinado a perder la visión. Se sentían impotentes, hasta que mi tío propuso que, ya que los médicos no tenían nada que ofrecer, viajáramos a visitar al Rebe de Lubavitch en Nueva York y pidiéramos su Brajá.
Mis padres aceptaron la propuesta y nos unimos a un grupo de una docena de personas de Sudáfrica que fueron a celebrar los últimos días de los Jaguim de Tishrei junto al Rebe. Aterrizamos en Nueva York un miércoles, Hoshaná Rabá, 21 de Tishrei del 5744 (1983).
Apenas llegamos, nos formamos en la fila para recibir una porción de Leikaj —un pastel dulce de miel para un año bueno y dulce— de manos del Rebe, quien estaba horas en la entrada de su Sucá bendiciendo a la gran multitud.
Mi tío me presentó ante el Rebe: “Israel Shlomó Schwimmer, de Sudáfrica”. No dijo ni una palabra sobre mi situación, por lo tanto, es comprensible cuán sorprendido quedé cuando el Rebe me dijo en inglés, mientras me entregaba una porción del pastel: “Que Di-s te conceda estudiar Torá con los ojos abiertos”.
Las palabras del Rebe provocaron una gran emoción y alegría en todos. Para ellos, el Rebe había dicho lo suyo, y no cabía duda de que estaría completamente sano.
Antes de nuestro viaje, mi tío había reservado turnos con especialistas en oftalmología en Manhattan para el lunes, después de Simjat Torá. Mis padres llevaron consigo todos los exámenes que me habían hecho, y los especialistas solicitaron repetir todos los estudios, que no fueron para nada agradables.
Al día siguiente, se llevó a cabo en 770 un "rally", un encuentro infantil con la participación del Rebe y me llamaron a subir al escenario para recitar el Pasuk “VeShinantam leVaneja”. Después de aquel evento, fui a encontrarme con mi tío, y él me dijo que acababa de hablar con los especialistas, y le dijeron que todos los exámenes salieron perfectamente normales y que ¡no tengo ningún problema en los ojos!
Los médicos incluso dijeron que no podía ser que hubieran examinado al mismo niño que había sido sometido a los estudios detallados que figuraban en mi historial médico, ya que no había en mí ni indicios de la presencia de la enfermedad de retinitis pigmentosa.
¡Mis padres se alegraron muchísimo! Y, después de nuestro regreso a Sudáfrica, me llevaron nuevamente a los médicos. Estos me examinaron y confirmaron que, en efecto, todos los signos de la enfermedad que habían observado en el pasado —desaparecieron, y que no hay ningún problema médico en mis ojos.
Es importante señalar que ni siquiera tuve que usa anteojos en mi infancia. Comencé a usarlos recién a los dieciocho años, debido a un leve astigmatismo que se desarrolló en uno de mis ojos.
Una vez, cuando fui a un control oftalmológico de rutina para cambiar los anteojos, me horrorizó que el optometrista me pidiera volver para realizar más estudios. Al regresar a casa, ya estaba realmente en pánico. Le dije a mi esposa: “Quizás arruiné la Brajá del Rebe. Él me dijo ‘estudiar Torá con los ojos abiertos’. Tal vez no le dediqué el tiempo suficiente”. Fue una semana muy estresante, hasta que llegaron los resultados de los estudios y se confirmó que no había absolutamente ningún motivo de preocupación. Pero ese episodio me sirvió como recordatorio de lo que pasé de niño, y de cómo el Rebe me salvó.
Y esto me recuerda una historia relacionada con el tema:
Una vez, durante una visita a Israel, fui al Museo de los Niños en Julón, donde se realiza una actividad especial llamada “Diálogo en la oscuridad”. La actividad está destinada tanto a niños como a adultos, y durante ella se recorre en completa oscuridad, para experimentar de forma real la sensación de una persona con ceguera.
Durante la visita, le pregunté al guía que nos acompañaba si había nacido ciego o si había perdido la vista en algún momento de su vida. Me contó que quedó ciego a los veinte años. Le pregunté cómo ocurrió, y su respuesta fue: “Sufrí una enfermedad llamada retinitis pigmentosa”.
En ese momento pensé para mis adentros: “¡Eso podría haberme pasado a mí!”
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*Este es uno de los miles de ejemplos vivos del poder de una palabra del Rebe.*
Cuando los médicos no vieron esperanza, una breve bendición bastó para cambiar el diagnóstico y transformar la oscuridad en luz.
En Guímel Tamuz, el día en que sentimos más profundamente la ausencia física del Rebe, elegimos conectarnos con su presencia eterna a través de las historias que continúan iluminando nuestras vidas.
*El Rebe no solo veía lo que es —veía lo que puede ser— y nos enseñó a hacer lo mismo.*
Que esta historia nos inspire a fortalecer nuestra emuná, nuestra confianza en las Brajot del Rebe, y nuestro compromiso con su misión: llenar el mundo con luz, Torá y Guéula.
Fuente: [La historia contada en persona por su protagonista para JEM:
https://youtu.be/_C4xJYDXL40]
©JasidiNews
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