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lunes, 30 de junio de 2025

El simple judío que salvó a toda una comunidad con un inocente "Eini Yodea"

La siguiente historia fue contada por el Joize de Lublin. Muestra la fuerza única del pueblo judío: creer… incluso cuando no entiende absolutamente nada.


En tiempos de los Rishonim era bastante común que sacerdotes católicos organizaran debates religiosos con rabinos. ¿Para qué? Para intentar (pobremente) demostrar que su religión era la verdadera y lograr que algún judío se convirtiera (¡Dios libre!).

Había un obispo que se tomaba este pasatiempo muy en serio. Armaba debates con entusiasmo, pero… no tenía suerte. Nunca ganaba. Incluso cuando afirmaba haber ganado, ningún judío mostraba interés en convertirse por eso.

Cansado de fracasar, el obispo decidió jugarse el todo por el todo. Dijo:
“¡Basta! Esta vez, si yo gano, todos los judíos del pueblo deberán convertirse… o serán quemados”.
Y, para no quedar como el villano de la historia, añadió con dramatismo:
“Y si ustedes ganan, que los jueces me echen a mí al horno”.

La comunidad judía corrió al Shul, no para debatir, sino para pedir y hacer davenen. Estaba claro que sus vidas estaban en peligro y que solo Hashem podía salvarlos.

Ahora bien, ¿quién se ofrecería para representar a los judíos en este debate de vida o muerte? Nadie. Silencio total. Hasta que, tímidamente, levantó la mano un yehudí bien simple, de esos que apenas sabían leer… y ni hablar de debatir.

“Yo iré. Hashem me va a ayudar.”

No había más opciones, así que —con más nervios que confianza— lo enviaron.

Llegó el gran día. Gentiles, judíos, curiosos y chusmas se amontonaron para ver el espectáculo. El obispo, con sonrisa diplomática, le ofreció al simple yehudí hacer la primera pregunta.

El yehudí miró al obispo y preguntó con tono serio:
“¿Qué significa איני יודע ['Eini Yodea']?”

El obispo frunció el ceño y contestó honesta e inmediatamente:
“No lo sé.”

¡Pum! Los jueces se levantaron sin dudar, lo agarraron de los brazos y lo arrojaron directo al horno.

¡Los judíos se habían salvado!

Después del shock y las danzas espontáneas, alguien le preguntó al yehudí sencillo:
“¿Cómo se te ocurrió una pregunta tan brillante?”

Y él respondió, como si fuera lo más obvio del mundo:
“Yo tengo un Jumesh con traducción al Idish. Sobre las palabras de Rashi  איני יודע, el traductor pone: ‘Ij veis nisht’ —‘No lo sé’. Entonces pensé: ¡Si el traductor no lo sabe… seguro que el obispo tampoco!”😆

El Jozé de Lublin dijo que esta historia enseña una gran lección: nuestra Emuná no depende de cuánto entendemos. A veces no sabemos, ni entendemos, ni siquiera sabemos qué no entendemos —pero igual creemos. Porque un yehudí no necesita saber para saber en qué creer.


Fuente: Reb Elimelej Biderman

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