Era víspera de Sucot en la santa ciudad de Berditchev, y todos estaban realmente preocupados. ¡Sucot está por llegar — y no hay ni un solo Etrog en toda la ciudad!
Los yehudim iban de casa en casa, buscando, preguntando, pero nada. Finalmente, fueron al Rebe, el santo Tzadik, Reb Levi Itzjak de Berditchev, y le contaron la situación.
El Rebe les dijo:
“Vayan, hijos míos, párense en el cruce del camino, a la entrada de la ciudad. Quizás Di-s mande a alguien con un Etrog.”
Y así fue. No pasó mucho tiempo y una carreta pasó por la ruta. En ella iba un judío sencillo, con un rostro iluminado y un Etrog hermoso, perfecto, brillante — un Etrog Mehudar.
Los jasidim lo llevaron ante el Rebe, quien lo recibió con su sonrisa cálida y le rogó:
“Por favor, quedate acá en Berditchev para el Jag. Si nos prestás tu Etrog, vas a permitir que toda la comunidad, y también yo, podamos cumplir con la Mitzvá.”
El yehudí lo miró con respeto, pero dijo:
“Rebe, yo estoy camino de regreso a casa, a pasar Yom Tov con mi familia. Es la alegría del año, ¿cómo puedo dejar a mi esposa e hijos?”
El Rebe le prometió brojes: riqueza, hijos, todo lo bueno. Pero el hombre sonrió y contestó:
“Rebe, boruj Hashem, tengo de todo. Una linda familia, amplio sustento. No necesito nada.”
Entonces el santo de Berditchev le dijo con voz dulce pero firme:
“Escuchame. Si me hacés este favor, te doy mi parte en el Olam Habá — mi porción en el Mundo Venidero.”
El hombre se quedó helado. La parte del Rebe de Berditchev en el Olam Habá... ¡eso no era poca cosa! Inmediatamente aceptó quedarse.
La noticia se extendió por toda la ciudad. Qué alegría, qué simjá! El Rebe tendría un Etrog, Berditchev tendría los Arba Minim.
Pero el Rebe hizo algo extraño. Mandó un mensaje secreto a todos los jasidim:
“Escuchen bien. Durante el Yom Tov, nadie debe dejar que este huésped coma en su Sucá.”
Nadie entendió nada. Pero cuando el Rebe de Berditchev da una orden, no se pregunta — se cumple.
Llegó la primera noche de Sucot. El yehudí volvió del shul, feliz, listo para hacer Kidush en la Sucá. En la casa donde se hospedaba encontró todo preparado: vino, jalot, velas... pero la mesa estaba adentro.
Se asomó al patio — y vio una Sucá hermosa, con el sjaj bien puesto, y su anfitrión con la familia comiendo alegres.
Golpeó la puerta:
“¿Puedo pasar? Quiero hacer Kidush en la Sucá.”
El dueño lo miró apenado y dijo: “Perdón... pero está Sucá es privada, no puedo dejarte entrar.”
“¿Por qué?” — preguntó — pero no hubo respuesta.
Fue a otra casa, y a otra. En cada una, la misma escena: los yehudim en sus Sucot, cantando beSimjat Jag, y él afuera, rogando:
“¡Déjenme entrar, aunque sea un momento, para cumplir la Mitzvá!”
Y en cada casa, la misma negativa silenciosa.
Desesperado, corrió al Rebe.
“Rebe, ¿qué está pasando? ¿Por qué nadie me deja entrar a una Sucá?”
El Rebe lo miró con ojos llenos de compasión y le dijo suavemente:
“Si renunciás a reclamar mi parte en el Olam Habá, daré la orden para que te dejen entrar.”
El hombre se quedó mudo.
Por un lado — la promesa del Rebe de Berditchev, una parte en el Mundo Venidero.
Por otro lado — una Mitzvá: comer en una Sucá.
Pensó unos momentos… y el corazón del píntele id decidió.
Dijo:
“Rebe, cedo al trato. No quiero su parte en el Olam Habá. Prefiero cumplir la Mitzvá de la Sucá.”
El Rebe le pidió confirmar con un apretón de manos. Lo hizo.
Y apenas lo hizo, el Rebe mandó avisar a toda la ciudad:
“Ahora pueden dejarlo entrar.”
Esa noche, el id comió en la Sucá, con una alegría que venía del alma.
Cuando terminó Yom Tov, el Rebe lo mandó a llamar.
Le dijo:
“Querido, ahora te devuelvo la promesa. Quise enseñarte que el Olam Habá no se compra con un trato fácil. Tenías que ganártelo. Por eso te puse a prueba. Y ahora que mostraste cuánto estás dispuesto a sacrificar por cumplir una Mitzvá, realmente merecés compartir mi parte en el Mundo Venidero.”
*
Sucot es la fiesta del Bitul, de entregarse completamente a Hashem.
Por eso la Mitzvá de la Sucá es tan especial: no se cumple con una parte del cuerpo, ni con la mente o el corazón — entero el yehudí entra en la Mitzvá. Todo el cuerpo, toda la persona, está rodeada por la kedushá de la Sucá.
Y eso mismo quiso enseñar el Rebe de Berditchev:
Que el verdadero Olam Habá —la verdadera recompensa— no se gana con un trato o una promesa, sino con mesirut nefesh, con esa decisión interior de decir:
“Rebe, no me importa el Mundo Venidero; yo quiero hacer la voluntad de Hashem, ahora.”
Ese instante, cuando un yehudí elige la Mitzvá por encima de todo cálculo, es el momento en que su neshamá brilla con la luz del Olam Habá mismo.
Por eso el Rebe le devolvió la promesa: porque ya no la necesitaba. Al renunciar a ella por amor a Hashem, se la ganó de verdad.
Y esta enseñanza es eterna.
Cada Sucot, cuando entramos a la Sucá, recordamos que no hay muro entre nosotros y Di-s. Nos sentamos bajo el sjaj, cubiertos con fe simple, y decimos:
“Riboino shel Oilom, no quiero premios ni recompensas. Quiero estar Contigo. Quiero cumplir Tu voluntad, así como soy, con todo mi ser.”
Esa es la simjá de Sucot: la alegría de pertenecer completamente a Hashem.
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