Historias conmovedoras del milagro reciente: el rescate sanos y salvos de todos los secuestrados que permanecían con vida
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Julie, la madre de Bar Kuperstein, uno de los rehenes liberados reciente y milagrosamente, habló el jueves con la Radio del Ejército (Galei Tzahal) sobre los horrores que su hijo soportó durante el cautiverio en la Franja de Gaza.
Describió una experiencia estremecedora de torturas y abusos, que incluyó hambre prolongada y golpizas repetidas. “Se sentó frente a mí y me contó todo, y yo solo lloré… al darme cuenta de cuán fuerte es. Volvió como un héroe.”
“Pasaron por abusos y torturas horribles. Los hicieron pasar hambre de una forma terrible; ni siquiera a los animales se los trata así.”
Agregó que Bar le contó: “Me golpeaban, pero no lo sentía, mi cuerpo estaba congelado.” Explicó que él se entrenó a sí mismo para desconectarse del dolor.
Bar le relató que los captores permanecían cerca, y que en ciertas horas encendían luces para enviarse señales. Bar comprendió que si la comida no llegaba en esos momentos, quizá no comería nada en todo el día. “Me dijo: ‘Ima, me acostumbré a vivir con muy poca comida.’ Cuando el estómago duele y no hay nada para comer, esos son momentos verdaderamente insoportables.”
La madre añadió que cada vez que algún miembro de Hamás moría o cuando la casa de un familiar suyo era atacada, los captores reaccionaban con violencia: “Venían y los golpeaban despiadadamente, torturándolos. Fueron momentos realmente terribles. Prefiero no entrar en detalles.”
Contó que su hijo eligió dormir la mayor cantidad de horas posible como mecanismo para sobrellevar la situación: “Dormía realmente muchas horas. Eso fue lo que lo mantuvo cuerdo.”
A pesar de las condiciones tan duras, Julie destacó el espíritu de su hijo de ayudar incluso en cautiverio: “Bar siempre ayudaba a los demás, es muy habilidoso. Reparó la electricidad, el baño, y una zanja de agua. Incluso creó un pequeño espacio dentro del túnel donde podían sentarse solos cuando las cosas se ponían difíciles.”
Contó también que durante el cautiverio, Bar decidió donar los 200 shekel que había dejado en su billetera en casa, como acto de Tzedaká para que Hashem lo salvara.
Durante el cautiverio, relató Julie, su hijo se acercó más a la religión y, al salir, lo primero que pidió fue un Tzitzit. “Me sorprendió. Siempre tuvo Emuná, era bastante tradicionalista (masortí), pero no así. Vio a los árabes rezar y ayunar, y pensó: si ellos lo hacen, él también debe acercarse al Bore Olam (Creador del mundo). Recitaba muchas veces el Shemá Israel, rezaba, y decía un capítulo de Tehilim que sabía de memoria. Tenía un diálogo con Hashem.
Uno de los momentos más emocionantes, hasta las lágrimas, fue su reencuentro con su padre, Tal Kuperstein. Tal quedó paralítico hace varios años tras un grave accidente de tránsito que lo dejó sin poder caminar ni hablar. Cuando su hijo fue secuestrado, prometió que volvería a ponerse de pie para recibirlo y abrazarlo. Y así fue: el día de Hoshaná Rabá, se levantó de su silla de ruedas y lo abrazó entre lágrimas, cumpliendo su promesa en medio de una escena de profunda emoción y fe.
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