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domingo, 31 de agosto de 2025

Tisha Beav y el mensaje de Reb Shmuel Munkes

Reb Shmuel Munkes, uno de los jasidim más cercanos al Alter Rebe, era famoso por su carácter alegre y por sus bromas… pero también por su corazón puro y su devoción sincera.

En una ocasión, durante la lectura de Meguilat Eijá en Tishá Beav, Reb Shmuel comenzó a arrojar behrelaj —unas pequeñas semillas espinosas— a los abrigos y barbas de los jasidim. Estos se removían incómodos y algunos reprimían sonrisas, mientras otros estaban molestos por la aparente falta de seriedad en un momento tan solemne.

Quien más se indignó fue nada menos que Rab Shlomo Karliner, colega del Alter Rebe en su juventud y un gran tzadik y líder jasídico [quien resultó estar aquel año en Tisha Beav en lo del Alter Rebe, y resultó que le cayó uno de estos berelaj en su barba]. Molesto, se acercó al Alter Rebe y le dijo:
—Rebe, ¡por gente como esta (señalando al jasid y discípulo del Alter Rebe) fue que se destruyó el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe no respondió nada en el momento. A la mañana siguiente, en pleno Tishá Beav, invitó a Rab Shlomo a salir con él a las afueras de la ciudad. Al llegar al bosque, divisaron a lo lejos a un jasid sentado en el suelo, de espaldas, sumido en una profunda congoja, lamentándose con sincera amargura por la destrucción del Beit Hamikdash.

Conmovido por la escena, Rab Shlomo exclamó:
—¡Por jasidim como este se reconstruirá el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe se acercó y le dijo:
—Ven, acércate…

Al acercarse, Rab Shlomo descubrió que aquel jasid acongojado no era otro que Reb Shmuel Munkes, el mismo que la noche anterior había estado tirando behrelaj...

El Alter Rebe comentó:
—Es la misma persona. El que sabe hacer reír para elevar el ánimo, sabe también llorar desde lo más profundo de su corazón por la destrucción.

*

En esto está el secreto jasídico: el duelo sincero por lo que falta no contradice la alegría que nos sostiene. El josid llora de verdad en Tishá Beav, y baila con la misma verdad en Simjat Torá. Porque ambas vienen del mismo lugar: un corazón vivo, conectado a Hashem y esperando la Gueulá.

Una segunda enseñanza:
En Tishá Beav el duelo no debe llevarnos a una tristeza que nos hunda, sino a una tristeza que nos eleve. Por eso Reb Shmuel tiraba behrelaj, para recordar que incluso en el dolor hay que mantenerse en pie y con fuerza.

La alegría y la tristeza no se contradicen. El jasid puede llorar por la destrucción y al mismo tiempo evitar que la tristeza lo derrumbe.

Especial para Motzaei Shabat - El Baal Shem Tov moviendo "las fichas"


En una ocasión, Rab Mendel Futerfas compartió con sus alumnos la explicación jasídica sobre las tres bendiciones fundamentales que se piden del Cielo:
בני, חיי ומזוני
 *hijos, vida y sustento*. Contó [la conocida historia] que había un judío al que se le concedieron dos de ellas: salud y riqueza, pero deseaba intensamente tener hijos. El Baal Shem Tov le dijo que, si estaba dispuesto a ceder a toda su fortuna, podría recibir la bendición de tener descendencia. El hombre aceptó, y así comenzó a cumplirse la palabra del tzadik.

Entonces Rab Mendel pasó a relatar la historia completa:

Este judío se había hecho rico comerciando con madera. Poseía bosques, empleados que talaban árboles, los marcaban y amontonaban en un río congelado. Cuando llegaba el deshielo, los troncos flotaban hasta un sitio lejano, donde eran recogidos y trasladados a una fábrica de muebles.

Deseando con todo su corazón tener hijos, acudió al Baal Shem Tov, quien le dijo:
—Puedes tener hijos, si estás dispuesto a perder tu riqueza.
El hombre aceptó. El Baal Shem Tov le sugirió:
—Quizás deberías preguntarle a tu esposa primero.
El hombre regresó diciendo que su esposa también estaba de acuerdo. Entonces el Baal Shem Tov lo bendijo.

De regreso a casa, a mitad del camino, se detuvo en una posada y escuchó a dos judíos hablando [y sin conocerlo]:
—¿Oíste lo que le pasó a tal y tal, aquel hombre rico? Puso sus maderas en el río helado, pero anoche, de forma insólita, hubo un calor repentino, el hielo se derritió ¡y todo fue arrastrado! Perdió toda su madera.

El hombre, al oír esto, saltó de alegría y se puso a bailar. Los presentes lo miraban asombrados:
—¿Cómo puede alegrarse por la ruina de otro?

Más adelante, al seguir viaje, en otra posada, escuchó que su fábrica también había sido destruida por un incendio. Solo quedaron las máquinas de hierro, inservibles. Una vez más, bailó de felicidad.

Finalmente llegó a su casa, donde su esposa lo recibió con profundo dolor:
—¡Perdimos todo!
Pero él, con una sonrisa, le respondió:
— ¡Baruj Hashem! El Baal Shem Tov nos bendijo con hijos, y esta es la señal.

El tiempo pasó, y la pareja cayó en una pobreza extrema. Perdieron su hogar y se mudaron a la orilla del río, donde construyeron una choza con troncos abandonados. Sin embargo, un año después, nació su primer hijo. Luego vinieron más: uno, dos, gemelos… hasta que en diez años tuvieron diez hijos. Cada vez que la familia crecía, el hombre añadía un cuarto más con maderas viejas.

Para mantenerlos, el hombre salía a pedir limosna. Un día, el Baal Shem Tov llegó al pueblo. El hombre, avergonzado de su situación, fue al Shul y se escondió detrás de todos, cubriéndose la cara. Pero el Baal Shem Tov lo reconoció y lo mandó llamar.
—¿Cómo están tus hijos? —le preguntó.
—Gracias a su Broje, tengo diez hijos. ¡No tengo palabras para agradecerle!

—¿Tienes alguna otra necesidad?
—Baruj Hashem, estoy conforme… aunque a veces no tenemos ni para comer durante la semana, ni para Shabat.

El Baal Shem Tov le aconsejó:
—Deja un poco de dinero a tu esposa y viaja a Minsk, donde nadie te conozca. Quizás allí se abra para ti un nuevo canal de bendición.

El hombre obedeció. Viajó a Minsk y llegó en vísperas de Shabat. Fue al Shul, y allí un hombre rico lo invitó a su lujosa casa. Alfombras, vajilla elegante, comida abundante… pero los rostros del dueño, su esposa y su hija mostraban tristeza.

Durante la cena, el pobre hombre preguntó:
—¿Por qué están tan abatidos?
—Nuestra única hija, no logra casarse —respondió el anfitrión—. Tres shidujim (compromisos) fallidos. El primero fue reclutado y nunca regresó. Otro falleció. El último, perdió la cordura. Nadie quiere saber de ella.

El pobre le contó su historia:
—Yo era muy rico. El Baal Shem Tov me ofreció hijos a cambio de mis bienes. Hoy, vivo de limosnas, pero tengo diez hijos. Mi consejo: ve al Baal Shem Tov y pídele una Brajá.

Ambos partieron al día siguiente. El rico le relató al Baal Shem Tov su historia. El Tzadik respondió:
—Cuando vuelvas a casa, tu hija ya tendrá su Shiduj. Y quiero que le entregues al pobre el dinero que sea necesario para su casamiento.

Así fue. Al regresar, su esposa lo recibió emocionada:
—¡El primer novio volvió! Fue dado de baja del ejército.  Sigue siendoun buen judío y supo mantenerse durante todo este tiempo como observante y yere Shamaim, ¡ya fijamos la fecha de la boda!

En la boda, donde estaban invitados ricos y pobres, el hombre vio al Baal Shem Tov y le agradeció de corazón.
—¿Le diste al pobre el dinero?
—Sí, le di mil rublos.
—No es suficiente.
—Entonces le doy diez mil.
—Tampoco.
—¡Cincuenta mil!
—Aún no.
—¡Cien mil!
—No es suficiente. ¿Cuánto valen todas tus propiedades?
—Unos cinco millones de rublos.
—Dale la mitad.

El rico quedó atónito.
—¡Eso es una fortuna! Tendría que vender gran parte de mis bienes.

El Baal Shem Tov le preguntó:
— Cuéntame, ¿Cómo te hiciste rico?

El hombre contó:
—En realidad fui toda la vida un hombre muy pobre; un buen día estaba deprimido, sin haber recogido limosnas. Caminaba junto al río, vi una viga flotando. La saqué, la vendí. Luego aparecieron más, las vendí también. Hice un buen dinero con las ventas. Me enteré de una fábrica quemada, compré las máquinas y comencé a producir muebles. Así es que me enriquecí y es que hoy cuento con toda esta fortuna.

El Baal Shem Tov le dijo:
— Toda tu riqueza te llegó gracias a este hombre. Él perdió su madera y tú la recogiste. Le compraste sus máquinas cuando ya no podía usarlas. Dale la mitad de tu fortuna. Seguirás siendo rico, él también prosperará nuevamente, y así todo quedará restaurado.

*

Así es como los Tzadikim "manejan y mueven los hilos" en el mundo, concluyó Rab Mendel.



Fuente: Contado por Rav Tuvia Bolton. Impreso en "Hatomim", Tamuz 5785
©JasidiNews

lunes, 21 de julio de 2025

La Brajá del Rebe al abuelo del bebé

Mi hijo Iojanán 'שי es Mohel en Florida.
El día Jueves 21 de Tamuz (17/07/2025) fue a realizar un Brit Milá, de una familia no jaredí (no religiosa).
Durante la ceremonia, el abuelo del bebé entabló conversación con él. Mi hijo le preguntó de dónde era.
—De Newark, Nueva Jersey —respondió el hombre.

—¡Mi tío solía ser el Rabino allí! —exclamó mi hijo.
—¿El rabino Gordon? —preguntó el abuelo.
—Sí, el rabino Sholom DovBer Gordon —confirmó mi hijo.

Entonces el hombre le dijo, con emoción en la voz:
—El rabino Gordon, a través de Rabbi Schneerson —refiriéndose al Rebe—, ¡me salvó la vida!

Y contó su historia:

—Cuando era niño, jugando al béisbol, recibí un fuerte golpe en la cabeza con un bate. Perdí el conocimiento y terminé conectado a un respirador.
Los médicos les dijeron a mis padres que las chances de que sobreviviera eran mínimas.

El rabino Gordon, que en ese momento era el capellán del hospital, le pidió a mi padre mi nombre hebreo junto con el de mi madre. Apenas los recibió, llamó a la Secretaría del Rebe para pedir una Broje.

Horas más tarde, volvió a comunicarse y le informaron que el Rebe había dado una bendición para una recuperación completa y rápida.

Pasaron dos días sin señales en absoluto de mejora. El rabino Gordon volvió a llamar para decir que no había ningún cambio.

Una hora después, volvió a comunicarse. Esta vez, el secretario le transmitió el mensaje del Rebe:
—“No puede ser. Debe haber un error en el nombre que enviaron.”

El rabino Gordon fue de inmediato a ver a mi padre y le contó lo que había dicho el Rebe.

Mi padre reflexionó unos instantes y luego exclamó:
—¡Es verdad! Me equivoqué de nombre... No estamos acostumbrados a nuestro nombre hebreo.
Y le dio el correcto: Dov.

El rabino Gordon le pasó el nombre correcto a los secretarios. Poco después, el Rebe dio una nueva Brajá: que tenga una larga vida.

Dos horas más tarde... me desperté.

Le debo mi vida al Rebe —gracias al rabino Gordon.

Mi hijo, profundamente emocionado, le dijo:

— Usted está a punto de ser el Sandak… ¡y el tío que le salvó la vida a usted a través del Rebe fue el Sandak en mi Brit Milá!



Fuente: Contado directamente por Reb Moshe Klein. Su hijo Yojanan vive en Florida y entre otras cosas es Mohel de la comunidad allí. 

El mensaje justo a tiempo: no avergonzarse de expresar mi Yahadut

Rav Daniel Agalar contó una historia impactante:

Un gerente de banco no datí (observante) en Eretz Israel había tomado una decisión monumental: comenzar a vivir acorde a la Torá y las mitzvot. Pero ya en su primer día, se topó con la dura prueba de mantenerse fiel a ese compromiso.

Cada mañana, el banco servía café y torta para todos los empleados. Aquella mañana no fue diferente. Él se acercó, tomó un pedazo, y justo cuando iba a dar el primer bocado… algo lo frenó.
"¡Debo decir la Brajá!", pensó.
Sabía que no podíar recitarla sin cubrirse la cabeza, pero no tenía puesta la kipá. Dudó. ¿Y si alguien lo veía poniéndosela? Le invadió un temor absurdo pero paralizante: “¿Y si me despiden?”

Mientras esta tormenta interna lo consumía, algo extraordinario ocurrió.

A través de las cámaras de seguridad vio entrar a un conocido filántropo, que venía a depositar algo en su caja fuerte. Pero de repente la bolsa que traía en la mano se rompió… y un montón de piedras preciosas —de valor incalculable— rodaron por todo el piso del banco.

En un instante, todo el personal y los clientes comenzaron a agacharse para juntar las joyas. Un verdadero caos. Nadie sabía qué hacer, y el riesgo era enorme. ¿Quién podía garantizar que no aprovecharían la oportunidad para quedarse con alguna?

El gerente reaccionó al instante: corrió a presionar el botón de emergencia que sellaba todas las puertas del banco. Nadie podría salir, al menos hasta que se controlara la situación.

Volvió a mirar las cámaras, y allí lo vio: el filántropo mismo, un hombre siempre elegante y digno, estaba en el suelo, en manos y rodillas, juntando desesperadamente sus joyas.
El gerente se quedó perplejo.
“¿Él? ¿Así? ¿Sin pudor, arrastrándose por el suelo?”

Y entonces algo hizo clic dentro de él.

Claro.
Cuando hay diamantes en juego, la vergüenza desaparece. No importa lo que piensen los demás. Uno se tira al piso si es necesario.
Porque cuando lo valioso está en riesgo, no hay lugar para el orgullo.

Y en ese instante, entendió.

Hashem le estaba hablando.
Él también tenía diamantes. No de los que brillan en vitrinas, sino eternos: su Neshamá, su Emuná, sus mitzvot.
¿Iba a poner en juego todo eso por miedo? ¿Por vergüenza?
¡No más!

Respiró hondo, sacó su Kipá, se la colocó con firmeza en la cabeza… y con los ojos cerrados y el corazón lleno, recitó la berajá.
Con orgullo.
Con convicción.
*Con la dignidad de un iehudí que acaba de recuperar su tesoro más preciado.*


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©JasidiNews 

La famosa historia de Rab Baumgarten - Milagro que vivenció en Yud Beis Tamuz

El 12 de Tamuz de 5687 (1927), el sexto Rebe de Lubavitch, Rab Yosef‑Itzjak (“HaRayatz”) Schneersohn fue liberado de la prisión en la Rusia estalinista. Desde entonces, esta fecha se celebra como un Yom Teb entre los jasidim de Jabad‑Lubavitch.

Rab Berel Baumgarten siempre valoró mucho esta ocasión. Él mismo mantuvo una relación muy estrecha con el Rebe Rayatz y, en la década de 1940, cumplió numerosas misiones conforme a las indicaciones del Rebe.

En 1955, el yerno y sucesor del Rebe Rayatz, el Lubavitcher Rebe lo envió al rabino Baumgarten para ser el primer representante de Jabad en la Argentina. Durante sus 23 años allí, viajaba con frecuencia a Estados Unidos específicamente para pasar el 12‑13 de Tamuz en 770 (la sede mundial de Lubavitch). El punto culminante era siempre formar parte de la multitud abarrotada de miles de personas que participaban en el farbrenguen especial del Rebe por Yud‑Beis Tamuz. En aquellos años en que no pudo viajar, aprovechó el día para difundir Jasidut entre sus hermanos judíos de la Argentina.

Sin embargo, un año se vio obligado a viajar de Argentina a Brasil y se dio cuenta de que en Yud‑Beis Tamuz estaría en pleno trayecto. Inquieto ante la perspectiva de pasar esta fecha tan auspiciosa lejos de cualquiera con quien pudiera compartir sus sentimientos, envió un telegrama a la oficina del 770 antes de partir, pidiendo ser recordado por el Rebe en esa fecha.

Mientras estaba en Brasil, para llegar a su destino el rabino Baumgarten tuvo que cruzar el río Iguazú en un transbordador: una balsa con cubierta abierta y un toldo, compuesta por varias balsas resistentes atadas entre sí para transportar autos y carga. Junto con otras personas, el rabino siguió las instrucciones y condujo su auto sobre la balsa.

En cuanto los autos quedaron estacionados, él y los demás bajaron de los vehículos para disfrutar del aire fresco bajo el toldo. Se alegró al comprobar que dos de sus compañeros de viaje eran judíos. Pero pronto su alegría se tornó consternación cuando descubrió que aquellos dos estaban totalmente alejados de su herencia y no deseaban oír nada sobre prácticas o ideas judías. Uno de ellos, con descaro, exhibió un sándwich de jamón ante él, dejando claro cuán poco significaba el judaísmo para él.

Sintiendo que continuar la conversación sería inútil y ofendido por sus acciones, Reb Berel regresó a su auto y abrió sus libros para estudiar.

De repente, se produjo un sacudón poderoso: ¡un barco bananero había chocado contra la balsa! Enormes vigas apiladas en un rincón de la balsa comenzaron a derrumbarse, empujando los autos al río Iguazú. Para su horror, su propio auto también empezó a moverse. Pisó el freno con fuerza, pero fue incapaz de detener el avance del vehículo. ¡También él se precipitó a las aguas y comenzó a hundirse!

Reb Berel Baumgarten era un hombre grande, de más de un metro noventa y más de 115 kilos. Aun así, por grande y fuerte que fuera, no lograba abrir la puerta del auto: la presión del agua era simplemente demasiada. De pronto, la puerta se abrió —¿cómo? no pudo explicarlo— y se encontró fuera del auto, en el agua, ascendiendo lentamente.

Sus problemas, sin embargo, estaban lejos de terminar. Sí, había escapado del vehículo que se hundía, pero Rab Baumgarten nunca había aprendido a nadar. Pateando frenéticamente y agitando los brazos durante lo que pareció una eternidad, estaba al borde de sus fuerzas cuando, de pronto, su cabeza emergió a la superficie.

Agotado, solo podía bambolearse impotente; no entendía qué lo mantenía a flote, pero allí estaba. Entre las olas veía la balsa cerca, mas no tenía fuerzas para acercarse a ella.

Para colmo de males, escuchó un estruendo de trueno a lo lejos y comprendió, horrorizado, que la poderosa corriente del río empezaba a arrastrarlo lejos de la balsa y hacia una catarata.

Mientras el agua espumosa se abatía sobre él y dudaba de su supervivencia, la imagen del Rebe apareció ante sus ojos. Entonces miró hacia la orilla y, con la ayuda de Di‑s, vio a un hombre dispuesto a lanzarle un salvavidas. Este cayó al agua justo a su alcance.

Agarró el salvavidas y lo acercó. Intentó pasarlo sobre su torso, pero no pudo: era demasiado corpulento. Aunque sus fuerzas se agotaban, comprendió que no había alternativa; tendría que aferrarse con las manos.

Cuando lo arrastraron de nuevo a la balsa y pudo recuperar la compostura, los dos judíos que había conocido antes se le acercaron, totalmente abrumados por el remordimiento. Reconocieron que, por su culpa, el rabino había vuelto a su auto. Se disculparon por su conducta previa. No solo eso: el que había exhibido el sándwich prometió incluso cuidar el Kashrut a partir de entonces.

Tras llegar a la otra orilla, el rabino Baumgarten comenzó a reflexionar sobre su situación. No encontraba explicación a los milagros que le habían salvado la vida.

Días más tarde obtuvo claridad. Alguien le contó que, durante el farbrenguen de ese Yud‑Beis Tamuz, el Rebe se volvió hacia Mendel, el hermano de Reb Berel, y le preguntó: «¿Dónde está Berel?» Además, le indicó que diga «¡Lejaim!».

Cuando Rab Berel oyó esto, se apresuró a preguntarle a su hermano a qué hora había ocurrido. Calculando la diferencia de husos horarios, se dio cuenta de que el Rebe debía de estar leyendo su telegrama precisamente en el momento en que su auto fue desalojado de la balsa y él estaba bajo el agua.

Todos aquellos cálculos, sin embargo, vinieron después; en el momento, vivo pero varado, tenía preocupaciones más inmediatas. Sus pertenencias personales se habían perdido con el auto y estaba lejos de cualquier comunidad judía. ¿Dónde encontraría un Talit y Tefilín para rezar?

En Brasil (y en todo el hemisferio sur), el mes de Tamuz cae en invierno y los días son cortos. El rabino Baumgarten averiguó que había un pequeño aeropuerto cercano, pero no había vuelos programados hasta última hora de la tarde; no podría llegar a otra ciudad antes de la puesta de sol. No sabía qué hacer: no podía concebir dejar pasar el día sin ponerse Tefilín.

Preguntó por la posibilidad de contratar un avión privado. Aunque el costo era exorbitante, logró encontrar un piloto que pudiera llevarlo a otra ciudad antes de la puesta del sol. Envió un telegrama a los dirigentes de la comunidad judía de allí, pidiéndoles que lo esperaran en el aeropuerto con Tefilín.

Sin embargo, hubo una confusión en las comunicaciones y nadie recibió al desesperado rabino en el aeropuerto. Faltando menos de una hora para la noche, tomó un taxi y ordenó que fuera rápidamente a la sinagoga más cercana. Desgraciadamente, cayó la noche antes de que pudiera llegar. Descorazonado, detuvo el taxi, se sentó en un banco del parque y lloró.

En su siguiente Yejidut (audiencia privada), le preguntó al Rebe cómo podía expiar el no haberse puesto Tefilín ese día. Antes de contestar, el Rebe lo miró y le preguntó: «Bueno, ¿pensé en vos, o no pensé en vos?»

Luego le indicó estudiar las Halajot de Tefilín del Shulján Aruj del Alter Rebe y los Maamarim (discursos jasídicos) que hablan de la sumisión del corazón y la mente, el mensaje espiritual asociado con la Mitzvá de los Tefilín.

Rab Baumgarten lamentó que un Sidur y un Tania de bolsillo que el Rebe le había regalado yacieran ahora en el fondo del río Iguazú. «¿Podría el Rebe reemplazarlos?», preguntó.

«¿Por qué? ¿Acaso es culpa mía?», respondió el Rebe con una suave sonrisa.

«¿Y la culpa es mía?», replicó Reb Berel.

Ante esto, el Rebe sonrió ampliamente, sacó de un cajón de su escritorio un Sidur y un Tania y se los entregó al Rab Baumgarten.



Fuente: Adaptado por Yerajmiel Tilles de “To Know and to Care”, de Eliyahu Touger, Vol. 2, y ampliado con dos párrafos de un artículo de la revista Derher. 


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Yud Beis Tamuz - El Rebe pensando en sus Jsidim

Un día antes del arresto del Frierdiker Rebe, en el año 5687 (1927), se acercó a él un jasid con un Pa”n (פדיון נפש), pidiendo una brajá por su esposa. Ella había tenido un parto muy difícil de mellizos, quedando en estado muy delicado, y también los bebés estaban extremadamente débiles y en peligro.

El Rebe fue arrestado al día siguiente y pasó 18 días en la temida prisión de Shpalerna, sufriendo interrogatorios crueles, condiciones inhumanas y torturas físicas y psicológicas. El día 3 de Tamuz fue finalmente liberado, aunque le informaron que sería enviado al exilio en la lejana ciudad de Kostrama, un lugar alejado y desolado.

Ese mismo día, al salir de la cárcel y mientras esperaba el tren que lo llevaría al exilio, el Rebe se volvió hacia uno de los jasidim que habían venido a despedirlo y le preguntó: “¿Cómo está la mujer? ¿Y los bebés?”. Baruj Hashem, le informaron que tanto la madre como los mellizos ya habían salido de peligro.

Este detalle aparentemente “pequeño” revela una grandeza extraordinaria: incluso después de haber soportado semanas de sufrimiento insoportable, con su propio destino aún incierto, el Rebe no dejó de pensar en cada uno de sus jasidim. Tenía presente a cada uno de ellos en su corazón, con todo su dolor y necesidad, como si no hubiera pasado por nada. Así era el Rebe: completamente entregado a su pueblo, en todo momento, sin dejarse vencer por ninguna circunstancia.


Fuente: "Likutei Sipurim", R. Perlov, pág. 386
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La carta que recibió el Rabino Jacobson durante la guerra con Irán

Estimado Rabino Jacobson:

Mi nombre es [....], soy músico y resido en el norte del estado de Nueva York. Me dedico a tocar música (secular), particularmente el rock. El jueves pasado me encontraba tocando en un bar en Poughkeepsie.

En ese mismo momento, las noticias informaban que Israel había comenzado a atacar y neutralizar instalaciones nucleares en Irán. Aunque el ambiente del lugar no reflejaba ninguna conexión visible con lo judío, sentí en lo profundo de mi alma que debía hacer algo. Interrumpí la música, tomé el micrófono y compartí con los presentes lo que estaba ocurriendo en la Tierra Santa. Les pedí a todos que pidieran, cada uno a su modo, por la paz, y que asumieran el compromiso de hacer un acto de bondad para mejorar el mundo.

A continuación, interpreté la melodía de Hevenu Shalom Aleijem, explicando su profundo mensaje: un anhelo de paz verdadera, tanto a nivel individual como colectivo.

La noche siguiente (viernes por la noche), tuve un sueño muy particular. Se me apareció el Rabino Groner, el histórico secretario del Rebe, y me transmitió que el Rebe quería agradecerme. Me dijo que mis palabras en aquel bar habían tocado el corazón de una mujer judía que estaba allí presente, y que gracias a esa inspiración, ella decidió encender las velas de Shabat. Ese acto, aparentemente sencillo, atrajo una abundancia de bendiciones al mundo, protegiendo al pueblo de Israel y contribuyendo al éxito de su fuerza aérea.

Al despertar en la mañana del Shabat, el sueño seguía fresco en mi mente, pero mi inclinación natural fue restarle importancia. Me dije: “Fue un sueño hermoso… pero ¿quién soy yo para recibir un mensaje del Rebe en sueños?”

Sin embargo, esta mañana, domingo, recibo un correo electrónico que me estremeció: una mujer de Poughkeepsie me había estado buscando a través de las redes sociales. Me contó que mis palabras la conmovieron profundamente, y que, por primera vez desde su Bat Mitzvá —hace cincuenta años— había encendido una vela de Shabat, en mérito de Am Israel.




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