Reb Pinjos Reizes y Reb Shmuel Munkes eran inseparables, “amigos del alma”… aunque, si uno los veía juntos, parecía más bien un dúo cómico: *el serio y el travieso*.
Rab Pinjas era un genio brillante, gran erudito, elegante y siempre impecable. Heredero de una familia rabínica prestigiosa y con una casa digna de catálogo, vivía rodeado de alfombras que daban ganas de caminar en puntas de pie. Tenía una casa tan limpia y tan bien decorada que cualquiera que entraba dudaba si debía saludar o pedir un turno para hacer una visita guiada.😂
Reb Shmuel, en cambio, era la otra mitad del contraste: vivía con sencillez, humildad y… bueno, cierto desorden creativo jasídico. Era profundamente sabio, pero también famoso por sus travesuras santas que dejaban a todos dudando si reír, llorar o revisar dos veces sus bolsillos.
Una vez, llegando con un grupo de jasidim a ver al Rebe, Rab Shmuel se colgó del portón de entrada como si fuera un cartel viviente. Cuando los demás lo miraron sorprendidos, él les explicó con la mayor seriedad del mundo:
“¿Qué pasa? En la tienda del sastre cuelgan telas; en la del zapatero, zapatos. ¡Y en la casa del Rebe —donde se hacen jasidim— se cuelga un jasid!”.
Y aun así, era un tzadik auténtico. De hecho, cuando los soldados rusos llegaron para arrestar al Alter Rebe, éste decidió aconsejarse y escuchar una opinión sincera acerca de si debía entregarse a las autoridades. Y fue justamente a Reb Shmuel a quien consultó. Reb Shmuel, con la honestidad y claridad que lo caracterizaban, le dijo:
“Rebe, si usted es realmente un Rebe, no tiene de qué temer (con la ayuda de Di-s nada malo le sucederá). Y si no es así… ¿con qué derecho nos ha quitado el gusto por los placeres y vanidades (תאוות) de este mundo?!”
Una respuesta profundamente jasídica y profundamente "shmuelesca".
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Una vez, Reb Shmuel llegó a visitar a Rab Pinjás. Venía del camino: botas embarradas, ropa polvorienta, aspecto de quien acaba de atravesar tres charcos, dos tormentas y media Rusia caminando.
Entró a la casa impecable de su amigo, esa casa donde hasta las alfombras parecían pedir permiso antes de dejarse pisar. Avanzó directo al sillón más elegante, se hundió en él… y se quedó dormido con las botas embarradas sobre el tapizado, como si nada.
La esposa de Rab Pinjas casi se desmaya, pero con toda delicadeza pidió a su marido que —por favor— le sugiriera al invitado quitarse las botas antes de redecorar involuntariamente toda la casa.
Rab Pinjas, ya un poco tenso, se acercó y le preguntó:
“Reb Shmuel… ¿esto también es una de tus bromitas? ¿Por qué acostarte con las botas sucias en el sillón limpio? Podías sacártelas, ¿no?”
Reb Shmuel pegó un salto como si hubiera dormido sobre un clavo.
“¡¿Qué?! ¿Vos me hablás de sillones y de botas? ¿Después de todo lo que aprendimos del Rebe? ¡Que todo este mundo es nada, vacío, vanidad! Si estas cosas te importan [estás preocupado por un sillón]… ¡ya no podemos ser amigos! ¡Que te vaya bien!”.
Y salió de la casa a toda velocidad.
Rab Pinjas se quedó petrificado. Pero enseguida reaccionó, salió corriendo detrás de él, lo alcanzó en la calle y lo agarró del brazo:
“¡Reb Shmuel, mir zainen jabeirim! ¡Somos amigos!”.
“No puedo ser tu amigo si te importa una mancha de barro”, contestó Rab Shmuel, tratando de escaparse.
“¡Somos amigos! ¡Somos amigos!”, repetía Rab Pinjas, aferrándolo como si fuera un Sefer Torá.
Finalmente Reb Shmuel cedió… con una condición muy sencilla (para él):
que Rab Pinjas —el respetadísimo, elegante, erudito y adinerado Rab Pinjas — corriera por las calles de Shklov montado sobre una escoba, como un nene de cinco años jugando al caballito.
“Si hacés eso —dijo Rab Shmuel—, te perdono. Así demostrás que no te importa el honor ni el qué dirán”.
Y Rab Pinjas aceptó sin titubear.
El resultado: las calles de Shklov presenciaron el espectáculo inolvidable de uno de sus hombres más distinguidos galopando con una escoba como si estuviera en una carrera de pura sangre. La gente movía la cabeza con lástima y susurraba:
“Pobre… tanta Torá, tanta grandeza… y mirá cómo terminó”.
Pero a Rab Pinjas no le importaba nada. Lo único que quería era recuperar la amistad de Rab Shmuel Munkes. Y lo logró.
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Esta historia —entre tierna, cómica y profundamente jasídica— muestra que la verdadera amistad no se construye sobre honores, comodidades o apariencias, sino sobre la verdad del alma. Cuando uno estudia jasidut y lo incorpora de verdad, descubre que todas las “prioridades” del mundo —el prestigio, la elegancia, la opinión ajena, lo que cualquiera consideraría “importante”— se desinflan por completo. Frente a la luz de Eloikus, esos valores quedan tan livianos como una pluma en el viento.
Reb Shmuel exigía autenticidad total: que su amigo demostrara, con hechos, que no estaba atrapado por la importancia imaginaria que el mundo da a los objetos, al estatus o a la imagen personal. Y Rab Pinjas, con verdadera grandeza interior, aceptó la reprensión sin ofenderse y sin defender su honor.
Así, su amistad nos enseña que cuando uno adopta la perspectiva jasídica —que sólo Di-s es real, y que lo demás es pasajero— puede desarmar su ego, relativizar lo material y dejar espacio para una conexión sincera. Donde hay humildad, verdad y Di-s en el centro, las relaciones no sólo perduran: se elevan.
©JasidiNews
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