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jueves, 2 de agosto de 2018

Un camionero, un accidente y un insólito desenlace con detalles reveladores sobre los años del Rebe (de joven) en Francia!

Imagen Ilustrativa

Reb Yehuda Schwartz, un Jasid Jabad de Francia, era un camionero que trabajaba para una empresa importadora de carne en París, dirigida por Daniel Amram, un colega también Jasid Jabad.

Un día, conducía un gran camión que su jefe acababa de comprar de segunda mano, de una conocida compañía de autos usados.

Reb Yehuda sintió que algo andaba mal apenas comenzó el viaje; los frenos y el volante parecían estar inusualmente rígidos.

Sin embargo desestimó sus preocupaciones, diciéndose a sí mismo que probablemente era porque el camión había sido restaurado ('re-fabricado') antes de su venta.

Cerca al final del día, estaba manejando por un puente, por encima de un río, a aproximadamente 80 kms por hora.

Al llegar a un semáforo, comenzó a frenar, pero al pisar el pedal, este simplemente se hundió sin fuerzas en el suelo y se quedó allí. ¡No tenía frenos!

Había varios autos frente a él. Trató de bajar de velocidad, pero iba cuesta abajo demasiado rápido.

En segundos embestiría al auto frente a él. A su izquierda estaba el tráfico en sentido contrario; no había tiempo para perder. Tenía que actuar rápido para evitar un desastre.

Reb Yehuda agarró el volante, gritó "Shema Israel", y en el último momento, giró bruscamente hacia la derecha. La camioneta se desvió locamente y se sacudió, golpeó la acera y voló en el aire.

El cinturón de seguridad (que Yehuda tenia puesto) lo sostuvo hacia abajo, pero rebotó violentamente, mientras la camioneta atravesaba la barandilla y se arqueaba sobre el agua. En un segundo se sumergiría en la fría y turbia corriente, muy abajo, casi podía sentir el impacto.

 Pero el camión no se cayó; simplemente quedó flotando en el aire y se mantuvo así, hasta que llegó la ayuda.
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Al día siguiente, todos los periódicos en Francia llevaban la imagen de su camión, equilibrado como un columpio en el borde del puente, a mitad de la barandilla, sobre el agua.

 Fue un milagro, pero que le costó bien caro.

La ciudad de París le presentó al propietario del camión, Daniel Amram, la factura.

Los daños al puente eran de más de diez mil dólares, el remolque eran otros mil y la multa de tráfico otros mil, sin contar los daños al camión.

 Daniel estaba acostumbrado a los milagros, y estaba agradecido por este también, pero ahora estaba enojado. Ese vendedor de autos usados ​​había firmado y jurado que el camión estaba en perfecto estado de funcionamiento. Daniel lo llevó a la justicia.

Una semana más tarde, Daniel comparecía ante el tribunal para la audiencia previa al juicio, acompañado por su abogado. No sería un caso fácil.

Tendría que demostrar que los frenos estaban defectuosos cuando compraron el camión, pero estaba listo para el pleito.

El acusado ingresó solo a la sala del tribunal: un anciano bien vestido, no-judío. Lo observaba a Amram, mientras se leían los cargos.

Para sorpresa de todos, después de escuchar los cargos, el anciano se volvió hacia el juez y anunció que, al ver que los oponentes eran judíos jasídicos, aceptaba pagar todos los daños, incluida la multa.

 Daniel estaba asombrado; no esperaba para nada tal resultado. El juez y la policía estaban tan sorprendidos e impresionados que cancelaron la multa en el acto. El caso quedó descartado.
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Cuando todos salían de la sala del tribunal, el gentil se acercó a Daniel y le dijo que estaría dispuesto a que le remolcaran el camión a su garaje, a unas tres horas de distancia, y lo arreglarían a costa suya también.

Incluso se ofreció a buscarlo y recoger a Yehuda, el conductor, para devolverle el camión después de que las reparaciones estuvieran terminadas.

Daniel no podía creer lo que escuchaba. Temiendo de que el tipo pudiera cambiar de opinión, simplemente sonrió, estrechó la mano del hombre y dijo "gracias" una y otra vez.

Tres semanas después, el anciano regresó a París y recogió a Yehuda.

Alrededor de una hora antes de regresar al garaje, el vendedor de autos se vuelve hacia él y le pregunta: "Eres un seguidor de Lubavitch, ¿verdad? Y también lo es tu jefe, el Sr. Amram. ¿Correcto?"

 Reb Yehuda respondió afirmativamente.

 "¡Tal como lo pensé! Bueno, ¿cómo está tu gran Rabino, el Rabino Schneerson? Espero que esté bien.´"

 "Ahh! Veo que estás sorprendido. Bueno, sucede que conozco a tu Rabino muy bien. Verás, durante la guerra las cosas eran terribles aquí en Francia. Pero decidí que no sucumbiría a la locura, y me inscribí en la Sorbona para estudiar matemáticas.
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"Fue allí donde conocí a tu Rabino, que estaba en mi clase. Él era realmente un tipo diferente de ser humano. Además de ser muy cortés y encantador, era increíblemente inteligente.

No hablaba mucho, pero cuando hablaba, todos lo escuchaban. Y lo más increíble fue que nunca parecía atender a la clase o incluso mirar al profesor; siempre estaba leyendo algún libro en hebreo que tenía en su regazo; sin embargo, siempre sabía las respuestas.

 "Las clases eran muy difíciles; pero en aquellos tiempos terribles, nuestra situación financiera lo era peor.

De hecho, la única forma en que algunos de nosotros, incluyéndome, podíamos llegar a fin de mes, era ir al campo temprano todos los lunes por la mañana y comprar canastas de productos que vendíamos al por mayor a los vendedores para el día de mercado. Pero eso significaba que teníamos que perdernos la clase del lunes, que era la principal de la semana.

 "La primera vez que tu Rabino Schneerson vio que faltábamos a la clase, tomó notas con gran detalle para nosotros y nos las dio cuando volvimos. Fue terriblemente amable y considerado de su parte. De hecho, si no fuera por él, ninguno de nosotros habría pasado.

"Al final del semestre, la prueba final fue tan difícil, que el profesor anunció que nos daría cinco horas para terminar, en lugar de las tres asignadas. Todos quedamos sorprendidos, cuando tu rabino juntó todos sus papeles, después de una media hora, los metió en el sobre y se los entregó.

"Todos estaban mirando. El profesor debió haberse imaginado que no sabía las respuestas, de modo que sacó las hojas y echó un vistazo. Cuando vio que todo había sido completado, se burló en voz alta y le dijo incrédulo al rabino ante toda la clase: "¿Qué? ¿Estuviste haciendo trampa o es alguna especie de hechicería?"

"El Rebe solo lo miró, no dijo una palabra y salió de la habitación.

"Pueden imaginar lo sorprendidos que estaban todos, cuando se corrigieron las pruebas, y se descubrió que el Rebe había respondido todo correctamente.

"Fue el tema de conversación en aquel entonces en la universidad. El profesor se disculpó con él y le preguntó si podía explicar cómo era humanamente posible para él el lograr terminar el examen tan rápido y con tal precisión."

"Nunca olvidaré la respuesta del Rebe. Él dijo: 'El pueblo judío tiene un libro de sabiduría, llamado Talmud. Quien lo estudia correctamente, puede descifrar y comprender todas las respuestas a la prueba".

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