En una ocasión, Rab Mendel Futerfas compartió con sus alumnos la explicación jasídica sobre las tres bendiciones fundamentales que se piden del Cielo:
בני, חיי ומזוני
*hijos, vida y sustento*. Contó [la conocida historia] que había un judío al que se le concedieron dos de ellas: salud y riqueza, pero deseaba intensamente tener hijos. El Baal Shem Tov le dijo que, si estaba dispuesto a ceder a toda su fortuna, podría recibir la bendición de tener descendencia. El hombre aceptó, y así comenzó a cumplirse la palabra del tzadik.
Entonces Rab Mendel pasó a relatar la historia completa:
Este judío se había hecho rico comerciando con madera. Poseía bosques, empleados que talaban árboles, los marcaban y amontonaban en un río congelado. Cuando llegaba el deshielo, los troncos flotaban hasta un sitio lejano, donde eran recogidos y trasladados a una fábrica de muebles.
Deseando con todo su corazón tener hijos, acudió al Baal Shem Tov, quien le dijo:
—Puedes tener hijos, si estás dispuesto a perder tu riqueza.
El hombre aceptó. El Baal Shem Tov le sugirió:
—Quizás deberías preguntarle a tu esposa primero.
El hombre regresó diciendo que su esposa también estaba de acuerdo. Entonces el Baal Shem Tov lo bendijo.
De regreso a casa, a mitad del camino, se detuvo en una posada y escuchó a dos judíos hablando [y sin conocerlo]:
—¿Oíste lo que le pasó a tal y tal, aquel hombre rico? Puso sus maderas en el río helado, pero anoche, de forma insólita, hubo un calor repentino, el hielo se derritió ¡y todo fue arrastrado! Perdió toda su madera.
El hombre, al oír esto, saltó de alegría y se puso a bailar. Los presentes lo miraban asombrados:
—¿Cómo puede alegrarse por la ruina de otro?
Más adelante, al seguir viaje, en otra posada, escuchó que su fábrica también había sido destruida por un incendio. Solo quedaron las máquinas de hierro, inservibles. Una vez más, bailó de felicidad.
Finalmente llegó a su casa, donde su esposa lo recibió con profundo dolor:
—¡Perdimos todo!
Pero él, con una sonrisa, le respondió:
— ¡Baruj Hashem! El Baal Shem Tov nos bendijo con hijos, y esta es la señal.
El tiempo pasó, y la pareja cayó en una pobreza extrema. Perdieron su hogar y se mudaron a la orilla del río, donde construyeron una choza con troncos abandonados. Sin embargo, un año después, nació su primer hijo. Luego vinieron más: uno, dos, gemelos… hasta que en diez años tuvieron diez hijos. Cada vez que la familia crecía, el hombre añadía un cuarto más con maderas viejas.
Para mantenerlos, el hombre salía a pedir limosna. Un día, el Baal Shem Tov llegó al pueblo. El hombre, avergonzado de su situación, fue al Shul y se escondió detrás de todos, cubriéndose la cara. Pero el Baal Shem Tov lo reconoció y lo mandó llamar.
—¿Cómo están tus hijos? —le preguntó.
—Gracias a su Broje, tengo diez hijos. ¡No tengo palabras para agradecerle!
—¿Tienes alguna otra necesidad?
—Baruj Hashem, estoy conforme… aunque a veces no tenemos ni para comer durante la semana, ni para Shabat.
El Baal Shem Tov le aconsejó:
—Deja un poco de dinero a tu esposa y viaja a Minsk, donde nadie te conozca. Quizás allí se abra para ti un nuevo canal de bendición.
El hombre obedeció. Viajó a Minsk y llegó en vísperas de Shabat. Fue al Shul, y allí un hombre rico lo invitó a su lujosa casa. Alfombras, vajilla elegante, comida abundante… pero los rostros del dueño, su esposa y su hija mostraban tristeza.
Durante la cena, el pobre hombre preguntó:
—¿Por qué están tan abatidos?
—Nuestra única hija, no logra casarse —respondió el anfitrión—. Tres shidujim (compromisos) fallidos. El primero fue reclutado y nunca regresó. Otro falleció. El último, perdió la cordura. Nadie quiere saber de ella.
El pobre le contó su historia:
—Yo era muy rico. El Baal Shem Tov me ofreció hijos a cambio de mis bienes. Hoy, vivo de limosnas, pero tengo diez hijos. Mi consejo: ve al Baal Shem Tov y pídele una Brajá.
Ambos partieron al día siguiente. El rico le relató al Baal Shem Tov su historia. El Tzadik respondió:
—Cuando vuelvas a casa, tu hija ya tendrá su Shiduj. Y quiero que le entregues al pobre el dinero que sea necesario para su casamiento.
Así fue. Al regresar, su esposa lo recibió emocionada:
—¡El primer novio volvió! Fue dado de baja del ejército. Sigue siendoun buen judío y supo mantenerse durante todo este tiempo como observante y yere Shamaim, ¡ya fijamos la fecha de la boda!
En la boda, donde estaban invitados ricos y pobres, el hombre vio al Baal Shem Tov y le agradeció de corazón.
—¿Le diste al pobre el dinero?
—Sí, le di mil rublos.
—No es suficiente.
—Entonces le doy diez mil.
—Tampoco.
—¡Cincuenta mil!
—Aún no.
—¡Cien mil!
—No es suficiente. ¿Cuánto valen todas tus propiedades?
—Unos cinco millones de rublos.
—Dale la mitad.
El rico quedó atónito.
—¡Eso es una fortuna! Tendría que vender gran parte de mis bienes.
El Baal Shem Tov le preguntó:
— Cuéntame, ¿Cómo te hiciste rico?
El hombre contó:
—En realidad fui toda la vida un hombre muy pobre; un buen día estaba deprimido, sin haber recogido limosnas. Caminaba junto al río, vi una viga flotando. La saqué, la vendí. Luego aparecieron más, las vendí también. Hice un buen dinero con las ventas. Me enteré de una fábrica quemada, compré las máquinas y comencé a producir muebles. Así es que me enriquecí y es que hoy cuento con toda esta fortuna.
El Baal Shem Tov le dijo:
— Toda tu riqueza te llegó gracias a este hombre. Él perdió su madera y tú la recogiste. Le compraste sus máquinas cuando ya no podía usarlas. Dale la mitad de tu fortuna. Seguirás siendo rico, él también prosperará nuevamente, y así todo quedará restaurado.
*
Así es como los Tzadikim "manejan y mueven los hilos" en el mundo, concluyó Rab Mendel.
Fuente: Contado por Rav Tuvia Bolton. Impreso en "Hatomim", Tamuz 5785
©JasidiNews
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