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domingo, 18 de mayo de 2025

Recordando al Rab Shwei A"H

Rosh Jodesh Iyar se cumple el Yortzait de Rab Aharon Yaakov Shwei, זצ"ל, rabino principal de Crown Heights durante varios años, quien se destacó por su dedicación y entrega al Rebe. Más allá de su vasto conocimiento de la Torá, Halajá y Jasidut, compartimos algunas anécdotas (contadas por familiares y gente muy cercana) que revelan la profundidad de su conexión con la comunidad y su compromiso con los valores dignos de alguien que se conduce en las sendas de Jasidut.

*

"En la casa de mi abuelo, cada visitante era recibido con una sonrisa cálida y un rostro amable. No importaba quién fueras ni de dónde venías: él se interesaba sinceramente, preguntaba, se preocupaba de corazón.  
Incluso en su último año, cuando su salud ya era frágil, seguía ocupándose de los invitados junto con mi abuela —que tenga larga vida—, y siempre se aseguraba de ofrecer algo para comer o beber.

Recuerdo una ocasión especial —cuenta su nieto, el rabino Mendi Elkaim de Chicago—. Una señora conversa que se había casado y mudado a Crown Heights lo llamó, explicándole que necesitaba que alguien se responsabilizara de ella ante las autoridades para poder tramitar su residencia. Sin dudarlo, el abuelo le dijo que él mismo se encargaría, y escribió una carta oficial apoyándola en el proceso.

En otra oportunidad, después de hablar con uno de los residentes de la comunidad, me comentó: "Sé que no tengo una solución para el problema que me planteó, pero a veces el simple hecho de escuchar ya alivia el peso que lleva una persona. Por eso, escucho a todos."

También fui testigo de un momento profundamente conmovedor. Un joven del barrio, conocido por haberse apartado del buen camino y por su carácter rebelde, esperaba afuera de su casa.  
Cuando llegué, le pregunté qué hacía allí. Él me confesó, con emoción contenida, que venía a disculparse. Durante mucho tiempo había difamado al rabino, y ahora se enteraba de que, a pesar de todo, el rabino había estado ayudándolo en silencio a resolver un grave problema de Shalom Bait (paz conyugal). "Vine —dijo— a pedir perdón desde lo más profundo de mi corazón, por haberme atrevido a actuar así con alguien que solo quiso mi bien."

Otro recuerdo vivo en mi memoria es de hace unos años —comparte el rabino Yossi Kleinman—.  
Una pareja judía de Chicago, que hasta entonces solo estaba casada por civil, decidió finalmente formalizar su matrimonio acorde la ley de Moshé e Israel. Sin embargo, pusieron una condición: que la ceremonia se celebrara en un lugar sagrado. Tras conversar, acordamos realizar la boda en el mítico "770".

Organizamos todo, pero cuando pedimos al rabino Shwei que oficiara la Jupá, al principio se negó.  
No se trataba de terquedad: tenía un principio firme de no casar en el 770 a quienes no observaran Taharat Hamishpajá (la pureza familiar), Kashrut y el Shabat.
  
Después del Kabalat Shabat, me armé de valor y me acerqué a pedirle personalmente que reconsiderara. Le aseguré que la pareja cuidaría Taharat Hamishpajá, que ya respetaban las leyes de Kashrut y que únicamente había una dificultad con respecto al Shabat.

El rabino accedió a encontrarse con ellos.  
Cuando la pareja entró en su oficina, los recibió con una mirada cálida, con paciencia y una sonrisa que irradiaba bondad. Con delicadeza, les preguntó cuál era exactamente su dificultad para observar el Shabat.  
El novio explicó que era fumador y que le sería muy difícil dejar de fumar en Shabat, pero conversando con el Rav, allí mismo prometió que, por el mérito de su boda, dejaría el hábito. La novia, por su parte, se comprometió a no viajar en Shabat [que era lo que le estaba costando].  

Ante su sinceridad, el rabino Shwei accedió, y la boda se celebró ese mismo día, como estaba planeado.  
Hoy, esa pareja vive acorde a la Halajá: el novio cumple Shabat y continúa creciendo en su observancia religiosa. Todo gracias a la bondad, la paciencia y la dulzura del rabino, que supieron tocar sus corazones en el momento preciso.

La furiosa llamada que recibió Reb Moishe Fainstein y su desenlace

Un día, en la Mesivta Tiferes Yerushalaim, la Yeshivá de Rav Moshe Fainstein, זצ"ל,  se estaba llevando a cabo un Din Torá (juicio rabínico). Mientras estaba en su oficina, Rav Moshe emitió un fallo. Más tarde, recibió una llamada telefónica muy enojada de un tal Rav F. quien le dijo con furia que su fallo era incorrecto y tonto, y que iba en contra de una Guemará explícita. 
Rav Moshe escuchó con paciencia, y cuando Rav F. terminó, Rav Moshe le preguntó con voz suave: “¿A qué Guemará te refieres?” Al escuchar la pregunta, Rav F. colgó de inmediato.

Un par de meses después, Rav F. estaba por sacar un Sefer y se dirigió a pedirle una Haskamá (carta de recomendación) de Rav Moshe. Rav Moshe no solo le dio una Haskamá común, sino que le dio una muy especial y contundente.
Cuando estaba por salir de la oficina de Rav Moshe, le preguntó: “Por cierto, ¿a qué Guemará te referías?” Él respondió: “No tengo idea de qué está hablando.” Rav Moshe aclaró: “Cuando llamaste hace unos meses diciendo que mi fallo contradecía una Guemará.”

Él respondió que nunca lo había llamado. Resultó que alguien que no estaba muy contento con el fallo se había molestado y se hizo pasar por Rav F. para irritar y vengarse de Rav Moshe. 

Más tarde, alguien le preguntó a Rav Moshe: “En el momento en que le dio la Haskamá, usted no sabía que quien llamó era un impostor. ¿Cómo pudo dársela así nomás?” Él respondió: "La realidad es que eso no importa (si era él o no). Cuando dije el Kriat Shemá esa noche antes de irme a dormir, lo perdoné completamente. No guardo ningún rencor contra él; incluso si hubiera sido él, no importa.”

Un susurro en el momento justo – Pesaj Sheini


El mensaje de Pesaj Sheini es que nunca es demasiado tarde. Siempre hay una segunda oportunidad y se pueden arreglar las cosas.

La ciudad entera estaba vestida de fiesta. En cada rincón se respiraba una atmósfera de emoción contenida y alegría solemne. No era para menos: el mismísimo Baal Shem Tov había llegado a la ciudad, acompañado por uno de sus nietos cuya boda se celebraría ese día. Era un acontecimiento excepcional, y desde todas las regiones acudían invitados distinguidos, deseosos de ser parte de la ocasión.

La procesión nupcial dio comienzo. El Baal Shem Tov caminaba al frente, con paso firme y pausado, llevando al novio a su lado. Tras ellos, los invitados, los jasidim y los vecinos del pueblo avanzaban con respeto y entusiasmo, luciendo sus mejores galas.

Cuando la comitiva avanzaba por la calle principal, justo al acercarse al sitio donde se levantaría la Jupá, se encontraron con una carreta detenida. En ella viajaba un judío solitario, desconocido para todos los presentes. Su aspecto era sencillo, casi insignificante, y al principio nadie le prestó atención.

Pero entonces ocurrió algo inesperado. El Baal Shem Tov detuvo la procesión. Sin decir palabra, se desvió del camino y se acercó directamente a la carreta. Se inclinó hacia el hombre y le susurró algo al oído. Nadie oyó lo que dijo. Hubo un breve intercambio de palabras, y luego el Baal Shem Tov regresó a su lugar junto al novio, tomándolo nuevamente del brazo. La procesión siguió su curso como si nada hubiera pasado.

Los jasidim quedaron perplejos. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su Rebe, en pleno momento de máxima solemnidad, interrumpió todo para hablarle al oído? Era evidente para muchos que ese judío debía ser un Tzadik oculto. No podía ser otra cosa.

La boda fue una celebración inolvidable. La alegría, la inspiración, la santidad del momento envolvieron a todos como una ola cálida e inabarcable. Era como si los invitados hubieran dejado atrás este mundo y hubieran ascendido a una dimensión más elevada.

Pero al día siguiente, cuando todo se calmó, la curiosidad por aquel suceso extraño renació entre los jasidim. ¿Quién era ese hombre de la carreta? ¿Qué le había dicho el Baal Shem Tov?

Tras algunas averiguaciones, descubrieron en qué posada se alojaba el extraño y corrieron hacia allí, con la esperanza de que accediera a hablar con ellos.

Al entrar, lo saludaron con respeto:

—Shalom Aleijem, Rebe.

El hombre levantó la vista, desconcertado:

—¿Rebe? —preguntó, visiblemente sorprendido—. Yo no soy Rebe, ni hijo de Rebe.

Uno de los jasidim insistió:

—No necesitas ocultarte de nosotros, Rebe. Ya sabemos. Si nuestro maestro detuvo la Jupá para susurrarte algo al oído, es claro que eres un hombre santo.

—Yo no soy ni Tzadik ni hombre santo —replicó el extraño, empezando a incomodarse—. El Rebe me habló de algo personal, algo privado. Lo único que puedo decirles es esto: ¡Dichosos ustedes que tienen un gran maestro! Un verdadero Tzadik.

Pero los jasidim no se conformaban:

—Cuéntanos entonces, ¿qué fue lo que te dijo?

El hombre miró a su alrededor. Parecía atrapado. Después de un momento de vacilación, suspiró profundamente y dijo:

—Está bien. Escuchen.

Y comenzó a contar:

—Vivo en un pequeño pueblo. Mi mejor amigo vive justo enfrente de mi casa. Es vendedor ambulante. Cada tanto sale de viaje por semanas, incluso meses, para vender mercancía en los pueblos de la zona. Cuando vuelve, todos los vecinos lo recibimos con alegría. Nos reunimos en su casa para celebrar su regreso.

Una vez, después de un viaje especialmente largo, crucé a visitarlo. Fui el primero en llegar. La casa estaba tranquila. Sus hijos jugaban afuera, su esposa cocinaba. Me dijeron que él había salido y que volvería en breve.

Mientras esperaba, sentí ganas de fumar mi pipa. Sabía que él guardaba tabaco en un armario. Lo abrí. Allí, frente a mí, estaba su billetera. Rebosaba de billetes. Era evidente que se trataba de todas las ganancias de su viaje, dinero destinado a pagar deudas, mantener a su familia, reabastecer mercancía.

Me sorprendió su descuido. Pensé: “Esto no está bien. Alguien tiene que enseñarle una lección”. Y con esa justificación... la tomé. Metí la billetera en mi bolsillo.

“¡Qué sorpresa se llevará cuando vea que falta!”, pensé. “Así aprenderá a ser más cuidadoso.” Por supuesto —y eso es importante que lo sepan— mi intención no era robarle. Planeaba devolvérsela de inmediato. Solo quería ver la expresión en su rostro. Una pequeña lección. Eso era todo.

Pero no salió como pensaba.

Cuando volvió a casa y descubrió que todo su dinero había desaparecido, se desplomó en llanto desesperado. Su esposa se desmayó. Los hijos corrieron de un lado a otro, buscándola. Empezó a llegar gente, vecinos y amigos, todos confundidos, afligidos, intentando ayudar.

En segundos, el ambiente festivo se volvió una casa de luto.

Y yo... yo me acobardé. No pude confesar. Murmuré palabras de consuelo, fingí sorpresa. Me dije a mí mismo: “Después, en otro momento, cuando todo esté más tranquilo, le devolveré la billetera.”

Pero el momento nunca llegó. Los días pasaron, y luego semanas. Mi amigo vivía angustiado, acosado por acreedores. Devolverle el dinero en ese estado... ¿cómo hacerlo sin que me acusen de ladrón?

Los meses pasaron. La billetera seguía en mi poder. Empecé a considerar las voces de mi Yetzer Hará: “Usa ese dinero. Invierte. Haz un pequeño negocio. Luego se lo devuelves... incluso con ganancia adicional.”

Pero no podía hacerlo en mi ciudad. Todos me conocen. ¿Qué dirían si de repente aparezco con un negocio nuevo? Despertaría sospechas.

Entonces decidí irme. Alquilé una carreta y partí, buscando otro lugar, otra oportunidad. Llegué aquí... justo anoche.

El hombre hizo una pausa. Bajó la mirada, como recordando el instante exacto.

—Y entonces —continuó— su Rebe me vio. Se acercó y me susurró: “No es demasiado tarde para rectificar tu error. Vuelve a casa y devuelve inmediatamente el dinero. Te prometo que tu amigo te creerá y no pensará que pretendías robarle. Si es necesario, iré yo mismo y testificaré por ti. Pero ten cuidado: si te demoras más, puede que ya sea tarde.”

—Cuando me dijo eso... sentí como si me quitaran una montaña del corazón. Pasé la noche aquí. Y ahora... estoy por volver. A casa. A corregir lo que hice.


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*Fuente*: Yerajmiel Tilles
© JasidiNews

Lo que lo 'enciende' a cada uno

El Saraf de Strelisk, זצ"ל, era conocido por sus Tefilot ardientes y entusiastas. Cuando rezaba, gritaba con fuerza y pasión.

Una vez, un huésped procedente de Alemania (un 'Yeke') se alojó en la casa del Rebe. En su ciudad natal, la costumbre era rezar en voz baja y con solemnidad.

Cuando la Rebetzn le preguntó qué le había parecido Strelisk, él respondió:
—Todo me parece muy bien, salvo por un detalle que no logro comprender. ¿Por qué el Rebe grita y hace tanto ruido en el Davenen? ¿Por qué no puede quedarse quieto y rezar en silencio?

La Rebetzn le contestó:
—Su corazón arde dentro suyo, y eso lo lleva a exclamar y gritar.

El huésped replicó:
—Mi corazón también arde por dentro, pero igual rezo en silencio.

La Rebetzn sostuvo su postura: cuando alguien tiene un fuego ardiendo en su interior, es natural que grite. Si no lo hace, es señal de que su corazón está frío. Pero el huésped no lo aceptó. Insistía en que él también posee esa pasión interna, y aun así lograba mantener la compostura. Viendo que no llegarían a un acuerdo, la Rebetzn dejó la discusión allí.

El viernes por la tarde, el huésped le entregó su billetera a la Rebetzn y le pidió que la guardara en un lugar seguro.

Apenas terminó Shabat y y luego de la Havdalá, vino a pedirle que le devolviera el dinero, pero ella actuó como si no supiera nada.

—¿Qué dinero? —le dijo—. No me diste nada.

Por supuesto, el hombre protestó, asegurando que sí le había entregado su billetera antes de Shabat, pero ella continuó diciéndole que debía estar equivocado, que no tenía ningún dinero. Finalmente, el hombre perdió la paciencia y comenzó a gritarle:
—¿¡Por qué me haces esto!?

Entonces ella le dijo:
—¿Por qué gritas? ¿Por qué no hablas con calma y en voz baja?

Él respondió:
—¡Porque me sacaste de quicio! No puedo hablar tranquilo cuando estoy así de alterado, ardiendo de rabia.

Ella entonces le dijo:
—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Acabas de admitir que cuando uno tiene fuego ardiendo dentro, no puede quedarse callado y tranquilo. Mi esposo grita cuando reza porque en ese momento está en llamas. Y vos gritas por dinero… porque eso es lo que a vos te enciende.

Y con eso, le devolvió su billetera, habiéndole enseñado una lección muy valiosa.



©JasidiNews

La Hajlatá Tová de un joven de 16 años - Lag Baomer


Era la primera noche de Shabat después de la terrible tragedia ocurrida en la tumba de Rabí Shimón Bar Iojái en Merón, en la noche de Lag Baomer del año 5781[2021]. En la casa de la familia Zakbaj, en Bnei Brak, reinaba un profundo silencio mientras se sentaban alrededor de la mesa de Shabat, con el corazón desgarrado por la pérdida de su hijo Menajem, de apenas 24 años.

Al llegar el momento de recitar el Birkat Hamazón, todos pensaron lo mismo: en la firme decisión que Menajem había tomado años atrás: recitar siempre el Birkat Hamazón de adentro de un Sidur.

Era una costumbre familiar que, en Rosh Hashaná, cada miembro tomaba una Hajlatá (buena resolución) y la compartía con los demás. A los 16 años, Menajem decidió comprometerse a decir siempre el Birkat Hamazón de un Sidur. "Nos esforzamos en conseguir el Etrog más hermoso y en cumplir las Mitzvot con Hidur (de la mejor manera posible)", solía decir. "Pero el Birkat Hamazón es una Mitzvá de la Torá, y al recitarlo de memoria es fácil olvidar palabras, o perder la concentración. Por eso, hay que hacerlo de un Sidur."

Y así lo cumplió fielmente. “Si no había Sidur, Menajem no se lavaba las manos para comer”, recuerda su padre, el rabino Meir Zakbaj, director espiritual de la Yeshivá Peer Moshe en Petaj Tikvá. Dos semanas antes del desastre, la familia habían ido a un lugar donde no había Sidur. Menajem les dijo que en ocho años jamás había dejado de cumplir con su decisión. Buscó con insistencia, hasta que encontró un Sidur y pudo recitar la Brajá.

Esa misma noche de Shabat, la familia decidió lanzar una iniciativa para fortalecer a todo Am Israel: imprimieron veinte mil ejemplares de *Birkat Hamazón. Muchas personas adoptaron la misma resolución de Menajem: de decir la Brajá siempre desde un Sidur. “Hasta hoy hemos impreso cincuenta mil ejemplares”, cuenta el rabino Zakbaj. “La demanda sigue creciendo. Recientemente imprimimos otros tres mil libritos. Son pequeños, prácticos, y muchísima gente los usa”.

La tragedia de Merón conmovió profundamente a la comunidad judía global. Un yehudi que vive en el exterior decidió reunir donantes para escribir un Sefer Torá en memoria de cada una de las víctimas. Se puso en contacto con la familia Zakbaj para que eligieran al Sofer que escribiría el Sefer y decidieran a qué lugar sería ingresado.

El rabino Zakbaj pensó en un amigo suyo, Sofer Stam, y le pidió que asumiera la tarea en mérito del alma de su hijo. Pero su amigo ya estaba comprometido con otra escritura. Sin embargo, le recomendó a otro colega: Reb Efraim Ginz, quien, según dijo, tenía una hermosa escritura y estaba disponible.

El rabino Zakbaj pidió una muestra de su Ktav y quedó muy impresionado. Llamó entonces al rabino Ginz para confirmar el encargo y contratarlo. La voz del Sofer se quebró del otro lado de la línea. “Debo contarte una historia”, dijo.

Y comenzó su relato:

“Cuando escuché sobre el accidente, fui a visitarlos a la Shivá a vuestra casa. Allí me conmoví profundamente al ver el proyecto del Birkat Hamazón en mérito del alma de vuestro hijo, y decidí también asumir el compromiso de recitarlo solo desde un Sidur.

Dos semanas después, me acerqué a un comerciante de Sofrut y me ofrecí para escribir un Sefer Torá. Le llevé una muestra de mi escritura. A los pocos días me respondió que, aunque mi letra era buena y mi experiencia se notaba, el acabado necesitaba mejorar. ‘Cuando consigas un nivel de acabado adecuado, consideraré darte el encargo’, me dijo.

Volví a la oficina muy abatido. Había soñado con empezar ese trabajo y traer Parnasá a mi hogar, pero se me escapaba de las manos. Estaba hambriento, me lavé las manos y comí un sándwich. Cuando quise recitar el Birkat Hamazón, descubrí que no había ningún Sidur en la oficina. Solo había tinta y pergaminos. Pregunté a mis compañeros si alguno tenía un Sidur, pero nadie tenía.

Estuve a punto de recitarlo de memoria, pero recordé el compromiso que había asumido. No me rendí. Revolví toda la oficina. Abrí cada armario, cada cajón, buscando en vano un Sidur. Hasta que, de repente, vi un pergamino. Sobre él estaba escrito, en escritura de Sofrut, todo el texto del Birkat Hamazón.

Le agradecí a Hashem desde lo más profundo de mi corazón. Mientras recitaba desde ese pergamino, no podía dejar de maravillarme con la belleza de la letra y su acabado. Sentí que del cielo me habían enviado ese 'birkón' para enseñarme cómo mejorar mi escritura.

Tomé una hoja de pergamino para Sefer Torá y comencé a imitar la caligrafía. Trabajé con todas mis fuerzas durante tres días, hasta escribir una hoja entera, con un nivel excelente.

Una hora antes de que me llamaras, terminé esa hoja… y te la envié. Quedaste impresionado con la letra… y enseguida me contrataste y encargaste el Sefer Torá en memoria de tu hijo.”


“Está escrito en los libros que el Birkat Hamazón es una Segulá para la parnasá”, concluye el rabino Zakbaj. “Y aquí lo vemos claramente: quien se cuida de recitarlo como es debido, recibe una buena Parnasá. Tal como ocurrió en esta historia.”


Menajem Zakbaj ע"ה diciendo Birkat Hamazón leyéndolo de un Sidur


El Sefer Torá que se inauguró Rosh Jodesh Kislev 5783 (2023) en Kiriat Herzog, Bnei Brak en su memoria




Fuente: Sijat Hashavua Emor 5785

Maamar Gal Einai 5737 para Lag Baomer

Maamar Gal Einai 5737