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domingo, 18 de agosto de 2019

My Story: El día que lo superé

Nota del editor

En nuestro trabajo de registrar el testimonio de las experiencias individuales con el Rebe, a menudo nos encontramos con aquellos que nos dicen que su encuentro fue tan personal y tan privado que no se puede compartir.

Si bien siempre tratamos de persuadirlos de que son exactamente esas historias personales las que son increíblemente relevantes, muchos deciden guardar sus historias para sí mismos.

Estamos especialmente agradecidos con la Sra. A. por compartir su historia con nosotros. Aunque fue difícil para ella revivir esta parte de su vida, gentilmente aceptó hacerlo con la condición de que su identidad no fuera revelada.

Esperamos que otros que han ocultado sus historias hasta ahora se animen a emular su ejemplo.



Un hermoso día soleado no hace mucho tiempo, estaba viajando con una amiga mía, una mujer soltera de unos treinta años, cuando, por alguna razón que no puedo explicar, decidí compartir con ella una historia muy personal de mi vida involucrada con el Rebe, una historia que no se la había contado a otros. Cuando terminé de hablar, ella frenó el auto, apoyó su cabeza en sus manos y comenzó a llorar.

Cuando se calmó un poco, me preguntó: "¿Por qué decidiste contarme esta historia en particular ahora?"

"No sé", dije. "Me surgió como unas ganas de hablar, de contarla."

"No tienes idea de lo que acabas de hacer por mí", continuó. “Mi situación es muy similar a la tuya. Yo también he tenido sentimientos de enojo y bronca durante mucho tiempo, y creo que esto es lo que me ha impedido casarme hasta ahora. Escuchar ahora lo que te dijo el Rebe me ha ayudado enormemente."

De hecho, apenas unos meses después de nuestra conversación, ella se comprometió. Y ese feliz resultado me ha convencido de que valdría la pena compartir mi historia con otros y quizás también ayudarlos a aliviar esa carga.


Esta es mi historia:

Cuando era una niña pequeña, de unos cuatro años, mis padres se divorciaron. Se habían casado en Europa después de la guerra sin conocerse muy bien, y solo más tarde, después de haber formado una familia, se dieron cuenta de que tenían puntos de vista bastante diferentes en la vida.

Un gran factor y causa de fricción entre ellos fue decidir dónde vivir. El sueño de mi padre había sido vivir en Israel, mientras que mi madre quería unirse a su gran familia en Estados Unidos. Entonces se separaron, y crecí con mi madre en Estados Unidos, escuchando cosas muy negativas sobre mi padre y albergando sentimientos de enojo hacia él. En aquellos días, el divorcio era muy inusual y no conocía a ningún niño (aparte de mi hermano) que tuviera padres divorciados, por lo que me dolió muchísimo ser el único en mi barrio que venga de un hogar roto.

Siempre inventaba historias e intentaba inventar excusas para explicar la ausencia de mi padre. Cuando mis amigos preguntaban dónde estaba, yo respondía: "Oh, él regresará para Pesaj." Cuando era la temporada de Pesaj, y me preguntaban si ya había vuelto a casa, yo decía que él vendría para Sucot.

Y no eran sólo los niños los que hacían preguntas. Cada vez que me hacía una nueva amiga y me invitaban, inevitablemente sus padres querían saber acerca de mis padres. Por lo general, el padre preguntaba: "¿Y a qué sinagoga asiste tu padre?". Rápidamente pensaba y se me ocurría responder una sinagoga lejos de la casa de mi amiga. Si vivían cerca de la avenida Kingston, decía que reza en una sinagoga en Troy Av.. Si estaban cerca de Albany Avenue, nombraba otro lugar.

Todo esto me fue muy difícil de manejar, y mi resentimiento hacia él creció y creció.

Finalmente, cuando tenía unos diez u once años, las preguntas se detuvieron, porque para entonces todos sabían la verdad, pero mis sentimientos de enojo y bronca nunca me abandonaron.

En 1963, a los dieciocho años, me comprometí. Mientras planeaba mi boda, le dije a mi madre que no quería incluir el nombre de mi padre en las invitaciones. Pero cuando discutí el asunto con mis familiares, que también guardaban resentimientos hacia mi padre, sintieron que, sin embargo, esto estaba incorrecto. Yo estaba firme en mi opinión, pero decidí preguntarle al Rebe cuando mi prometido y yo fuimos a pedirle una bendición.

El Rebe nos dio una hermosa bendición. Y luego volqué lo que tenía en mi corazón, explicándole por qué me sentía tan enojado con mi padre y lo que yo quería hacer. "¿Por qué mi padre debería tener el honor de tener su nombre en mi invitación cuando nos dejó solos y no ha hecho nada para criarme?", argumenté.

El Rebe me miró amablemente y simplemente me dijo: "Un hijo no tiene permitido juzgar a un padre."

Esa breve frase cambió mi vida. Salí del estudio del Rebe sintiéndome veinte kilos más liviana, porque esa gran bola de odio había sido quitada de mis hombros. Y creo que la razón por la que sus palabras tuvieron tal efecto en mí fue porque supe y percibí que él entendía mi situación por completo, así que confié en él.

Todos los años de bronca y hostilidad hacia mi padre salieron volando por la ventana. De repente me di cuenta de que la separación de mis padres era algo que había sucedido entre ellos y que no tenía nada que ver conmigo. E incluí el nombre de mi padre entre las invitaciones. Una vez que el Rebe había hablado, no había duda de que esto era lo que debía hacer.

De una manera tan simple pero directa, el Rebe me recordó que yo estaba obligada a honrar a mi padre como lo ordena la Torá. Al recordarme esto, el Rebe me mostró cómo podía comenzar mi vida de casada sin la carga de odio que llevaba conmigo y que me estaba haciendo más daño que nadie. Por fin, era libre.

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