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jueves, 25 de septiembre de 2025

El nene que nació de las Tekiot del Rebe

En la década de 1950, un hombre llamado Jaím (nombre ficticio) pidió a una familia de Crown Heights si podían alojarlo para los Iamim Noraim. No era un pedido cualquiera: llevaba nueve años casado, sin hijos, y su corazón anhelaba una Broje. Sabía que el Rebe de Lubavitch rezaba antes de tocar el Shofar por todos los que le habían pedido Brajá, y Jaím quería estar allí, lo más cerca posible, para recibir la suya.

Sus anfitriones le recomendaron llegar muy temprano a la Tefilá, para conseguir un buen lugar. Así lo hizo: se paró en un sitio privilegiado, muy cerca del lugar del Rebe, y esperó en silencio.

Finalmente, llegó el momento. El Rebe se acercó a la Bimá, con varios shofarot en la mano. Su rostro estaba serio, concentrado. Comenzó a recitar el capítulo 47 de Tehilim siete veces, como es costumbre antes del toque del shofar. Jaím dijo cada palabra junto al Rebe, con profunda kavaná. El Shul estaba en absoluto silencio; todos los ojos fijos en el Rebe, todos los pensamientos puestos en el éxito del toque del shofar.

El Rebe recitó las Brojes tomó el primer shofar… y lo alzó a sus labios. Silencio. Nada.
Tomó otro shofar. Otra vez, nada.
Un tercer shofar. Nuevamente, ningún sonido.

La tensión en el lugar era palpable. Los corazones de todos comenzaron a latir más rápido. Nunca había pasado algo así. Jaím, parado cerca, sentía que todo su futuro dependía de ese momento. Él y su esposa esperaban un hijo hacía nueve años. Todas sus esperanzas estaban puestas en el mérito del shofar del Rebe.

El Rebe probó shofar tras shofar. Ninguno sonaba. La angustia crecía.

Y entonces, en medio de esa tensión, Jaím tuvo un pensamiento que le atravesó el corazón:
“Tal vez mi intensa concentración, mi pedido tan personal, está bloqueando el sonido. Tal vez debo ceder.”
En un instante, levantó su corazón al Creador y dijo:
“Riboino Shel Oilom, renuncio a mi pedido personal. No pienso en mí. Solo quiero que el shofar suene, por el bien de toda la congregación.”

En ese mismo momento, el Rebe tomó otro shofar… y esta vez sonó. Cada tekiá, cada shevarim, cada teruá — claros, potentes, perfectos. Jaím rompió en llanto. Un llanto desconsolado.

Un año después, él y su esposa fueron bendecidos con un hijo. Y algunos años más tarde, Jaím trajo a ese niño a 770, Motzaei Yom Tov, para recibir un poco de vino de Kos Shel Broje, de la copa del Rebe.

La fila era larga. Nadie conocía su historia. Cuando llegó su turno, tuvo apenas un segundo frente al Rebe. El Rebe lo miró, miró al pequño niño, y le preguntó:
איז דאס דער קינד פון די תקיעות?
“¿Es este es el hijo de las Tkies (del toque del shofar)?”

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Nuestros Rebes enseñan que el shofar representa el grito del alma, el clamor más profundo y despojado de palabras. Cuando Jaím soltó su propio pedido y pensó en el bien de todos, hizo un acto de mesirat nefesh —entregó su voluntad. Y esa entrega abrió los canales para que el shofar pudiera sonar. A veces, el camino para recibir nuestras bendiciones es justamente dejar de pensar en nosotros mismos, y conectar con algo más grande que nuestro propio deseo.



Fuente: Yerajmiel Tilles. Oído de boca de la familia que hospedó a Jaim.

©JasidiNews 
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Las Kavanot de Reb Wolf Kitzes en las Tekiot

Reb Wolf Kitzes era quien tocaba el Shofar en el minián del Baal Shem Tov. Un año, antes de Rosh Hashaná, el Baal Shem Tov le enseñó a Reb Wolf las profundas kavanot (meditaciones cabalísticas y jasídicas) en las que debía concentrarse al tocar el shofar. Reb Wolf las escribió para poder recordarlas, pero perdió el papel.

Ese Rosh Hashaná, al llegar el momento de las Tekiot, Reb Wolf tocó el shofar con el corazón completamente quebrado, derramando muchas lágrimas. Después de la Tefilá, le contó al Baal Shem Tov que no había tenido en mente ninguna de las elevadas kavanot, y temía que quizás las tekiot no hubieran logrado el efecto espiritual que debían lograr.

El Baal Shem Tov le respondió que él mismo había provocado que Reb Wolf perdiera el papel, pues deseaba que tocara el shofar con un corazón quebrantado. El Baal Shem Tov explicó:

 “Las Kavanot son como llaves que abren las cerraduras de los cielos —cada kavaná abre otra cerradura—. Pero un corazón quebrado es como un hacha que derriba todas las puertas y todas las cerraduras. Tus tekiot, tocadas con ese corazón quebrado, ascendieron directamente a los cielos y lograron todo lo que debían lograr.”

De aquí aprendemos que es bueno tener un corazón quebrantado en Rosh Hashaná. Tal como dice la Guemará: "Año en el que el Am Israel se siente pobre al comienzo — será un año próspero en su final” (Rosh Hashaná 16b).

Y como decía el Rebe de Kotzk: 
 *אין דבר שלם יותר מלב שבור
“No hay nada más completo que un corazón quebrado.”

El corazón quebrado no es un final, sino el comienzo de una conexión más profunda. Cuando uno se para en Rosh Hashaná con humildad, con la sensación de que necesita a Hashem para todo, justamente en ese estado se encuentra su mayor plenitud. Es allí cuando nuestras tekiot, nuestras tefilot, y nuestras buenas resoluciones rompen todas las barreras y llegan directo al כסא הכבוד.

El mashal del castor - Teshuvá

En un Farbrenguen oí el siguiente Mashal:

Se cuenta que el castor, cuando regresa a su madriguera, tiene una costumbre fija: nunca busca un nuevo trayecto, sino que vuelve exactamente por las huellas por las que vino. Los cazadores conocen bien este instinto. Colocan la trampa justo en ese sendero marcado.

Y así ocurre: el castor, al aproximarse, percibe el peligro. Comienza a gemir y llorar, porque sabe qué lo espera. Sin embargo, a pesar del llanto, no cambia su rumbo: sigue caminando exactamente por la misma senda, hasta caer en la trampa que lo atrapa.

Así también sucede con una persona que reconoce sus faltas, incluso llora por ellas, siente amargura y se apena por su situación… pero, al llegar el momento de actuar, vuelve a andar por el mismo camino de siempre. ¿De qué sirve el llanto si no va acompañado de un cambio real?

El llanto sincero tiene sentido solo si lleva a la Teshuvá práctica: alterar el sendero, tomar una resolución distinta, cambiar la conducta. De lo contrario, es como las lágrimas del castor: conmovedoras, pero sin fuerza para salvarlo de la trampa.

💪Bepoel Mamash:

1. El llanto es el comienzo, no el final.
   Sentir dolor por una falta es positivo: es señal de que la Neshamá está despierta. Pero debe ser el motor para un paso nuevo, no un círculo cerrado de sentimientos.

2. Romper la costumbre.
   Igual que el castor, nuestra fuerza más grande y también más peligrosa es la costumbre. La teshuvá empieza cuando me atrevo a dar un paso distinto al de “siempre”.

3. Pequeños desvíos cambian destinos.
   No hace falta transformar toda la vida de un día para otro. Basta cambiar un detalle en la rutina: hacer la Tefilá con un sidur en vez de de memoria, decir un capítulo de Tehilim antes de dormir, frenar la lengua en un comentario… Eso ya es salirse de la “huella” que lleva a la trampa.


[Fuente: Mashal citado en Sforim en nombre del Beis Avrohom de Slonim. Beis Avrohom Parshat Beshalaj, pág, 78]

JAI ELUL - 18 de Elul - Día del nacimiento del Baal Shem Tov y del Alter Rebe



Rabí Shneur Zalman, el fundador del jasidismo Jabad —conocido como el Alter Rebe— tenía miles de jasidim. Cuando alguno enfrentaba un problema serio, viajaba a Liozna, el pequeño poblado de Rusia Blanca donde residía el Rebe (y más tarde a Liadí), para pedirle consejo y bendición.

Así ocurrió que un jasid de una aldea cercana llegó un día al Alter Rebe, con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado.

Le contó al Rebe que tenía un hijo adolescente, al que había educado en el camino de la Torá y las mitzvot. Era un buen muchacho, aplicado en sus estudios y cuidadoso en la observancia. Pero de pronto, algo lo había sacado de ese camino: empezó a desviarse y a apartarse de lo que había recibido en su hogar. El padre temía, con profundo dolor, que su hijo se pierda por completo. Suplicó al Rebe que lo aconseje qué hacer para encaminarlo de nuevo.

—¿Crees que podrías persuadir a tu hijo para que venga a verme? —preguntó el Alter Rebe.

—Me temo que en su estado actual no aceptará venir al Rebe —respondió el aldeano con tristeza.

—Entonces busca algún pretexto para traerlo —sugirió el Alter Rebe—. Envíalo al pueblo con algún encargo; una vez que esté aquí, se hallará la manera de que entre a verme.

El jasid regresó a casa y, pensando cómo cumplir el consejo del Rebe, se le ocurrió una idea: su hijo adoraba montar a caballo. En aquellos tiempos, no se veía con buenos ojos que un joven judío observante cabalgara solo hasta el pueblo; pero a su hijo poco le importaban las miradas ajenas, y aprovechaba cualquier ocasión para hacerlo.

Así, el padre le encargó un recado al hijo.

—¿Puedo ir a caballo? —preguntó el joven.
El padre asintió.

El muchacho salió galopando hacia la ciudad. No sabía que aquel recado era en realidad un ardid de su padre, que ya había dispuesto que lo llevaran a la casa del Rebe. Al poco tiempo se halló frente al Alter Rebe, que lo recibió con calidez.

—Dime —preguntó el Rebe—, ¿por qué elegiste venir montado a caballo en vez de viajar en una carreta?

—Porque me encanta cabalgar —respondió el joven—. Mi caballo es un animal magnífico, ¿por qué no aprovecharlo?

—¿Y cuál es la ventaja de un caballo así? —inquirió el Rebe.

—Un buen caballo corre rápido. Uno galopa y llega mucho antes a destino —dijo el muchacho con entusiasmo.

—Eso está muy bien… si vas por el camino correcto —replicó el Alter Rebe—. Pero si tomaste el camino equivocado, lo único que lograrás será alejarte con más rapidez [lo que aparentemente reduce y aminora su valor!]

El joven, todavía obstinado, contestó:
—Aun así, el caballo también puede ayudarte a regresar pronto al camino correcto, si te das cuenta de que te equivocaste…

El Rebe repitió lentamente, con énfasis en cada palabra:
—Si te das cuenta de que tomaste el camino equivocado… Sí, hijo mío, si uno logra detenerse a tiempo, y reconoce que se ha apartado de la senda recta, entonces puede retornar velozmente.

Las palabras del Alter Rebe, pronunciadas con tanta claridad y verdad, cayeron como un trueno en el corazón del joven. La mirada penetrante del Rebe lo atravesó hasta lo más profundo. El muchacho se desplomó desvanecido.

Al recobrar el sentido, con voz apagada pidió al Rebe permiso para quedarse en Liozna, a fin de retomar el estudio de la Torá y poder regresar luego a su familia como un judío observante.


Moraleja

El “caballo” representa las fuerzas interiores del hombre: la energía, las pasiones, la velocidad de la juventud, las cualidades que Hashem nos dio. No son negativas en sí mismas; al contrario, un caballo bueno y veloz puede llevar muy lejos. La cuestión es hacia dónde se dirige.

Si uno canaliza esas fuerzas hacia el camino correcto —Torá, mitzvot, avodá y jasidut—, llegará más rápido, más alto, más profundo. Pero si esas mismas fuerzas se orientan en dirección equivocada, entonces cuanto más veloz sea el caballo, más lejos lo alejará del propósito.

Y aquí está la enseñanza central del Alter Rebe: aunque uno haya tomado un rumbo equivocado, si se da cuenta a tiempo y “tira de las riendas”, puede usar esa misma energía para volver con rapidez y reencontrarse con el camino correcto.

En otras palabras: no hay que apagar ni anular las fuerzas de la persona, sino domarlas y orientarlas. El josid no destruye el caballo —lo convierte en su aliado para servir a Hashem.



Fuente: L'chaim Weekly #936

15 de Elul - Tomjei Tmimim - Historia de 3 Tmimim Jsidim y su encuentro con Reb Moshe Fainstein

En los días oscuros de la Revolución Rusa, cuando el régimen bolchevique decretó la guerra contra toda manifestación de vida religiosa, la Yeshivá Tomjei Tmimim en Lubavitch se convirtió en un blanco especial de persecución. El estudio de Torá fue prohibido por ley, y cualquiera que fuera sorprendido enseñando estudiando podía ser encarcelado o desterrado a Siberia.

Sin embargo, los bojrim de Tomjei Tmimim, guiados y alentados por el Frierdiker Rebe —Rabí Iosef Itzjak Schneersohn—, no se doblegaron. Continuaron estudiando en sótanos húmedos y en graneros apartados, mudándose de un lugar a otro cada vez que la policía descubría su paradero. Muchos de ellos aceptaron sobre sí mismos auténticas misiones de mesirut nefesh: impartían clases de Torá a niños en la clandestinidad, organizaban Minianim ocultos y transmitían las enseñanzas de jasidut en las condiciones más adversas.

De aquella fragua de fuego salieron jóvenes que crecieron y maduraron hasta convertirse en auténticos Tmimim: hombres de Torá, de Irat Shamaim y de entrega sin límites. Años más tarde, algunos de ellos salieron de la Unión Soviética y llegaron a Estados Unidos, llevando consigo la impronta de esa educación forjada bajo persecución.

Bajo indicación directa del Rebe, tres de esos jasidim —Reb Moishe Katzenelenbogen, Reb Motel Kasliner y Reb Yankel Notik— fueron a visitar al gran Posek de la generación, Rabí Moshe Feinstein.

Al verlos entrar en su sala, Rabí Moshe quedó impresionado. Él sabía muy bien que bajo el régimen comunista la vida judía era casi imposible; lo había experimentado en carne propia durante su breve paso como rabino en Lublin. Por eso, encontrarse con un grupo de jóvenes nacidos después de la Revolución, de apariencia abiertamente judía y formados en Torá y jasidut, le resultaba casi inconcebible. Su asombro se multiplicó cuando escuchó de sus bocas jidushim profundos de Torá.

Incluso uno de los más jóvenes, Berl Vilenkin, compartió una enseñanza extraída del mismísimo Igrot Moshe. Sorprendido, Rab Moshe le preguntó de dónde había conseguido aquel libro prohibido en la URSS, y Berl le contó cómo había llegado a sus manos gracias a que unos "turistas olvidaron" algún que otro volumen en Moscú. Emocionado, el Posek le regaló un set completo de Igrot Moshe, que aún hoy se conserva en la casa de Reb Berl Vilenkin en Kfar Jabad.

Rab Moshe, cada vez más intrigado, les preguntó entonces:
—“¿Cómo lo lograron? ¿Cómo pudieron formar una nueva generación de Ierei Shomaim, valientes en Torá, en temor al Cielo y en jasidut? ¡Es algo que desafía toda lógica!”

Los tres jasidim, frutos de Tomjei Tmimim, le dieron cada uno una respuesta.
Reb Moshe Katzenelenbogen dijo:
—“ Los Farbrenguens. Nos juntábamos y hacíamos farbrenguens y con eso nos fortalecíamos mutuamente; así nos mantuvimos, y mantuvimos viva la llama”.

El anciano Reb Motel Kasliner respondió con firmeza:
—“¡Tenemos un Rebe!”

Y el tercero, Reb Yankel Notik, con la serenidad de una verdad interior que no necesitaba explicaciones, susurró:
—“No entiendo la pregunta… ¿Teniamos otra opción? ¿cómo podría ser de otra manera?”

Fue precisamente esta última respuesta la que más conmovió a Rab Moshe Feinstein. La simplicidad y claridad de aquel jasid lo impactaron profundamente: para un verdadero Tomim, la existencia misma de la pregunta era incomprensible, porque vivir con el Rebe y con la misión que él da no admite otra realidad.

Así se reveló que los alumnos de Tomjei Tmimim, formados en clandestinidad y forjados en Mesirut Nefesh, fueron capaces de mantener el judaísmo en las condiciones más oscuras y, décadas después, impresionar y emocionar al gran Posek de la generación en la ciudad de Nueva York

Las palabras del Rebe al pasar por dólares se entendieron recién ahora

Cuando un iehudí francés tuvo dificultades para entender lo que el Rebe le había dicho en “dólares”, jamás imaginó que más de tres décadas después volvería a aparecer el video de aquel encuentro, justo en el momento en que el sentido de las palabras del Rebe finalmente se aclararía y respondería a su pregunta.

Itzjak es un baal teshuvá que vive en Francia, quien, después de hacerse frum, tuvo el mérito de viajar a Nueva York para encontrarse con el Rebe. Un domingo, el 11 de Tamuz de 5751 (1991), pasó por el Rebe en “dólares”. Por alguna razón, no pudo captar lo que el Rebe le dijo en esos instantes. Durante años le molestó no saber qué se había dicho en aquel momento especial.

Recientemente, su hijo Arié viajó al Rebe (para Iud Shvat). Reb Itzjak le pidió un favor: que estando en Nueva York intentara localizar el video de ese domingo de “dólares”. Le dio la fecha exacta y los detalles, y efectivamente, Arié pudo conseguir una copia y se la envió a su padre.

Cuando Reb Itzjak lo vio, se vio a sí mismo diciéndole al Rebe en francés: “Aujourd’hui, c’est mon anniversaire” (“Hoy es mi cumpleaños”). El Rebe preguntó [como queriendo entender lo que le acababa de decir]: “¿Ah?”. Entonces repitió: “Aujourd’hui c’est mon anniversaire”. El Rebe le dio un dólar y dijo algo en hebreo, pero Reb Itzjak solo hablaba francés y no pudo entenderlo. Escuchó varias veces pero aun así no logró comprender.

Finalmente, el rabino Note Levertov, shliaj del Rebe en Aubervilliers, Francia, escuchó con atención y logró descifrar las palabras. El Rebe había dicho en hebreo: “Todas las preguntas debes preguntarlas a un Rav”, y luego: “Brajá Vehatzlajá”.

Al principio, el rabino Levertov mismo no veía la conexión entre lo que Reb Itzjak dijo, que era su cumpleaños y lo que el Rebe le responde, respecto a preguntar las dudas a un Rav. Pero Reb Itzjak quedó impactado.

Hace muy poco tiempo, venía dándole vueltas una cuestión delicada: cuál era exactamente su cumpleaños judío. Su padre era judío, pero su madre no, y hace muchos años había pasado por un Guiur adecuado, convirtiéndose en un iehudí pleno y, con el tiempo, en un jasid devoto. Más tarde, su madre también se convirtió, y falleció hace unos meses. Pero recientemente se había preguntado: ¿Es su cumpleaños el día en que nació físicamente, o el día en que se sumergió en la Mikve y se convirtió en iehudí?

Y ahora, justo cuando esta pregunta estaba en su mente, reapareció el video de su encuentro con el Rebe. Más de tres décadas antes, el Rebe le había dado la respuesta. En relación a su cumpleaños, el Rebe le estaba diciendo: “Todas las preguntas debes preguntarlas a un Rav”.

“En aquel momento, él no podía entender qué quería decir el Rebe” –explica el rabino Meir Simja Kalmenson, shliaj en Aubervilliers, Francia. “El Rebe habló en hebreo, y no parecía tener ninguna relación con lo que Reb Itzjak había dicho. Pero años después, cuando la pregunta finalmente surgió, el video reapareció – y las palabras del Rebe lo alcanzaron en el momento exacto."


Cabe señalar que el Rebe a menudo instruía a los guerim que se convertían al judaísmo a marcar su cumpleaños en el día de su guerut [conversión], y no en el día de su nacimiento físico.



Una lección de Jinuj a un niño en Yejidut le da una respuesta a su Melamed

Cuenta el rabino Vilhelm, Sheliaj en la ciudad de Naharia, Eretz Israel:

«Cuando yo tenía apenas nueve años, tuve el mérito de entrar a la habitación del Rebe, junto con mi padre, a un Iejidut. El Rebe se volvió hacia mí con su mirada luminosa y me preguntó: “¿Qué estás estudiando?”.

Respondí con la inocencia de un niño: “Estoy estudiando el perek "Elu Metziot", que enseña cuáles hallazgos puede quedarse la persona que los encuentra, y cuáles debe anunciar para devolverlos a su dueño.”

El Rebe, siguiendo el orden de la Mishná, continuó y me preguntó: “Si encuentras una sarta de peces, o cosas similares, ¿qué dice la Halajá? ¿Puedes quedártelas o debes anunciarlas?”

Yo respondí que la Mishná enseña que quien las encuentra puede conservarlas. El Rebe me miró profundamente y me dijo: “Pero piensa: un judío trabajó duramente para ganar su dinero, y con ese dinero compró esos objetos. ¿Cómo puede ser que te esté permitido quedártelos? ¡Alguien los compró, y eran de su propiedad!”

Al escuchar esas palabras quedé paralizado, sin saber qué contestar. En ese instante mi padre, que estaba a mi lado, me susurró: “El dueño ya perdió la esperanza de encontrarlos. Y cuando alguien pierde la esperanza ('yeush'), es como si hubiera renunciado a su propiedad. Entonces, en el momento en que los hallaste, ya no tenían dueño, y por eso puedes quedártelos.”

Repetí al Rebe la explicación de mi padre. El Rebe asintió y me planteó una nueva pregunta: “¿Y si encontraras mi Sirtuk (kapota), cuál sería la halajá?”

Respondí: “Como tiene una señal de identificación, pertenece claramente a su dueño, y por lo tanto debería devolverlo”.

El Rebe sonrió con satisfacción, como aprobando la respuesta, y luego agregó: “Cuando regreses a Eretz Israel, coméntales estas preguntas a tus compañeros. Pero primero debes mencionárselas a tu Melamed (maestro)”.

Cuando volví a Israel, cumplí con exactitud la instrucción del Rebe. Me acerqué a mi Melamed y le conté lo que el Rebe me había preguntado, explicándole que debía primero contárselo a él, antes de transmitirlo a la clase. Así lo hice, y mi maestro reunió a los alumnos y dijo: “Escuchen lo que el Rebe le dijo a este niño en Iejidut”.

Pasaron veinte años. Y un día me encontré con ese Melamed. Con curiosidad, le pregunté: “¿Qué pensó usted, cuando le dije que el Rebe me ordenó repetírselo primero a usted?”.

El rostro del maestro se volvió serio, reflexionó un momento, y me dijo: “El Rebe te pidió que me lo repitieras… porque esa era la respuesta a la carta que yo mismo le había enviado poco antes de tu Iejidut”.

Entonces me relató lo siguiente:

“Yo había escrito al Rebe contándole que no encontraba satisfacción en Jinuj. Sentía que mis alumnos no absorbían lo que les enseñaba, que no veía frutos de mi trabajo. En la carta llegué a decir que quizá debería dejar de ser Melamed y, como otros amigos, mudarme a una comunidad nueva, donde podría hablar y trabajar con adultos, tener conversaciones profundas y transformar personas ya formadas”.

“Y la respuesta del Rebe llegó mediante tuyo, un niño de nueve años. Con las preguntas que te planteó, me enseñó un camino correcto en Jinuj. No basta con transmitir fríamente la Halajá o el concepto. Debo enseñar de modo tal que el alumno pueda identificarse, que sienta que la enseñanza le toca personalmente. De esa manera, el estudio se vuelve suyo, y se involucra con vida y con profundidad”.

“Por eso el Rebe no me respondió de forma teórica en una carta. Me envió una respuesta viviente, a través tuyo, para que yo entendiera cómo debía dar mis clases”.

El Rebe, primero, te hizo una pregunta sencilla, para darte seguridad y mostrarte que podías responder correctamente. Pero luego te llevó más lejos, haciéndote pensar y vivir el asunto como una experiencia real: “Un judío trabajó duro para poder comprarse ese objeto, ¿puedes apropiártelo?”. Y todavía más cercano: “¿Qué pasaría si encontraras mi Sirtuk?”. Ya no se trataba de un objeto anónimo, sino de algo que le pertenecía al mismo Rebe.

Así me enseñó el Rebe —concluyó mi Melamed— que el verdadero educador debe acercar al alumno al tema, hacerlo vívido, palpable, personal. Solo entonces el niño se entusiasma, se conecta y hace del aprendizaje parte de su ser.

De aquí aprendemos cuán grande es el aprecio que el Rebe tenía por quienes se dedican a educar a los niños, incluso a los más pequeños, aunque no se vean de inmediato los frutos de su trabajo. Porque tal vez sean ellos quienes encienden en el niño una chispa eterna, que lo acompañará por toda su vida.

Y también aprendemos la importancia de enseñar de manera tal que el alumno viva el tema, lo sienta como suyo y se identifique con él.