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jueves, 25 de enero de 2024

La botella rota en el centro de mesa

Esta historia sucedió hace unos cien años en Bagdad, en la mesa de Shabat del Sr. Avraham Pinjas, un adinerado mercader judío. 

Generalmente, el Sr. Pinjas tenía la mesa llena de invitados, pero este Shabat solo tenía uno: un hombre pobre que había invitado del Beit Kneset. 

El invitado quedó impresionado por la opulencia a su alrededor: alfombras persas gruesas, platos con incrustaciones de oro y paredes bellamente decoradas. 

Solo una cosa lo desconcertaba; en el centro de la mesa se encontraba una vieja botella vacía y rota, profundamente manchada con lo que parecía haber sido aceite. 

Cuando el Sr. Pinjas notó cómo su invitado miraba la botella, dijo: "Veo que te preguntas por mi botella. ¿Quieres escuchar una historia maravillosa?" El invitado, por supuesto, asintió con la cabeza y él comenzó a hablar: 

"Mi padre era un respetado hombre de negocios aquí en Bagdad, pero siempre estaba ocupado y me dejaba en manos de mi abuelo. 

Cada mañana, mi abuelo me despertaba, se aseguraba de que me lavara las manos, dijera las Birkot Hashajar y no olvidara mi almuerzo. Luego, justo antes de salir de casa para la escuela, me daba un beso en la frente, levantaba las manos al cielo y decía: 
"ואני אנה אני בא!"
'VA'ANI ANA ANI BA' (literalmente, '¿Y yo, a dónde iré?' (Bereshit 37:30)) 

Más tarde aprendí en la escuela que eso fue lo que Reuven exclamó cuando descubrió que Yosef no estaba en el pozo y que le sería imposible salvarlo. Pero no tenía idea de lo que tenía que ver conmigo. 

Entonces, cuando tenía unos catorce años, ocurrió una tragedia: mi abuelo falleció. 

No había nadie que se ocupe de mí por las mañanas, así que empecé a ir con mi padre al trabajo. Mi padre intentaba asegurarse de que rezara y estudiara un poco, pero siempre estaba muy ocupado, y el negocio que hacía me fascinaba, así que no prestaba mucha atención a mis estudios. 

Luego, dos años después, ocurrió otra tragedia: mi padre murió repentinamente y ahora, además de estar solo, había otro problema; ¿qué hacer con el negocio? Me dieron la opción de venderlo y ahorrar el dinero, o probar suerte administrándolo por un tiempo. Decidí, en contra del consejo de los abogados, probar lo segundo. 

Bueno, me adapté como pez en el agua. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera haciendo grandes negocios con los mejores. Pero empecé a sentirme fuera de lugar con una Kipá y Tzitzit, y el no comer con los demás, y el Shabat me impedía hacer grandes contactos. 

Así que empecé a dejar de ser tan observante y descubrí que cuantas más mitzvot dejaba, más éxito tenía. 

Pasaron varios años y subí más y más alto hasta que un día, caminando a casa después de cerrar un negocio realmente grande, noté a un muchachito joven judío, tal vez de trece años, sentado en la vereda llorando. 

Sabes cómo es cuando te sientes feliz, no soportas ver a alguien miserable, ¿verdad? Así que me acerqué a él y le pregunté qué le pasaba. 'Oh, gracias, señor', dijo 'pero esto es algo de los judíos, no creo que lo entendería'. 

Cuando dijo esas palabras, sentí como si alguien me apuñalara en el corazón. 'Te cuento que yo también soy judío', le dije, 'incluso estudié Guemará en la escuela de Torá'. 

'Oh, lo siento', respondió, 'no quise ofenderlo. Me siento tan mal. Verá, en casa no tenemos dinero'. Me miró y se enjugó los ojos con la manga de la camisa, 'mi padre murió hace tiempo y mi madre tiene que trabajar y también alimentarnos a mí y a mis seis hermanos y hermanas, así que las cosas no están bien. 

Bueno, esta mañana mi madre dijo que es Jánuca esta noche y que tenemos que buscar en la casa dinero para comprar aceite para encender la Menorá y que tal vez Dios nos haga un milagro de Jánuca y encontremos algo. 

Buscamos y buscamos y estábamos a punto de rendirnos cuando mi hermanita encontró una moneda detrás de uno de los cajones. ¡Todos estábamos tan felices! Entonces mi madre me dijo que corriera al almacén y comprara el aceite antes de que cerrara. Corrí y justo cuando iba a cerrar llegué y compré el aceite. 

Iba caminando a casa, sosteniendo la botella y soñando. Me imaginé lo bien que iba a ser encender las velas, cómo todos sonreirían. Recordé cómo la cálida luz amarilla brillaría en los rostros de todos y los haría ver tan puros y felices. Quizás incluso cantemos y bailemos como lo hicimos el año pasado. Tal vez Hashem realmente enviará al Mashiaj esta vez, como dice mi madre, y ella volverá entinces a sonreír. Iba caminando más y más rápido, estaba tan emocionado. ¡Es Jánuca! ¡Es Jánuca! 

Y luego... tropecé. 

Me caí en la calle y la botella voló de mis manos. ¡La vi horrorizado mientras se arqueaba en el aire y caía sobre una piedra y se quebaba! ¡Se rompió! Todo el aceite se derramó...'¡VA'ANI ANA ANI BA?!' 

El chico comenzó a llorar nuevamente, pero cuando escuché esas palabras, de repente recordé a mi abuelo y entendí lo que él debió haber pretendido cada vez que decía esas palabras. De alguna manera sabía o intuía que esto sucedería. 

'¡Esa botella rota soy yo!' pensé para mí mismo en estado de shock. 'El aceite derramado es mi Neshamá (alma judía); he perdido mi alma judía!' 

Como si estuviera en un trance, saqué un fajo de dinero de mi bolsillo, se lo di al chico y le dije que volviera a la tienda, golpeara en la ventana y simplemente dijera que Avram Pinjas te envió. "¡Ve! ¡Compra lo que quieras y que tengan un feliz Janucá! ¡Andá!" 

Cuando el chico se fue, levanté la botella de la calle y la llevé a casa, aún en estado de shock. Envié a mis sirvientes lejos durante ocho días y luego, cuando estuve solo, simplemente me quedé allí, mirando esa botella rota y llorando. 

Entonces, me golpeó el pensamiento: "Un judío no puede perder su alma judía. Tal vez la haya ignoraeo o la haya adormecido  pero estoy seguro de que todavía está ahí". 

Así que saqué la Menorá de mi abuelo del armario, la limpié, encontré un poco de aceite y una mecha, y encendí la primera vela. 

La luz realmente penetró dentro de mí. ¡Sentí que volvía a estar vivo! Decidí en ese momento que debía hacer otra cosa judía... que volvería a ponerme los Tefilín a partir de mañana por la mañana. 

La siguiente noche encendí dos velas y decidí a partir de ahora solo comer alimentos Kasher. La siguiente noche, decidí comenzar a estudiar algo de Torá. La noche siguiente, tomé la decisión de cuidar el Shabat. Hasta que en la última noche, con ocho velas ardiendo, sentí que me había convertido en un hombre nuevo. Un hombre renovado. Las luces de Janucá me habían salvado. 

"Así que", concluyó su memorable historia, "esa es la razón por la que conservo aquella botella rota: para recordarme dónde estaba y cómo ese milagro del aceite 'salvó mi vida'".

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