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lunes, 20 de noviembre de 2023

Una extraña condición - Miteler Rebe - 9 y 10 de Kislev

El Poritz (señor feudal) y su hijo estaban teniendo una acalorada discusión. El hijo, hijo único, le había pedido permiso a su padre para irse a cazar con sus amigos a los densos bosques que rodean la ciudad de Liozha, en la Rusia Blanca. El anciano padre, preocupado por la seguridad de su hijo, se negaba a concedérselo. La oposición del padre a lo que consideraba una aventura peligrosa parecía inamovible.

Sin embargo, en el momento álgido de la discusión, el Poritz de repente dejó de hablar. Durante unos minutos permaneció en silencio, como perdido en sus pensamientos. "Te dejaré ir con una condición", decidió finalmente. Y, de hecho, era una condición muy extraña.

"En la ciudad de Liadi vive un Rabino famoso. Él es el líder espiritual de todos los judíos en esta área, y cada palabra que pronuncia se considera sagrada. Ve de este rabino y pídele su bendición. Si me prometes hacer esto, te dejaré ir a cazar." El hijo estaba bastante sorprendido, pero dio su palabra. Al día siguiente partió a la expedición.

En esos pocos instantes de silencio, la memoria del Poritz lo había transportado en el tiempo a la época en que se desempeñó como interrogador en la prisión principal de Petersburgo. Aunque había interrogado a cientos, si no miles, de prisioneros a lo largo de su carrera, su experiencia con el rabino acusado de rebelarse contra el gobierno fue algo que nunca podría olvidar. Su porte regio, su majestuosa barba larga y sus ojos profundamente expresivos quedaron grabados permanentemente en el corazón del noble.

Podía recordar las respuestas de aquel rabino a las preguntas de los interrogadores como si las hubiera escuchado ayer. La sabiduría y la verdad que contenían y expresaban se hacían evidentes en cada palabra, y el Poritz había quedado sumamente impresionado por la personalidad del Rabino. De hecho, la posterior liberación de la cárcel y la absolución de todos los cargos en su contra se debieron en gran parte a la intervención del poritz.

El rabino, por supuesto, era Rabi Shneur Zalman de Liadi, el Alter Rebe y fundador del movimiento Jasídico Jabad, cuyos oponentes lo habían calumniado y acusado ante las autoridades. Pero a pesar de las acusaciones, el joven interrogador estaba convencido de que el rabino era un hombre Divino. Ahora, décadas más tarde, el Poritz sentía que si su único hijo pudiera ver al santo rabino con sus propios ojos, de alguna manera eso lo haría sentir más tranquilo.

 Como se dieron las cosas, los temores del Poritz resultaron estar bien fundados. Unas semanas después de iniciada la expedición, una tormenta cegadora tomó por sorpresa al grupo de caza. El hijo, que se había alejado del resto de sus amigos, estaba solo en medio del bosque. Buscando refugio bajo un árbol, no tuvo más remedio que esperar a que pasara la tormenta. Pero el tiempo no mejoró y sólo empeoró. Pasaron varios días hasta que la tormenta amainó.

Empapado hasta los huesos, hambriento y enfermo, el hijo del poritz desesperaba por abandonar el bosque. Fue verdaderamente milagroso cuando finalmente encontró un sendero entre el follaje y logró arrastrarse hasta una posada en las afueras de Liozna.

Al día siguiente, ardiendo de fiebre, recordó de repente la promesa que le había hecho a su padre y decidió cumplirla. Con sus últimas fuerzas se levantó de la cama y partió hacia la ciudad para encontrar al famoso rabino.

Una vez en la ciudad, pronto se enteró de que el rabino Shneur Zalman había fallecido recientemente. El hijo del Poritz sintió un remordimiento de conciencia hasta que los judíos le informaron que el sucesor del rabino, su hijo, el rabino Dovber (posteriormente conocido en Jabad como el "Míteler Rebe ['intermedio']"), también era una persona santa. Pero el Miteler Rebe ya no vivía en Liozna y ahora residía en Lubavitch.

No había ninguna explicación racional para la urgencia que sentía de ver al hijo del famoso rabino que su padre había elogiado tanto. Pese a todo, alquiló un carruaje y partió hacia Lubavitch, a pesar de su debilidad por la reciente experiencia.

Esa noche, cuando el hijo del poritz llegó a Lubavitch, se sintió decepcionado al saber que el Rebe se estaba dirigiendo a sus jasidim y no recibiría visitas. Pero el joven noble no retrocedió. Sin desanimarse, insistió en que le dijeran el lugar exacto donde el Rebe estaba hablando.

La sala de estudio estaba abarrotada hasta el tope, de modo que nadie notó al extraño cuando entró. Al frente de la sala, el Miteler Rebe estaba sentado en una mesa pronunciando un discurso jasídico. El hijo de Poritz quedó estupefacto ante la escena. Había una multitud tan grande de gente, y no obstante todos estaban en absoluto silencio y concentrados en el Rebe. Se encontró así mismo petrificado en el lugar.

Aproximadamente una hora más tarde se percató de cuan extraño era que haya estado todo el tiempo de pie allí, dado su calamitoso estado de salud. Cuando salió de la sala de estudio pudo sentir que recuperaba sus fuerzas, lo que sin duda era mérito del sagrado Rabí. También se mostró muy agradecido por haber podido cumplir la promesa que le hizo a su padre.


[Esta historia fue contada muchas décadas más tarde por el hijo de Poritz, para entonces un noble en su propio derecho, a un jasid de Jabad.]

Fuente: www.lchaimweekly.org (#648)

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