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lunes, 21 de julio de 2025

La famosa historia de Rab Baumgarten - Milagro que vivenció en Yud Beis Tamuz

El 12 de Tamuz de 5687 (1927), el sexto Rebe de Lubavitch, Rab Yosef‑Itzjak (“HaRayatz”) Schneersohn fue liberado de la prisión en la Rusia estalinista. Desde entonces, esta fecha se celebra como un Yom Teb entre los jasidim de Jabad‑Lubavitch.

Rab Berel Baumgarten siempre valoró mucho esta ocasión. Él mismo mantuvo una relación muy estrecha con el Rebe Rayatz y, en la década de 1940, cumplió numerosas misiones conforme a las indicaciones del Rebe.

En 1955, el yerno y sucesor del Rebe Rayatz, el Lubavitcher Rebe lo envió al rabino Baumgarten para ser el primer representante de Jabad en la Argentina. Durante sus 23 años allí, viajaba con frecuencia a Estados Unidos específicamente para pasar el 12‑13 de Tamuz en 770 (la sede mundial de Lubavitch). El punto culminante era siempre formar parte de la multitud abarrotada de miles de personas que participaban en el farbrenguen especial del Rebe por Yud‑Beis Tamuz. En aquellos años en que no pudo viajar, aprovechó el día para difundir Jasidut entre sus hermanos judíos de la Argentina.

Sin embargo, un año se vio obligado a viajar de Argentina a Brasil y se dio cuenta de que en Yud‑Beis Tamuz estaría en pleno trayecto. Inquieto ante la perspectiva de pasar esta fecha tan auspiciosa lejos de cualquiera con quien pudiera compartir sus sentimientos, envió un telegrama a la oficina del 770 antes de partir, pidiendo ser recordado por el Rebe en esa fecha.

Mientras estaba en Brasil, para llegar a su destino el rabino Baumgarten tuvo que cruzar el río Iguazú en un transbordador: una balsa con cubierta abierta y un toldo, compuesta por varias balsas resistentes atadas entre sí para transportar autos y carga. Junto con otras personas, el rabino siguió las instrucciones y condujo su auto sobre la balsa.

En cuanto los autos quedaron estacionados, él y los demás bajaron de los vehículos para disfrutar del aire fresco bajo el toldo. Se alegró al comprobar que dos de sus compañeros de viaje eran judíos. Pero pronto su alegría se tornó consternación cuando descubrió que aquellos dos estaban totalmente alejados de su herencia y no deseaban oír nada sobre prácticas o ideas judías. Uno de ellos, con descaro, exhibió un sándwich de jamón ante él, dejando claro cuán poco significaba el judaísmo para él.

Sintiendo que continuar la conversación sería inútil y ofendido por sus acciones, Reb Berel regresó a su auto y abrió sus libros para estudiar.

De repente, se produjo un sacudón poderoso: ¡un barco bananero había chocado contra la balsa! Enormes vigas apiladas en un rincón de la balsa comenzaron a derrumbarse, empujando los autos al río Iguazú. Para su horror, su propio auto también empezó a moverse. Pisó el freno con fuerza, pero fue incapaz de detener el avance del vehículo. ¡También él se precipitó a las aguas y comenzó a hundirse!

Reb Berel Baumgarten era un hombre grande, de más de un metro noventa y más de 115 kilos. Aun así, por grande y fuerte que fuera, no lograba abrir la puerta del auto: la presión del agua era simplemente demasiada. De pronto, la puerta se abrió —¿cómo? no pudo explicarlo— y se encontró fuera del auto, en el agua, ascendiendo lentamente.

Sus problemas, sin embargo, estaban lejos de terminar. Sí, había escapado del vehículo que se hundía, pero Rab Baumgarten nunca había aprendido a nadar. Pateando frenéticamente y agitando los brazos durante lo que pareció una eternidad, estaba al borde de sus fuerzas cuando, de pronto, su cabeza emergió a la superficie.

Agotado, solo podía bambolearse impotente; no entendía qué lo mantenía a flote, pero allí estaba. Entre las olas veía la balsa cerca, mas no tenía fuerzas para acercarse a ella.

Para colmo de males, escuchó un estruendo de trueno a lo lejos y comprendió, horrorizado, que la poderosa corriente del río empezaba a arrastrarlo lejos de la balsa y hacia una catarata.

Mientras el agua espumosa se abatía sobre él y dudaba de su supervivencia, la imagen del Rebe apareció ante sus ojos. Entonces miró hacia la orilla y, con la ayuda de Di‑s, vio a un hombre dispuesto a lanzarle un salvavidas. Este cayó al agua justo a su alcance.

Agarró el salvavidas y lo acercó. Intentó pasarlo sobre su torso, pero no pudo: era demasiado corpulento. Aunque sus fuerzas se agotaban, comprendió que no había alternativa; tendría que aferrarse con las manos.

Cuando lo arrastraron de nuevo a la balsa y pudo recuperar la compostura, los dos judíos que había conocido antes se le acercaron, totalmente abrumados por el remordimiento. Reconocieron que, por su culpa, el rabino había vuelto a su auto. Se disculparon por su conducta previa. No solo eso: el que había exhibido el sándwich prometió incluso cuidar el Kashrut a partir de entonces.

Tras llegar a la otra orilla, el rabino Baumgarten comenzó a reflexionar sobre su situación. No encontraba explicación a los milagros que le habían salvado la vida.

Días más tarde obtuvo claridad. Alguien le contó que, durante el farbrenguen de ese Yud‑Beis Tamuz, el Rebe se volvió hacia Mendel, el hermano de Reb Berel, y le preguntó: «¿Dónde está Berel?» Además, le indicó que diga «¡Lejaim!».

Cuando Rab Berel oyó esto, se apresuró a preguntarle a su hermano a qué hora había ocurrido. Calculando la diferencia de husos horarios, se dio cuenta de que el Rebe debía de estar leyendo su telegrama precisamente en el momento en que su auto fue desalojado de la balsa y él estaba bajo el agua.

Todos aquellos cálculos, sin embargo, vinieron después; en el momento, vivo pero varado, tenía preocupaciones más inmediatas. Sus pertenencias personales se habían perdido con el auto y estaba lejos de cualquier comunidad judía. ¿Dónde encontraría un Talit y Tefilín para rezar?

En Brasil (y en todo el hemisferio sur), el mes de Tamuz cae en invierno y los días son cortos. El rabino Baumgarten averiguó que había un pequeño aeropuerto cercano, pero no había vuelos programados hasta última hora de la tarde; no podría llegar a otra ciudad antes de la puesta de sol. No sabía qué hacer: no podía concebir dejar pasar el día sin ponerse Tefilín.

Preguntó por la posibilidad de contratar un avión privado. Aunque el costo era exorbitante, logró encontrar un piloto que pudiera llevarlo a otra ciudad antes de la puesta del sol. Envió un telegrama a los dirigentes de la comunidad judía de allí, pidiéndoles que lo esperaran en el aeropuerto con Tefilín.

Sin embargo, hubo una confusión en las comunicaciones y nadie recibió al desesperado rabino en el aeropuerto. Faltando menos de una hora para la noche, tomó un taxi y ordenó que fuera rápidamente a la sinagoga más cercana. Desgraciadamente, cayó la noche antes de que pudiera llegar. Descorazonado, detuvo el taxi, se sentó en un banco del parque y lloró.

En su siguiente Yejidut (audiencia privada), le preguntó al Rebe cómo podía expiar el no haberse puesto Tefilín ese día. Antes de contestar, el Rebe lo miró y le preguntó: «Bueno, ¿pensé en vos, o no pensé en vos?»

Luego le indicó estudiar las Halajot de Tefilín del Shulján Aruj del Alter Rebe y los Maamarim (discursos jasídicos) que hablan de la sumisión del corazón y la mente, el mensaje espiritual asociado con la Mitzvá de los Tefilín.

Rab Baumgarten lamentó que un Sidur y un Tania de bolsillo que el Rebe le había regalado yacieran ahora en el fondo del río Iguazú. «¿Podría el Rebe reemplazarlos?», preguntó.

«¿Por qué? ¿Acaso es culpa mía?», respondió el Rebe con una suave sonrisa.

«¿Y la culpa es mía?», replicó Reb Berel.

Ante esto, el Rebe sonrió ampliamente, sacó de un cajón de su escritorio un Sidur y un Tania y se los entregó al Rab Baumgarten.



Fuente: Adaptado por Yerajmiel Tilles de “To Know and to Care”, de Eliyahu Touger, Vol. 2, y ampliado con dos párrafos de un artículo de la revista Derher. 


©JasidiNews 

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