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jueves, 11 de diciembre de 2025

Yud Tet Kislev - La Respuesta del Alter Rebe al josid un msje para cada uno

En el jasid Reb Zalmen Sender se cumplía el dicho: “Torá y grandeza en una misma mesa”. Era un lamdán (estudioso) y un oved Hashem con toda su alma, y al mismo tiempo un hombre de negocios con ramificaciones amplias y exitosas. Reb Zalmen residía en Shklov, pero su red comercial estaba extendida sobre muchas ciudades. Sus múltiples actividades se desarrollaban tanto con judíos como con no judíos. Comerciantes y terratenientes eran sus amigos, y las casas de los señores feudales estaban abiertas para él.

Un hombre muy especial era Reb Zalmen, pues se destacaba también por sus buenas cualidades, y su cariño por todo judío era cosa conocida. A pesar de su riqueza y grandeza trataba con afecto también a la gente más sencilla y a los ignorantes. Su mano estaba extendida para todo necesitado, y muchos pobres llamaban regularmente a la puerta de su casa. Su nombre aparecía al tope de las listas de todos los gabaim de Tzedaká de la región. Ellos sabían que “vale la pena apoyarse en él (Reb Zalmen) en momentos de apremio”.

Y por si fuera poco, muchísimos habían tomado la costumbre de depositar en sus manos dinero para que él lo invirtiera. Todos sabían que las transacciones de Reb Zalmen eran exitosas y bendecidas con Siyata Dishmaya. Y las ganancias que producía con ese dinero las entregaba directamente a los depositantes, sin tomar nada para sí ni como pago ni como comisión.

Y llegó el día en que Reb Zalmen se enredó en una transacción gigantesca que fracasó. Tal como era grande el negocio y las ganancias que se esperaban de él, así de grande y dura fue la caída. El esfuerzo de años se fue al agua. Reb Zalmen, el gran rico y conocido hombre de jesed, se convirtió de golpe en un hombre común. Está de más decir que muchísimos compartieron el sufrimiento de Reb Zalmen, porque en realidad era también el suyo.

En su angustia, viajó Reb Zalmen a su Rebe, Rabí Shneur Zalman de Liadí. Al entrar en la habitación del Alter Rebe sintió que no había lugar más adecuado para derramar su corazón y contar las cosas tal como fueron. Con llanto conmovedor detalló ante el Rebe la secuencia de la fallida transacción que sepultó con ella todas sus posesiones.

Las emociones de Reb Zalmen lo desbordaron y su llanto se intensificó. “Si el Oibeshter desea quitarme mis bienes — Nu, no cuestionaré Sus caminos, jas veshalom—”, dijo con amargura, “pero primero debo saldar las deudas y cumplir mis compromisos. Tengo que *devolver el dinero a quienes lo depositaron en mis manos para que comerciara con él; tengo que cumplir lo prometido a todos los gabaim de tzedaká; tengo que cubrir los gastos de matrimonio de huérfanos y huérfanas a quienes prometí casar”…*

Todo ese tiempo el Rebe estaba sentado, los dos codos sobre la mesa y la cabeza entre las palmas de ambas manos, escuchando. Cuando Reb Zalmen terminó de derramar su corazón, se impuso en la habitación un silencio profundo. El Rebe alzó su mirada penetrante hacia su jasid, y su rostro se volvió como llamas. Y entonces el Rebe le dijo:
"דו זאגסט אלץ וואסדו דארפסט, און אויף וואס מען דארף דיר זאגסטו ניט"
“No dejas de pensar y hablar sobre lo que VOS necesitas; pero sobre una pregunta, al parecer, no pensaste en absoluto: ¿para qué TE necesitan?”

Las palabras del Rebe atravesaron el corazón de Reb Zalmen y allí mismo cayó desmayado. Los jasidim que estaban en la habitación exterior, esperando su turno para entrar, oyeron el golpe y se apresuraron a entrar para sacar a Reb Zalmen. Tras grandes esfuerzos, Reb Zalmen volvió del desmayo.

Después de recuperarse, Reb Zalmen se transformó en un hombre nuevo. Apartó de sí la preocupación por la pérdida de su riqueza y desplazó todo pensamiento sobre asuntos de este mundo. Comprendió que en esas duras palabras el Rebe quiso sacudirlo del mal oculto en lo profundo de su alma: de esa sensación de yeshut, de importancia propia, que no tiene lugar en los cuatro codos de la Shejiná. Por eso decidió quedarse un tiempo allí, próximo al Rebe.

En los días y semanas siguientes se sumergió por completo en Torá y en la avodá de la Tefilá. Después de un tiempo, se acercó a él el gabai del Rebe y le informó que dentro de dos semanas le correspondía otro Iejidut. Así se acostumbraba: avisar al jasid con anticipación la fecha para que pudiera prepararse debidamente.

Las dos semanas siguientes pasaron para Reb Zalmen con enorme esfuerzo. Dio a su cuerpo muy poco descanso y en comida y bebida procuró disminuir. Estudió sin pausa, se profundizó en los maamarim de jasidut del Rebe y rezó con inmensa devoción.

Llegado el momento del Iejidut, entró Reb Zalmen a la sala del Rebe con la cabeza inclinada y en profundo bitul. El Rebe lo miró con una mirada suave y afectuosa. “Ahora”, le dijo el Rebe, “después de que retornaste con completa teshuvá por el yeshut que había en vos; después de que apartaste de ti la arrogancia y la autosatisfacción del corazón— vuelve a tu hogar, y que Hashem te bendiga para que tengas éxito en todo lo que emprendas”.

En su camino a casa, pasó Reb Zalmen por una estación de tren, y de pronto allí se encontró con un grupo de terratenientes que antes solían comerciar con él. Ellos, que no sabían nada sobre su difícil situación económica, le expresaron su deseo de renovar los negocios. Reb Zalmen vio en esto una señal del Cielo y una oportunidad para acceder a la bendición de Hashem, aquella que el Rebe mencionó en el Iejidut.

Con el tiempo, Reb Zalmen comenzó a recuperarse de su caída. Poco a poco volvió a juntar su fortuna, y la prosperidad volvió a sonreírle. También pudo cumplir las obligaciones de tzedaká que había asumido tiempo atrás. Pero esta vez lo hacía sin yeshut, sino con la sensación de que él no era más que un “conducto” para el flujo que se otorga desde lo Alto.

Todos los días de su vida tuvo frente a sus ojos la pregunta incisiva del Rebe:
¿Para qué te necesitan?” [qué necesitan de mí]

***

Así como Reb Zalmen descubrió que su riqueza, sus talentos y aun sus desafíos no eran “para sí”, sino para cumplir la voluntad de Hashem y servir como un conducto de bondad y santidad en el mundo, también nosotros debemos preguntarnos cada día, con honestidad y humildad:

¿Qué esperan de mí desde el Shamaim? ¿Para qué me necesitan?

Y en verdad, esta historia encapsula el núcleo mismo del Jasidut: acostumbrarnos a mirar la vida no desde lo que *yo* necesito, sino desde para qué fui enviado, cuál es mi tarea específica en este mundo, y qué quiere Hashem de mí en cada circunstancia. Cuando un judío vive con esa pregunta grabada en el corazón, todo lo que tiene —sus capacidades, sus oportunidades, su sustento y hasta sus caídas— se transforma en herramientas para revelar la luz de Hashem en la tierra. Así aprendió Reb Zalmen de su Rebe, y así se convierte su historia en una guía eterna para cada uno de nosotros.




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Reb Shmuel Munkes y Reb Pinjas Raizes - Vanidades de este mundo

Reb Pinjos Reizes y Reb Shmuel Munkes eran inseparables, “amigos del alma”… aunque, si uno los veía juntos, parecía más bien un dúo cómico: *el serio y el travieso*.
Rab Pinjas era un genio brillante, gran erudito, elegante y siempre impecable. Heredero de una familia rabínica prestigiosa y con una casa digna de catálogo, vivía rodeado de alfombras que daban ganas de caminar en puntas de pie. Tenía una casa tan limpia y tan bien decorada que cualquiera que entraba dudaba si debía saludar o pedir un turno para hacer una visita guiada.😂

Reb Shmuel, en cambio, era la otra mitad del contraste: vivía con sencillez, humildad y… bueno, cierto desorden creativo jasídico. Era profundamente sabio, pero también famoso por sus travesuras santas que dejaban a todos dudando si reír, llorar o revisar dos veces sus bolsillos.

Una vez, llegando con un grupo de jasidim a ver al Rebe, Rab Shmuel se colgó del portón de entrada como si fuera un cartel viviente. Cuando los demás lo miraron sorprendidos, él les explicó con la mayor seriedad del mundo:
“¿Qué pasa? En la tienda del sastre cuelgan telas; en la del zapatero, zapatos. ¡Y en la casa del Rebe —donde se hacen jasidim— se cuelga un jasid!”.

Y aun así, era un tzadik auténtico. De hecho, cuando los soldados rusos llegaron para arrestar al Alter Rebe, éste decidió aconsejarse y escuchar una opinión sincera acerca de si debía entregarse a las autoridades. Y fue justamente a Reb Shmuel a quien consultó. Reb Shmuel, con la honestidad y claridad que lo caracterizaban, le dijo:
“Rebe, si usted es realmente un Rebe, no tiene de qué temer (con la ayuda de Di-s nada malo le sucederá). Y si no es así… ¿con qué derecho nos ha quitado el gusto por los placeres y vanidades (תאוות) de este mundo?!”
Una respuesta profundamente jasídica y profundamente "shmuelesca".

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Una vez, Reb Shmuel llegó a visitar a Rab Pinjás. Venía del camino: botas embarradas, ropa polvorienta, aspecto de quien acaba de atravesar tres charcos, dos tormentas y media Rusia caminando.
Entró a la casa impecable de su amigo, esa casa donde hasta las alfombras parecían pedir permiso antes de dejarse pisar. Avanzó directo al sillón más elegante, se hundió en él… y se quedó dormido con las botas embarradas sobre el tapizado, como si nada.

La esposa de Rab Pinjas casi se desmaya, pero con toda delicadeza pidió a su marido que —por favor— le sugiriera al invitado quitarse las botas antes de redecorar involuntariamente toda la casa.

Rab Pinjas, ya un poco tenso, se acercó y le preguntó:
“Reb Shmuel… ¿esto también es una de tus bromitas? ¿Por qué acostarte con las botas sucias en el sillón limpio? Podías sacártelas, ¿no?”

Reb Shmuel pegó un salto como si hubiera dormido sobre un clavo.
“¡¿Qué?! ¿Vos me hablás de sillones y de botas? ¿Después de todo lo que aprendimos del Rebe? ¡Que todo este mundo es nada, vacío, vanidad! Si estas cosas te importan [estás preocupado por un sillón]… ¡ya no podemos ser amigos! ¡Que te vaya bien!”.
Y salió de la casa a toda velocidad.

Rab Pinjas se quedó petrificado. Pero enseguida reaccionó, salió corriendo detrás de él, lo alcanzó en la calle y lo agarró del brazo:
“¡Reb Shmuel, mir zainen jabeirim! ¡Somos amigos!”.

“No puedo ser tu amigo si te importa una mancha de barro”, contestó Rab Shmuel, tratando de escaparse.

“¡Somos amigos! ¡Somos amigos!”, repetía Rab Pinjas, aferrándolo como si fuera un Sefer Torá.

Finalmente Reb Shmuel cedió… con una condición muy sencilla (para él):
que Rab Pinjas —el respetadísimo, elegante, erudito y adinerado Rab Pinjas — corriera por las calles de Shklov montado sobre una escoba, como un nene de cinco años jugando al caballito.

“Si hacés eso —dijo Rab Shmuel—, te perdono. Así demostrás que no te importa el honor ni el qué dirán”.

Y Rab Pinjas aceptó sin titubear.
El resultado: las calles de Shklov presenciaron el espectáculo inolvidable de uno de sus hombres más distinguidos galopando con una escoba como si estuviera en una carrera de pura sangre. La gente movía la cabeza con lástima y susurraba:
“Pobre… tanta Torá, tanta grandeza… y mirá cómo terminó”.

Pero a Rab Pinjas no le importaba nada. Lo único que quería era recuperar la amistad de Rab Shmuel Munkes. Y lo logró.

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Esta historia —entre tierna, cómica y profundamente jasídica— muestra que la verdadera amistad no se construye sobre honores, comodidades o apariencias, sino sobre la verdad del alma. Cuando uno estudia jasidut y lo incorpora de verdad, descubre que todas las “prioridades” del mundo —el prestigio, la elegancia, la opinión ajena, lo que cualquiera consideraría “importante”— se desinflan por completo. Frente a la luz de Eloikus, esos valores quedan tan livianos como una pluma en el viento.

Reb Shmuel exigía autenticidad total: que su amigo demostrara, con hechos, que no estaba atrapado por la importancia imaginaria que el mundo da a los objetos, al estatus o a la imagen personal. Y Rab Pinjas, con verdadera grandeza interior, aceptó la reprensión sin ofenderse y sin defender su honor.

Así, su amistad nos enseña que cuando uno adopta la perspectiva jasídica —que sólo Di-s es real, y que lo demás es pasajero— puede desarmar su ego, relativizar lo material y dejar espacio para una conexión sincera. Donde hay humildad, verdad y Di-s en el centro, las relaciones no sólo perduran: se elevan.



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domingo, 30 de noviembre de 2025

10 de Kislev - La falsificación de una letra que llevó al arresto



"Puedes hacer todo lo que quieras; no tengo miedo de tus calumnias y denuncias."
Esta fue la firme y decisiva respuesta del Rebe a aquel hombre perverso que intentó extorsionarlo, amenazando con denunciarlo ante las autoridades.

Esto ocurrió en el año 1826 (5586). En la ciudad de Lubavitch, Jasidut Jabad estaba siendo dirigido por el Míteler Rebe, Rabí Dovber, hijo del Baal HaTania. Era reverenciado no sólo entre los judíos: incluso los gentiles de los alrededores lo respetaban profundamente y lo llamaban “Svittoi Rabi’n” —el Santo Rabino.

De repente, los jasidim se enteraron de que una grave denuncia había sido presentada ante el gobierno ruso contra el Rebe. Con el tiempo, comenzaron a conocerse los detalles.

Un año antes, Reb Pinjas Raizes, uno de los jasidim más importantes del Baal HaTania y del Míteler Rebe, había fallecido en Lubavitch. Era un hombre muy adinerado y de absoluta confianza para los Rebeim. No tuvo hijos, y toda su propiedad pasó a manos de su sobrino, un hombre malvado.

Entre los bienes de su tío, el sobrino encontró una carta que el Rebe le había escrito a Reb Pinjás cuando viajó a Lubavitch tras el fallecimiento del Alter Rebe. Durante ese viaje, Reb Pinjás había reunido una suma de 4.000 rublos de plata, y el Rebe le pidió que, junto con otras dos personas, se encargaran de distribuir ese dinero entre los necesitados.

Entonces comenzó a gestarse un vil complot en la mente del sobrino. Se dirigió al Rebe e intentó extorsionarlo, amenazándolo con acusarlo de recolectar dinero para fines clandestinos. El Rebe respondió que no le temía y que no le daría ni un centavo.

El hombre llevó a cabo su amenaza. Con la ayuda de otras personas perversas, prepararon un informe detallado para las autoridades. En la carta del Rebe hicieron una leve falsificación: donde estaba escrito “cuatro mil” (ד' אלפים), los informantes agregaron la letra kuf ['ק] —y así parecía que el Rebe había recolectado ciento cuatro mil rublos de plata, una suma descomunal. Argumentaron que el Rebe estaba enviando un soborno al Sultán turco, y agregaron otras acusaciones absurdas, como que el Beit Midrash del Rebe estaba construido según las dimensiones del Beit Hamikdash.

En Motzaéi Shabat de Parashat Noaj 5587, oficiales investigadores acompañados de policías llegaron a la casa del Rebe. Registraron exhaustivamente cada rincón. Otro escuadrón allanó el Beit Midrash.

Mientras tanto, una multitud se reunió alrededor de la casa. Desde adentro se oían los ruegos de los familiares. El único que permanecía sereno era el propio Rebe: estaba sentado en una de las habitaciones escribiendo un Maamar de Jasidut. Luego comenzó a recibir gente en Yejidut.

A la mañana siguiente, el Rebe fue subido a un carro policial y trasladado a Vítebsk. La noticia de su arresto se difundió rápidamente. En cada pueblo donde pasaba la carreta, cientos de judíos salían a recibirlo. Gracias a acuerdos alcanzados por quienes intercedieron por él, el viaje se realizó por etapas y con descansos, dado que la salud del Rebe era débil.

Cuando la caravana llegó a Liozna, el Rebe fue llevado a la Central de Policía y puesto bajo estricta vigilancia. Rápidamente se supo que estaba acusado de ser contrarrevolucionario y de rebelión contra el gobierno.

El Rebe estuvo encarcelado un mes y diez días, pero desde el inicio recibió condiciones especiales. A tres de sus colaboradores más cercanos se les permitió acompañarlo, y tres veces al día los guardias dejaban entrar a veinte judíos para rezar. Dos veces por semana se le permitió decir Jasidut ante cincuenta personas, luego de que el médico del Rebe explicara que pronunciar Jasidut constituía para él la esencia de su vida, una necesidad vital concreta.

Durante todo ese período se realizó un enorme trabajo y presión por parte de líderes comunitarios y diversos contactos. Ministros que escucharon sobre la grandeza del Rebe comenzaron a intervenir en favor de su liberación. El Rebe fue sometido a numerosos interrogatorios, en los que demostró que no tenía relación alguna con el Sultán turco ni la intención de ocupar el lugar del Zar.

Al finalizar las investigaciones, un resumen fue presentado al Ministro del Interior. Tras revisarlo, quedó impresionado por las respuestas del Rebe y decidió realizar una confrontación directa entre él y el denunciante.

En el día señalado, el Rebe vistió sus ropas blancas de Shabat y su apariencia era como la de un Malaj (ángel) de Hashem. Al entrar en la sala, su presencia impactó profundamente al ministro, quien lo recibió con gran respeto y, de forma inusual, ordenó traerle una silla para que se sentara.

Comenzó la confrontación. El acusador lanzó sus acusaciones y el Rebe las refutó una por una. En un momento, el acusador se dirigió al Rebe diciendo “Rebe”. Inmediatamente, el Rebe señaló al ministro:
“¡Mire usted! Dice de mí que soy un estafador y un rebelde contra el Reino, y ahora me llama ‘Rebe’…”

El acusador quedó avergonzado. A partir de ese momento se confundió y comenzó a balbucear incoherencias, hasta que el ministro le dijo: “¡Deje de ladrar!”. Avergonzado, lo sacaron del salón, mientras el Rebe fue acompañado respetuosamente a su habitación, con la promesa de que su liberación estaba próxima.

El 10 de Kislev, mientras el Rebe recitaba los capítulos de Tehilim correspondientes al día, se le notificó su liberación. Más tarde reveló que recibió la noticia exactamente al llegar al Pasuk (cap. 55):
“Rescató mi alma en paz.”


***

Así como ocurrió con su padre, el Alter Rebe, el arresto del Míteler Rebe no fue sólo un acontecimiento terrenal: reflejó también, למעלה, una acusación celestial contra la inmensa difusión de Jasidut que él llevaba adelante —y precisamente en su modo característico, tan amplio, detallado y profundamente explayado.

Su liberación, el 10 de Kislev, constituye para nosotros, como jasidim, un llamado claro: tomar sus enseñanzas, y las de todos los Rebeim posteriores, y estudiarlas en el espíritu propio del Míteler Rebe —de forma extremadamente abundante, amplia y expansiva— hasta que impregnen todo nuestro ser.

Que este Yom HaGueulá nos inspire a redoblar la difusión de la luz de la Jasidut en el mundo, tal como él lo deseaba.

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Fuente: Sijat Hashavua Vayetze 5785 (de Beit Rabí y Sefer Hasijot)
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jueves, 20 de noviembre de 2025

Un emocionante relato de un Brit Milá casi postergado

Esto sucedió en el mes de Elul, hace tres años. Eran cerca de la una de la madrugada.
En el corazón de los padres primerizos,David y Noa Argaman, residentes de Be’er Yaakov, crecía una preocupación cada vez mayor. Al día siguiente debía realizarse el Brit Milá de su pequeño, pero ahora el bebé tenía fiebre y se veía inquieto.

Los padres dudaban en despertar al mohel a esa hora para consultarle si debían llevar a cabo el Brit Milá según lo planeado. Decidieron llevar al niño a la guardia de emergencias.
“El niño está un poco caliente”, dijo el médico, y recomendó posponer el brit para otra fecha.

A la mañana siguiente, el padre llamó al mohel, el rabino Janán Kohonovski, Sheliaj de Jabad en Ramat Eliahu, Rishon Letzion.
“Tenemos que posponer el brit”, le anunció con voz decepcionada, contándole la recomendación del médico.
“¿Qué llevó al médico a decidir eso?”, preguntó el mohel. El padre relató con detalle todo lo ocurrido durante la noche.

El mohel percibió la tristeza de los padres ante la necesidad de postergar el brit.
Todas las preparaciones —el salón, el catering, los invitados— ya estaban listas. Ahora había que cancelarlo todo.

“Quisiera ver al bebé y examinarlo antes de que decidan definitivamente posponer el Brit”, propuso el mohel. “Por ahora, esperen (y no sigan mandando) avisos de cancelación.”

Los padres aceptaron, y poco después el mohel llegó a su casa.
Examinó al bebé y observó que su estado general era perfectamente normal.
“Vamos a tomarle la temperatura nuevamente”, sugirió. El resultado mostró que la fiebre había desaparecido por completo.

“¿Puede ser que le aplicaron algo?”, preguntó el mohel. Su experiencia no lo defraudó: resultó que la abuela había untado al bebé con una cierta pomada.

El mohel sonrió levemente. “Conozco los efectos de esa pomada”, explicó. “Puede causar una leve irritación o enrojecimiento en la piel, pero no representa ningún peligro. El Brit puede hacerse en la fecha prevista.”

Los padres lo miraron con duda. “¿Está usted seguro?”, preguntaron.

“Miren —respondió el mohel con confianza—, llevo décadas desempeñándome en esto. Por mi experiencia, puedo asegurarles que el brit puede realizarse con total normalidad y que no hay ningún riesgo para el bebé. Les digo esto con plena responsabilidad.”

Los padres se tranquilizaron y decidieron realizar la ceremonia en su momento.
Reanudaron las invitaciones a los familiares y amigos a quienes ya habían avisado de la cancelación.
El brit se llevó a cabo a su debido tiempo, sin ningún problema, y la salud del bebé estaba óptima.

Al día siguiente, el mohel volvió a la casa para una revisión rutinaria. Encontró al bebé tranquilo y en excelente estado.

“¿Qué quiso Hashem de nosotros?”, preguntó el padre al mohel después de la revisión y de recibir las indicaciones para el cuidado posterior.
“¿Por qué tuvimos que pasar por toda esta confusión —cancelar el brit, avisar a todos— y al final hacerlo igual?”

El mohel levantó las manos hacia el cielo y sonrió con dulzura. “Sin duda todo fue decretado desde el Cielo —respondió—, aunque no sé decirles el motivo.”

Pasaron algunos meses.
Un día sonó el teléfono del rabino Kohonovski. En la pantalla apareció el nombre David Argaman.
“Rabino”, dijo emocionado, “en su momento no entendí por qué Hashem nos hizo pasar por toda esa conmoción: cancelar el brit y luego hacerlo igual. Ahora entiendo por qué todo ocurrió así.”

Y contó lo siguiente:

“Aquel mismo día en que cancelamos el brit, estaba muy angustiado por toda la situación. Salí al balcón para tomar un poco de aire. En el balcón de al lado estaba sentada nuestra vecina, Milá Gilovski. Me vio caminar de un lado a otro, nervioso, y me preguntó qué pasaba.

“Le conté que el bebé había tenido un poco de fiebre y que habíamos postergado el brit. Pero también le dije que, aunque no entendíamos por qué Hashem quería que canceláramos todo, el salón y los invitados, yo creía con fe completa que todo es del Cielo y todo es para bien.
Ella me deseó que así fuera, y yo volví a entrar en casa.”

“Unos días después —continuó David— la vecina le contó a mi esposa que también ellos estaban pasando un momento difícil.
Los médicos que la atendían le habían dicho que el feto que llevaba podía nacer con graves malformaciones, y le recomendaron interrumpir el embarazo.
Sin otra opción, ella y su esposo decidieron seguir el consejo médico.

Pero después de nuestra conversación aquella mañana en el balcón, la mujer le contó a su marido, Arián, lo que yo le había dicho, y agregó:
‘Mira a nuestros vecinos: no se desesperaron ni se quebraron por lo que les ocurrió. Confían en el Creador de que todo es para bien. Lo veo como una señal también para nosotros. Sigamos adelante, y creo que todo saldrá bien’.

Su esposo tenía miedo de esa decisión, pero ella se mantuvo firme. Le dijo:
‘Vi a nuestro vecino levantar los ojos al cielo y rezar a Hashem. Yo también voy a rezar y pedir desde lo más profundo de mi corazón que nuestro bebé nazca sano, y estoy segura de que así será’.”

Y David concluyó:
“Ayer nació su hijo, sano y completo, ¡todo salió perfectamente bien!”

El día del brit, el rabino Kohonovski también llevó a cabo el Brit de ese bebé, y compartió con el público la conmovedora historia.

*

En Jasidut se enseña que nada ocurre por casualidad, y que cada situación está guiada con precisión por la Hashgajá Pratit.
El retraso de un Brit, una conversación al pasar en el balcón, todo fue parte del plan de Hashem para traer una nueva vida al mundo.
Cuando el judío enfrenta cada momento con emuná y bitajón, esa fe se vuelve una fuerza que ilumina y da vida, más allá de lo que puede verse a simple vista.


Fuente: Sijat Hashavua Lej Lejá #2026

20 de Jeshvan - Iom Huledet del Rebe Rashab - El Rashab y el Razó


Cuando eran niños, el Razó (Reb Zalman Aharon) le propuso al Rebe Rashab (Shalom Dovber) jugar a “Rebe y jasid”. El Rebe le respondió:
"וואס איז א רבי - ווייס איך נישט; נאר דאס ווייס איך אז א חסיד איז נישט קיין שפיל און א שפיל איז נישט קיין חסיד."

—[Para representar a un Rebe hace falta saber] qué es un Rebe. Y yo eso no lo sé. En cuanto a jasid: hay una cosa que sí sé: no es ningún juego/acto. Un actor puede fingir muchas cosas, pero no un josid (un jasid real).

Finalmente, el Rebe Rashab aceptó participar del juego, y de aquel momento surgieron varias anécdotas que fueron recordadas más tarde, de las cuales se pueden aprender profundas enseñanzas sobre lo que significa ser un verdadero josid y un auténtico líder.

En otra ocasión, mientras jugaban en el patio, Zalman Aharon —mayor en años pero de menor estatura— metió a su hermano en un pequeño pozo y dijo:
“Ahora sí, yo soy más alto, como corresponde, porque soy el mayor.”
El padre los llamó, miró al hijo mayor y le dijo:
—Nunca te engrandezcas humillando al otro. Si querés ser más alto, súbete a una silla.

*

Ser “jasid” no es un papel que se actúa, sino una manera de vivir con verdad, entrega y sinceridad. Y ser “alto” no significa elevarse por encima de otros, sino crecer uno mismo —con esfuerzo, humildad y superación personal— sin que nadie tenga que caer para que nosotros ascendamos.


Fuente: Rab Gringlas, "Sipurei Hitvaaduyot"

En honor al Kinus Hashlujim 5786 - Shlujim y Hashgajá Pratit


Un relato acerca de una hashgajá pratit extraordinaria, del estilo que los shlujim de Jabad ven a menudo. Lo cuenta Rav Shlomo Wilhelm, Sheliaj del Rebe en Zhitómir, Ucrania.

La historia comienza en el año 5760 (2000). El rabino Wilhelm viajó a Londres por una celebración familiar, y allí la esposa de un conocido le pidió investigar las raíces de su familia en un pequeño y remoto poblado llamado Vetchoraishe.

Al regresar a Ucrania, viajó junto a su fiel asistente, el rabino Hirsh Shraivman. Hallaron el cementerio judío del poblado, documentaron los nombres familiares tal como se les había pedido, y entonces decidieron aprovechar y buscar si quedaban judíos allí. Un anciano campesino los guió hasta la casa de una mujer judía muy anciana.

En el patio encontraron a un joven y una joven —hermanos— junto a una bebé. Su abuela, enferma y en sus últimas horas, yacía dentro de la casa. Al oír al rabino hablarle en idish, la anciana recobró fuerzas y respondió con emoción, recordando conceptos judíos básicos que parecían adormecidos en su interior.Todo ese tiempo los nietos estaban asombrados ante la escena, mientras el rabino despertaba en ella recuerdos de conceptos judíos básicos, y ella le respondía con alegría. Al final de la visita el rabino les dejó material de lectura.

Esa misma noche el asistente del rabino llamó a los nietos, y escuchó que la abuela había fallecido poco tiempo después de que se fueron. Inmediatamente movilizó a todos los involucrados y se ocupó de que fuera enterrada acorde a la Halajá en el cementerio judío.

Pasaron seis años. El año es 5766 (2006). En la escuela de Jabad de Zhitómir se realizó un encuentro de mujeres relacionado con el tema de la Tefilá. La conferenciante, la Sra. Rivka Nimoi, de las familias de shlujim del lugar, expuso sobre el tema y luego preguntó si alguna de las presentes tenía alguna anécdota sobre una Tefilá que haya sido aceptada. 
Por un momento reinó silencio, y entonces, con cierta vacilación, se levantó una de las madres. Se presentó con su nombre, Natalia Pogoroy, madre de una niña nueva en los primeros grados, y comenzó a contar:

“Mi hermano y yo crecimos en el poblado de Vetchoraishe, donde vivía nuestra abuela. Nuestra madre falleció siendo joven, y nosotros fuimos criados en el regazo de la abuela. En el poblado casi no había judíos, y de la abuela no escuchamos ni una palabra acerca del judaísmo. Nosotros mismos apenas sabíamos algo sobre nuestra identidad judía, y seguro que no teníamos ni el más mínimo concepto sobre su significado.

La abuela, cuyo nombre era Betia Povoltzka, nacida en 1912, era una mujer buena y entregada. Vivió toda su vida entre gentiles y cristianos, quienes eran sus buenos amigos, y no parecía diferente de ellos. Con el paso del tiempo me mudé a vivir a otra ciudad, y allí me casé y nació esta niña. También entonces mantuvimos un cálido vínculo con la abuela, y procurábamos visitarla frecuentemente.

La abuela vivió largos años, pero en las horas previas a su fallecimiento ocurrió un acontecimiento sorprendente y asombroso, y sobre eso quiero contar.

Apenas podía hablar, hasta que de pronto nos miró y, con una fuerza sorprendente, nos dijo: ‘Toda mi vida oculté que somos judíos. Temía que nos vieran diferentes. Pero ahora les pido una sola cosa: entiérrenme sólo en un cementerio judío’.

Sus palabras —aunque eran un pedido— sonaban también como una plegaria profunda, como si su alma estuviera tratando de poner en orden lo más esencial antes de partir.

Al terminar sus palabras, la abuela guardó silencio. Era evidente que le había costado un gran esfuerzo, pero una serenidad estaba posada en su rostro, como si una pesada piedra hubiera sido removida de su corazón.

Salimos al patio a hablar del asunto y, como caído del cielo, entró un rabino (con barba y todo), desconocido, que pidió verla. 
En el primer momento estábamos seguros de que la abuela había invitado al rabino; pero cuando vimos su enorme emoción por su visita, entendimos que éramos testigos de una coincidencia rara y maravillosa.  Comprendimos que era una Providencia especial.
 
Menos de una hora después, la abuela falleció. Los hombres del rabino se ocuparon del entierro, y ella fue sepultada como judía, tal como deseó.

Aquello despertó en mí el interés por judaísmo. Avancé mucho desde entonces, y por eso inscribí a mi hija en esta escuela”.

Al escuchar el relato, el rabino Wilhelm quedó profundamente conmovido por ver cómo la Hashgajá Pratit lo había guiado años atrás para ayudar a una mujer judía a recibir Kvurá Israel —entierro judío— y, con ello, acercar a toda una familia de regreso al seno del Idishkait.

Fuente: Sijat Hashavua #1193

La historia nos recuerda lo que significa ser Sheliaj: no solo enseñar, dirigir o ayudar, sino estar exactamente en el lugar correcto, en el momento preciso, para revelar una chispa de Kedushá que parecía apagada. A veces un sheliaj viaja kilómetros por un detalle pequeño —un nombre en un cementerio, una visita inesperada— y sin saberlo, ese acto abre la puerta para que un alma judía cumpla su último deseo y que una familia entera vuelva a sus raíces.

El Rebe enseñó que ningún encuentro es casual. Cada viaje, cada conversación, cada paso que da un Sheliaj puede ser la pieza final en una historia oculta que Hashem preparó muchos años antes. Y cuando un Sheliaj hace su misión con amor y entrega, se convierte en el canal por el cual esa Providencia se revela claramente en este mundo.

El Rebe piensa en cada Sheliaj y Shlujá

Relato del Rab Daniel Levy, Sheliaj en Tucumán

En el verano argentino —enero y febrero de 1988— viajé junto con el rab Tzvi Grunblat a Nueva York. Solíamos viajar en esa época porque en Argentina era verano y aprovechábamos para reunir fondos. Pero ese año ocurrió algo totalmente inesperado: el fallecimiento de la Rebetzn. Estuvimos allí para la levayá y luego durante toda la shivá, y decidimos posponer nuestro regreso hasta después de esa semana.

El último día de la shivá, el Rebe repartió dólares, y tuvimos el mérito de pasar. Lo que ocurrió allí fue lo siguiente:

Estábamos en la fila, junto a cientos de personas, en la casa del Rebe. Delante de mí estaba el rab Tzvi Grunblat, y delante de él pasó una señora con su hija. Cada persona tenía apenas un instante: cruzar mirada con el Rebe, recibir el dólar y seguir. Sin embargo, alcancé a oír un breve intercambio de palabras entre el Rebe y aquella mujer, algo poco común, más aún siendo que el diálogo lo inició el Rebe.

Luego pasó Rab Tzvi. Recibió su dólar y, en cuestión de segundos, ya estaba avanzando para salir. Pero de pronto el Rebe lo llamó nuevamente. Le entregó un segundo dólar y le dijo: “Dos iz far Argentina” —“Este es para Argentina”.

Unos instantes después pasé yo y recibí mi dólar. Quedamos muy sorprendidos por ese dólar adicional y por el mensaje tan específico. Con Rab Tzvi llegamos a dos conclusiones (o escenarios) posibles:
o bien se acercaba una etapa de bendición y mejoras para Argentina,
o bien venían tiempos difíciles, y el Rebe estaba dando una fuerza y una Broje especial para poder atravesarlos.

La segunda opción resultó ser la correcta...

Al día siguiente viajamos de regreso y llegamos a Argentina un viernes por la mañana. Cuando fuimos al banco para cambiar unos cheques, nos encontramos con que había feriado bancario. Ese mismo lunes estalló una crisis inesperada —la crisis del dólar–austral— que nos hizo comprender, con absoluta claridad, las palabras del Rebe y el significado de aquel segundo dólar.

Así concluye la primera parte de la historia.

Segunda parte

Después de todo lo que ocurrió, me acerqué a la señora que había pasado antes que rab Tzvi G. y cuya interacción con el Rebe había llamado tanto la atención. Se la veía profundamente conmovida, como si hubiese vivido algo muy fuerte en esos breves instantes frente al Rebe.

Ella se presentó con voz temblorosa:
“Me llamo Bassi Garelik.”
Y continuó contándome:

“Mi esposo, el rab Gershon Mendel Garelik, y yo somos los shlujim enviados personal y directamente por el Rebe a Italia —a Milán— desde el año 5719 (1959). Desde el comienzo mismo de nuestro Shlijus hemos tenido el mérito de recibir del Rebe una guía muy especial, personalísima, más allá de lo que uno puede describir.

Con el correr de los años, Lubavitch creció —y Baruj Hashem sigue creciendo—. Cientos y cientos de shlujim fueron enviados por todo el mundo. El concepto mismo de shlijut se volvió global. Y mientras hacía la larga fila para recibir el dólar, me vino un pensamiento… quizás, con tanto crecimiento, con tantas personas, con tantos shlujim nuevos, el Rebe ya ni recuerde quién soy…”

Bassi respiró hondo. Sus ojos todavía estaban húmedos.

“Llegó mi turno. Recibí el dólar. Luego pasó mi hija. No le dijimos nada al Rebe, ni una palabra. Y de pronto el Rebe mira a mi hija y le dice:
Tu mamá piensa que no la reconozco…’

Con esas pocas palabras, el Rebe respondió exactamente al pensamiento que yo había tenido apenas segundos antes. En ese instante comprendí una vez más —y de una manera indescriptible— la grandeza del Rebe: su conexión con cada Sheliaj, su sensibilidad, su claridad, su amor. No importa cuántos shlujim haya en el mundo: cada uno es visto, reconocido y sostenido por el Rebe.”

La historia completa de Rosh Jodesh Kislev - Reeditada 5786

La Historia Completa de Rosh Jodesh Kislev (Reeditada 5786) by JasidiNews

jueves, 30 de octubre de 2025

El perdón que llegó del Cielo


Reb Iosef y su esposa no habían tenido el mérito de traer hijos al mundo. Él era un jasid fiel del Maguid de Kozhnitz, y cada tanto emprendía el viaje para ver a su Rebe. Sin embargo, pese a todas sus súplicas, nunca recibió de él una bendición por un hijo. En realidad, el Rebe jamás le dio respuesta alguna, ni afirmativa ni negativa.

Pero su esposa no se resignaba. Con lágrimas y desesperación le rogó:
—¡No regreses sin una Broje! ¡No te vayas del Rebe hasta que te prometa un hijo!

Fiel a su palabra, Iosef se presentó ante el Maguid y, con toda la fuerza que pudo reunir, exclamó:
—Mi querido Rebe, ¡no me moveré de aquí hasta merecer una Broje!

El Maguid guardó silencio. Su rostro se puso serio, inmóvil, como quien medita un asunto en profundidad. Finalmente, dijo:
—Si estás dispuesto a ceder a toda tu riqueza, te bendeciré con un hijo.

Reb Iosef quedó mudo. No podía decidir algo tan grande sin hablarlo con su esposa. Volvió a casa y le contó lo ocurrido. Ella respondió con determinación:
—Prefiero vivir en la pobreza antes que morir sin hijos. Dile al Rebe que aceptamos.

De regreso ante el Maguid, Iosef transmitió la decisión.
—En ese caso —dijo el Rebe—, viaja al Jozé de Lublin y haz todo lo que él te indique.

Sin demora, Reb Iosef emprendió el viaje. Al llegar, le relató al Jozé todo lo sucedido.
—Quédate aquí hasta que Hashem me ilumine sobre qué hacer —le dijo el Tzadik.

Pasaron algunos días, y finalmente el Jozé lo mandó llamar. Con voz suave pero firme le dijo:
—Cuando eras joven, estuviste comprometido con una joven muchacha. Rompiste el compromiso y la heriste profundamente. Ella nunca se recuperó de aquella herida, y tú jamás le pediste perdón. Aunque creas haber tenido razón, ese acto dejó una herida sin cerrar. Por eso no has sido bendecido con hijos, y hasta que no repares ese daño, del Shamaim no se te concederá descendencia.

—Esto es lo que debes hacer —continuó—: ahora mismo hay una feria en Balta. Si viajas allí, encontrarás a tu antigua prometida. Búscala y pídele perdón.

Resultó ser que el Jozé vio con suma claridad. En su juventud, los padres de Iosef lo habían comprometido con una joven llamada Esther Shifra. Pero al acercarse la fecha del casamiento, Iosef decidió que no era la pareja adecuada y se terminó casando con otra mujer, sin pedirle disculpas ni intentar enmendar lo hecho.

Reb Iosef viajó a Balta. Durante días recorrió las calles y el mercado preguntando a todo el que encontraba:
—¿Conocen a una mujer llamada Esther Shifra?
Pero nadie había oído hablar de ella.

Tres días antes de terminar la feria, los comerciantes ya desmontaban sus puestos, y Reb Iosef, desanimado, seguía sin hallarla. Caminaba sin rumbo cuando de pronto comenzó a llover. Primero unas gotas, luego una lluvia torrencial. Corrió a refugiarse bajo un techo en la tienda más cercana.

No era el único. Varias personas se apiñaron en su interior. Entre ellas entró una mujer joven, y Iosef, por recato, se hizo a un lado para dejarla pasar. Pero la mujer lo miró fijamente y, con voz temblorosa y herida, exclamó:
—¡Miren a este hombre! ¡Me abandonó en mi juventud, y aún hoy se aparta de mí!

Reb Iosef quedó paralizado. ¡Era ella, Esther Shifra! Todo lo que había pensado decir brotó de golpe: le pidió perdón una y otra vez, confesó su dolor y su remordimiento, y le contó que había venido desde lejos solo para apaciguarla. Las lágrimas que corrían por su barba eran testimonio de su sinceridad.

Ella guardó silencio por un momento. Luego, su expresión se suavizó.
—Estoy dispuesta a perdonarte —dijo—, pero con una condición.

—Iré donde sea, haré lo que me pidas —respondió Iosef—, mientras esté en mis posibilidades.

—Entonces viaja a Sovalk, donde vive mi hermano —continuó ella—. Es un hombre muy pobre. Dale doscientas monedas de oro como dote para que pueda casar a su hija, y te perdonaré.

Iosef calculó rápidamente que, vendiendo todo lo que poseía y sumando sus ahorros, podría reunir esa suma. Aceptó sin vacilar y regresó a su casa. En poco tiempo reunió el dinero y emprendió el camino a Sovalk.

Encontrar al hermano fue sencillo. Lo halló en una casa muy modesta y humilde, preocupado y abatido.
—¿Qué voy a hacer? —se lamentaba—. Se acerca la boda de mi hija y no tengo ni un peso para los gastos.

Reb Iosef colocó una bolsa en sus manos.
—Aquí tiene: doscientas monedas de oro. ¡Que celebre la boda con alegría y honor!

El hombre lo miró, atónito.
—¿Qué es esto? —preguntó incrédulo.

—No se preocupe —respondió Iosef—. El dinero es suyo. Su hermana Esther Shifra me pidió que se lo entregara. Estuve comprometido con ella hace muchos años, pero anulé de repente el compromiso. Hace unos días la encontré, le pedí perdón y me pidió hacer esto como condición para su perdón.

El hombre palideció.
— ¿Mi hermana? —dijo con voz quebrada—. ¡Mi hermana murió hace quince años! ¡Aquí mismo, en Sovalk! ¡Yo mismo la enterré!

Reb Iosef quedó sin aliento. Cuando logró reponerse, le contó toda su historia: el consejo del Maguid, las palabras del Jozé de Lublin, el viaje a Balta, su encuentro con Esther Shifra y su promesa de cumplir la condición.

El hermano lo escuchó maravillado. Al escuchar los detalles terminó diciéndole:
—La mujer que viste era, sin duda, mi hermana Esther Shifra.

Menos de un año después, Reb Iosef y su esposa fueron bendecidos con un hijo. Y todos los que los conocían compartieron su alegría, sabiendo cuánto habían esperado aquel milagro.


Fuente: Sijat Hashavua #999
*
Debemos cuidar de no dejar un corazón herido en nuestro camino, pues una sola lágrima puede cerrar las puertas del Shamaim. Pero también debemos saber que los Tzadikim, incluso después de su partida, trascienden todo límite y pueden traer reparación y luz allí donde el hombre ya no puede llegar. 

*
No hay herida más profunda que la de un corazón olvidado. Pero tampoco hay fuerza más grande que la de un tzadik, cuya luz rompe toda barrera para traer perdón y salvación.

Historias conmovedoras de los rehenes liberados recientemente

Historias conmovedoras del milagro reciente: el rescate sanos y salvos de todos los secuestrados que permanecían con vida
#3

Rom Braslavski y Segev Kalfon: Dos Neshamot que resistieron con fe

Rom Braslavski, quien fue secuestrado el 7 de octubre en el festival de música Nova, donde trabajaba como guardia de seguridad, estuvo cautivo por más de 730 días. Durante su cautiverio, fue encadenado de sus cuatro extremidades en una celda diminuta de un metro por un metro y sometido a inanición a lo largo de sus dos años de encierro. Fue presionado repetidamente para que se convirtiera al Islam a cambio de comida y comodidades básicas. Fue torturado, golpeado y sometido a un brutal abuso psicológico, pero se negó a rendirse. Durante dos años, se mantuvo firme.

“Lo que me sostuvo allí fue saber que soy judío”, dijo Braslavski. “Hamas nos hablaba sobre Mahoma, sobre que ellos eran la religión correcta. Un judío debe saber que está en un lugar grandioso, eso fue lo que me mantuvo.”

Al regresar con su familia, repetía una y otra vez: “Aní Iehudí! [¡Soy judío!]” Lo primero que pidió hacer en el hospital fue colocarse los tefilín y rezar.

“La fuerza que encontré allí”, dijo Braslavski, “provino de saber que todos a mi alrededor no eran judíos, y que la razón por la que estaba allí, la razón de todo lo que sufrí y sobrellevé, era porque soy judío.”

Por su parte, Segev Kalfon, de 27 años, también fue secuestrado por terroristas de Hamas en el mismo festival y fue mantenido en condiciones extremadamente duras, sufriendo severos abusos, hambre y trauma psicológico. Kalfon le contó a su familia que recitar el Shema Israel fue lo que lo sostuvo cuando toda esperanza parecía perdida.

Al ser liberado, su familia lo ayudó a colocarse un talit y una kipá antes de recitar la bendición de Matir Asurim —agradeciendo a Hashem por liberar a los cautivos—, seguida por el Shehejeianu. Más tarde, fue filmado rezando con talit y tefilín junto a su compañero de cautiverio liberado, Rom Braslavski.

*

Segev contó después que, durante su cautiverio, los terroristas de Hamas lo obligaban a presenciar el “espectáculo” que montaban cuando liberaban a otros rehenes: con escenario, focos y la ovación de los propios terroristas. “En esos momentos pensaba: ojalá yo fuera el próximo”, relató. Y compartió un sueño personal que tuvo entonces: "estar parado en ese mismo escenario y gritar con todas mis fuerzas: ¡Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad!"

Una historia impresionante ocurrida este Rosh Hashaná, 5786


La extraordinaria historia de una mujer cuya sincera tefilá fue respondida instantes después por la inesperada visita de un shliaj y su hijo autista, se ha vuelto viral en los últimos días.


En New City, Nueva York, en la tarde de Rosh Hashaná, una mujer se encontraba sola en su casa. Había crecido en un entorno religioso, pero con el paso del tiempo se fue alejando, poco a poco, del idishkait.

Al finalizar el día, se dio cuenta -con un sobresalto- de que ese año aún no había escuchado el shofar. Aunque antes no le había dado importancia, de repente sintió una profunda pérdida: sería el primer año de su vida sin oír el sonido del shofar.

Con el corazón oprimido, levantó los ojos y le habló a Hashem:
“Tú me conoces. Solía pasar horas en el shul durante Rosh Hashaná, pero nunca llegué a sentir verdadera cercanía contigo. Hoy tampoco la siento, pero quiero sentirla. Muéstrame un simán de que estás conmigo.”

Apenas unos instantes después, alguien golpeó la puerta.
En el umbral se encontraba un sheliaj del Rebe, acompañado por su hijo. Tras confirmar que ella era judía, el shliaj le preguntó si quería escuchar el shofar. La mujer aceptó sin dudarlo.

Mientras el shliaj tocaba los sonidos del shofar, notó que la mujer se conmovía profundamente. Al preguntarle qué la había emocionado tanto, ella respondió con lágrimas en los ojos:
“Hace apenas unos minutos le pedí a Hashem una señal… ¡y aquí estás tú!”

Esta vez, el sorprendido fue el propio shliaj.

El shliaj era Rav Sholom Ber Liberow, quien luego relató la otra parte de la historia:

“Mi hijo, Ari, que me acompañó aquel día a mivtzoim, tiene 23 años y nació con autismo. Durante muchos años no pudo hablar ni comunicarse.

Una semana antes de Rosh Hashaná, con la ayuda de Hashem, descubrimos un método que le permitió comenzar a comunicarse escribiendo en una computadora. Fue algo indescriptible, como si se abriera un mundo nuevo ante nosotros.

En Erev Rosh Hashaná, por primera vez en su vida, Ari escribió un Pan (pidión nefesh) al Rebe.”

Por supuesto, esa tecnología no puede usarse en Shabat ni en Iom Tov.

 “En Rosh Hashaná, después de la comida, noté que Ari quería decir algo. Alguien sugirió intentar comunicarnos con un sidur.
Tomé un sidur y, usando las letras del alef-bet, le pedí que me explicara qué quería decir.
 
Fue señalando las letras que formaban la palabra “Mivtzoim”.
Como shliaj del Rebe, comprendí enseguida que quería acompañarme a tocar el shofar para otros iehudim que aún no lo habían escuchado.
Ya era casi el final del día, pero tomé el shofar y salimos juntos.

Había oído hablar de una mujer en nuestra zona que había tenido una vida difícil y se había alejado del judaísmo. Me preocupaba que no quisiera recibirnos, pero el deseo de Ari fue tan fuerte que decidí seguirlo.”

Caminaron unos quince minutos, con Ari avanzando a paso rápido, hasta detenerse frente a aquella casa. Allí fue donde el rabino Liberow tocó el shofar para la mujer que los recibió con lágrimas y gratitud.

“No dimensioné la magnitud del momento hasta Hoshana Rabá, cuando un poilisher josid (jasid polaco) me preguntó emocionado si yo era el protagonista de la gran historia que todos estaban comentando. Al principio no entendí de qué hablaba… pero cuando me contó los detalles, me di cuenta de que efectivamente era nuestra historia. No imaginé el impacto que había tenido.”

Días después, la historia se hizo viral en redes y comunidades de todo el mundo.

Rav Liberow decidió entonces contárselo a Ari y entabló la siguiente comunicación con él:

“Ari —le dije—, en Rosh Hashaná, cuando me pediste hacer mivtzoim, ¿había algo detrás de tu pedido?"

Ari: Sí.
¿Qué era?

Ari: Sentí que la mujer de esa casa quería escuchar el shofar.

¿Cómo lo supiste?
Ari: No lo sé.

¿Sabías dónde vivía?
Ari: Sí.

¿Cómo?
(Ari cambió de tema): Quiero volver a casa, y después ir al shul.

“Toda esta nueva forma de comunicarnos con él es muy reciente”, explica el rabino Liberow. “Aún estamos asombrados. Descubrimos que Ari tiene una mente brillante y un conocimiento espiritual profundo. Lo que repite una y otra vez es su anhelo y deseo por la Gueulá.”

Finalmente, Rav Liberow compartió el mensaje que Ari pidió transmitir al mundo, deseando que llegue a todos los rincones:

“We want Moshiaj now"
[Queremos al Mashíaj ya.]

No podemos esperar más. עד מתי.

Dile al mundo que se prepare para recibir a Mashíaj Tzidkeinu
y que cada uno asuma su parte: hacer todo lo posible para traer la Gueulá ahora.”

Este mensaje debe llegar a todos los lugares del mundo.

Historias conmovedoras de los rehenes liberados recientemente

Historias conmovedoras del milagro reciente: el rescate sanos y salvos de todos los secuestrados que permanecían con vida

#2

Julie, la madre de Bar Kuperstein, uno de los rehenes liberados reciente y milagrosamente, habló el jueves con la Radio del Ejército (Galei Tzahal) sobre los horrores que su hijo soportó durante el cautiverio en la Franja de Gaza.

Describió una experiencia estremecedora de torturas y abusos, que incluyó hambre prolongada y golpizas repetidas. “Se sentó frente a mí y me contó todo, y yo solo lloré… al darme cuenta de cuán fuerte es. Volvió como un héroe.”

“Pasaron por abusos y torturas horribles. Los hicieron pasar hambre de una forma terrible; ni siquiera a los animales se los trata así.”

Agregó que Bar le contó: “Me golpeaban, pero no lo sentía, mi cuerpo estaba congelado.” Explicó que él se entrenó a sí mismo para desconectarse del dolor.

Bar le relató que los captores permanecían cerca, y que en ciertas horas encendían luces para enviarse señales. Bar comprendió que si la comida no llegaba en esos momentos, quizá no comería nada en todo el día. “Me dijo: ‘Ima, me acostumbré a vivir con muy poca comida.’ Cuando el estómago duele y no hay nada para comer, esos son momentos verdaderamente insoportables.”

La madre añadió que cada vez que algún miembro de Hamás moría o cuando la casa de un familiar suyo era atacada, los captores reaccionaban con violencia: “Venían y los golpeaban despiadadamente, torturándolos. Fueron momentos realmente terribles. Prefiero no entrar en detalles.”

Contó que su hijo eligió dormir la mayor cantidad de horas posible como mecanismo para sobrellevar la situación: “Dormía realmente muchas horas. Eso fue lo que lo mantuvo cuerdo.”

A pesar de las condiciones tan duras, Julie destacó el espíritu de su hijo de ayudar incluso en cautiverio: “Bar siempre ayudaba a los demás, es muy habilidoso. Reparó la electricidad, el baño, y una zanja de agua. Incluso creó un pequeño espacio dentro del túnel donde podían sentarse solos cuando las cosas se ponían difíciles.”

Contó también que durante el cautiverio, Bar decidió donar los 200 shekel que había dejado en su billetera en casa, como acto de Tzedaká para que Hashem lo salvara.

Durante el cautiverio, relató Julie, su hijo se acercó más a la religión y, al salir, lo primero que pidió fue un Tzitzit. “Me sorprendió. Siempre tuvo Emuná, era bastante tradicionalista (masortí), pero no así. Vio a los árabes rezar y ayunar, y pensó: si ellos lo hacen, él también debe acercarse al Bore Olam (Creador del mundo). Recitaba muchas veces el Shemá Israel, rezaba, y decía un capítulo de Tehilim que sabía de memoria. Tenía un diálogo con Hashem.


Uno de los momentos más emocionantes, hasta las lágrimas, fue su reencuentro con su padre, Tal Kuperstein. Tal quedó paralítico hace varios años tras un grave accidente de tránsito que lo dejó sin poder caminar ni hablar. Cuando su hijo fue secuestrado, prometió que volvería a ponerse de pie para recibirlo y abrazarlo. Y así fue: el día de Hoshaná Rabá, se levantó de su silla de ruedas y lo abrazó entre lágrimas, cumpliendo su promesa en medio de una escena de profunda emoción y fe.

Historias conmovedoras de los rehenes liberados recientemente

Historias conmovedoras del milagro reciente: el rescate sanos y salvos de todos los secuestrados que permanecían con vida

#1

Rev Avi Ohana, el padre de Yosef Jaim, que tuvo el mérito de ver a su hijo regresar del cautiverio, relata en una emotiva entrevista en Kan Morashá sobre el milagro inconcebible, la fuerza que provino de la Emuná y aquello que sostuvo a su hijo durante dos años en los túneles.

Iosef Jaim es egresado de las instituciones de Jabad en Kiriat Malají, y la comunidad de Jabad de la ciudad lo acompañó y alentó durante todo el proceso.

“Estoy en las nubes”, dijo Avi Ohana con voz temblorosa por la emoción. “Durante dos años no dormí del dolor, y ahora no duermo de la alegría. Este milagro es algo que está por encima de la naturaleza. Cuantos más días pasan, más comprendo su magnitud. Se cumplió el versículo: ‘Aunque camine en el valle de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo’.”

Cuando se le pide que cuente sobre el milagro, su voz se quiebra: “No se puede explicar. Solo digo ‘¡Gracias a Hashem!’ todo el día.”

Cuenta que, en cierto momento, su hijo fue bajado junto con otros siete secuestrados a un pozo angosto y profundo. “No podían sentarse, solo pararse y apoyarse contra la pared. No había oxígeno. Solo por eso, jas veshalom, podrían haberse muerto. Fue literalmente ‘Y Iosef fue arrojado al pozo’. Iosef en el pozo.”

Según sus palabras, solo quien tiene fe puede comprender la magnitud de la bondad divina: “Nos enfrentamos a descendientes de Amalek, al mal sin límites. Pero Hakadosh Baruj Hu, no nos abandonó. Como en Sdom: primero sacó a los justos, y luego destruyó la ciudad. Así también aquí: después de sacar a todos, veremos la venganza de Hashem.”

Sobre la pregunta de qué fue lo que lo sostuvo a Iosef Jaim durante el cautiverio, el padre dice: “Una sola cosa - la familia. El pensamiento en su padre, su madre, sus hermanos, sus amigos. Eso fue lo que le dio fuerza.”

Y relata un momento especialmente conmovedor: “Un día, Hamás les dio una pequeña radio para hacelos escuchar el Corán, y él logró [en cierto momento que estaban distraídos sus captores] captar la señal de Galéi Tzáhal (la radio del ejército israelí). De repente me oyó hablar. Se dijo a sí mismo: ‘¡Mi papá está vivo! ¡Me está esperando!’. Eso le dio una nueva vida.”

 * * *

Días antes de Sucot, cuando aún no se sabía nada oficialmente sobre el regreso de su hijo ni había señales concretas de esperanza, el padre, con fe simple y total emuná, fue y compró un set especial de Dalet Minim  para su hijo Iosef Jaim. Lo hizo con la firme convicción de que ese mismo Sucot podría entregárselo personalmente, y que su hijo tendría el mérito de recitar con sus propias manos la bendición sobre las 4 especies. Y así fue BH: la emuná pshutá de un padre judío se transformó en realidad.

Simjat Torá - Maise de las Hakafot con el Rebe

Cuenta Rab Levi Bukiet [Chicago, Illinois]:

A comienzos de la década de 1980 llegué a Brooklyn para pasar los últimos días de Sucot junto al Rebe. Era la mañana de Hoshaná Rabá. Esa mañana, el Rebe repartía el tradicional lekaj en su Sucá, y la gente hacía fila para recibir un pedacito y tener un breve encuentro con él.

Delante de mí en la fila estaba un joven vestido al estilo hippie: jeans gastados, camisa arrugada y una mata de cabello despeinado. Detrás de mí, un jasid de Satmer, un hombre distinguido, Rosh Yeshivá en la ieshivá de Satmar en Williamsburg.

Cuando el joven de aspecto descuidado se acercó, el Rebe le preguntó:
—¿Dónde vas a estar esta noche para las hakafot? —

El joven respondió:
—No tengo planes de ir a ningún lado, ni esta noche ni ninguna otra.

El Rebe le dijo con una sonrisa llena de calidez:
—Sería para mí un gran honor y privilegio si vinieras esta noche a las Hakafot conmigo, en el Shul.

El muchacho agradeció la invitación, pero no se comprometió.
—Lo voy a pensar —dijo, y se alejó.

Yo era el siguiente en la fila. Recibí mi lekaj del Rebe sin incidentes. Detrás mío venía el jasid de Satmar. Al acercarse al Rebe, me di vuelta y escuché cómo el Rebe se dirigía a él:

—Veo que te estás preguntando por qué insisto tanto con ese joven para que venga esta noche a las hakafot. ¿Qué conexión tengo yo con él?

Y continuó:
—La respuesta está claramente explicada en el Seifer "Tehilá leMoshé".

El Rebe hizo una pausa y agregó:
—¿Sabes a qué me refiero con Tehilá leMoshé?

El jasid respondió que no lo sabía.
El Rebe sonrió.
—¡Fue escrito por uno de tus Rebes!

El jasid, evidentemente intrigado, sólo pudo encogerse de hombros, sin entender.

Entonces el Rebe repitió:
—Te preguntas por qué le ruego a ese joven que venga esta noche. ¿Qué vínculo tengo yo con él?

Y comenzó a relatar la enseñanza en detalle. Hice un gran esfuerzo por escuchar y comprender, y más tarde la escribí de la mejor manera que recordaba.

[Antes que nada, una breve introducción: el libro Tehilá leMoshé fue escrito por Rab Moishe Teitelbaum, conocido como el Ismaj Moshe, quien vivió a comienzos del siglo XIX. Alumno del Jozé de Lublin, fue rabino en Przemysl y luego Rebe en Ujhely, Hungría. Sus descendientes se convirtieron en los grandes líderes jasídicos de las comunidades de Sighet y Satmar. La enseñanza que el Rebe mencionó proviene de su comentario sobre el Tehilim, Tehilá leMoshé.]

Esto fue lo que escuché decir al Rebe, de pie en la entrada de su sucá, dirigiéndose al Rosh Yeshivá de Satmer: 
“El Ismaj Moshé escribe una historia maravillosa, llena de detalles. 
Reb Itzikel de Drohovitch —padre del famoso Reb Mijel de Zlotchov, discípulo del Baal Shem Tov y del Maguid de Mezritch— tuvo una vez un encuentro con Rashi en los planos superiores, en el Shamaim.

Rashi le preguntó a Reb Itzikel: ‘¿Por qué hay tanto alboroto en lo Alto acerca de la grandeza de tu hijo? ¿Qué hizo Reb Mijel para merecer tanta alabanza?’

Reb Itzikel respondió: ‘Mi hijo estudia Torá con absoluta pureza Leshem Shamaim, solo por amor al Cielo. 
 
‘¿Pero acaso no hay muchos que hacen lo mismo?’, replicó Rashi, sin conformarse.

 ‘Mi hijo ayuna y se priva de los placeres del mundo.’

 ‘¿Acaso no hay muchos que también lo hacen?’

 ‘Mi hijo da grandes sumas de dinero a los pobres’, dijo Reb Itzikel.

Pero Rashi seguía sin estar satisfecho. ‘¿No hay muchos que hacen lo mismo?’, insistió.

Finalmente, Reb Itzikel respondió:

 ‘Mi hijo ha acercado a muchos judíos a su Padre en el Cielo. Ha transformado a muchos baalei teshuvá, haciéndolos retornar al servicio a Hashem.’”

“Cuando Rashi escuchó esa respuesta, quedó finalmente satisfecho. Comprendió por qué los ángeles en el cielo se maravillaban tanto de la grandeza de Reb Mijel.”

Durante todo el tiempo que el Rebe hablaba —unos pocos minutos—, el jasid de Satmar escuchó con gran respeto. Cuando el Rebe terminó, el jasid le agradeció y dijo suavemente en ídish:
— Ij hob guit farshtanen. —entendí muy bien.

Mientras se alejaba, el Rebe sonrió y le deseó:
—Gut Yom Tev, que tengas un buen Yom Tov.


Hay un pequeño epílogo a esta historia.

Después de que terminaban las hakafot formales en 770 y el Rebe se retiraba, muchos jasidim permanecían allí hasta el amanecer, bailando, cantando y celebrando la alegría de la Torá con el entusiasmo característico de los jasidim.

A la mañana siguiente, entre los presentes que seguían bailando, de pronto vi a aquel muchacho joven de ropa sencilla y cabello despeinado a quien el Rebe había invitado personalmente la tarde anterior.

Parece que, al final, no pudo resistir la invitación del Rebe.

---

Mensaje para nosotros, en vísperas de Simjat Torá:

Simjat Torá es el día en que no se estudia con la mente, sino que se baila con el alma. Bailamos con la Torá cerrada, sin abrirla, porque hoy la alegría no depende de cuánto sabemos ni cuán profundo comprendemos, sino de a quién pertenecemos. Cada judío, sabio o simple, estudioso o recién llegado, se une en un mismo círculo, abrazando la Torá y siendo abrazado por ella.

El Rebe nos enseñó con este gesto que la verdadera simjá —la alegría de Simjat Torá— está en invitar, en incluir, en despertar la chispa divina del otro. Así como Rashi se maravilló por aquel que acercó a otros a Di-s, también los ángeles se alegran cuando un judío logra que otro vuelva a bailar con la Torá.

Esta noche, cuando tomemos la Torá en nuestros brazos, recordemos que su grandeza no está en las letras que contiene, sino en la unión que provoca. La Torá es de todos, y cuando bailamos con ella, ella baila con nosotros.

Y este año, esa alegría de bailar todos juntos cobra un significado aún más profundo. Baruj Hashem, vimos el milagro del regreso de los secuestrados a sus hogares en Eretz Israel. Vuelven a abrazar a sus familias, y también ellos podrán volver a bailar y alegrarse con la Torá.

Que sus lágrimas se transformen en danzas, y sus heridas en pasos de esperanza. Que el corazón de todo Am Israel lata como uno solo, en una sola ronda de fe y de unidad.

Porque en Simjat Torá, literalmente, bailamos todos juntos: un solo pueblo, con una sola Torá y un solo corazón.

Y que esta alegría compartida sea la preparación y el anticipo del baile más grande de todos: ¡el baile con la Torá que nos transmitirá Mashíaj Tzidkeinu, pronto, en nuestros días, en Yerushalaim Ir HaKodesh!

Sucot - Una Mitzvá Costosa – Un maise del Rebe de Berditchev

Era víspera de Sucot en la santa ciudad de Berditchev, y todos estaban realmente preocupados. ¡Sucot está por llegar — y no hay ni un solo Etrog en toda la ciudad!

Los yehudim iban de casa en casa, buscando, preguntando, pero nada. Finalmente, fueron al Rebe, el santo Tzadik, Reb Levi Itzjak de Berditchev, y le contaron la situación.

El Rebe les dijo:
“Vayan, hijos míos, párense en el cruce del camino, a la entrada de la ciudad. Quizás Di-s mande a alguien con un Etrog.”

Y así fue. No pasó mucho tiempo y una carreta pasó por la ruta. En ella iba un judío sencillo, con un rostro iluminado y un Etrog hermoso, perfecto, brillante — un Etrog Mehudar.

Los jasidim lo llevaron ante el Rebe, quien lo recibió con su sonrisa cálida y le rogó:
“Por favor, quedate acá en Berditchev para el Jag. Si nos prestás tu Etrog, vas a permitir que toda la comunidad, y también yo, podamos cumplir con la Mitzvá.”

El yehudí lo miró con respeto, pero dijo:
“Rebe, yo estoy camino de regreso a casa, a pasar Yom Tov con mi familia. Es la alegría del año, ¿cómo puedo dejar a mi esposa e hijos?”

El Rebe le prometió brojes: riqueza, hijos, todo lo bueno. Pero el hombre sonrió y contestó:
“Rebe, boruj Hashem, tengo de todo. Una linda familia, amplio sustento. No necesito nada.”

Entonces el santo de Berditchev le dijo con voz dulce pero firme:
“Escuchame. Si me hacés este favor, te doy mi parte en el Olam Habá — mi porción en el Mundo Venidero.”

El hombre se quedó helado. La parte del Rebe de Berditchev en el Olam Habá... ¡eso no era poca cosa! Inmediatamente aceptó quedarse.

La noticia se extendió por toda la ciudad. Qué alegría, qué simjá! El Rebe tendría un Etrog, Berditchev tendría los Arba Minim.

Pero el Rebe hizo algo extraño. Mandó un mensaje secreto a todos los jasidim:
“Escuchen bien. Durante el Yom Tov, nadie debe dejar que este huésped coma en su Sucá.”

Nadie entendió nada. Pero cuando el Rebe de Berditchev da una orden, no se pregunta — se cumple.

Llegó la primera noche de Sucot. El yehudí volvió del shul, feliz, listo para hacer Kidush en la Sucá. En la casa donde se hospedaba encontró todo preparado: vino, jalot, velas... pero la mesa estaba adentro.

Se asomó al patio — y vio una Sucá hermosa, con el sjaj bien puesto, y su anfitrión con la familia comiendo alegres.
Golpeó la puerta:
“¿Puedo pasar? Quiero hacer Kidush en la Sucá.”
El dueño lo miró apenado y dijo: “Perdón... pero está Sucá es privada, no puedo dejarte entrar.”

“¿Por qué?” — preguntó — pero no hubo respuesta.

Fue a otra casa, y a otra. En cada una, la misma escena: los yehudim en sus Sucot, cantando beSimjat Jag, y él afuera, rogando:
“¡Déjenme entrar, aunque sea un momento, para cumplir la Mitzvá!”
Y en cada casa, la misma negativa silenciosa.

Desesperado, corrió al Rebe.
“Rebe, ¿qué está pasando? ¿Por qué nadie me deja entrar a una Sucá?”

El Rebe lo miró con ojos llenos de compasión y le dijo suavemente:
“Si renunciás a reclamar mi parte en el Olam Habá, daré la orden para que te dejen entrar.”

El hombre se quedó mudo.
Por un lado — la promesa del Rebe de Berditchev, una parte en el Mundo Venidero.
Por otro lado — una Mitzvá: comer en una Sucá.

Pensó unos momentos… y el corazón del píntele id decidió.
Dijo:
“Rebe, cedo al trato. No quiero su parte en el Olam Habá. Prefiero cumplir la Mitzvá de la Sucá.”

El Rebe le pidió confirmar con un apretón de manos. Lo hizo.
Y apenas lo hizo, el Rebe mandó avisar a toda la ciudad:
“Ahora pueden dejarlo entrar.”

Esa noche, el id comió en la Sucá, con una alegría que venía del alma.

Cuando terminó Yom Tov, el Rebe lo mandó a llamar.
Le dijo:
“Querido, ahora te devuelvo la promesa. Quise enseñarte que el Olam Habá no se compra con un trato fácil. Tenías que ganártelo. Por eso te puse a prueba. Y ahora que mostraste cuánto estás dispuesto a sacrificar por cumplir una Mitzvá, realmente merecés compartir mi parte en el Mundo Venidero.”

*

Sucot es la fiesta del Bitul, de entregarse completamente a Hashem.
Por eso la Mitzvá de la Sucá es tan especial: no se cumple con una parte del cuerpo, ni con la mente o el corazón — entero el yehudí entra en la Mitzvá. Todo el cuerpo, toda la persona, está rodeada por la kedushá de la Sucá.

Y eso mismo quiso enseñar el Rebe de Berditchev:
Que el verdadero Olam Habá —la verdadera recompensa— no se gana con un trato o una promesa, sino con mesirut nefesh, con esa decisión interior de decir:
“Rebe, no me importa el Mundo Venidero; yo quiero hacer la voluntad de Hashem, ahora.”

Ese instante, cuando un yehudí elige la Mitzvá por encima de todo cálculo, es el momento en que su neshamá brilla con la luz del Olam Habá mismo.

Por eso el Rebe le devolvió la promesa: porque ya no la necesitaba. Al renunciar a ella por amor a Hashem, se la ganó de verdad.

Y esta enseñanza es eterna.
Cada Sucot, cuando entramos a la Sucá, recordamos que no hay muro entre nosotros y Di-s. Nos sentamos bajo el sjaj, cubiertos con fe simple, y decimos:
“Riboino shel Oilom, no quiero premios ni recompensas. Quiero estar Contigo. Quiero cumplir Tu voluntad, así como soy, con todo mi ser.”

Esa es la simjá de Sucot: la alegría de pertenecer completamente a Hashem.

domingo, 12 de octubre de 2025

13 de Tishrei - Iom Hilula Rebe Maharash


Cierta vez llegaron al Rebe Maharash dos jasidim de Nevel.
El primero era un lamdán, un gran estudioso, mientras que el segundo era un poshuter id, un hombre simple.

Cuando entró el talmid jojom a yejidus, el Rebe sólo le dijo una instrucción breve:
“Cuando hagas Davenen, toma un Sidur y lee de adentro.”

Al joven erudito le resultó extraña la indicación. Le dijo al Rebe que, según su parecer, si se envuelve en el Talis y reza con los ojos cerrados, logra mucha más kavaná (concentración).

“¡Shoite! —le dijo el Rebe Maharash— ¿Dé que kavaná estás hablando? ¿De decir 'Haleluká' a una viga del techo?”

El jasid no comprendió del todo a qué se refería el Rebe, y tampoco los ancianos jasidim supieron explicarlo. Pero después de un tiempo, se le vino a la memoria un episodio: un día que hizo Tefilá en cierto Shul, estaba como paseando de una punta a la otra del Shul mientras rezaba, y notó una gran viga que atravesaba toda la sala. En ese instante, comenzó un "Haleluka" justo al inicio de la viga para terminarlo exactamente donde esta concluía… Entonces entendió: el Rebe le había aludido aquel episodio. Su rezo, sin leer las palabras de un Sidur, había terminado siendo dirigido —literalmente— hacia una viga.

Luego entró a yejidus el segundo jasid, el hombre simple. El Rebe le indicó que, en cada momento libre del día, estudiara el Tanaj con traducción al idish ("Tzeeno Ureeno"). El jasid aceptó con simplicidad y fidelidad total. En cada viaje, entre negocio y negocio, en cada instante disponible, leía el Tanaj con su traducción.

Una noche de invierno crudo, regresó tarde a su casa. Se quitó el abrigo de piel y, sin pensar, lo soltó sobre la cuna de su hijo. Se sentó a conversar con su esposa sobre los sucesos del día. Al rato, fue a ver al bebé… y, para su horror, encontró al niño sin respirar, asfixiado bajo el abrigo (ר"ל).

Desesperados, intentaron reanimarlo, pero no había señal de vida. La esposa salió corriendo a buscar ayuda, y cuando regresó, encontró a su marido sentado, jugando felizmente con el niño, que estaba vivo.

Asombrada, le preguntó qué había sucedido. El jasid explicó:
“Últimamente estuve leyendo en el Tanaj —como el Rebe me indicó— y justo leí el relato de Elishá y el hijo de la Shunamit. Entonces hice lo mismo: me tendí sobre el cuerpo del niño, le soplé… y volvió a la vida.”

En ese momento todos comprendieron la enseñanza del Rebe Maharash.
El lamdán, con toda su sabiduría, había cuestionado la indicación del Rebe.
Pero el poshuter id, con su fe simple y total tmimut, cumplió las palabras del Rebe sin dudar —y en ese mérito vio un milagro manifiesto.

*
La verdadera grandeza de un jasid no está en cuánto sabe, sino en cuánto confía y cumple las palabras de su Rebe con fe simple y total.

El lamdán entendió con la mente; el simple cumplió con el corazón, y el corazón trajo la vida.

*
Y para relacionarlo con Sucot:
Hay sólo dos Mitzvot que se cumplen con todo el cuerpo, que envuelven a la persona por completo: la Sucá y la Mikve.
En ambas se expresa el mismo concepto: Bitul —anulación total ante Hashem—, entregarse y sumergirse por encima de toda lógica o entendimiento.

Así como el poshuter id cumplió la indicación del Rebe sin analizar ni cuestionar, simplemente confiando, así también en Sucot entramos a la Sucá con fe simple, sabiendo que estamos bajo la “sombra de la Shejiná”.

Fuente: "Shmuot Vesipurim", Reb Refoel Kahn

6 de Tishrei - Iortzait Rebetzn Jana ע"ה


Reb Berel Yunik y su familia mantuvieron una relación muy cercana con la Rebetzn Jana, vínculo que se había forjado en Rusia. El Rabino Yunik tuvo el mérito de asistir en Beis Harav durante muchos años, lo que profundizó aún más esa conexión.

Cuando los líderes de la clandestinidad jasídica decidieron ayudar a la Rebetzn Jana a escapar de la opresiva Unión Soviética para reunirse con su familia en Nueva York, comenzó un viaje largo y complicado que la llevaría desde Alma-Ata hasta Estados Unidos.

Una de las figuras clave en este proceso fue la Sra. Sarah Katzelenboigen (Kazen), conocida cariñosamente como “Mumme Soreh”, hermana del Rabino Yaakov Yosef Raskin y destacada líder del movimiento clandestino de escape. Ella acompañó a la Rebetzn en parte del trayecto en territorio soviético, llegando incluso a distraer a todo el vagón para evitar que alguien se dirigiera a “la señora de la punta”. En aquellos días, el apellido Schneerson era considerado extremadamente peligroso, por lo que cada detalle debía cuidarse al máximo.

Al llegar a la ciudad fronteriza de Lvov, los organizadores comenzaron las gestiones para lograr sacar a la Rebetzn de Rusia, utilizando el método que pasaría a la historia como la “gran fuga de los eshalonen”: Tras la guerra, el gobierno soviético permitió que refugiados polacos regresaran a su país, que también era parte del bloque comunista. Los pasaportes de la época no tenían foto ni visas de entrada o salida, por lo que el plan consistía en introducir pasaportes usados desde Polonia y reutilizarlos para otros. Así, miles de jasidim lograron salir de Rusia en tren, a veces en grupos de quinientas personas o más.

Los organizadores emparejaban cuidadosamente pasaportes con familias que coincidieran en número y edades, combinando o separando grupos según fuera necesario para salvar al mayor número posible de personas. Para la Rebetzn Jana, consiguieron el pasaporte de una mujer mayor con un hijo adulto. Como “hijo”, eligieron al joven Berel Yunik, que no solo era cortés y de buen carácter, sino que sería un digno acompañante para la Rebetzn en tan delicado viaje. Él y su hermana, Etta Yurkowitz, la asistieron durante el trayecto.

Gracias a este pasaporte, el Rabino Berel Yunik salió de Rusia como si fuera el “hijo” de la Rebetzn Jana. Desde entonces, tanto el Rebe como la Rebetzin se referían a él con afecto como el “hermano menor” del Rebe. En una ocasión, la Rebetzn Jana incluso le preguntó al Rebe: “Vos majt di yunger bruder?” – “¿Cómo está el hermano menor?”.

Además de salvar su propia vida, la Rebetzn Jana tuvo la valentía de llevar consigo, en ese mismo viaje, los escritos de su esposo — Rabí Levi Itzjak Schneerson— redactados durante su exilio en Kazajistán. Gracias a que ella los preservó y sacó clandestinamente de la URSS, hoy estos manuscritos están publicados y accesibles para todo el que desea estudiarlos y nutrirse de la profundidad de su Torá.

Después de salir de Rusia, la Rebetzn Jana residió en el campo de desplazados de Poking, Alemania, donde gran parte de los residentes eran jasidim de Jabad. Desde allí viajó a París, donde el Rebe mismo la acompañó de regreso a Estados Unidos. El Rebe había llegado a París en Adar de 5707 (1947) y permaneció allí hasta poco después de Shavuot, hasta obtener la documentación necesaria para su madre. Durante su estadía, el Rebe se reunía con ella todos los días, la acompañaba en sus paseos y siempre le sostenía la puerta al entrar y salir de los edificios. Era evidente el profundo respeto y amor que sentía por ella.

El Rabino Berel Yunik, en cambio, permaneció en Europa, estudiando en la Yeshivá de Brunoy hasta que pudo obtener sus propios documentos. Finalmente llegó a Estados Unidos en 5709 (1949). Apenas llegó, el Rebe le transmitió que su madre deseaba verlo. Esa visita fue el comienzo de una relación estrecha y continua.

Reb Berel solía pasar a ayudar a la Rebetzn cuando necesitaba asistencia, especialmente en los preparativos para Yom Tov. También la visitaba cada viernes por la noche y en las noches de Yom Tov después de la tefilá. Esta relación se mantuvo incluso después de que se casó, y cuando sus hijos crecieron lo suficiente, comenzó a llevarlos consigo a visitar a la Rebetzn Jana.

Ella sentía un orgullo inmenso por su hijo, el Rebe. En una ocasión le expresó:
“איר ווייסט נישט וואס איר פארמאגט; איך זאג דאס נישט ווייל איך בין א מאמע נאר ווייל אזוי איז דאס.”
—“No saben lo que tienen. No lo digo porque soy su madre, sino porque esa es la realidad.”

El legado de la Rebetzn Jana es de coraje, Emuná y dedicación absoluta. Gracias a su sacrificio y su amor por la Torá y por su familia, hoy podemos estudiar las enseñanzas de su esposo y continuar transmitiendo la luz de Jasidus al mundo entero.

Carta del Rebe traducida para Rosh Hashana 5786

Carta Rebe traducida Rosh Hashana 5786 by JasidiNews

jueves, 25 de septiembre de 2025

El nene que nació de las Tekiot del Rebe

En la década de 1950, un hombre llamado Jaím (nombre ficticio) pidió a una familia de Crown Heights si podían alojarlo para los Iamim Noraim. No era un pedido cualquiera: llevaba nueve años casado, sin hijos, y su corazón anhelaba una Broje. Sabía que el Rebe de Lubavitch rezaba antes de tocar el Shofar por todos los que le habían pedido Brajá, y Jaím quería estar allí, lo más cerca posible, para recibir la suya.

Sus anfitriones le recomendaron llegar muy temprano a la Tefilá, para conseguir un buen lugar. Así lo hizo: se paró en un sitio privilegiado, muy cerca del lugar del Rebe, y esperó en silencio.

Finalmente, llegó el momento. El Rebe se acercó a la Bimá, con varios shofarot en la mano. Su rostro estaba serio, concentrado. Comenzó a recitar el capítulo 47 de Tehilim siete veces, como es costumbre antes del toque del shofar. Jaím dijo cada palabra junto al Rebe, con profunda kavaná. El Shul estaba en absoluto silencio; todos los ojos fijos en el Rebe, todos los pensamientos puestos en el éxito del toque del shofar.

El Rebe recitó las Brojes tomó el primer shofar… y lo alzó a sus labios. Silencio. Nada.
Tomó otro shofar. Otra vez, nada.
Un tercer shofar. Nuevamente, ningún sonido.

La tensión en el lugar era palpable. Los corazones de todos comenzaron a latir más rápido. Nunca había pasado algo así. Jaím, parado cerca, sentía que todo su futuro dependía de ese momento. Él y su esposa esperaban un hijo hacía nueve años. Todas sus esperanzas estaban puestas en el mérito del shofar del Rebe.

El Rebe probó shofar tras shofar. Ninguno sonaba. La angustia crecía.

Y entonces, en medio de esa tensión, Jaím tuvo un pensamiento que le atravesó el corazón:
“Tal vez mi intensa concentración, mi pedido tan personal, está bloqueando el sonido. Tal vez debo ceder.”
En un instante, levantó su corazón al Creador y dijo:
“Riboino Shel Oilom, renuncio a mi pedido personal. No pienso en mí. Solo quiero que el shofar suene, por el bien de toda la congregación.”

En ese mismo momento, el Rebe tomó otro shofar… y esta vez sonó. Cada tekiá, cada shevarim, cada teruá — claros, potentes, perfectos. Jaím rompió en llanto. Un llanto desconsolado.

Un año después, él y su esposa fueron bendecidos con un hijo. Y algunos años más tarde, Jaím trajo a ese niño a 770, Motzaei Yom Tov, para recibir un poco de vino de Kos Shel Broje, de la copa del Rebe.

La fila era larga. Nadie conocía su historia. Cuando llegó su turno, tuvo apenas un segundo frente al Rebe. El Rebe lo miró, miró al pequño niño, y le preguntó:
איז דאס דער קינד פון די תקיעות?
“¿Es este es el hijo de las Tkies (del toque del shofar)?”

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Nuestros Rebes enseñan que el shofar representa el grito del alma, el clamor más profundo y despojado de palabras. Cuando Jaím soltó su propio pedido y pensó en el bien de todos, hizo un acto de mesirat nefesh —entregó su voluntad. Y esa entrega abrió los canales para que el shofar pudiera sonar. A veces, el camino para recibir nuestras bendiciones es justamente dejar de pensar en nosotros mismos, y conectar con algo más grande que nuestro propio deseo.



Fuente: Yerajmiel Tilles. Oído de boca de la familia que hospedó a Jaim.

©JasidiNews 
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Las Kavanot de Reb Wolf Kitzes en las Tekiot

Reb Wolf Kitzes era quien tocaba el Shofar en el minián del Baal Shem Tov. Un año, antes de Rosh Hashaná, el Baal Shem Tov le enseñó a Reb Wolf las profundas kavanot (meditaciones cabalísticas y jasídicas) en las que debía concentrarse al tocar el shofar. Reb Wolf las escribió para poder recordarlas, pero perdió el papel.

Ese Rosh Hashaná, al llegar el momento de las Tekiot, Reb Wolf tocó el shofar con el corazón completamente quebrado, derramando muchas lágrimas. Después de la Tefilá, le contó al Baal Shem Tov que no había tenido en mente ninguna de las elevadas kavanot, y temía que quizás las tekiot no hubieran logrado el efecto espiritual que debían lograr.

El Baal Shem Tov le respondió que él mismo había provocado que Reb Wolf perdiera el papel, pues deseaba que tocara el shofar con un corazón quebrantado. El Baal Shem Tov explicó:

 “Las Kavanot son como llaves que abren las cerraduras de los cielos —cada kavaná abre otra cerradura—. Pero un corazón quebrado es como un hacha que derriba todas las puertas y todas las cerraduras. Tus tekiot, tocadas con ese corazón quebrado, ascendieron directamente a los cielos y lograron todo lo que debían lograr.”

De aquí aprendemos que es bueno tener un corazón quebrantado en Rosh Hashaná. Tal como dice la Guemará: "Año en el que el Am Israel se siente pobre al comienzo — será un año próspero en su final” (Rosh Hashaná 16b).

Y como decía el Rebe de Kotzk: 
 *אין דבר שלם יותר מלב שבור
“No hay nada más completo que un corazón quebrado.”

El corazón quebrado no es un final, sino el comienzo de una conexión más profunda. Cuando uno se para en Rosh Hashaná con humildad, con la sensación de que necesita a Hashem para todo, justamente en ese estado se encuentra su mayor plenitud. Es allí cuando nuestras tekiot, nuestras tefilot, y nuestras buenas resoluciones rompen todas las barreras y llegan directo al כסא הכבוד.

El mashal del castor - Teshuvá

En un Farbrenguen oí el siguiente Mashal:

Se cuenta que el castor, cuando regresa a su madriguera, tiene una costumbre fija: nunca busca un nuevo trayecto, sino que vuelve exactamente por las huellas por las que vino. Los cazadores conocen bien este instinto. Colocan la trampa justo en ese sendero marcado.

Y así ocurre: el castor, al aproximarse, percibe el peligro. Comienza a gemir y llorar, porque sabe qué lo espera. Sin embargo, a pesar del llanto, no cambia su rumbo: sigue caminando exactamente por la misma senda, hasta caer en la trampa que lo atrapa.

Así también sucede con una persona que reconoce sus faltas, incluso llora por ellas, siente amargura y se apena por su situación… pero, al llegar el momento de actuar, vuelve a andar por el mismo camino de siempre. ¿De qué sirve el llanto si no va acompañado de un cambio real?

El llanto sincero tiene sentido solo si lleva a la Teshuvá práctica: alterar el sendero, tomar una resolución distinta, cambiar la conducta. De lo contrario, es como las lágrimas del castor: conmovedoras, pero sin fuerza para salvarlo de la trampa.

💪Bepoel Mamash:

1. El llanto es el comienzo, no el final.
   Sentir dolor por una falta es positivo: es señal de que la Neshamá está despierta. Pero debe ser el motor para un paso nuevo, no un círculo cerrado de sentimientos.

2. Romper la costumbre.
   Igual que el castor, nuestra fuerza más grande y también más peligrosa es la costumbre. La teshuvá empieza cuando me atrevo a dar un paso distinto al de “siempre”.

3. Pequeños desvíos cambian destinos.
   No hace falta transformar toda la vida de un día para otro. Basta cambiar un detalle en la rutina: hacer la Tefilá con un sidur en vez de de memoria, decir un capítulo de Tehilim antes de dormir, frenar la lengua en un comentario… Eso ya es salirse de la “huella” que lleva a la trampa.


[Fuente: Mashal citado en Sforim en nombre del Beis Avrohom de Slonim. Beis Avrohom Parshat Beshalaj, pág, 78]