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domingo, 12 de octubre de 2025

13 de Tishrei - Iom Hilula Rebe Maharash


Cierta vez llegaron al Rebe Maharash dos jasidim de Nevel.
El primero era un lamdán, un gran estudioso, mientras que el segundo era un poshuter id, un hombre simple.

Cuando entró el talmid jojom a yejidus, el Rebe sólo le dijo una instrucción breve:
“Cuando hagas Davenen, toma un Sidur y lee de adentro.”

Al joven erudito le resultó extraña la indicación. Le dijo al Rebe que, según su parecer, si se envuelve en el Talis y reza con los ojos cerrados, logra mucha más kavaná (concentración).

“¡Shoite! —le dijo el Rebe Maharash— ¿Dé que kavaná estás hablando? ¿De decir 'Haleluká' a una viga del techo?”

El jasid no comprendió del todo a qué se refería el Rebe, y tampoco los ancianos jasidim supieron explicarlo. Pero después de un tiempo, se le vino a la memoria un episodio: un día que hizo Tefilá en cierto Shul, estaba como paseando de una punta a la otra del Shul mientras rezaba, y notó una gran viga que atravesaba toda la sala. En ese instante, comenzó un "Haleluka" justo al inicio de la viga para terminarlo exactamente donde esta concluía… Entonces entendió: el Rebe le había aludido aquel episodio. Su rezo, sin leer las palabras de un Sidur, había terminado siendo dirigido —literalmente— hacia una viga.

Luego entró a yejidus el segundo jasid, el hombre simple. El Rebe le indicó que, en cada momento libre del día, estudiara el Tanaj con traducción al idish ("Tzeeno Ureeno"). El jasid aceptó con simplicidad y fidelidad total. En cada viaje, entre negocio y negocio, en cada instante disponible, leía el Tanaj con su traducción.

Una noche de invierno crudo, regresó tarde a su casa. Se quitó el abrigo de piel y, sin pensar, lo soltó sobre la cuna de su hijo. Se sentó a conversar con su esposa sobre los sucesos del día. Al rato, fue a ver al bebé… y, para su horror, encontró al niño sin respirar, asfixiado bajo el abrigo (ר"ל).

Desesperados, intentaron reanimarlo, pero no había señal de vida. La esposa salió corriendo a buscar ayuda, y cuando regresó, encontró a su marido sentado, jugando felizmente con el niño, que estaba vivo.

Asombrada, le preguntó qué había sucedido. El jasid explicó:
“Últimamente estuve leyendo en el Tanaj —como el Rebe me indicó— y justo leí el relato de Elishá y el hijo de la Shunamit. Entonces hice lo mismo: me tendí sobre el cuerpo del niño, le soplé… y volvió a la vida.”

En ese momento todos comprendieron la enseñanza del Rebe Maharash.
El lamdán, con toda su sabiduría, había cuestionado la indicación del Rebe.
Pero el poshuter id, con su fe simple y total tmimut, cumplió las palabras del Rebe sin dudar —y en ese mérito vio un milagro manifiesto.

*
La verdadera grandeza de un jasid no está en cuánto sabe, sino en cuánto confía y cumple las palabras de su Rebe con fe simple y total.

El lamdán entendió con la mente; el simple cumplió con el corazón, y el corazón trajo la vida.

*
Y para relacionarlo con Sucot:
Hay sólo dos Mitzvot que se cumplen con todo el cuerpo, que envuelven a la persona por completo: la Sucá y la Mikve.
En ambas se expresa el mismo concepto: Bitul —anulación total ante Hashem—, entregarse y sumergirse por encima de toda lógica o entendimiento.

Así como el poshuter id cumplió la indicación del Rebe sin analizar ni cuestionar, simplemente confiando, así también en Sucot entramos a la Sucá con fe simple, sabiendo que estamos bajo la “sombra de la Shejiná”.

Fuente: "Shmuot Vesipurim", Reb Refoel Kahn

6 de Tishrei - Iortzait Rebetzn Jana ע"ה


Reb Berel Yunik y su familia mantuvieron una relación muy cercana con la Rebetzn Jana, vínculo que se había forjado en Rusia. El Rabino Yunik tuvo el mérito de asistir en Beis Harav durante muchos años, lo que profundizó aún más esa conexión.

Cuando los líderes de la clandestinidad jasídica decidieron ayudar a la Rebetzn Jana a escapar de la opresiva Unión Soviética para reunirse con su familia en Nueva York, comenzó un viaje largo y complicado que la llevaría desde Alma-Ata hasta Estados Unidos.

Una de las figuras clave en este proceso fue la Sra. Sarah Katzelenboigen (Kazen), conocida cariñosamente como “Mumme Soreh”, hermana del Rabino Yaakov Yosef Raskin y destacada líder del movimiento clandestino de escape. Ella acompañó a la Rebetzn en parte del trayecto en territorio soviético, llegando incluso a distraer a todo el vagón para evitar que alguien se dirigiera a “la señora de la punta”. En aquellos días, el apellido Schneerson era considerado extremadamente peligroso, por lo que cada detalle debía cuidarse al máximo.

Al llegar a la ciudad fronteriza de Lvov, los organizadores comenzaron las gestiones para lograr sacar a la Rebetzn de Rusia, utilizando el método que pasaría a la historia como la “gran fuga de los eshalonen”: Tras la guerra, el gobierno soviético permitió que refugiados polacos regresaran a su país, que también era parte del bloque comunista. Los pasaportes de la época no tenían foto ni visas de entrada o salida, por lo que el plan consistía en introducir pasaportes usados desde Polonia y reutilizarlos para otros. Así, miles de jasidim lograron salir de Rusia en tren, a veces en grupos de quinientas personas o más.

Los organizadores emparejaban cuidadosamente pasaportes con familias que coincidieran en número y edades, combinando o separando grupos según fuera necesario para salvar al mayor número posible de personas. Para la Rebetzn Jana, consiguieron el pasaporte de una mujer mayor con un hijo adulto. Como “hijo”, eligieron al joven Berel Yunik, que no solo era cortés y de buen carácter, sino que sería un digno acompañante para la Rebetzn en tan delicado viaje. Él y su hermana, Etta Yurkowitz, la asistieron durante el trayecto.

Gracias a este pasaporte, el Rabino Berel Yunik salió de Rusia como si fuera el “hijo” de la Rebetzn Jana. Desde entonces, tanto el Rebe como la Rebetzin se referían a él con afecto como el “hermano menor” del Rebe. En una ocasión, la Rebetzn Jana incluso le preguntó al Rebe: “Vos majt di yunger bruder?” – “¿Cómo está el hermano menor?”.

Además de salvar su propia vida, la Rebetzn Jana tuvo la valentía de llevar consigo, en ese mismo viaje, los escritos de su esposo — Rabí Levi Itzjak Schneerson— redactados durante su exilio en Kazajistán. Gracias a que ella los preservó y sacó clandestinamente de la URSS, hoy estos manuscritos están publicados y accesibles para todo el que desea estudiarlos y nutrirse de la profundidad de su Torá.

Después de salir de Rusia, la Rebetzn Jana residió en el campo de desplazados de Poking, Alemania, donde gran parte de los residentes eran jasidim de Jabad. Desde allí viajó a París, donde el Rebe mismo la acompañó de regreso a Estados Unidos. El Rebe había llegado a París en Adar de 5707 (1947) y permaneció allí hasta poco después de Shavuot, hasta obtener la documentación necesaria para su madre. Durante su estadía, el Rebe se reunía con ella todos los días, la acompañaba en sus paseos y siempre le sostenía la puerta al entrar y salir de los edificios. Era evidente el profundo respeto y amor que sentía por ella.

El Rabino Berel Yunik, en cambio, permaneció en Europa, estudiando en la Yeshivá de Brunoy hasta que pudo obtener sus propios documentos. Finalmente llegó a Estados Unidos en 5709 (1949). Apenas llegó, el Rebe le transmitió que su madre deseaba verlo. Esa visita fue el comienzo de una relación estrecha y continua.

Reb Berel solía pasar a ayudar a la Rebetzn cuando necesitaba asistencia, especialmente en los preparativos para Yom Tov. También la visitaba cada viernes por la noche y en las noches de Yom Tov después de la tefilá. Esta relación se mantuvo incluso después de que se casó, y cuando sus hijos crecieron lo suficiente, comenzó a llevarlos consigo a visitar a la Rebetzn Jana.

Ella sentía un orgullo inmenso por su hijo, el Rebe. En una ocasión le expresó:
“איר ווייסט נישט וואס איר פארמאגט; איך זאג דאס נישט ווייל איך בין א מאמע נאר ווייל אזוי איז דאס.”
—“No saben lo que tienen. No lo digo porque soy su madre, sino porque esa es la realidad.”

El legado de la Rebetzn Jana es de coraje, Emuná y dedicación absoluta. Gracias a su sacrificio y su amor por la Torá y por su familia, hoy podemos estudiar las enseñanzas de su esposo y continuar transmitiendo la luz de Jasidus al mundo entero.

Carta del Rebe traducida para Rosh Hashana 5786

Carta Rebe traducida Rosh Hashana 5786 by JasidiNews

jueves, 25 de septiembre de 2025

El nene que nació de las Tekiot del Rebe

En la década de 1950, un hombre llamado Jaím (nombre ficticio) pidió a una familia de Crown Heights si podían alojarlo para los Iamim Noraim. No era un pedido cualquiera: llevaba nueve años casado, sin hijos, y su corazón anhelaba una Broje. Sabía que el Rebe de Lubavitch rezaba antes de tocar el Shofar por todos los que le habían pedido Brajá, y Jaím quería estar allí, lo más cerca posible, para recibir la suya.

Sus anfitriones le recomendaron llegar muy temprano a la Tefilá, para conseguir un buen lugar. Así lo hizo: se paró en un sitio privilegiado, muy cerca del lugar del Rebe, y esperó en silencio.

Finalmente, llegó el momento. El Rebe se acercó a la Bimá, con varios shofarot en la mano. Su rostro estaba serio, concentrado. Comenzó a recitar el capítulo 47 de Tehilim siete veces, como es costumbre antes del toque del shofar. Jaím dijo cada palabra junto al Rebe, con profunda kavaná. El Shul estaba en absoluto silencio; todos los ojos fijos en el Rebe, todos los pensamientos puestos en el éxito del toque del shofar.

El Rebe recitó las Brojes tomó el primer shofar… y lo alzó a sus labios. Silencio. Nada.
Tomó otro shofar. Otra vez, nada.
Un tercer shofar. Nuevamente, ningún sonido.

La tensión en el lugar era palpable. Los corazones de todos comenzaron a latir más rápido. Nunca había pasado algo así. Jaím, parado cerca, sentía que todo su futuro dependía de ese momento. Él y su esposa esperaban un hijo hacía nueve años. Todas sus esperanzas estaban puestas en el mérito del shofar del Rebe.

El Rebe probó shofar tras shofar. Ninguno sonaba. La angustia crecía.

Y entonces, en medio de esa tensión, Jaím tuvo un pensamiento que le atravesó el corazón:
“Tal vez mi intensa concentración, mi pedido tan personal, está bloqueando el sonido. Tal vez debo ceder.”
En un instante, levantó su corazón al Creador y dijo:
“Riboino Shel Oilom, renuncio a mi pedido personal. No pienso en mí. Solo quiero que el shofar suene, por el bien de toda la congregación.”

En ese mismo momento, el Rebe tomó otro shofar… y esta vez sonó. Cada tekiá, cada shevarim, cada teruá — claros, potentes, perfectos. Jaím rompió en llanto. Un llanto desconsolado.

Un año después, él y su esposa fueron bendecidos con un hijo. Y algunos años más tarde, Jaím trajo a ese niño a 770, Motzaei Yom Tov, para recibir un poco de vino de Kos Shel Broje, de la copa del Rebe.

La fila era larga. Nadie conocía su historia. Cuando llegó su turno, tuvo apenas un segundo frente al Rebe. El Rebe lo miró, miró al pequño niño, y le preguntó:
איז דאס דער קינד פון די תקיעות?
“¿Es este es el hijo de las Tkies (del toque del shofar)?”

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Nuestros Rebes enseñan que el shofar representa el grito del alma, el clamor más profundo y despojado de palabras. Cuando Jaím soltó su propio pedido y pensó en el bien de todos, hizo un acto de mesirat nefesh —entregó su voluntad. Y esa entrega abrió los canales para que el shofar pudiera sonar. A veces, el camino para recibir nuestras bendiciones es justamente dejar de pensar en nosotros mismos, y conectar con algo más grande que nuestro propio deseo.



Fuente: Yerajmiel Tilles. Oído de boca de la familia que hospedó a Jaim.

©JasidiNews 
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Las Kavanot de Reb Wolf Kitzes en las Tekiot

Reb Wolf Kitzes era quien tocaba el Shofar en el minián del Baal Shem Tov. Un año, antes de Rosh Hashaná, el Baal Shem Tov le enseñó a Reb Wolf las profundas kavanot (meditaciones cabalísticas y jasídicas) en las que debía concentrarse al tocar el shofar. Reb Wolf las escribió para poder recordarlas, pero perdió el papel.

Ese Rosh Hashaná, al llegar el momento de las Tekiot, Reb Wolf tocó el shofar con el corazón completamente quebrado, derramando muchas lágrimas. Después de la Tefilá, le contó al Baal Shem Tov que no había tenido en mente ninguna de las elevadas kavanot, y temía que quizás las tekiot no hubieran logrado el efecto espiritual que debían lograr.

El Baal Shem Tov le respondió que él mismo había provocado que Reb Wolf perdiera el papel, pues deseaba que tocara el shofar con un corazón quebrantado. El Baal Shem Tov explicó:

 “Las Kavanot son como llaves que abren las cerraduras de los cielos —cada kavaná abre otra cerradura—. Pero un corazón quebrado es como un hacha que derriba todas las puertas y todas las cerraduras. Tus tekiot, tocadas con ese corazón quebrado, ascendieron directamente a los cielos y lograron todo lo que debían lograr.”

De aquí aprendemos que es bueno tener un corazón quebrantado en Rosh Hashaná. Tal como dice la Guemará: "Año en el que el Am Israel se siente pobre al comienzo — será un año próspero en su final” (Rosh Hashaná 16b).

Y como decía el Rebe de Kotzk: 
 *אין דבר שלם יותר מלב שבור
“No hay nada más completo que un corazón quebrado.”

El corazón quebrado no es un final, sino el comienzo de una conexión más profunda. Cuando uno se para en Rosh Hashaná con humildad, con la sensación de que necesita a Hashem para todo, justamente en ese estado se encuentra su mayor plenitud. Es allí cuando nuestras tekiot, nuestras tefilot, y nuestras buenas resoluciones rompen todas las barreras y llegan directo al כסא הכבוד.

El mashal del castor - Teshuvá

En un Farbrenguen oí el siguiente Mashal:

Se cuenta que el castor, cuando regresa a su madriguera, tiene una costumbre fija: nunca busca un nuevo trayecto, sino que vuelve exactamente por las huellas por las que vino. Los cazadores conocen bien este instinto. Colocan la trampa justo en ese sendero marcado.

Y así ocurre: el castor, al aproximarse, percibe el peligro. Comienza a gemir y llorar, porque sabe qué lo espera. Sin embargo, a pesar del llanto, no cambia su rumbo: sigue caminando exactamente por la misma senda, hasta caer en la trampa que lo atrapa.

Así también sucede con una persona que reconoce sus faltas, incluso llora por ellas, siente amargura y se apena por su situación… pero, al llegar el momento de actuar, vuelve a andar por el mismo camino de siempre. ¿De qué sirve el llanto si no va acompañado de un cambio real?

El llanto sincero tiene sentido solo si lleva a la Teshuvá práctica: alterar el sendero, tomar una resolución distinta, cambiar la conducta. De lo contrario, es como las lágrimas del castor: conmovedoras, pero sin fuerza para salvarlo de la trampa.

💪Bepoel Mamash:

1. El llanto es el comienzo, no el final.
   Sentir dolor por una falta es positivo: es señal de que la Neshamá está despierta. Pero debe ser el motor para un paso nuevo, no un círculo cerrado de sentimientos.

2. Romper la costumbre.
   Igual que el castor, nuestra fuerza más grande y también más peligrosa es la costumbre. La teshuvá empieza cuando me atrevo a dar un paso distinto al de “siempre”.

3. Pequeños desvíos cambian destinos.
   No hace falta transformar toda la vida de un día para otro. Basta cambiar un detalle en la rutina: hacer la Tefilá con un sidur en vez de de memoria, decir un capítulo de Tehilim antes de dormir, frenar la lengua en un comentario… Eso ya es salirse de la “huella” que lleva a la trampa.


[Fuente: Mashal citado en Sforim en nombre del Beis Avrohom de Slonim. Beis Avrohom Parshat Beshalaj, pág, 78]

JAI ELUL - 18 de Elul - Día del nacimiento del Baal Shem Tov y del Alter Rebe



Rabí Shneur Zalman, el fundador del jasidismo Jabad —conocido como el Alter Rebe— tenía miles de jasidim. Cuando alguno enfrentaba un problema serio, viajaba a Liozna, el pequeño poblado de Rusia Blanca donde residía el Rebe (y más tarde a Liadí), para pedirle consejo y bendición.

Así ocurrió que un jasid de una aldea cercana llegó un día al Alter Rebe, con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado.

Le contó al Rebe que tenía un hijo adolescente, al que había educado en el camino de la Torá y las mitzvot. Era un buen muchacho, aplicado en sus estudios y cuidadoso en la observancia. Pero de pronto, algo lo había sacado de ese camino: empezó a desviarse y a apartarse de lo que había recibido en su hogar. El padre temía, con profundo dolor, que su hijo se pierda por completo. Suplicó al Rebe que lo aconseje qué hacer para encaminarlo de nuevo.

—¿Crees que podrías persuadir a tu hijo para que venga a verme? —preguntó el Alter Rebe.

—Me temo que en su estado actual no aceptará venir al Rebe —respondió el aldeano con tristeza.

—Entonces busca algún pretexto para traerlo —sugirió el Alter Rebe—. Envíalo al pueblo con algún encargo; una vez que esté aquí, se hallará la manera de que entre a verme.

El jasid regresó a casa y, pensando cómo cumplir el consejo del Rebe, se le ocurrió una idea: su hijo adoraba montar a caballo. En aquellos tiempos, no se veía con buenos ojos que un joven judío observante cabalgara solo hasta el pueblo; pero a su hijo poco le importaban las miradas ajenas, y aprovechaba cualquier ocasión para hacerlo.

Así, el padre le encargó un recado al hijo.

—¿Puedo ir a caballo? —preguntó el joven.
El padre asintió.

El muchacho salió galopando hacia la ciudad. No sabía que aquel recado era en realidad un ardid de su padre, que ya había dispuesto que lo llevaran a la casa del Rebe. Al poco tiempo se halló frente al Alter Rebe, que lo recibió con calidez.

—Dime —preguntó el Rebe—, ¿por qué elegiste venir montado a caballo en vez de viajar en una carreta?

—Porque me encanta cabalgar —respondió el joven—. Mi caballo es un animal magnífico, ¿por qué no aprovecharlo?

—¿Y cuál es la ventaja de un caballo así? —inquirió el Rebe.

—Un buen caballo corre rápido. Uno galopa y llega mucho antes a destino —dijo el muchacho con entusiasmo.

—Eso está muy bien… si vas por el camino correcto —replicó el Alter Rebe—. Pero si tomaste el camino equivocado, lo único que lograrás será alejarte con más rapidez [lo que aparentemente reduce y aminora su valor!]

El joven, todavía obstinado, contestó:
—Aun así, el caballo también puede ayudarte a regresar pronto al camino correcto, si te das cuenta de que te equivocaste…

El Rebe repitió lentamente, con énfasis en cada palabra:
—Si te das cuenta de que tomaste el camino equivocado… Sí, hijo mío, si uno logra detenerse a tiempo, y reconoce que se ha apartado de la senda recta, entonces puede retornar velozmente.

Las palabras del Alter Rebe, pronunciadas con tanta claridad y verdad, cayeron como un trueno en el corazón del joven. La mirada penetrante del Rebe lo atravesó hasta lo más profundo. El muchacho se desplomó desvanecido.

Al recobrar el sentido, con voz apagada pidió al Rebe permiso para quedarse en Liozna, a fin de retomar el estudio de la Torá y poder regresar luego a su familia como un judío observante.


Moraleja

El “caballo” representa las fuerzas interiores del hombre: la energía, las pasiones, la velocidad de la juventud, las cualidades que Hashem nos dio. No son negativas en sí mismas; al contrario, un caballo bueno y veloz puede llevar muy lejos. La cuestión es hacia dónde se dirige.

Si uno canaliza esas fuerzas hacia el camino correcto —Torá, mitzvot, avodá y jasidut—, llegará más rápido, más alto, más profundo. Pero si esas mismas fuerzas se orientan en dirección equivocada, entonces cuanto más veloz sea el caballo, más lejos lo alejará del propósito.

Y aquí está la enseñanza central del Alter Rebe: aunque uno haya tomado un rumbo equivocado, si se da cuenta a tiempo y “tira de las riendas”, puede usar esa misma energía para volver con rapidez y reencontrarse con el camino correcto.

En otras palabras: no hay que apagar ni anular las fuerzas de la persona, sino domarlas y orientarlas. El josid no destruye el caballo —lo convierte en su aliado para servir a Hashem.



Fuente: L'chaim Weekly #936