domingo, 12 de octubre de 2025

13 de Tishrei - Iom Hilula Rebe Maharash


Cierta vez llegaron al Rebe Maharash dos jasidim de Nevel.
El primero era un lamdán, un gran estudioso, mientras que el segundo era un poshuter id, un hombre simple.

Cuando entró el talmid jojom a yejidus, el Rebe sólo le dijo una instrucción breve:
“Cuando hagas Davenen, toma un Sidur y lee de adentro.”

Al joven erudito le resultó extraña la indicación. Le dijo al Rebe que, según su parecer, si se envuelve en el Talis y reza con los ojos cerrados, logra mucha más kavaná (concentración).

“¡Shoite! —le dijo el Rebe Maharash— ¿Dé que kavaná estás hablando? ¿De decir 'Haleluká' a una viga del techo?”

El jasid no comprendió del todo a qué se refería el Rebe, y tampoco los ancianos jasidim supieron explicarlo. Pero después de un tiempo, se le vino a la memoria un episodio: un día que hizo Tefilá en cierto Shul, estaba como paseando de una punta a la otra del Shul mientras rezaba, y notó una gran viga que atravesaba toda la sala. En ese instante, comenzó un "Haleluka" justo al inicio de la viga para terminarlo exactamente donde esta concluía… Entonces entendió: el Rebe le había aludido aquel episodio. Su rezo, sin leer las palabras de un Sidur, había terminado siendo dirigido —literalmente— hacia una viga.

Luego entró a yejidus el segundo jasid, el hombre simple. El Rebe le indicó que, en cada momento libre del día, estudiara el Tanaj con traducción al idish ("Tzeeno Ureeno"). El jasid aceptó con simplicidad y fidelidad total. En cada viaje, entre negocio y negocio, en cada instante disponible, leía el Tanaj con su traducción.

Una noche de invierno crudo, regresó tarde a su casa. Se quitó el abrigo de piel y, sin pensar, lo soltó sobre la cuna de su hijo. Se sentó a conversar con su esposa sobre los sucesos del día. Al rato, fue a ver al bebé… y, para su horror, encontró al niño sin respirar, asfixiado bajo el abrigo (ר"ל).

Desesperados, intentaron reanimarlo, pero no había señal de vida. La esposa salió corriendo a buscar ayuda, y cuando regresó, encontró a su marido sentado, jugando felizmente con el niño, que estaba vivo.

Asombrada, le preguntó qué había sucedido. El jasid explicó:
“Últimamente estuve leyendo en el Tanaj —como el Rebe me indicó— y justo leí el relato de Elishá y el hijo de la Shunamit. Entonces hice lo mismo: me tendí sobre el cuerpo del niño, le soplé… y volvió a la vida.”

En ese momento todos comprendieron la enseñanza del Rebe Maharash.
El lamdán, con toda su sabiduría, había cuestionado la indicación del Rebe.
Pero el poshuter id, con su fe simple y total tmimut, cumplió las palabras del Rebe sin dudar —y en ese mérito vio un milagro manifiesto.

*
La verdadera grandeza de un jasid no está en cuánto sabe, sino en cuánto confía y cumple las palabras de su Rebe con fe simple y total.

El lamdán entendió con la mente; el simple cumplió con el corazón, y el corazón trajo la vida.

*
Y para relacionarlo con Sucot:
Hay sólo dos Mitzvot que se cumplen con todo el cuerpo, que envuelven a la persona por completo: la Sucá y la Mikve.
En ambas se expresa el mismo concepto: Bitul —anulación total ante Hashem—, entregarse y sumergirse por encima de toda lógica o entendimiento.

Así como el poshuter id cumplió la indicación del Rebe sin analizar ni cuestionar, simplemente confiando, así también en Sucot entramos a la Sucá con fe simple, sabiendo que estamos bajo la “sombra de la Shejiná”.

Fuente: "Shmuot Vesipurim", Reb Refoel Kahn

6 de Tishrei - Iortzait Rebetzn Jana ע"ה


Reb Berel Yunik y su familia mantuvieron una relación muy cercana con la Rebetzn Jana, vínculo que se había forjado en Rusia. El Rabino Yunik tuvo el mérito de asistir en Beis Harav durante muchos años, lo que profundizó aún más esa conexión.

Cuando los líderes de la clandestinidad jasídica decidieron ayudar a la Rebetzn Jana a escapar de la opresiva Unión Soviética para reunirse con su familia en Nueva York, comenzó un viaje largo y complicado que la llevaría desde Alma-Ata hasta Estados Unidos.

Una de las figuras clave en este proceso fue la Sra. Sarah Katzelenboigen (Kazen), conocida cariñosamente como “Mumme Soreh”, hermana del Rabino Yaakov Yosef Raskin y destacada líder del movimiento clandestino de escape. Ella acompañó a la Rebetzn en parte del trayecto en territorio soviético, llegando incluso a distraer a todo el vagón para evitar que alguien se dirigiera a “la señora de la punta”. En aquellos días, el apellido Schneerson era considerado extremadamente peligroso, por lo que cada detalle debía cuidarse al máximo.

Al llegar a la ciudad fronteriza de Lvov, los organizadores comenzaron las gestiones para lograr sacar a la Rebetzn de Rusia, utilizando el método que pasaría a la historia como la “gran fuga de los eshalonen”: Tras la guerra, el gobierno soviético permitió que refugiados polacos regresaran a su país, que también era parte del bloque comunista. Los pasaportes de la época no tenían foto ni visas de entrada o salida, por lo que el plan consistía en introducir pasaportes usados desde Polonia y reutilizarlos para otros. Así, miles de jasidim lograron salir de Rusia en tren, a veces en grupos de quinientas personas o más.

Los organizadores emparejaban cuidadosamente pasaportes con familias que coincidieran en número y edades, combinando o separando grupos según fuera necesario para salvar al mayor número posible de personas. Para la Rebetzn Jana, consiguieron el pasaporte de una mujer mayor con un hijo adulto. Como “hijo”, eligieron al joven Berel Yunik, que no solo era cortés y de buen carácter, sino que sería un digno acompañante para la Rebetzn en tan delicado viaje. Él y su hermana, Etta Yurkowitz, la asistieron durante el trayecto.

Gracias a este pasaporte, el Rabino Berel Yunik salió de Rusia como si fuera el “hijo” de la Rebetzn Jana. Desde entonces, tanto el Rebe como la Rebetzin se referían a él con afecto como el “hermano menor” del Rebe. En una ocasión, la Rebetzn Jana incluso le preguntó al Rebe: “Vos majt di yunger bruder?” – “¿Cómo está el hermano menor?”.

Además de salvar su propia vida, la Rebetzn Jana tuvo la valentía de llevar consigo, en ese mismo viaje, los escritos de su esposo — Rabí Levi Itzjak Schneerson— redactados durante su exilio en Kazajistán. Gracias a que ella los preservó y sacó clandestinamente de la URSS, hoy estos manuscritos están publicados y accesibles para todo el que desea estudiarlos y nutrirse de la profundidad de su Torá.

Después de salir de Rusia, la Rebetzn Jana residió en el campo de desplazados de Poking, Alemania, donde gran parte de los residentes eran jasidim de Jabad. Desde allí viajó a París, donde el Rebe mismo la acompañó de regreso a Estados Unidos. El Rebe había llegado a París en Adar de 5707 (1947) y permaneció allí hasta poco después de Shavuot, hasta obtener la documentación necesaria para su madre. Durante su estadía, el Rebe se reunía con ella todos los días, la acompañaba en sus paseos y siempre le sostenía la puerta al entrar y salir de los edificios. Era evidente el profundo respeto y amor que sentía por ella.

El Rabino Berel Yunik, en cambio, permaneció en Europa, estudiando en la Yeshivá de Brunoy hasta que pudo obtener sus propios documentos. Finalmente llegó a Estados Unidos en 5709 (1949). Apenas llegó, el Rebe le transmitió que su madre deseaba verlo. Esa visita fue el comienzo de una relación estrecha y continua.

Reb Berel solía pasar a ayudar a la Rebetzn cuando necesitaba asistencia, especialmente en los preparativos para Yom Tov. También la visitaba cada viernes por la noche y en las noches de Yom Tov después de la tefilá. Esta relación se mantuvo incluso después de que se casó, y cuando sus hijos crecieron lo suficiente, comenzó a llevarlos consigo a visitar a la Rebetzn Jana.

Ella sentía un orgullo inmenso por su hijo, el Rebe. En una ocasión le expresó:
“איר ווייסט נישט וואס איר פארמאגט; איך זאג דאס נישט ווייל איך בין א מאמע נאר ווייל אזוי איז דאס.”
—“No saben lo que tienen. No lo digo porque soy su madre, sino porque esa es la realidad.”

El legado de la Rebetzn Jana es de coraje, Emuná y dedicación absoluta. Gracias a su sacrificio y su amor por la Torá y por su familia, hoy podemos estudiar las enseñanzas de su esposo y continuar transmitiendo la luz de Jasidus al mundo entero.

Carta del Rebe traducida para Rosh Hashana 5786

Carta Rebe traducida Rosh Hashana 5786 by JasidiNews

jueves, 25 de septiembre de 2025

El nene que nació de las Tekiot del Rebe

En la década de 1950, un hombre llamado Jaím (nombre ficticio) pidió a una familia de Crown Heights si podían alojarlo para los Iamim Noraim. No era un pedido cualquiera: llevaba nueve años casado, sin hijos, y su corazón anhelaba una Broje. Sabía que el Rebe de Lubavitch rezaba antes de tocar el Shofar por todos los que le habían pedido Brajá, y Jaím quería estar allí, lo más cerca posible, para recibir la suya.

Sus anfitriones le recomendaron llegar muy temprano a la Tefilá, para conseguir un buen lugar. Así lo hizo: se paró en un sitio privilegiado, muy cerca del lugar del Rebe, y esperó en silencio.

Finalmente, llegó el momento. El Rebe se acercó a la Bimá, con varios shofarot en la mano. Su rostro estaba serio, concentrado. Comenzó a recitar el capítulo 47 de Tehilim siete veces, como es costumbre antes del toque del shofar. Jaím dijo cada palabra junto al Rebe, con profunda kavaná. El Shul estaba en absoluto silencio; todos los ojos fijos en el Rebe, todos los pensamientos puestos en el éxito del toque del shofar.

El Rebe recitó las Brojes tomó el primer shofar… y lo alzó a sus labios. Silencio. Nada.
Tomó otro shofar. Otra vez, nada.
Un tercer shofar. Nuevamente, ningún sonido.

La tensión en el lugar era palpable. Los corazones de todos comenzaron a latir más rápido. Nunca había pasado algo así. Jaím, parado cerca, sentía que todo su futuro dependía de ese momento. Él y su esposa esperaban un hijo hacía nueve años. Todas sus esperanzas estaban puestas en el mérito del shofar del Rebe.

El Rebe probó shofar tras shofar. Ninguno sonaba. La angustia crecía.

Y entonces, en medio de esa tensión, Jaím tuvo un pensamiento que le atravesó el corazón:
“Tal vez mi intensa concentración, mi pedido tan personal, está bloqueando el sonido. Tal vez debo ceder.”
En un instante, levantó su corazón al Creador y dijo:
“Riboino Shel Oilom, renuncio a mi pedido personal. No pienso en mí. Solo quiero que el shofar suene, por el bien de toda la congregación.”

En ese mismo momento, el Rebe tomó otro shofar… y esta vez sonó. Cada tekiá, cada shevarim, cada teruá — claros, potentes, perfectos. Jaím rompió en llanto. Un llanto desconsolado.

Un año después, él y su esposa fueron bendecidos con un hijo. Y algunos años más tarde, Jaím trajo a ese niño a 770, Motzaei Yom Tov, para recibir un poco de vino de Kos Shel Broje, de la copa del Rebe.

La fila era larga. Nadie conocía su historia. Cuando llegó su turno, tuvo apenas un segundo frente al Rebe. El Rebe lo miró, miró al pequño niño, y le preguntó:
איז דאס דער קינד פון די תקיעות?
“¿Es este es el hijo de las Tkies (del toque del shofar)?”

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Nuestros Rebes enseñan que el shofar representa el grito del alma, el clamor más profundo y despojado de palabras. Cuando Jaím soltó su propio pedido y pensó en el bien de todos, hizo un acto de mesirat nefesh —entregó su voluntad. Y esa entrega abrió los canales para que el shofar pudiera sonar. A veces, el camino para recibir nuestras bendiciones es justamente dejar de pensar en nosotros mismos, y conectar con algo más grande que nuestro propio deseo.



Fuente: Yerajmiel Tilles. Oído de boca de la familia que hospedó a Jaim.

©JasidiNews 
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Las Kavanot de Reb Wolf Kitzes en las Tekiot

Reb Wolf Kitzes era quien tocaba el Shofar en el minián del Baal Shem Tov. Un año, antes de Rosh Hashaná, el Baal Shem Tov le enseñó a Reb Wolf las profundas kavanot (meditaciones cabalísticas y jasídicas) en las que debía concentrarse al tocar el shofar. Reb Wolf las escribió para poder recordarlas, pero perdió el papel.

Ese Rosh Hashaná, al llegar el momento de las Tekiot, Reb Wolf tocó el shofar con el corazón completamente quebrado, derramando muchas lágrimas. Después de la Tefilá, le contó al Baal Shem Tov que no había tenido en mente ninguna de las elevadas kavanot, y temía que quizás las tekiot no hubieran logrado el efecto espiritual que debían lograr.

El Baal Shem Tov le respondió que él mismo había provocado que Reb Wolf perdiera el papel, pues deseaba que tocara el shofar con un corazón quebrantado. El Baal Shem Tov explicó:

 “Las Kavanot son como llaves que abren las cerraduras de los cielos —cada kavaná abre otra cerradura—. Pero un corazón quebrado es como un hacha que derriba todas las puertas y todas las cerraduras. Tus tekiot, tocadas con ese corazón quebrado, ascendieron directamente a los cielos y lograron todo lo que debían lograr.”

De aquí aprendemos que es bueno tener un corazón quebrantado en Rosh Hashaná. Tal como dice la Guemará: "Año en el que el Am Israel se siente pobre al comienzo — será un año próspero en su final” (Rosh Hashaná 16b).

Y como decía el Rebe de Kotzk: 
 *אין דבר שלם יותר מלב שבור
“No hay nada más completo que un corazón quebrado.”

El corazón quebrado no es un final, sino el comienzo de una conexión más profunda. Cuando uno se para en Rosh Hashaná con humildad, con la sensación de que necesita a Hashem para todo, justamente en ese estado se encuentra su mayor plenitud. Es allí cuando nuestras tekiot, nuestras tefilot, y nuestras buenas resoluciones rompen todas las barreras y llegan directo al כסא הכבוד.

El mashal del castor - Teshuvá

En un Farbrenguen oí el siguiente Mashal:

Se cuenta que el castor, cuando regresa a su madriguera, tiene una costumbre fija: nunca busca un nuevo trayecto, sino que vuelve exactamente por las huellas por las que vino. Los cazadores conocen bien este instinto. Colocan la trampa justo en ese sendero marcado.

Y así ocurre: el castor, al aproximarse, percibe el peligro. Comienza a gemir y llorar, porque sabe qué lo espera. Sin embargo, a pesar del llanto, no cambia su rumbo: sigue caminando exactamente por la misma senda, hasta caer en la trampa que lo atrapa.

Así también sucede con una persona que reconoce sus faltas, incluso llora por ellas, siente amargura y se apena por su situación… pero, al llegar el momento de actuar, vuelve a andar por el mismo camino de siempre. ¿De qué sirve el llanto si no va acompañado de un cambio real?

El llanto sincero tiene sentido solo si lleva a la Teshuvá práctica: alterar el sendero, tomar una resolución distinta, cambiar la conducta. De lo contrario, es como las lágrimas del castor: conmovedoras, pero sin fuerza para salvarlo de la trampa.

💪Bepoel Mamash:

1. El llanto es el comienzo, no el final.
   Sentir dolor por una falta es positivo: es señal de que la Neshamá está despierta. Pero debe ser el motor para un paso nuevo, no un círculo cerrado de sentimientos.

2. Romper la costumbre.
   Igual que el castor, nuestra fuerza más grande y también más peligrosa es la costumbre. La teshuvá empieza cuando me atrevo a dar un paso distinto al de “siempre”.

3. Pequeños desvíos cambian destinos.
   No hace falta transformar toda la vida de un día para otro. Basta cambiar un detalle en la rutina: hacer la Tefilá con un sidur en vez de de memoria, decir un capítulo de Tehilim antes de dormir, frenar la lengua en un comentario… Eso ya es salirse de la “huella” que lleva a la trampa.


[Fuente: Mashal citado en Sforim en nombre del Beis Avrohom de Slonim. Beis Avrohom Parshat Beshalaj, pág, 78]

JAI ELUL - 18 de Elul - Día del nacimiento del Baal Shem Tov y del Alter Rebe



Rabí Shneur Zalman, el fundador del jasidismo Jabad —conocido como el Alter Rebe— tenía miles de jasidim. Cuando alguno enfrentaba un problema serio, viajaba a Liozna, el pequeño poblado de Rusia Blanca donde residía el Rebe (y más tarde a Liadí), para pedirle consejo y bendición.

Así ocurrió que un jasid de una aldea cercana llegó un día al Alter Rebe, con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado.

Le contó al Rebe que tenía un hijo adolescente, al que había educado en el camino de la Torá y las mitzvot. Era un buen muchacho, aplicado en sus estudios y cuidadoso en la observancia. Pero de pronto, algo lo había sacado de ese camino: empezó a desviarse y a apartarse de lo que había recibido en su hogar. El padre temía, con profundo dolor, que su hijo se pierda por completo. Suplicó al Rebe que lo aconseje qué hacer para encaminarlo de nuevo.

—¿Crees que podrías persuadir a tu hijo para que venga a verme? —preguntó el Alter Rebe.

—Me temo que en su estado actual no aceptará venir al Rebe —respondió el aldeano con tristeza.

—Entonces busca algún pretexto para traerlo —sugirió el Alter Rebe—. Envíalo al pueblo con algún encargo; una vez que esté aquí, se hallará la manera de que entre a verme.

El jasid regresó a casa y, pensando cómo cumplir el consejo del Rebe, se le ocurrió una idea: su hijo adoraba montar a caballo. En aquellos tiempos, no se veía con buenos ojos que un joven judío observante cabalgara solo hasta el pueblo; pero a su hijo poco le importaban las miradas ajenas, y aprovechaba cualquier ocasión para hacerlo.

Así, el padre le encargó un recado al hijo.

—¿Puedo ir a caballo? —preguntó el joven.
El padre asintió.

El muchacho salió galopando hacia la ciudad. No sabía que aquel recado era en realidad un ardid de su padre, que ya había dispuesto que lo llevaran a la casa del Rebe. Al poco tiempo se halló frente al Alter Rebe, que lo recibió con calidez.

—Dime —preguntó el Rebe—, ¿por qué elegiste venir montado a caballo en vez de viajar en una carreta?

—Porque me encanta cabalgar —respondió el joven—. Mi caballo es un animal magnífico, ¿por qué no aprovecharlo?

—¿Y cuál es la ventaja de un caballo así? —inquirió el Rebe.

—Un buen caballo corre rápido. Uno galopa y llega mucho antes a destino —dijo el muchacho con entusiasmo.

—Eso está muy bien… si vas por el camino correcto —replicó el Alter Rebe—. Pero si tomaste el camino equivocado, lo único que lograrás será alejarte con más rapidez [lo que aparentemente reduce y aminora su valor!]

El joven, todavía obstinado, contestó:
—Aun así, el caballo también puede ayudarte a regresar pronto al camino correcto, si te das cuenta de que te equivocaste…

El Rebe repitió lentamente, con énfasis en cada palabra:
—Si te das cuenta de que tomaste el camino equivocado… Sí, hijo mío, si uno logra detenerse a tiempo, y reconoce que se ha apartado de la senda recta, entonces puede retornar velozmente.

Las palabras del Alter Rebe, pronunciadas con tanta claridad y verdad, cayeron como un trueno en el corazón del joven. La mirada penetrante del Rebe lo atravesó hasta lo más profundo. El muchacho se desplomó desvanecido.

Al recobrar el sentido, con voz apagada pidió al Rebe permiso para quedarse en Liozna, a fin de retomar el estudio de la Torá y poder regresar luego a su familia como un judío observante.


Moraleja

El “caballo” representa las fuerzas interiores del hombre: la energía, las pasiones, la velocidad de la juventud, las cualidades que Hashem nos dio. No son negativas en sí mismas; al contrario, un caballo bueno y veloz puede llevar muy lejos. La cuestión es hacia dónde se dirige.

Si uno canaliza esas fuerzas hacia el camino correcto —Torá, mitzvot, avodá y jasidut—, llegará más rápido, más alto, más profundo. Pero si esas mismas fuerzas se orientan en dirección equivocada, entonces cuanto más veloz sea el caballo, más lejos lo alejará del propósito.

Y aquí está la enseñanza central del Alter Rebe: aunque uno haya tomado un rumbo equivocado, si se da cuenta a tiempo y “tira de las riendas”, puede usar esa misma energía para volver con rapidez y reencontrarse con el camino correcto.

En otras palabras: no hay que apagar ni anular las fuerzas de la persona, sino domarlas y orientarlas. El josid no destruye el caballo —lo convierte en su aliado para servir a Hashem.



Fuente: L'chaim Weekly #936

15 de Elul - Tomjei Tmimim - Historia de 3 Tmimim Jsidim y su encuentro con Reb Moshe Fainstein

En los días oscuros de la Revolución Rusa, cuando el régimen bolchevique decretó la guerra contra toda manifestación de vida religiosa, la Yeshivá Tomjei Tmimim en Lubavitch se convirtió en un blanco especial de persecución. El estudio de Torá fue prohibido por ley, y cualquiera que fuera sorprendido enseñando estudiando podía ser encarcelado o desterrado a Siberia.

Sin embargo, los bojrim de Tomjei Tmimim, guiados y alentados por el Frierdiker Rebe —Rabí Iosef Itzjak Schneersohn—, no se doblegaron. Continuaron estudiando en sótanos húmedos y en graneros apartados, mudándose de un lugar a otro cada vez que la policía descubría su paradero. Muchos de ellos aceptaron sobre sí mismos auténticas misiones de mesirut nefesh: impartían clases de Torá a niños en la clandestinidad, organizaban Minianim ocultos y transmitían las enseñanzas de jasidut en las condiciones más adversas.

De aquella fragua de fuego salieron jóvenes que crecieron y maduraron hasta convertirse en auténticos Tmimim: hombres de Torá, de Irat Shamaim y de entrega sin límites. Años más tarde, algunos de ellos salieron de la Unión Soviética y llegaron a Estados Unidos, llevando consigo la impronta de esa educación forjada bajo persecución.

Bajo indicación directa del Rebe, tres de esos jasidim —Reb Moishe Katzenelenbogen, Reb Motel Kasliner y Reb Yankel Notik— fueron a visitar al gran Posek de la generación, Rabí Moshe Feinstein.

Al verlos entrar en su sala, Rabí Moshe quedó impresionado. Él sabía muy bien que bajo el régimen comunista la vida judía era casi imposible; lo había experimentado en carne propia durante su breve paso como rabino en Lublin. Por eso, encontrarse con un grupo de jóvenes nacidos después de la Revolución, de apariencia abiertamente judía y formados en Torá y jasidut, le resultaba casi inconcebible. Su asombro se multiplicó cuando escuchó de sus bocas jidushim profundos de Torá.

Incluso uno de los más jóvenes, Berl Vilenkin, compartió una enseñanza extraída del mismísimo Igrot Moshe. Sorprendido, Rab Moshe le preguntó de dónde había conseguido aquel libro prohibido en la URSS, y Berl le contó cómo había llegado a sus manos gracias a que unos "turistas olvidaron" algún que otro volumen en Moscú. Emocionado, el Posek le regaló un set completo de Igrot Moshe, que aún hoy se conserva en la casa de Reb Berl Vilenkin en Kfar Jabad.

Rab Moshe, cada vez más intrigado, les preguntó entonces:
—“¿Cómo lo lograron? ¿Cómo pudieron formar una nueva generación de Ierei Shomaim, valientes en Torá, en temor al Cielo y en jasidut? ¡Es algo que desafía toda lógica!”

Los tres jasidim, frutos de Tomjei Tmimim, le dieron cada uno una respuesta.
Reb Moshe Katzenelenbogen dijo:
—“ Los Farbrenguens. Nos juntábamos y hacíamos farbrenguens y con eso nos fortalecíamos mutuamente; así nos mantuvimos, y mantuvimos viva la llama”.

El anciano Reb Motel Kasliner respondió con firmeza:
—“¡Tenemos un Rebe!”

Y el tercero, Reb Yankel Notik, con la serenidad de una verdad interior que no necesitaba explicaciones, susurró:
—“No entiendo la pregunta… ¿Teniamos otra opción? ¿cómo podría ser de otra manera?”

Fue precisamente esta última respuesta la que más conmovió a Rab Moshe Feinstein. La simplicidad y claridad de aquel jasid lo impactaron profundamente: para un verdadero Tomim, la existencia misma de la pregunta era incomprensible, porque vivir con el Rebe y con la misión que él da no admite otra realidad.

Así se reveló que los alumnos de Tomjei Tmimim, formados en clandestinidad y forjados en Mesirut Nefesh, fueron capaces de mantener el judaísmo en las condiciones más oscuras y, décadas después, impresionar y emocionar al gran Posek de la generación en la ciudad de Nueva York

Las palabras del Rebe al pasar por dólares se entendieron recién ahora

Cuando un iehudí francés tuvo dificultades para entender lo que el Rebe le había dicho en “dólares”, jamás imaginó que más de tres décadas después volvería a aparecer el video de aquel encuentro, justo en el momento en que el sentido de las palabras del Rebe finalmente se aclararía y respondería a su pregunta.

Itzjak es un baal teshuvá que vive en Francia, quien, después de hacerse frum, tuvo el mérito de viajar a Nueva York para encontrarse con el Rebe. Un domingo, el 11 de Tamuz de 5751 (1991), pasó por el Rebe en “dólares”. Por alguna razón, no pudo captar lo que el Rebe le dijo en esos instantes. Durante años le molestó no saber qué se había dicho en aquel momento especial.

Recientemente, su hijo Arié viajó al Rebe (para Iud Shvat). Reb Itzjak le pidió un favor: que estando en Nueva York intentara localizar el video de ese domingo de “dólares”. Le dio la fecha exacta y los detalles, y efectivamente, Arié pudo conseguir una copia y se la envió a su padre.

Cuando Reb Itzjak lo vio, se vio a sí mismo diciéndole al Rebe en francés: “Aujourd’hui, c’est mon anniversaire” (“Hoy es mi cumpleaños”). El Rebe preguntó [como queriendo entender lo que le acababa de decir]: “¿Ah?”. Entonces repitió: “Aujourd’hui c’est mon anniversaire”. El Rebe le dio un dólar y dijo algo en hebreo, pero Reb Itzjak solo hablaba francés y no pudo entenderlo. Escuchó varias veces pero aun así no logró comprender.

Finalmente, el rabino Note Levertov, shliaj del Rebe en Aubervilliers, Francia, escuchó con atención y logró descifrar las palabras. El Rebe había dicho en hebreo: “Todas las preguntas debes preguntarlas a un Rav”, y luego: “Brajá Vehatzlajá”.

Al principio, el rabino Levertov mismo no veía la conexión entre lo que Reb Itzjak dijo, que era su cumpleaños y lo que el Rebe le responde, respecto a preguntar las dudas a un Rav. Pero Reb Itzjak quedó impactado.

Hace muy poco tiempo, venía dándole vueltas una cuestión delicada: cuál era exactamente su cumpleaños judío. Su padre era judío, pero su madre no, y hace muchos años había pasado por un Guiur adecuado, convirtiéndose en un iehudí pleno y, con el tiempo, en un jasid devoto. Más tarde, su madre también se convirtió, y falleció hace unos meses. Pero recientemente se había preguntado: ¿Es su cumpleaños el día en que nació físicamente, o el día en que se sumergió en la Mikve y se convirtió en iehudí?

Y ahora, justo cuando esta pregunta estaba en su mente, reapareció el video de su encuentro con el Rebe. Más de tres décadas antes, el Rebe le había dado la respuesta. En relación a su cumpleaños, el Rebe le estaba diciendo: “Todas las preguntas debes preguntarlas a un Rav”.

“En aquel momento, él no podía entender qué quería decir el Rebe” –explica el rabino Meir Simja Kalmenson, shliaj en Aubervilliers, Francia. “El Rebe habló en hebreo, y no parecía tener ninguna relación con lo que Reb Itzjak había dicho. Pero años después, cuando la pregunta finalmente surgió, el video reapareció – y las palabras del Rebe lo alcanzaron en el momento exacto."


Cabe señalar que el Rebe a menudo instruía a los guerim que se convertían al judaísmo a marcar su cumpleaños en el día de su guerut [conversión], y no en el día de su nacimiento físico.



Una lección de Jinuj a un niño en Yejidut le da una respuesta a su Melamed

Cuenta el rabino Vilhelm, Sheliaj en la ciudad de Naharia, Eretz Israel:

«Cuando yo tenía apenas nueve años, tuve el mérito de entrar a la habitación del Rebe, junto con mi padre, a un Iejidut. El Rebe se volvió hacia mí con su mirada luminosa y me preguntó: “¿Qué estás estudiando?”.

Respondí con la inocencia de un niño: “Estoy estudiando el perek "Elu Metziot", que enseña cuáles hallazgos puede quedarse la persona que los encuentra, y cuáles debe anunciar para devolverlos a su dueño.”

El Rebe, siguiendo el orden de la Mishná, continuó y me preguntó: “Si encuentras una sarta de peces, o cosas similares, ¿qué dice la Halajá? ¿Puedes quedártelas o debes anunciarlas?”

Yo respondí que la Mishná enseña que quien las encuentra puede conservarlas. El Rebe me miró profundamente y me dijo: “Pero piensa: un judío trabajó duramente para ganar su dinero, y con ese dinero compró esos objetos. ¿Cómo puede ser que te esté permitido quedártelos? ¡Alguien los compró, y eran de su propiedad!”

Al escuchar esas palabras quedé paralizado, sin saber qué contestar. En ese instante mi padre, que estaba a mi lado, me susurró: “El dueño ya perdió la esperanza de encontrarlos. Y cuando alguien pierde la esperanza ('yeush'), es como si hubiera renunciado a su propiedad. Entonces, en el momento en que los hallaste, ya no tenían dueño, y por eso puedes quedártelos.”

Repetí al Rebe la explicación de mi padre. El Rebe asintió y me planteó una nueva pregunta: “¿Y si encontraras mi Sirtuk (kapota), cuál sería la halajá?”

Respondí: “Como tiene una señal de identificación, pertenece claramente a su dueño, y por lo tanto debería devolverlo”.

El Rebe sonrió con satisfacción, como aprobando la respuesta, y luego agregó: “Cuando regreses a Eretz Israel, coméntales estas preguntas a tus compañeros. Pero primero debes mencionárselas a tu Melamed (maestro)”.

Cuando volví a Israel, cumplí con exactitud la instrucción del Rebe. Me acerqué a mi Melamed y le conté lo que el Rebe me había preguntado, explicándole que debía primero contárselo a él, antes de transmitirlo a la clase. Así lo hice, y mi maestro reunió a los alumnos y dijo: “Escuchen lo que el Rebe le dijo a este niño en Iejidut”.

Pasaron veinte años. Y un día me encontré con ese Melamed. Con curiosidad, le pregunté: “¿Qué pensó usted, cuando le dije que el Rebe me ordenó repetírselo primero a usted?”.

El rostro del maestro se volvió serio, reflexionó un momento, y me dijo: “El Rebe te pidió que me lo repitieras… porque esa era la respuesta a la carta que yo mismo le había enviado poco antes de tu Iejidut”.

Entonces me relató lo siguiente:

“Yo había escrito al Rebe contándole que no encontraba satisfacción en Jinuj. Sentía que mis alumnos no absorbían lo que les enseñaba, que no veía frutos de mi trabajo. En la carta llegué a decir que quizá debería dejar de ser Melamed y, como otros amigos, mudarme a una comunidad nueva, donde podría hablar y trabajar con adultos, tener conversaciones profundas y transformar personas ya formadas”.

“Y la respuesta del Rebe llegó mediante tuyo, un niño de nueve años. Con las preguntas que te planteó, me enseñó un camino correcto en Jinuj. No basta con transmitir fríamente la Halajá o el concepto. Debo enseñar de modo tal que el alumno pueda identificarse, que sienta que la enseñanza le toca personalmente. De esa manera, el estudio se vuelve suyo, y se involucra con vida y con profundidad”.

“Por eso el Rebe no me respondió de forma teórica en una carta. Me envió una respuesta viviente, a través tuyo, para que yo entendiera cómo debía dar mis clases”.

El Rebe, primero, te hizo una pregunta sencilla, para darte seguridad y mostrarte que podías responder correctamente. Pero luego te llevó más lejos, haciéndote pensar y vivir el asunto como una experiencia real: “Un judío trabajó duro para poder comprarse ese objeto, ¿puedes apropiártelo?”. Y todavía más cercano: “¿Qué pasaría si encontraras mi Sirtuk?”. Ya no se trataba de un objeto anónimo, sino de algo que le pertenecía al mismo Rebe.

Así me enseñó el Rebe —concluyó mi Melamed— que el verdadero educador debe acercar al alumno al tema, hacerlo vívido, palpable, personal. Solo entonces el niño se entusiasma, se conecta y hace del aprendizaje parte de su ser.

De aquí aprendemos cuán grande es el aprecio que el Rebe tenía por quienes se dedican a educar a los niños, incluso a los más pequeños, aunque no se vean de inmediato los frutos de su trabajo. Porque tal vez sean ellos quienes encienden en el niño una chispa eterna, que lo acompañará por toda su vida.

Y también aprendemos la importancia de enseñar de manera tal que el alumno viva el tema, lo sienta como suyo y se identifique con él.

domingo, 31 de agosto de 2025

La señora que rezaba las Brajot del "Sidur Im Daj"

El jasid Reb Dovid Leib Jen ע"ה contó el siguiente relato:

Uno de los jsidim distinguidos, en su camino a Lubavitch, se detuvo en una posada para recuperar fuerzas antes de continuar el viaje. Allí vio a una señora anciana judía rezando de un Sidur muy especial que había sido impreso por el Míteler Rebe: el famoso “Sidur Im Daj”, un sidur rodeado de explicaciones y Maamarim jasídicos en sus márgenes.

En aquellos años, aquel Sidur era algo muy raro y valioso. El josid se acercó entonces a la anciana y le pidió que le dé ese viejo Sidur; a cambio, él le obsequiaría un Sidur nuevo, con letras grandes y claras. Pero la mujer no aceptó de ninguna manera.

El jasid insistió, ofreciéndole además una buena suma de dinero junto con el Sidur nuevo, pero tampoco eso sirvió de nada.

El josid no comprendía la obstinación de la mujer: ciertamente ella no entendía los profundos discursos jasídicos que rodeaban el texto.
Finalmente, la anciana se dirigió a él y le explicó:
—Es que no entiendes: Si rezo todas las mañanas con un Sidur común, con el uso constante el Sidur se va gastando, los bordes de las páginas se rompen y con ellos también se desprenden algunas palabras de la Tefilá. En este Sidur, en cambio, aunque se rompen los bordes, solo se dañan las letras pequeñas que rodean las palabras de la Tefilá; pero las palabras de la Tefilá mismas quedan intactas.

De aquí aprendió el josid una enseñanza en el servicio a Hashem:
Quien no estudia Jasidut y cumple las Mitzvot de manera seca, al sufrir alguna falla, el daño repercute directamente en su Torá y en sus Mitzvot —en su propio judaísmo. Pero aquel que estudia Jasidut y sirve a Hashem siguiendo aquellas sendas, incluso si, jas veshalom, sufre una caída o un defecto, lo que se ve afectado son solamente los detalles, los Hidurim, las añadiduras, el "Jsidus" que la rodea, mientras que la Torá y las Mitzvot mismas permanecerán intactas y enteras.

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Enseñanza práctica: #1. Así como las notas jasídicas en el sidur “absorbían” el desgaste en lugar de la Tefilá misma, el estudio de Jasidut y la vida en su espíritu actúan como un “escudo” en la vida del yehudí: incluso si hay tropiezos, estos no afectan el núcleo de la conexión con Hashem.

#2. A veces uno piensa que los 'comentarios' o los Hidurim agregados son innecesarios, pero justamente ellos protegen lo esencial. En la vida espiritual, los detalles, las costumbres y los Hidurim cumplen ese rol: rodean y cuidan lo central.

20 de Av - Yortzait (Yom Hilula) de Rab Levi Itzjak Schneerson ZTz"L



El gobierno comunista soviético estaba decidido a eliminar todo rastro de religión y creencia en Dios, Dios libre.

Así, perseguían y arrestaban a cualquiera que consideraran un obstáculo. Mediante el miedo y una red de espías, cualquiera lo suficientemente valiente como para permanecer fiel a su religión era "culpable" de propaganda antisoviética y era arrestado, exiliado o fusilado. Les preocupaban especialmente los "Schneerson", cualquiera vinculado a Jabad, sabiendo perfectamente que no podían influir en ellos para que siguieran su odiosa doctrina. Tras la partida del Rebe Anterior de Lubavitch de la Rusia Soviética en 1927, Rab Levi Itzjak Schneerson, conocido cariñosamente como Reb Leivik, descendiente directo del tercer Rebe de Lubavitch, el Tzemaj Tzedek, y padre del Rebe, continuó con valentía y abnegación guiando al pueblo judío.

Durante mucho tiempo, el gobierno soviético había estado vigilando minuciosamente las acciones del rabino Levi Itzjak Schneerson, rabino jefe de la ciudad de Yekatrinoslav. Una red de espías se había infiltrado en su sinagoga y vigilaba cada paso. De hecho, ya se había recopilado un amplio expediente de sus "delitos".

Hasta el momento, el rabino había logrado evitar sus garras. En cierta ocasión, el gobierno decidió realizar un censo en el que se preguntó a todos los ciudadanos soviéticos si creían en Dios. Debido al gran peligro que implicaba responder con sinceridad, muchos judíos, incluso los más observantes, habían planeado responder negativamente. Sin embargo, Reb Leivik no quería ni oír hablar de semejante cosa. Un judío no puede separarse de Dios ni por un instante, observó. Habló pública y apasionadamente sobre el tema en su sinagoga y animó a todos a responder honestamente que creían en Dios.

Cuando lo citaron a comparecer ante las autoridades y le preguntaron por qué actuaba contra el gobierno de esa manera, respondió inocentemente diciendo: “Cuando me enteré de que algunos judíos tenían la intención de mentir en el censo, simplemente hice mi trabajo como ciudadano soviético y los insté a decir la verdad”. Fue liberado.

Llegó el día en que Reb Leivik fue citado a juicio una vez más, acusado de realizar actividades judías en su casa. Esto estaba estrictamente prohibido y, de ser declarado culpable, el castigo era severo.

La aprensión del rabino no hizo más que aumentar al ver a los dos principales testigos de cargo. Se trataba del director de la unidad habitacional donde vivía, un joven judío, comunista declarado. Las autoridades le habían encomendado la tarea de vigilar las entradas y salidas de los residentes. Reb Leivik comprendió que él era la principal persona a la que querían espiar. El otro testigo era su vecina, cuyo marido era el jefe regional del partido comunista, encargado del transporte.

En realidad, el rabino Levi Itzjak tenía mucho lo que temer de estos dos testigos. Poco antes, una joven pareja judía, ambos empleados gubernamentales de alto rango, había aparecido repentinamente en su puerta en medio de la noche de incógnito y le había pedido que los casara acorde a la ley judía. Era una propuesta muy peligrosa. El rabino no solo no los conocía personalmente, sino que para celebrar una ceremonia judía bajo una  jupá, tendrían que estar presentes diez hombres judíos de confianza. En poco tiempo, nueve judíos se reunieron apresuradamente en la casa del rabino Levi Itzjak. Pero ¿dónde encontrar a un décimo? Sin otra opción, el rabino envió un mensajero para llamar al director del edificio. Cuando llegó, el rabino le dijo que lo necesitaban para servir como el décimo hombre para Minian en una ceremonia de matrimonio judía.

“¿Yo?” preguntó el hombre incrédulo.

"Sí, tú", respondió el rabino Levi Itzjak con seriedad. Sorprendentemente, el director accedió, y la boda clandestina se celebró.

El segundo testigo también había estado involucrado recientemente en una actividad que posiblemente lo implicaría. Un día, un mensajero secreto llegó a la casa del rabino y le informó que al día siguiente, el esposo de la mujer, un comunista de alto rango, estaría fuera por negocios desde la mañana hasta la noche. Sin embargo, el verdadero motivo de su ausencia era permitir que el rabino organizara un brit mila  para su hijo recién nacido. El rabino Levi Itzjak no sabía si estaba cayendo en una trampa, pero al día siguiente, el bebé fue ingresado en el Pacto de Abraham. Por la noche, el padre regresó a casa y armó un gran alboroto por el "terrible" acto cometido sin su conocimiento. Por lo tanto, era difícil predecir cómo declararían la vecina y el director de la vivienda ante el tribunal.

La tensión era grande al comenzar el juicio. El director del complejo de viviendas fue el primero en declarar:

“Como todos saben”, comenzó, “sé muy bien quién entra y sale del apartamento del rabino Schneerson. Pero las únicas visitas inusuales que he notado son dos parientes mayores que vienen de vez en cuando”.

Ahora era el turno del segundo testigo. «Como vecina del rabino Schneerson», testificó la mujer, «siempre supuse que, como líder espiritual, intentaría establecer contacto con miembros de su fe; por eso me sorprende no haber observado ninguna actividad ilegal en todo el tiempo que ha vivido al lado de mi casa».

De este incidente en particular, el rabino Levi Itzjak Schneerson salió ileso.


Desafortunadamente, las pruebas en su contra siguieron acumulándose hasta que en 1940, poco antes de Pésaj, fue encarcelado bajo cargos falsos de "enemigo del pueblo" y, tras sufrir torturas y sufrimientos en prisión, fue exiliado a Chili, Kazajistán, durante cinco años. Era una aldea muy primitiva donde era casi imposible conseguir las provisiones más básicas. Su leal esposa, la Rabanit Jana, se unió a él allí e hizo todo lo posible por hacerle la vida un poco más agradable. Gracias a sus esfuerzos, su noble esposo pudo escribir sus innovaciones en Torá al margen de los pocos libros sagrados que tenía. Estos fueron sacados clandestinamente de Rusia cuando la Rebetzin Jana se fue y fueron publicados por el Rebe. Los estudiosos de la Kábala los estudian y explican hasta el día de hoy.

Tras una larga y debilitante enfermedad, Reb Leivik devolvió su alma santa y pura a su Creador el 20 de  Menajem Av de 5704 – 1944. Fue enterrado en Alma-Ata (Almaty), donde, hasta el día de hoy, acuden cientos de Jasidim para rezar en su lugar de sepultura.



Adaptado de L'Chaim #1682

La respuesta del Rebe al Mashpia que iba a juntar fondos - Tzedaká cuando cuesta

Reb Nissan Nemenov era el mashpía de Tomjei Tmimim en Brunoy, Francia. Además, también se desempeñó como Menahel de la Ieshivá y, en consecuencia, tuvo que asumir también la responsabilidad financiera. Por lo tanto, cuando viajaba al Rebe para Iud-Tet Kislev, se quedaba todo el mes de Kislev y visitaba distintas ciudades en EEUU y Canadá para recaudar fondos para la ieshivá.

En un Yejidut, le dijo al Rebe que a veces sucede que llega a la casa de una persona y le pide una donación para la ieshivá, pero percibe que la persona se está forzando a dar, y siente, o intuye, que al menos en ese momento, la persona está ajustada y realmente no dispone de ello. Entonces se siente mal, ya que está presionando a alguien para que done dinero a Tzedaká, mientras que esa persona quizá no cuenta con dinero extra.

En esencia, estaba preguntando qué debía hacer la próxima vez que se encontrara en esa situación: debía pedirle a la persona que apoye económicamente a la ieshivá o no.

El Rebe respondió: “Ober, fundestvegn, Ir Tut Im a Toibo" Pero, de todos modos, le estás haciendo un favor a la persona” \[es decir, que debía seguir pidiendo].

Cuando escuché esto en un farbrenguen, se dio un debate respecto a cuál era exactamente el favor que se le estaba haciendo a la persona.

En conclusión, puede explicarse de diversas maneras. Aquí mencionaré dos, que en realidad pueden ser una sola.

En Parshat Vaikrá, el pasuk dice: 
"וְנֶפֶשׁ כִּי תַקְרִיב קָרְבַּן מִנְחָה לַה'..."
“Y cuando un alma ofrezca una ofrenda Minjá de harina…”. Rashí señala que únicamente en la ofrenda de harina dice el Pasuk que “un alma” la trae, pero no cuando una persona trae un ave (paloma o tórtola), ni siquiera cuando trae un animal. Y explica que, dado que le es difícil a la persona pobre traer incluso una ofrenda de harina, la Torá lo considera como si hubiera ofrecido su Nefesh, su propia vida.

Lo mismo aplica aquí: cuando una persona que está pasando necesidades, pero aun así da Tzedaká, Hashem lo considera como si hubiera dado mucho más que dinero; ha dado su vida, y por ello es recompensado en consecuencia.

Hay otra manera de explicarlo: Nuestros Sabios nos enseñan que Hashem nos paga “medida por medida”. Por lo tanto, la manera en que uno actúa con los demás es la manera en que Hashem actuará con uno.

Así, cuando una persona va más allá de sus posibilidades, Hashem también le dará más de lo que merece. En terminología jasídica, esto se llama “por encima de la naturaleza”, ¡Lemala Mimedidá Vehagbala!

15 de Av - Fenomenal historia de Reb Yom Tev Erlij, el Rebe y un Shiduj desde el Cielo

Reb Yom Tov Ehrlij, un jasid Karliner, fue un renombrado músico jasídico, compositor, letrista y artista discográfico, conocido especialmente por sus álbumes de música en idish.

Nacido en 1914, en el año 1950 todavía no estaba casado y seguía teniendo dificultades para encontrar shiduj (su pareja).

Ese año, alguien le sugirió que fuera al Rebe de Lubavitch en busca de consejo. “¿Para qué?”, respondió, “el Rebe falleció recientemente [refiriéndose al Rebe Anterior]; ¿cómo se supone que voy a hablar con él?”

Le sugirieron que fuera en su lugar al yerno del Rebe, Rabí Menajem Mendel Schneerson (conocido entonces por el acrónimo de su nombre, Ramash, pues todavía no había aceptado formalmente la responsabilidad de ser el séptimo Rebe, aunque muchos ya se relacionaban con él de esa manera).

Él llegó, golpeó la puerta de la oficina del Ramash y entró—como era la costumbre en ese momento en 5710 [1950], cuando todavía no había tantas personas buscando al nuevo y reciente Rebe — y le explicó su problema. “Rebe, me estoy haciendo grande, pasa el tiempo pero no logro encontrar esposa, aunque muchas personas han intentado ayudarme. ¿Qué debo hacer?”

El Ramash escuchó atentamente. Luego le dijo: “Bai unz, der minheg is tzu shraib di bakosho in a Tzetl" Entre nosotros la costumbre es escribir el pedido, [plasmarlo en tinta sobre papel]. Deme una lapicera, y yo se lo escribiré.”

Reb Yom Tev palpó su saco, buscó en todos los bolsillos de sus pantalones y revisó el bolsillo de su camisa. No tenía consigo una birome, aunque pensaba que quizá había traído una.

“No hay problema,” dijo el Rebe con una sonrisa. “Simplemente salga afuera, pídale a alguien una y luego regrese, y yo escribiré la bakosho.”

Así que Reb Yom Tev fue al Zal [el Shul principal], miró alrededor y le pidió a una persona que parecía adecuada una lapicera. Luego regresó al Rebe, quien escribió el Tzetl y le devolvió la lapicera.

Reb Yom Tov volvió entonces al Shul y le devolvió la lapicera a su dueño. Pero éste—un anciano de Polonia—no lo dejó ahí. Tenía bastante curiosidad. Habiendo notado que Reb Yom Tov venía de la oficina del Rebe, le preguntó: “¿Qué pasó ahí dentro? ¿Por qué necesitaste pedirme prestada una lapicera?”

Reb Yom Tov le respondió: “Estuve en lo del Rebe, y allí no había lapicera, así que te pedí una prestada.”

El hombre se mostró confundido. Sus cejas se alzaron con asombro. “El Ramash está sentado  escribiendo pensamientos de Torá, comentarios y respuestas a cartas durante todo el día. ¿Cómo es posible que no tenga una lapicera? ¡Algo más profundo debe estar pasando! ¿Qué le pediste?”

Aunque sintiéndose un poco avergonzado, Reb Yom Tov compartió su dificultad: ya tenía 36 años, pero seguía experimentando grandes problemas para encontrar una pareja apropiada.

De pronto la expresión del anciano cambió. Sus ojos se iluminaron con reconocimiento, como si piezas de un rompecabezas se acomodaran delante de sus propios ojos. Lentamente dijo: “Quizá todo este asunto de la lapicera no fue solo una coincidencia—¡creo que el Rebe sabía exactamente lo que estaba haciendo! Yo tengo mi hija mayor soltera, y también he estado luchándola bastante para encontrarle pareja. Ya vengo bastante preocupado desde hace tiempo. ¡Seguramente este Shiduj es precisamente lo que el Rebe tenía en mente!”

Y, efectivamente, Reb Yom Tov Ehrlij terminó casándose con Jana, la hija de este hombre.

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Fuente: Yerajmiel Tilles. Contado por Reb Sholom Dov-Ber Gurkow, Rosh Yeshivá de la Yeshivá Beis Shalom en Postville, Iowa, quien también atestiguó que Rab Shalom-Leib Eisenbaj de Montreal viajó especialmente a Williamsburg para preguntarle a la familia, y ellos confirmaron la historia.

*

Una de las enseñanzas que se pueden aprender de esta historia:

Una y otra vez vemos que el mejor casamentero no siempre es un shadjan profesional o una aplicación de citas, sino la Hashgaja Pratit.
A veces, cuando algo aparentemente “falta” o no sale como planeamos —como la lapicera que no tenía — en realidad es parte exacta de la guía de Hashem para conducirnos al lugar y momento precisos donde debemos estar.

En Jabad se enseña que no hay detalle que sea casualidad: incluso la falta de una simple lapicera es Hashgajá Pratit exacta, diseñada para unir dos almas que desde la creación fueron destinadas una para la otra; el Rebe actúa como canal de esta unión, aun sin palabras explícitas

Tisha Beav y el mensaje de Reb Shmuel Munkes

Reb Shmuel Munkes, uno de los jasidim más cercanos al Alter Rebe, era famoso por su carácter alegre y por sus bromas… pero también por su corazón puro y su devoción sincera.

En una ocasión, durante la lectura de Meguilat Eijá en Tishá Beav, Reb Shmuel comenzó a arrojar behrelaj —unas pequeñas semillas espinosas— a los abrigos y barbas de los jasidim. Estos se removían incómodos y algunos reprimían sonrisas, mientras otros estaban molestos por la aparente falta de seriedad en un momento tan solemne.

Quien más se indignó fue nada menos que Rab Shlomo Karliner, colega del Alter Rebe en su juventud y un gran tzadik y líder jasídico [quien resultó estar aquel año en Tisha Beav en lo del Alter Rebe, y resultó que le cayó uno de estos berelaj en su barba]. Molesto, se acercó al Alter Rebe y le dijo:
—Rebe, ¡por gente como esta (señalando al jasid y discípulo del Alter Rebe) fue que se destruyó el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe no respondió nada en el momento. A la mañana siguiente, en pleno Tishá Beav, invitó a Rab Shlomo a salir con él a las afueras de la ciudad. Al llegar al bosque, divisaron a lo lejos a un jasid sentado en el suelo, de espaldas, sumido en una profunda congoja, lamentándose con sincera amargura por la destrucción del Beit Hamikdash.

Conmovido por la escena, Rab Shlomo exclamó:
—¡Por jasidim como este se reconstruirá el Beit Hamikdash!

El Alter Rebe se acercó y le dijo:
—Ven, acércate…

Al acercarse, Rab Shlomo descubrió que aquel jasid acongojado no era otro que Reb Shmuel Munkes, el mismo que la noche anterior había estado tirando behrelaj...

El Alter Rebe comentó:
—Es la misma persona. El que sabe hacer reír para elevar el ánimo, sabe también llorar desde lo más profundo de su corazón por la destrucción.

*

En esto está el secreto jasídico: el duelo sincero por lo que falta no contradice la alegría que nos sostiene. El josid llora de verdad en Tishá Beav, y baila con la misma verdad en Simjat Torá. Porque ambas vienen del mismo lugar: un corazón vivo, conectado a Hashem y esperando la Gueulá.

Una segunda enseñanza:
En Tishá Beav el duelo no debe llevarnos a una tristeza que nos hunda, sino a una tristeza que nos eleve. Por eso Reb Shmuel tiraba behrelaj, para recordar que incluso en el dolor hay que mantenerse en pie y con fuerza.

La alegría y la tristeza no se contradicen. El jasid puede llorar por la destrucción y al mismo tiempo evitar que la tristeza lo derrumbe.

Especial para Motzaei Shabat - El Baal Shem Tov moviendo "las fichas"


En una ocasión, Rab Mendel Futerfas compartió con sus alumnos la explicación jasídica sobre las tres bendiciones fundamentales que se piden del Cielo:
בני, חיי ומזוני
 *hijos, vida y sustento*. Contó [la conocida historia] que había un judío al que se le concedieron dos de ellas: salud y riqueza, pero deseaba intensamente tener hijos. El Baal Shem Tov le dijo que, si estaba dispuesto a ceder a toda su fortuna, podría recibir la bendición de tener descendencia. El hombre aceptó, y así comenzó a cumplirse la palabra del tzadik.

Entonces Rab Mendel pasó a relatar la historia completa:

Este judío se había hecho rico comerciando con madera. Poseía bosques, empleados que talaban árboles, los marcaban y amontonaban en un río congelado. Cuando llegaba el deshielo, los troncos flotaban hasta un sitio lejano, donde eran recogidos y trasladados a una fábrica de muebles.

Deseando con todo su corazón tener hijos, acudió al Baal Shem Tov, quien le dijo:
—Puedes tener hijos, si estás dispuesto a perder tu riqueza.
El hombre aceptó. El Baal Shem Tov le sugirió:
—Quizás deberías preguntarle a tu esposa primero.
El hombre regresó diciendo que su esposa también estaba de acuerdo. Entonces el Baal Shem Tov lo bendijo.

De regreso a casa, a mitad del camino, se detuvo en una posada y escuchó a dos judíos hablando [y sin conocerlo]:
—¿Oíste lo que le pasó a tal y tal, aquel hombre rico? Puso sus maderas en el río helado, pero anoche, de forma insólita, hubo un calor repentino, el hielo se derritió ¡y todo fue arrastrado! Perdió toda su madera.

El hombre, al oír esto, saltó de alegría y se puso a bailar. Los presentes lo miraban asombrados:
—¿Cómo puede alegrarse por la ruina de otro?

Más adelante, al seguir viaje, en otra posada, escuchó que su fábrica también había sido destruida por un incendio. Solo quedaron las máquinas de hierro, inservibles. Una vez más, bailó de felicidad.

Finalmente llegó a su casa, donde su esposa lo recibió con profundo dolor:
—¡Perdimos todo!
Pero él, con una sonrisa, le respondió:
— ¡Baruj Hashem! El Baal Shem Tov nos bendijo con hijos, y esta es la señal.

El tiempo pasó, y la pareja cayó en una pobreza extrema. Perdieron su hogar y se mudaron a la orilla del río, donde construyeron una choza con troncos abandonados. Sin embargo, un año después, nació su primer hijo. Luego vinieron más: uno, dos, gemelos… hasta que en diez años tuvieron diez hijos. Cada vez que la familia crecía, el hombre añadía un cuarto más con maderas viejas.

Para mantenerlos, el hombre salía a pedir limosna. Un día, el Baal Shem Tov llegó al pueblo. El hombre, avergonzado de su situación, fue al Shul y se escondió detrás de todos, cubriéndose la cara. Pero el Baal Shem Tov lo reconoció y lo mandó llamar.
—¿Cómo están tus hijos? —le preguntó.
—Gracias a su Broje, tengo diez hijos. ¡No tengo palabras para agradecerle!

—¿Tienes alguna otra necesidad?
—Baruj Hashem, estoy conforme… aunque a veces no tenemos ni para comer durante la semana, ni para Shabat.

El Baal Shem Tov le aconsejó:
—Deja un poco de dinero a tu esposa y viaja a Minsk, donde nadie te conozca. Quizás allí se abra para ti un nuevo canal de bendición.

El hombre obedeció. Viajó a Minsk y llegó en vísperas de Shabat. Fue al Shul, y allí un hombre rico lo invitó a su lujosa casa. Alfombras, vajilla elegante, comida abundante… pero los rostros del dueño, su esposa y su hija mostraban tristeza.

Durante la cena, el pobre hombre preguntó:
—¿Por qué están tan abatidos?
—Nuestra única hija, no logra casarse —respondió el anfitrión—. Tres shidujim (compromisos) fallidos. El primero fue reclutado y nunca regresó. Otro falleció. El último, perdió la cordura. Nadie quiere saber de ella.

El pobre le contó su historia:
—Yo era muy rico. El Baal Shem Tov me ofreció hijos a cambio de mis bienes. Hoy, vivo de limosnas, pero tengo diez hijos. Mi consejo: ve al Baal Shem Tov y pídele una Brajá.

Ambos partieron al día siguiente. El rico le relató al Baal Shem Tov su historia. El Tzadik respondió:
—Cuando vuelvas a casa, tu hija ya tendrá su Shiduj. Y quiero que le entregues al pobre el dinero que sea necesario para su casamiento.

Así fue. Al regresar, su esposa lo recibió emocionada:
—¡El primer novio volvió! Fue dado de baja del ejército.  Sigue siendoun buen judío y supo mantenerse durante todo este tiempo como observante y yere Shamaim, ¡ya fijamos la fecha de la boda!

En la boda, donde estaban invitados ricos y pobres, el hombre vio al Baal Shem Tov y le agradeció de corazón.
—¿Le diste al pobre el dinero?
—Sí, le di mil rublos.
—No es suficiente.
—Entonces le doy diez mil.
—Tampoco.
—¡Cincuenta mil!
—Aún no.
—¡Cien mil!
—No es suficiente. ¿Cuánto valen todas tus propiedades?
—Unos cinco millones de rublos.
—Dale la mitad.

El rico quedó atónito.
—¡Eso es una fortuna! Tendría que vender gran parte de mis bienes.

El Baal Shem Tov le preguntó:
— Cuéntame, ¿Cómo te hiciste rico?

El hombre contó:
—En realidad fui toda la vida un hombre muy pobre; un buen día estaba deprimido, sin haber recogido limosnas. Caminaba junto al río, vi una viga flotando. La saqué, la vendí. Luego aparecieron más, las vendí también. Hice un buen dinero con las ventas. Me enteré de una fábrica quemada, compré las máquinas y comencé a producir muebles. Así es que me enriquecí y es que hoy cuento con toda esta fortuna.

El Baal Shem Tov le dijo:
— Toda tu riqueza te llegó gracias a este hombre. Él perdió su madera y tú la recogiste. Le compraste sus máquinas cuando ya no podía usarlas. Dale la mitad de tu fortuna. Seguirás siendo rico, él también prosperará nuevamente, y así todo quedará restaurado.

*

Así es como los Tzadikim "manejan y mueven los hilos" en el mundo, concluyó Rab Mendel.



Fuente: Contado por Rav Tuvia Bolton. Impreso en "Hatomim", Tamuz 5785
©JasidiNews

lunes, 21 de julio de 2025

La Brajá del Rebe al abuelo del bebé

Mi hijo Iojanán 'שי es Mohel en Florida.
El día Jueves 21 de Tamuz (17/07/2025) fue a realizar un Brit Milá, de una familia no jaredí (no religiosa).
Durante la ceremonia, el abuelo del bebé entabló conversación con él. Mi hijo le preguntó de dónde era.
—De Newark, Nueva Jersey —respondió el hombre.

—¡Mi tío solía ser el Rabino allí! —exclamó mi hijo.
—¿El rabino Gordon? —preguntó el abuelo.
—Sí, el rabino Sholom DovBer Gordon —confirmó mi hijo.

Entonces el hombre le dijo, con emoción en la voz:
—El rabino Gordon, a través de Rabbi Schneerson —refiriéndose al Rebe—, ¡me salvó la vida!

Y contó su historia:

—Cuando era niño, jugando al béisbol, recibí un fuerte golpe en la cabeza con un bate. Perdí el conocimiento y terminé conectado a un respirador.
Los médicos les dijeron a mis padres que las chances de que sobreviviera eran mínimas.

El rabino Gordon, que en ese momento era el capellán del hospital, le pidió a mi padre mi nombre hebreo junto con el de mi madre. Apenas los recibió, llamó a la Secretaría del Rebe para pedir una Broje.

Horas más tarde, volvió a comunicarse y le informaron que el Rebe había dado una bendición para una recuperación completa y rápida.

Pasaron dos días sin señales en absoluto de mejora. El rabino Gordon volvió a llamar para decir que no había ningún cambio.

Una hora después, volvió a comunicarse. Esta vez, el secretario le transmitió el mensaje del Rebe:
—“No puede ser. Debe haber un error en el nombre que enviaron.”

El rabino Gordon fue de inmediato a ver a mi padre y le contó lo que había dicho el Rebe.

Mi padre reflexionó unos instantes y luego exclamó:
—¡Es verdad! Me equivoqué de nombre... No estamos acostumbrados a nuestro nombre hebreo.
Y le dio el correcto: Dov.

El rabino Gordon le pasó el nombre correcto a los secretarios. Poco después, el Rebe dio una nueva Brajá: que tenga una larga vida.

Dos horas más tarde... me desperté.

Le debo mi vida al Rebe —gracias al rabino Gordon.

Mi hijo, profundamente emocionado, le dijo:

— Usted está a punto de ser el Sandak… ¡y el tío que le salvó la vida a usted a través del Rebe fue el Sandak en mi Brit Milá!



Fuente: Contado directamente por Reb Moshe Klein. Su hijo Yojanan vive en Florida y entre otras cosas es Mohel de la comunidad allí. 

El mensaje justo a tiempo: no avergonzarse de expresar mi Yahadut

Rav Daniel Agalar contó una historia impactante:

Un gerente de banco no datí (observante) en Eretz Israel había tomado una decisión monumental: comenzar a vivir acorde a la Torá y las mitzvot. Pero ya en su primer día, se topó con la dura prueba de mantenerse fiel a ese compromiso.

Cada mañana, el banco servía café y torta para todos los empleados. Aquella mañana no fue diferente. Él se acercó, tomó un pedazo, y justo cuando iba a dar el primer bocado… algo lo frenó.
"¡Debo decir la Brajá!", pensó.
Sabía que no podíar recitarla sin cubrirse la cabeza, pero no tenía puesta la kipá. Dudó. ¿Y si alguien lo veía poniéndosela? Le invadió un temor absurdo pero paralizante: “¿Y si me despiden?”

Mientras esta tormenta interna lo consumía, algo extraordinario ocurrió.

A través de las cámaras de seguridad vio entrar a un conocido filántropo, que venía a depositar algo en su caja fuerte. Pero de repente la bolsa que traía en la mano se rompió… y un montón de piedras preciosas —de valor incalculable— rodaron por todo el piso del banco.

En un instante, todo el personal y los clientes comenzaron a agacharse para juntar las joyas. Un verdadero caos. Nadie sabía qué hacer, y el riesgo era enorme. ¿Quién podía garantizar que no aprovecharían la oportunidad para quedarse con alguna?

El gerente reaccionó al instante: corrió a presionar el botón de emergencia que sellaba todas las puertas del banco. Nadie podría salir, al menos hasta que se controlara la situación.

Volvió a mirar las cámaras, y allí lo vio: el filántropo mismo, un hombre siempre elegante y digno, estaba en el suelo, en manos y rodillas, juntando desesperadamente sus joyas.
El gerente se quedó perplejo.
“¿Él? ¿Así? ¿Sin pudor, arrastrándose por el suelo?”

Y entonces algo hizo clic dentro de él.

Claro.
Cuando hay diamantes en juego, la vergüenza desaparece. No importa lo que piensen los demás. Uno se tira al piso si es necesario.
Porque cuando lo valioso está en riesgo, no hay lugar para el orgullo.

Y en ese instante, entendió.

Hashem le estaba hablando.
Él también tenía diamantes. No de los que brillan en vitrinas, sino eternos: su Neshamá, su Emuná, sus mitzvot.
¿Iba a poner en juego todo eso por miedo? ¿Por vergüenza?
¡No más!

Respiró hondo, sacó su Kipá, se la colocó con firmeza en la cabeza… y con los ojos cerrados y el corazón lleno, recitó la berajá.
Con orgullo.
Con convicción.
*Con la dignidad de un iehudí que acaba de recuperar su tesoro más preciado.*


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©JasidiNews 

La famosa historia de Rab Baumgarten - Milagro que vivenció en Yud Beis Tamuz

El 12 de Tamuz de 5687 (1927), el sexto Rebe de Lubavitch, Rab Yosef‑Itzjak (“HaRayatz”) Schneersohn fue liberado de la prisión en la Rusia estalinista. Desde entonces, esta fecha se celebra como un Yom Teb entre los jasidim de Jabad‑Lubavitch.

Rab Berel Baumgarten siempre valoró mucho esta ocasión. Él mismo mantuvo una relación muy estrecha con el Rebe Rayatz y, en la década de 1940, cumplió numerosas misiones conforme a las indicaciones del Rebe.

En 1955, el yerno y sucesor del Rebe Rayatz, el Lubavitcher Rebe lo envió al rabino Baumgarten para ser el primer representante de Jabad en la Argentina. Durante sus 23 años allí, viajaba con frecuencia a Estados Unidos específicamente para pasar el 12‑13 de Tamuz en 770 (la sede mundial de Lubavitch). El punto culminante era siempre formar parte de la multitud abarrotada de miles de personas que participaban en el farbrenguen especial del Rebe por Yud‑Beis Tamuz. En aquellos años en que no pudo viajar, aprovechó el día para difundir Jasidut entre sus hermanos judíos de la Argentina.

Sin embargo, un año se vio obligado a viajar de Argentina a Brasil y se dio cuenta de que en Yud‑Beis Tamuz estaría en pleno trayecto. Inquieto ante la perspectiva de pasar esta fecha tan auspiciosa lejos de cualquiera con quien pudiera compartir sus sentimientos, envió un telegrama a la oficina del 770 antes de partir, pidiendo ser recordado por el Rebe en esa fecha.

Mientras estaba en Brasil, para llegar a su destino el rabino Baumgarten tuvo que cruzar el río Iguazú en un transbordador: una balsa con cubierta abierta y un toldo, compuesta por varias balsas resistentes atadas entre sí para transportar autos y carga. Junto con otras personas, el rabino siguió las instrucciones y condujo su auto sobre la balsa.

En cuanto los autos quedaron estacionados, él y los demás bajaron de los vehículos para disfrutar del aire fresco bajo el toldo. Se alegró al comprobar que dos de sus compañeros de viaje eran judíos. Pero pronto su alegría se tornó consternación cuando descubrió que aquellos dos estaban totalmente alejados de su herencia y no deseaban oír nada sobre prácticas o ideas judías. Uno de ellos, con descaro, exhibió un sándwich de jamón ante él, dejando claro cuán poco significaba el judaísmo para él.

Sintiendo que continuar la conversación sería inútil y ofendido por sus acciones, Reb Berel regresó a su auto y abrió sus libros para estudiar.

De repente, se produjo un sacudón poderoso: ¡un barco bananero había chocado contra la balsa! Enormes vigas apiladas en un rincón de la balsa comenzaron a derrumbarse, empujando los autos al río Iguazú. Para su horror, su propio auto también empezó a moverse. Pisó el freno con fuerza, pero fue incapaz de detener el avance del vehículo. ¡También él se precipitó a las aguas y comenzó a hundirse!

Reb Berel Baumgarten era un hombre grande, de más de un metro noventa y más de 115 kilos. Aun así, por grande y fuerte que fuera, no lograba abrir la puerta del auto: la presión del agua era simplemente demasiada. De pronto, la puerta se abrió —¿cómo? no pudo explicarlo— y se encontró fuera del auto, en el agua, ascendiendo lentamente.

Sus problemas, sin embargo, estaban lejos de terminar. Sí, había escapado del vehículo que se hundía, pero Rab Baumgarten nunca había aprendido a nadar. Pateando frenéticamente y agitando los brazos durante lo que pareció una eternidad, estaba al borde de sus fuerzas cuando, de pronto, su cabeza emergió a la superficie.

Agotado, solo podía bambolearse impotente; no entendía qué lo mantenía a flote, pero allí estaba. Entre las olas veía la balsa cerca, mas no tenía fuerzas para acercarse a ella.

Para colmo de males, escuchó un estruendo de trueno a lo lejos y comprendió, horrorizado, que la poderosa corriente del río empezaba a arrastrarlo lejos de la balsa y hacia una catarata.

Mientras el agua espumosa se abatía sobre él y dudaba de su supervivencia, la imagen del Rebe apareció ante sus ojos. Entonces miró hacia la orilla y, con la ayuda de Di‑s, vio a un hombre dispuesto a lanzarle un salvavidas. Este cayó al agua justo a su alcance.

Agarró el salvavidas y lo acercó. Intentó pasarlo sobre su torso, pero no pudo: era demasiado corpulento. Aunque sus fuerzas se agotaban, comprendió que no había alternativa; tendría que aferrarse con las manos.

Cuando lo arrastraron de nuevo a la balsa y pudo recuperar la compostura, los dos judíos que había conocido antes se le acercaron, totalmente abrumados por el remordimiento. Reconocieron que, por su culpa, el rabino había vuelto a su auto. Se disculparon por su conducta previa. No solo eso: el que había exhibido el sándwich prometió incluso cuidar el Kashrut a partir de entonces.

Tras llegar a la otra orilla, el rabino Baumgarten comenzó a reflexionar sobre su situación. No encontraba explicación a los milagros que le habían salvado la vida.

Días más tarde obtuvo claridad. Alguien le contó que, durante el farbrenguen de ese Yud‑Beis Tamuz, el Rebe se volvió hacia Mendel, el hermano de Reb Berel, y le preguntó: «¿Dónde está Berel?» Además, le indicó que diga «¡Lejaim!».

Cuando Rab Berel oyó esto, se apresuró a preguntarle a su hermano a qué hora había ocurrido. Calculando la diferencia de husos horarios, se dio cuenta de que el Rebe debía de estar leyendo su telegrama precisamente en el momento en que su auto fue desalojado de la balsa y él estaba bajo el agua.

Todos aquellos cálculos, sin embargo, vinieron después; en el momento, vivo pero varado, tenía preocupaciones más inmediatas. Sus pertenencias personales se habían perdido con el auto y estaba lejos de cualquier comunidad judía. ¿Dónde encontraría un Talit y Tefilín para rezar?

En Brasil (y en todo el hemisferio sur), el mes de Tamuz cae en invierno y los días son cortos. El rabino Baumgarten averiguó que había un pequeño aeropuerto cercano, pero no había vuelos programados hasta última hora de la tarde; no podría llegar a otra ciudad antes de la puesta de sol. No sabía qué hacer: no podía concebir dejar pasar el día sin ponerse Tefilín.

Preguntó por la posibilidad de contratar un avión privado. Aunque el costo era exorbitante, logró encontrar un piloto que pudiera llevarlo a otra ciudad antes de la puesta del sol. Envió un telegrama a los dirigentes de la comunidad judía de allí, pidiéndoles que lo esperaran en el aeropuerto con Tefilín.

Sin embargo, hubo una confusión en las comunicaciones y nadie recibió al desesperado rabino en el aeropuerto. Faltando menos de una hora para la noche, tomó un taxi y ordenó que fuera rápidamente a la sinagoga más cercana. Desgraciadamente, cayó la noche antes de que pudiera llegar. Descorazonado, detuvo el taxi, se sentó en un banco del parque y lloró.

En su siguiente Yejidut (audiencia privada), le preguntó al Rebe cómo podía expiar el no haberse puesto Tefilín ese día. Antes de contestar, el Rebe lo miró y le preguntó: «Bueno, ¿pensé en vos, o no pensé en vos?»

Luego le indicó estudiar las Halajot de Tefilín del Shulján Aruj del Alter Rebe y los Maamarim (discursos jasídicos) que hablan de la sumisión del corazón y la mente, el mensaje espiritual asociado con la Mitzvá de los Tefilín.

Rab Baumgarten lamentó que un Sidur y un Tania de bolsillo que el Rebe le había regalado yacieran ahora en el fondo del río Iguazú. «¿Podría el Rebe reemplazarlos?», preguntó.

«¿Por qué? ¿Acaso es culpa mía?», respondió el Rebe con una suave sonrisa.

«¿Y la culpa es mía?», replicó Reb Berel.

Ante esto, el Rebe sonrió ampliamente, sacó de un cajón de su escritorio un Sidur y un Tania y se los entregó al Rab Baumgarten.



Fuente: Adaptado por Yerajmiel Tilles de “To Know and to Care”, de Eliyahu Touger, Vol. 2, y ampliado con dos párrafos de un artículo de la revista Derher. 


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Yud Beis Tamuz - El Rebe pensando en sus Jsidim

Un día antes del arresto del Frierdiker Rebe, en el año 5687 (1927), se acercó a él un jasid con un Pa”n (פדיון נפש), pidiendo una brajá por su esposa. Ella había tenido un parto muy difícil de mellizos, quedando en estado muy delicado, y también los bebés estaban extremadamente débiles y en peligro.

El Rebe fue arrestado al día siguiente y pasó 18 días en la temida prisión de Shpalerna, sufriendo interrogatorios crueles, condiciones inhumanas y torturas físicas y psicológicas. El día 3 de Tamuz fue finalmente liberado, aunque le informaron que sería enviado al exilio en la lejana ciudad de Kostrama, un lugar alejado y desolado.

Ese mismo día, al salir de la cárcel y mientras esperaba el tren que lo llevaría al exilio, el Rebe se volvió hacia uno de los jasidim que habían venido a despedirlo y le preguntó: “¿Cómo está la mujer? ¿Y los bebés?”. Baruj Hashem, le informaron que tanto la madre como los mellizos ya habían salido de peligro.

Este detalle aparentemente “pequeño” revela una grandeza extraordinaria: incluso después de haber soportado semanas de sufrimiento insoportable, con su propio destino aún incierto, el Rebe no dejó de pensar en cada uno de sus jasidim. Tenía presente a cada uno de ellos en su corazón, con todo su dolor y necesidad, como si no hubiera pasado por nada. Así era el Rebe: completamente entregado a su pueblo, en todo momento, sin dejarse vencer por ninguna circunstancia.


Fuente: "Likutei Sipurim", R. Perlov, pág. 386
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La carta que recibió el Rabino Jacobson durante la guerra con Irán

Estimado Rabino Jacobson:

Mi nombre es [....], soy músico y resido en el norte del estado de Nueva York. Me dedico a tocar música (secular), particularmente el rock. El jueves pasado me encontraba tocando en un bar en Poughkeepsie.

En ese mismo momento, las noticias informaban que Israel había comenzado a atacar y neutralizar instalaciones nucleares en Irán. Aunque el ambiente del lugar no reflejaba ninguna conexión visible con lo judío, sentí en lo profundo de mi alma que debía hacer algo. Interrumpí la música, tomé el micrófono y compartí con los presentes lo que estaba ocurriendo en la Tierra Santa. Les pedí a todos que pidieran, cada uno a su modo, por la paz, y que asumieran el compromiso de hacer un acto de bondad para mejorar el mundo.

A continuación, interpreté la melodía de Hevenu Shalom Aleijem, explicando su profundo mensaje: un anhelo de paz verdadera, tanto a nivel individual como colectivo.

La noche siguiente (viernes por la noche), tuve un sueño muy particular. Se me apareció el Rabino Groner, el histórico secretario del Rebe, y me transmitió que el Rebe quería agradecerme. Me dijo que mis palabras en aquel bar habían tocado el corazón de una mujer judía que estaba allí presente, y que gracias a esa inspiración, ella decidió encender las velas de Shabat. Ese acto, aparentemente sencillo, atrajo una abundancia de bendiciones al mundo, protegiendo al pueblo de Israel y contribuyendo al éxito de su fuerza aérea.

Al despertar en la mañana del Shabat, el sueño seguía fresco en mi mente, pero mi inclinación natural fue restarle importancia. Me dije: “Fue un sueño hermoso… pero ¿quién soy yo para recibir un mensaje del Rebe en sueños?”

Sin embargo, esta mañana, domingo, recibo un correo electrónico que me estremeció: una mujer de Poughkeepsie me había estado buscando a través de las redes sociales. Me contó que mis palabras la conmovieron profundamente, y que, por primera vez desde su Bat Mitzvá —hace cincuenta años— había encendido una vela de Shabat, en mérito de Am Israel.




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lunes, 30 de junio de 2025

Maamar Zot Jukat Hatorá 5729 - en español (formato para imprimir)

Maamar Zot Jukat Hatora 5729 -Version Imprenta 

"Estoy siempre sucio" - Anécdota para Guimel Tamuz 5785

Historia muy especial para Guimel Tamuz 5785


Por Reb Zalman Vishetzky


Se llama Najum Litkowski. Llegó a los Estados Unidos desde la Rusia soviética en la década de 1970, a los 9 años, con su madre. Eran los típicos Lubavitchers inquebrantables de la antigua Rusia. Poco después de su Bar Mitzvá, Nojum ya empezó a trabajar aquí y allá para ayudar a su madre a traer el pan a la casa. No se lamentó ni derramó lágrimas; simplemente actuó con determinación, haciendo lo que debía hacerse.

Era Lubavitcher y siempre estaba cerca del Rebe. «No estaba muy metido en el tema de los Maamorim o las Sijot, pero siempre estaba allí, adentro o afuera, siempre cerca de Seven Seventy», refiriéndose, por supuesto, al edificio de ladrillo rojo, el icónico 770 de Eastern Parkway, el Shul del Rebe en Brooklyn, Nueva York.

Cada tanto, pasaba por el Rebe, ya fuera cuando repartía dólares o un Kuntres, o incluso justo cuando entraba en un Farbrenguen o bajaba a Minjá.

Pasaron algunos años, y Nojum se convirtió en contratista de reformas [de departamentos]. El trabajo le ocupaba la mayor parte del día, y su ropa siempre era la de un técnico reparador, manchada de pintura, masilla y demás. "Así no se va al Rebe, así que resultó que ya casi ni aparecía en 770", me dijo.

Pero un día, un amigo suyo se casaba, y Nojum se vistió elegantemente. Y como ya estaba vestido, decidió pasar por el Rebe cuando repartía dólares.

Miles de personas hicieron la fila con él, y cuando llegó su turno, el Rebe le entregó un dólar, pero el Rebe no soltó el billete.

Iba a irme, pero el Rebe seguía con el dólar en mano y no lo soltaba. Me miró fijamente a los ojos y preguntó en idish: «Vu bist du?» (¿Dónde estás?).

Me sobresalté y quedé en silencio. Bajé la mirada como si hubiese olvidado el idish hasta que el secretario, Reb Leibel Groner, me repitió: «El Rebe pregunta: ¿dónde estás?».

Levanté la vista y le dije al Rebe: «Ij bin do» (Aquí estoy).

Pero el Rebe seguía sin soltar el dólar. Me miró fijamente a los ojos y preguntó: "Farvos kumst du nisht?" - «¿Por qué ya no vienes?»

«En ese momento me di cuenta de que hacía mucho que no venía. Respondí de inmediato con una respuesta simple y honesta: «Ij bin ale mol shmutzik» («Siempre estoy sucio»), refiriéndose a su ropa de trabajo manchada como técnico y reparador.

El Rebe seguía sin soltar el dólar. Y mientras ambos lo sostenían, el Rebe dijo: «Kum vi du bist, ober kum» («¡Vení como sea que estés, pero vení!»).

Cuando Nojum me contó esta historia en el Shabat Jof Av, el año pasado, lloré profundamente. Yo también lo deseaba. Quería que el Rebe me dijera: «Kum vi du bist» (Vení tal como estés, como seas).

Ha pasado casi un año, y no ha habido una semana en la que no haya pensado y reflexionado sobre el «¿Vu bist du?» del Rebe, el «Ij bin ale mol shmutzik» de Nojum, y de nuevo el «Kum vi du bist, ober kum» del Rebe.

Cuanto más lo pienso, menos lloro. He empezado a comprender y a creer, cada día más, que el Rebe en realidad nos dice esto a todos, y también a mí.

Sí, nos exige que nos elevemos. Sí, nos exige que hagamos mucho más. Sí, insiste en que nunca nos detengamos ni nos rindamos.

Pero incluso antes de todo eso, él está ahí todo el tiempo, extendiendo un dólar, sin soltarlo, y dice:
"קום ווי דו ביסט, אבער קום!"
 «Kum vi du bist, ober kum».







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El comentario de Reb Jonie Marosov respecto a la fuerza de los jsidim del Rebe Anterior

Reb Eljonon Dov Marozov, comúnmente conocido como Reb Jonie, fue mazkir (secretario) tanto del Rebe Rashab como de su hijo, el  Frierdiker Rebe.

Durante un farbrenguen en Yud-Beis Tamuz 5693 (1933), Reb Jonie dijo lo siguiente: «Nuestro Rebe [se refería entonces al Frierdiker Rebe] es más grande que su padre y que todos los demás Rebeim». Esto sorprendió a varios de los demás presentes, quienes venían criticando a Reb Jonie, ​​pues creían erróneamente que estaba más mekushor (conectado) con el Rebe Rashab que con su hijo, quien se había convertido en el nuevo Rebe. Reb Jonie explicó que, respecto al Rebe Rashab y a los Rebeim anteriores, sus jasidim se conectaron con ellos ya sea porque los oyeron recitar un maamer jasidut, recibieron guía o una broje de ellos en un Yejidut, o por alguna otra interacción. Pero ahora, entre los jóvenes jasidim que se encuentran entre nosotros (refiriéndose a los jóvenes bojurim presentes), muchos de ellos nunca han visto al Rebe en toda su vida, y ya han pasado seis años desde que el Rebe dejó este país; sin embargo, estos jóvenes jasidim están conectados y entregados al Rebe con todo su corazón y con toda su alma.

Los otros Rebeim no contaron con jsidim tan devotos, que nunca los hubieran visto, escuchado ni tenido algún tipo de interacción con ellos.

*

Lo mismo puede decirse hoy de nuestro Rebe. Todos los bojurim que veo, y un número considerable de los jóvenes casados ​​hace 15 o 20 años, son similares a los bojrim con los que hablaba Reb Jonie.
Han pasado 31 años desde Guimel Tamuz y 33 desde que escuchamos al Rebe hablar en un farbrenguen, así que incluso aquellos de alrededor de 40 años, ¿qué interacción tuvieron con el Rebe? Ni siquiera tenían bar o bat mitzvá. Como mucho, habrán recibido una brajá si sus padres los llevaron al Rebe cuando pasaron por los dólares, y quizás también tuvieron el mérito de recibir un Kuntres o Lekaj del Rebe. Mientras que quienes crecieron fuera de Crown Heights ni siquiera tuvieron esa oportunidad, a menos que sus padres también los hayan llevado al Rebe.

Pero, como se mencionó anteriormente, la gran mayoría de este grupo de edad no tuvo ninguna interacción con el Rebe. Sin embargo, observen su devoción y dedicación incondicionales a todo lo que el Rebe dice y pide.
Si bien esto expresa y demuestra la grandeza del Rebe, al mismo tiempo demuestra la asombrosa belleza y calidad de los bojurim y yunguerlait.

Están conectados con la esencia del Rebe y no necesitan una interacción personal con él.

Puede ser similar a lo que el Rebe escribe en la última entrada del Hayom Yom: «Hubo momentos en que el Alter Rebe estaba en estado de dveikut, cayó al suelo y exclamó: No quiero Tu Olam Haba ni Tu Gan Eden, solo te quiero a Ti mismo». Así también, quienes se encuentran en esta categoría (que nunca conocieron al Rebe), o no lo recuerdan, su conexión es con la esencia misma del Rebe. ¡Ashreijem! ¡Qué afortunados son de tener un vínculo tan profundo y verdadero con el Rebe!


Fuente: Reb Sholom Avtzon

La Brajá del Rebe que curó una ceguera

Esto ocurrió en Johannesburgo, Sudáfrica. Israel Schwimmer, actualmente director de finanzas, residente en Nueva York, era entonces un niño pequeño, que había comenzado a estudiar en la escuela de Jabad de la ciudad.

Y así cuenta:

Poco tiempo después de mudarnos, me llevaron a un análisis de la vista, de rutina. El médico notó algo que no estaba bien, y me derivó a exámenes con especialistas. Visité a más de un especialista, y me diagnosticaron una enfermedad ocular llamada retinitis pigmentosa.

Esta enfermedad causa la degeneración de la retina, ceguera nocturna, disminución progresiva de la visión periférica, y a veces incluso lleva a una ceguera total. Cuanto más temprana es la aparición de la enfermedad, más grave puede ser el daño visual esperado. Hasta ahora no se ha encontrado cura para esta enfermedad.

Mis padres se asustaron mucho al escuchar que su hijo estaba destinado a perder la visión. Se sentían impotentes, hasta que mi tío propuso que, ya que los médicos no tenían nada que ofrecer, viajáramos a visitar al Rebe de Lubavitch en Nueva York y pidiéramos su Brajá.

Mis padres aceptaron la propuesta y nos unimos a un grupo de una docena de personas de Sudáfrica que fueron a celebrar los últimos días de los Jaguim de Tishrei junto al Rebe. Aterrizamos en Nueva York un miércoles, Hoshaná Rabá, 21 de Tishrei del 5744 (1983).

Apenas llegamos, nos formamos en la fila para recibir una porción de Leikaj —un pastel dulce de miel para un año bueno y dulce— de manos del Rebe, quien estaba horas en la entrada de su Sucá bendiciendo a la gran multitud.

Mi tío me presentó ante el Rebe: “Israel Shlomó Schwimmer, de Sudáfrica”. No dijo ni una palabra sobre mi situación, por lo tanto, es comprensible cuán sorprendido quedé cuando el Rebe me dijo en inglés, mientras me entregaba una porción del pastel: “Que Di-s te conceda estudiar Torá con los ojos abiertos”.

Las palabras del Rebe provocaron una gran emoción y alegría en todos. Para ellos, el Rebe había dicho lo suyo, y no cabía duda de que estaría completamente sano.

Antes de nuestro viaje, mi tío había reservado turnos con especialistas en oftalmología en Manhattan para el lunes, después de Simjat Torá. Mis padres llevaron consigo todos los exámenes que me habían hecho, y los especialistas solicitaron repetir todos los estudios, que no fueron para nada agradables.

Al día siguiente, se llevó a cabo en 770 un "rally", un encuentro infantil con la participación del Rebe y me llamaron a subir al escenario para recitar el Pasuk “VeShinantam leVaneja”. Después de aquel evento, fui a encontrarme con mi tío, y él me dijo que acababa de hablar con los especialistas, y le dijeron que todos los exámenes salieron perfectamente normales y que ¡no tengo ningún problema en los ojos!

Los médicos incluso dijeron que no podía ser que hubieran examinado al mismo niño que había sido sometido a los estudios detallados que figuraban en mi historial médico, ya que no había en mí ni indicios de la presencia de la enfermedad de retinitis pigmentosa.

¡Mis padres se alegraron muchísimo! Y, después de nuestro regreso a Sudáfrica, me llevaron nuevamente a los médicos. Estos me examinaron y confirmaron que, en efecto, todos los signos de la enfermedad que habían observado en el pasado —desaparecieron, y que no hay ningún problema médico en mis ojos.

Es importante señalar que ni siquiera tuve que usa anteojos en mi infancia. Comencé a usarlos recién a los dieciocho años, debido a un leve astigmatismo que se desarrolló en uno de mis ojos.

Una vez, cuando fui a un control oftalmológico de rutina para cambiar los anteojos, me horrorizó que el optometrista me pidiera volver para realizar más estudios. Al regresar a casa, ya estaba realmente en pánico. Le dije a mi esposa: “Quizás arruiné la Brajá del Rebe. Él me dijo ‘estudiar Torá con los ojos abiertos’. Tal vez no le dediqué el tiempo suficiente”. Fue una semana muy estresante, hasta que llegaron los resultados de los estudios y se confirmó que no había absolutamente ningún motivo de preocupación. Pero ese episodio me sirvió como recordatorio de lo que pasé de niño, y de cómo el Rebe me salvó.

Y esto me recuerda una historia relacionada con el tema:

Una vez, durante una visita a Israel, fui al Museo de los Niños en Julón, donde se realiza una actividad especial llamada “Diálogo en la oscuridad”. La actividad está destinada tanto a niños como a adultos, y durante ella se recorre en completa oscuridad, para experimentar de forma real la sensación de una persona con ceguera.

Durante la visita, le pregunté al guía que nos acompañaba si había nacido ciego o si había perdido la vista en algún momento de su vida. Me contó que quedó ciego a los veinte años. Le pregunté cómo ocurrió, y su respuesta fue: “Sufrí una enfermedad llamada retinitis pigmentosa”.

En ese momento pensé para mis adentros: “¡Eso podría haberme pasado a mí!”

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*Este es uno de los miles de ejemplos vivos del poder de una palabra del Rebe.*
Cuando los médicos no vieron esperanza, una breve bendición bastó para cambiar el diagnóstico y transformar la oscuridad en luz.

En Guímel Tamuz, el día en que sentimos más profundamente la ausencia física del Rebe, elegimos conectarnos con su presencia eterna a través de las historias que continúan iluminando nuestras vidas.

*El Rebe no solo veía lo que es —veía lo que puede ser— y nos enseñó a hacer lo mismo.*

Que esta historia nos inspire a fortalecer nuestra emuná, nuestra confianza en las Brajot del Rebe, y nuestro compromiso con su misión: llenar el mundo con luz, Torá y Guéula.


Fuente: [La historia contada en persona por su protagonista para JEM:
https://youtu.be/_C4xJYDXL40]

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